Hermanos y hermanas:
Ha muerto un hombre honesto. Un varón justo, bueno y verdadero. Un estadista que ha engrandecido a la Patria con su vocación de servicio público, el ex Presidente de la República, don Patricio Aylwin Azócar. Su sensible deceso ha dado ocasión para una manifestación transversal de respeto y de cariño como pocas veces se ha visto en nuestra historia.
Estos días han estado marcados por discursos y homenajes, propios de su investidura, y por una interminable presencia de gente sencilla que ha acudido en gran número a honrar su memoria. Han dado también la ocasión para poner de relieve virtudes de un hombre de fe, sobre el sentido de su vida y de la vocación política de un hombre consecuente y consistente. Debo manifestar con sinceridad que me han impactado profundamente las muestras de amistad cívica que hemos atestiguado, que me permito relevar y agradecer en este lugar y en esta hora. Ciertamente, don Patricio no estuvo solo en la obra de recobrar pacíficamente la vida democrática del país, que se ha visto reflejada en estos gestos. Todos han reconocido, con razón, su liderazgo providencial en una hora en que no sólo se necesitaban convicciones democráticas, sino también un estilo de vida coherente. Oramos de corazón para que si la historia de su vida nos ayudó a reencontrarnos, la hora de su muerte selle en nosotros la fraternidad lograda. Es una necesidad imperiosa de la hora presente y del camino que deben encabezar las nuevas generaciones.
1. Un humanista cristiano
En no pocas oportunidades don Patricio ha dicho que la “Norma orientadora de su vida” se encontraba en el Evangelio que acabamos de escuchar: “Busquen antes que nada el Reino de Dios y su perfecta justicia; lo demás se les dará por añadidura” (Mt. 6, 34). De ahí su convicción de que la fe cristiana y una vida coherente, consisten en hacer el bien al prójimo, a todo prójimo, a la sociedad en su conjunto. Él tenía claro que el Señor Jesús había venido a redimir a toda la humanidad. De ahí su vocación política que entendía como “Tratar de construir una sociedad a la altura que merezca llamarse Reino de Dios, ya en esta vida, y justa para todos”, especialmente para los más pobres.
En su corazón de creyente resonó con fuerza el llamado a ser servidor y, ojalá, un buen servidor, a imagen del Maestro, el Señor Jesús, quien, para construir la “Tierra nueva y los cielos nuevos”, había venido a este mundo a servir y no a ser servido hasta la cruz, en que culmina su misión de “Dar la vida por todos”. Esto fundamentó la autoridad de Jesús, tan alabada por quienes lo seguían. En efecto, el Hijo de Dios, encarnó la autoridad que evangeliza el poder y revela la nobleza de los últimos que, en el Reino serán los primeros. De esa manera nos reveló la paternidad de nuestro Dios y, por ende, la fraternidad sin distinción entre todos los habitantes de este mundo. Nos enseñó que su Padre es nuestro Padre. En esta escuela de humanismo cristiano ha bebido este varón eminente a quien hoy presentamos al Señor.
2. Un político de excepción
Don Patricio Aylwin Azócar ha sido un político de excepción, reconocido dentro y fuera del país, tanto por sus partidarios como por sus detractores, como ha quedado de manifiesto en estos días. Ha sido un gran estadista que con un cariño entrañable por su Patria y un respeto enorme por sus compatriotas, ha estado atento a los grandes anhelos de los hombres de su tiempo. Es cosa de releer sus palabras, al iniciar su mandato, para volverlo a constatar: Un discurso en que no buscó halagar ni omitir las dificultades. Un discurso en que pide y exige, con gran autoridad moral, reconquistar entre todos la plena democracia. Un discurso en que también enumera y exorciza las tentaciones del poder afirmando que “El poder ha de ser para nosotros un mero instrumento para servir”.
Don Patricio ha honrado la vocación más señera del servicio público, en decenios muy críticos de nuestra historia, como también en años en que vivimos una dolorosa desafección tanto de los políticos como de quienes ejercemos diversos tipos de autoridad. Él ha encarnado esa vocación de manera encomiable, siendo coherente con sus convicciones, con su fe católica y el mensaje evangélico. Por esa razón, me parece muy justo rendirle el tributo de su Iglesia, y de tantos y tantas que le han manifestado su admiración, cariño y respeto.
3. Presidente de la República
Desde muy joven fue elegido para ejercer diversas responsabilidades políticas y sociales hasta ocupar la Primera Magistratura del país, dando pasos decisivos para superar, con el concurso de muchos, el quiebre institucional que tanto nos dañó y nos sigue dañando a unos y a otros.
Don Patricio ejerció la Presidencia de la República con espíritu de servidor, procurando reunir a un pueblo que optaba por vivir en democracia. La ejerció desde sus primeras palabras en el Estadio Nacional cuando este hombre, habitualmente sereno, alzó la voz para afirmar que sería presidente de todos los chilenos, de civiles y también de uniformados porque “¡Chile es uno solo!” Yasí fue. La ejerció develando y asumiendo la dolorosa verdad del pasado inmediato, con el informe Rettig, “Asumiendo la representación de la nación entera”, para pedir perdón, con la voz quebrada, a todos los que habían visto conculcados sus derechos. En especial, a las familias de personas ejecutadas y de detenidos desaparecidos. La ejerció con su testimonio de hombre sobrio, desde la misma casa de toda su vida, en la que ha entregado su espíritu al Señor.
En verdad a usted, don Patricio, le cupo la responsabilidad de liderar uno de los tiempos más cruciales de la historia patria, como pocos dirigentes políticos han tenido que hacerlo… Y lo hizo con convicción republicana, decisión y doctrina. En esta situación, fue firme en defender sus convicciones y al mismo tiempo tuvo la enorme bondad de hacerlo siempre con respeto, pluralismo, con capacidad de diálogo y de escucha. La Patria le tributa su cariño y admiración.
Como lo dijera el Cardenal Silva de otro Presidente de Chile, despidiéndolo en esta misma Cátedra: “Su voz continuará resonando y será como la conciencia de Chile que ama la justicia y el derecho” .
4. Su querida familia
Usted cumplió su misión junto a la señora Leonor y a su querida familia, hijos e hijas, hoy nietos y bisnietos, convencido como estaba de que un político no puede arriesgar a su familia a cambio de su dedicación a la cosa pública. Y así han permanecido unidos, y muy unidos hasta estos días, dando un hermoso testimonio de amor conyugal y familiar durante más de 67 años de vida matrimonial. Junto a su esposa, llegaba puntualmente a la misa dominical, sin escoltas, sentándose donde encontraba un asiento libre, rehuyendo los primeros puestos, con la típica sencillez que a ambos ha caracterizado.
Me han compartido algunos testimonios de su vida, que son una preciosa lección. Haciendo memoria de sus padres, usted solía contar que en su adolescencia dejó un tiempo de ir a misa. Su padre, que era agnóstico, le llamó la atención y le dijo: -“Mire jovencito, ¿por qué no está yendo a Misa? Si usted se considera católico, debe cumplir con su deber e ir el domingo a misa”. Esa enseñanza nunca la olvidó, confesando su admiración por la rectitud y sentido del deber de su padre, y la fe firme que heredó de su madre. Fe firme y con sentido social.
Me narraron también que poco tiempo atrás, cuando cumplía 97 años, dos de sus hijos le preguntaron qué significaba para él cumplir esta edad. Él les dijo serenamente, con ese hablar pausado que los caracterizaba, que le daba gracias al Señor por amanecer cada día, aunque no tuviera mayor cosa que hacer. Sin embargo, aún tenía una misión muy importante: La responsabilidad de cuidar a su esposa… Así se han cuidado mutuamente durante toda una vida, tomados literalmente de la mano, con un cariño ejemplar.
5. La Patria gana a un hijo ilustre
La liturgia de la Iglesia, al despedir a un hermano en la fe, pide a Dios que lo lleve al lugar de la luz y de la paz, y así merezca participar de la asamblea de los santos.
Durante su vida, usted ha recibido muchísimos reconocimientos, condecoraciones y doctorados Honoris Causa. La Iglesia de Santiago tiene una sencilla distinción, la “Cruz del Apóstol Santiago”, con la cual agradece a quienes se destacan por su servicio cristiano a la sociedad. Con el mayor cariño me siento honrado al ofrecérsela a usted, don Patricio, en las manos de su esposa, Leonor. Será la primera persona que la reciba al momento de presentarse ante Dios Padre, donde esperamos que usted escuche de labios del Señor Jesús: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
Hermanos y hermanas:
El salmo 26, puesto en los labios de don Patricio, canta una hermosa esperanza: “El Señor es mi luz y mi salvación. Una sola cosa he pedido al Señor, y esto es lo que quiero: vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su templo”.
Que así sea para él. ¡Gracias don Patricio!