Textos: Efesios 4,30-5,2
Sal 71
Mt 7, 21. 24-27
1. Un año más, en el Día de la Patria, llegamos a la Iglesia Catedral para agradecer a Dios los dones con que El nos bendice, tanto en la naturaleza pródiga que ha creado para nosotros como en la vida social, personal y familiar. También venimos a pedirle perdón por nuestras incoherencias, egoísmos y odiosidades, implorándole humildemente que nos ayude a construir una sociedad más humana, justa y fraterna, sanando heridas, recomponiendo confianzas y reflotando las energías espirituales y morales, según la expresión de san Alberto Hurtado, llamado “Padre de la Patria”, y de cuya canonización se cumplen 10 años el próximo 23 de octubre.
Debemos reconocer que llegamos a este encuentro de oración con el corazón dolido y preocupados por lo que estamos viviendo en Chile como sociedad. Los representantes del quehacer político, el mundo empresarial, las instituciones en general, incluida la Iglesia, han sido interpelados en el ámbito de la transparencia y la probidad, a lo que se suma el clima de descalificación y enfrentamiento verbal, a través de los medios de comunicación. Sorprende la agresividad que se vive en la calle y la violencia intrafamiliar, la sensación de inseguridad pública y domiciliaria a causa de la delincuencia, el aumento del robo y del vandalismo a todo nivel, y los graves hechos de violencia y atentados a las personas y los bienes en la región de la Araucanía. Es una crisis de confianza y credibilidad que exige que cada persona e institución, antes de juzgar a los demás se examine a sí mismo, vea en qué debe y puede cambiar y se ponga en disposición generosa de diálogo y colaboración para juntos enfrentar esta hora que será provechosa para Chile si no buscamos aprovecharla para intereses propios y egoístas. El episodio de la filtración y divulgación de la comunicación privada –lo que es un delito- entre dos autoridades de la Iglesia y las destempladas reacciones enjuiciándolos muestra la falta de objetividad y de serenidad que estamos viviendo. Es cierto que hay grandes desigualdades socio-económicas en Chile –que se deben superar progresivamente con amplios acuerdos- pero también se han despertado demasiadas expectativas que no se pueden solucionar a corto plazo y producen rabia y frustración. Es una crisis de degradación moral y ambiental, que se ha globalizado, dice el papa Francisco en su Encíclica Laudato ´Si.
2. La intención de oración de la Iglesia en Chile, para el mes de septiembre pedía:
“Para que en este mes en que recordamos los orígenes de la Patria, pongamos en el centro de nuestras preocupaciones el sueño de país y agradezcamos los dones recibidos”.
El Cardenal Raúl Silva Henríquez formulaba el 19 de noviembre de 1991 su “sueño de Chile” y decía: “Mi deseo es que en Chile el hombre y la mujer sean respetados. Quiero que en mi país todos vivan con dignidad. Quiero un país donde reine la solidaridad. Quiero un país donde se pueda vivir el amor. Pido y ruego que la sociedad entera ponga su atención en los jóvenes, se lo pido y ruego a las familias. Por último, quiero para mi patria lo más sagrado que yo pueda decir: que vuelva su mirada hacia el Señor. Un país fraterno sólo es posible cuando se reconoce la paternidad bondadosa de nuestro Dios”.
Por su parte, san Alberto Hurtado decía que “la Patria es una misión que cumplir”, y “el patriotismo es el amor de la comunidad nacional, de su historia, de sus tradiciones, de la misión que a su Patria le corresponde desarrollar”. La Patria es más que la lengua y el territorio, porque consiste en un proyecto que es preciso construir entre todos y que implica solidaridad para con los otros y que permita a todos y especialmente a los más desfavorecidos no sólo tener más sino ser más. No bastan sólo los medios sino que hay que tener claros los fines, que deben ser los grandes valores e ideales sobre los cuales se edificó nuestra patria desde los albores de la vida republicana e incluso antes. Si la Patria es una misión que cumplir -añadía el P. Hurtado- es una “misión de esfuerzo, de austeridad, de fraternidad democrática, inspirada en el espíritu del Evangelio. Y esa misión se ve amenazada por todas las fuerzas de la vida cómoda e indolente, de la pereza y apatía, del egoísmo” (Te Deum en Chillán, sept. de 1948). Al gran peligro del individualismo y del relativismo moral se ha añadido –como ya se decía- la desconfianza mutua, las recriminaciones y la falta de credibilidad entre las personas, en las instituciones y sus representantes.
3. La doctrina social de la Iglesia nos llama a promover el desarrollo integral, material y espiritual, de toda persona y de todas las personas, teniendo como base el respeto del derecho primario a la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural y a lo largo de todo el arco de la existencia, en sus diversas etapas y situaciones. Gracias a Dios, nuestra Constitución Política en su art. 19, #1 establece que “la ley protege la vida del que está por nacer”. Conculcado este derecho todos los demás derechos quedan amenazados y la convivencia se fractura como está quedando en evidencia con el proyecto de despenalización del aborto en tres causales. Esta iniciativa legal no viene a solucionar ningún problema de salud pública sino a dar satisfacción a un pretendido derecho de la mujer a decidir por sobre el derecho a la vida, promovido por sectores nacionales o internacionales. En definitiva, el “sueño de país” consiste en que todos los que viven en Chile puedan decir: Chile es mi patria, mi país, mi hogar, y aporten cada día lo mejor de sí para lograrlo.
¿Qué hacer para superar esas amenazas que se ciernen sobre nuestra convivencia ciudadana y que afectan nuestro amor a la Patria y nos pueden llevar a despreocuparnos del bien común y centrarnos sólo en nuestros intereses personales, familiares o de grupo?
El P. Hurtado, en su tiempo, llamaba a reflotar las energías espirituales y morales: “devolver a la Nación el sentido de responsabilidad, de fraternidad, de sacrificio, que se debilitan en la medida que se debilita su fe en Dios, en Cristo, en el espíritu del Evangelio.” Precisamente, la carta del apóstol san Pablo que se leyó exhortaba: “que desaparezca de entre ustedes toda agresividad, rencor, ira, indignación, injurias y toda suerte de maldad. Sean más bien bondadosos, y compasivos los unos con los otros, y perdónense mutuamente como Dios los ha perdonado por medio de Cristo”. ¡Cuánto necesitamos esto. No sólo verdad y justicia sino también amor y perdón! De lo contrario, nunca tendremos paz.
Nuestros obispos proponían hace poco algunas orientaciones concretas: “darnos tiempo para redescubrir la bondad de cada persona, la eficacia que tiene la gratuidad y solidaridad en nuestras relaciones, así como el respeto de nuestra dignidad ”. Al mismo tiempo, volver a escuchar el llamado de Jesús a amar y servir, ejerciendo la autoridad como un servicio a los demás y no en beneficio propio (cf. Convivencia en Chile…, Comité Permanente CECh, 5 mayo 2015). Como nos decía el mismo Jesús en el evangelio que se proclamó hoy no se trata sólo de decir “Señor, Señor, sino hacer la voluntad del Padre”. Y la voluntad del Padre es que escuchemos al Hijo y pongamos en práctica su Palabra. Entonces construimos sobre roca nuestra vida social, personal y familiar.
Para lograr este fin, indicaban los obispos, “se necesitan cambios en las conductas…”. “El respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apetito desordenado al dinero y el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro del Evangelio (cf. Mt 7,12), según la generosidad del Señor que “siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9)” (Cat. Igl. Cat., 2407).
4. Gran responsabilidad nos cabe en esto a todos los cristianos y católicos, recordando que lo que es el alma en el cuerpo lo son los cristianos en la sociedad, llamados a infundirle un espíritu nuevo, coherentes con su misión de ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”. No debemos desanimarnos ni echarnos atrás en dar testimonio valiente de una fe con obras, más allá de nuestras debilidades o de la hostilidad de no pocos.
El camino para lograr esto es configurarnos más profundamente con Jesucristo nuestro Señor, “rey de justicia y de paz” (cf. salmo 71), acogiendo su Palabra, recibiendo su vida en los sacramentos y dejándonos plasmar por su Espíritu de amor. Precisamente, san Pablo nos decía: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios con el que han sido sellados para el día de la redención”.
El papa Francisco, en su Encíclica “Laudato ´Si” propone un nuevo estilo de vida, con el fin de preservar la naturaleza e integrar a los pobres, a los pequeños y débiles en la casa común que es nuestra tierra. Eso significa vivir con más sobriedad, gozo y paz, cuidando la creación y aprendiendo a convivir y compartir, en el respeto de nuestras diferencias legítimas, pues “la unidad es superior al conflicto”. “Hace falta volver –dice el papa- a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos” (n. 229).
“El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a “las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (Benedicto XVI, Ca in V, 2). Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una “civilización del amor” (Paulo VI). El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: “Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social -a nivel político, económico, cultural- haciéndolo la norma constante y suprema de la acción” (Compendio DSI, 582) (Francisco, L. S., 231).
Pero, ¿cómo podemos “permanecer en el amor”- según la petición de Jesucristo- si no estamos unidos a la fuente, origen y plenitud del amor que es Dios mismo? “Dios es amor – dice san Juan- y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”. “Y nosotros hemos recibido de El este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 16.21). Por tanto, “caminad en el amor, lo mismo que Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y ofrenda de suave olor ante Dios”, concluía el apóstol Pablo en la primera lectura.
5. Nuestro amor a la Patria, es decir a la comunidad nacional, nos lleva a preocuparnos de los enfermos, de sus familias y de quienes los atienden. Por eso, hemos celebrado con dedicación la Semana del enfermo (8-15 de septiembre), guiados por el lema: “Era yo era del ciego los ojos y del cojo los pies” (Job 29,15). También hemos celebrado la Jornada por los migrantes y oramos por el drama de los refugiados que huyen de Siria y de otros países.
Culminaremos septiembre, el domingo 27, Día de oración por Chile, con un desfile cívico-religioso, desde las 15:00 hrs., frente a la Catedral rindiendo homenaje a la Virgen del Carmen, Reina y Madre de Chile y Patrona de nuestra arquidiócesis, encomendándole nuestro III Sínodo, las necesidades de nuestro país y el próximo Sínodo de obispos sobre la familia, en Roma(octubre). Nuestra oración a la Virgen del Carmen será: “Enséñanos a conquistar el verdadero progreso que es construir una gran nación de hermanos, donde cada uno tenga pan, respeto y alegría”. Amén
+ Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt