Te Deum Catedral de Melipilla
Jueves 17 de septiembre de 2015
Lecturas: Efesios 4,30 – 5,2; San Marcos 6, 30-44
Fecha: Jueves 17 de Septiembre de 2015
Pais: Chile
Ciudad: Melipilla
Autor: Mons. Cristián Contreras Villarroel
Es bueno festejar…
Solidarizando con los damnificados del terremoto de anoche, les expreso a todos la bienvenida a esta Iglesia Catedral, la casa de todos, para celebrar un nuevo aniversario de nuestra Patria.Las familias se reúnen, las casas se engalanan y los barrios se recrean comunitariamente; por su parte, las asociaciones y las fuerzas vivas de servicio público desfilan ante la ciudadanía y las autoridades. Nos hace bien estar de fiesta y celebrar. Y nos hace muy bien tener a Dios presente y alabarlo por sus beneficios. Por eso cantamos el Te Deum laudamus, es decir,“A Ti, oh Dios te alabamos”. Personalmente alabo a Dios por estar en esta extensa diócesis que comprende tres regiones, por sus tradicionales comunas, por la variedad de culturas, por la cercanía de las autoridades, por el emprendimiento y las posibilidades de trabajo. Me alegro de poder servirlos y caminar con todos ustedes en el día a día, tratando de iluminar sus vidas y desafíos con el mensaje de Jesús.
…y hacer memoria agradecida
Aunque año a año repitamos los mismos gestos, cantemos nuevamente el Himno Nacional, entonemos y bailemos la cueca, nos entretengamos con nuestros juegos tradicionales, asistamos a las fondas, a los desfiles y veamos la Parada Militar…las fiestas siempre nos recuerdan el paso de un año más, así como los momentos alegres y gozosos. Es un momento para hacer memoria agradecida de tantos dones recibidos en este periodo. Dones que no siempre somos capaces de percibir por la vorágine cotidiana. Por eso nos detenemos, contemplamos la vida y elevamos esta acción de gracias a Dios, pidiendo que nos siga sosteniendo en la construcción de una nación más justa, fraterna y en paz.
Como Patria de hermanos que debemos ser, nos alegramos cuando se inaugura un hospital, cuando se avanza en oportunidades de educación para todos, cuando se resuelve un conflicto laboral, cuando las familias pueden pasar más tiempo juntas, cuando se aprueban y se implementan leyes que colaboran a acercar al desarrollo a tantos compatriotas postergados. Nos gozamos y enorgullecemos con los triunfos deportivos, aquellos días en que las calles y las plazas se vacían para gritar los goles y aclamar las medallas y trofeos de nuestros atletas y deportistas.
Sabemos amar en medio el dolor
Muchas otras veces, incluso a partir de situaciones dramáticas, vibramos con el sentimiento y el compromiso solidario que brota de nuestros corazones cuando hay que ayudar a quienes lo pasan mal. Lo sabemos los chilenos, con los aluviones de Atacama y el terremoto de anoche que afectó fuertemente a la Cuarta Región y se sintió en gran parte del territorio. Como chilenos no soportamos ver que nuestros hermanos sufran las inclemencias del tiempo o los desastres naturales, o que los niños que nacieron con capacidades distintas no tengan un tratamiento adecuado. Como chilenos hemos aprendido a amar y hermanarnos precisamente en medio del dolor.
Pero tampoco podemos olvidar los dolores y las tristezas al momento de hacer memoria. Nuestras fiestas también están marcadas por las ausencias de seres queridos fallecidos, por problemas de salud, crisis familiares, pérdida de cosechas y de trabajo… Porque así es la vida, de dulce y de agraz. Transitamos por la existencia a la espera de celebrar sin fin en esa Patria Celestial a la que el Señor nos invita en la Vida Eterna, una vida de plenitud que ya podemos vislumbrar en nuestra historia en la medida que nuestras relaciones humanas son más generosas y expresan los valores del Reino de Dios en la tierra. Así, cada año y cada celebración de la Patria es siempre distinta.
Y este año no es la excepción. A nivel global somos testigos de guerras de exterminio de comunidadesenteras por odio a la fe cristiana. Estados totalitaristas que asesinan y obligan a miles de familias a emigrar en condiciones de nuevas esclavitudes. Organizaciones criminales que lucran con el drama humano. Constatamos una comunidad internacional incapaz de hace valer el respeto por los derechos humanos.
Recuperar la noción de pueblo y bien común
He querido en este Te Deum, reflexionar a partir del mismo texto evangélico del año pasado: la multiplicación del pan. Es Jesús que realiza el milagro movido por misericordia y compasión, porque las muchedumbres estaban como ovejas sin pastor.
Cuando las ovejas han estado sin pastor, buscando por sí solas su destino, han perdido aquella idea fundamental del “bien común” que hace de la comunidad humana un pueblo y no una masa.
La diferencia entre un pueblo y una masa humana está en que el primero tiene una identidad vocacional, en nuestro caso el “alma de Chile”. Una masa, en cambio, es una agrupación impersonal, susceptible a todo tipo de manipulación ideológica y de populismos.
La pérdida del sentido de bien común, y su sustitución por el bien particular, individual, parcial, egoísta, ha llevado a que la sociedad se fragmente o, más gravemente aún, se atomice. Así, una multiplicidad de intereses particulares, bajo pretensiones de gran representatividad, pugnan con virulencia en el espacio público por ganar terreno e implantarse.
Dictadura de la agresión
No hay cuestionamientos éticos por los mecanismos utilizados para lograr satisfacer esos intereses, al punto que se ha legitimado el “todo vale”: así valela descalificación pública, vale dejar al otro en ridículo, desde la Presidenta de la República hasta el presidente de la junta de vecinos, desde el profesor jefe de un curso hasta el carabinero que resguarda nuestra seguridad. Se permite postear falsedades en los blogs, levantar calumnias gratuitamente, hacer “funas” y, la última novedad, espiar y difundir los contenidos privados de las cuentas de email… ¿Y nos hace eso una mejor sociedad? ¿Y qué decir de la irrupción del “meme”, aquella sátira digital que puede ser graciosa pero que las más de las veces ridiculiza fácilmente, y que nos empina a todos como jueces implacables?
Al parecer, solo estamos produciendo más irritación, enfrentamiento y desencuentro entre los chilenos. Nuestra convivencia social se parece a esas familias que, lamentablemente, no pueden sentarse a la mesa sin discutir en ella todos los problemas de modo agresivo, o “sin tirarse los platos por la cabeza”. ¿No hay algo tan triste que las peleas al momento de compartir los alimentos? No queremos que nuestro amado Chile siga siendo esa tierra de desencuentro en que pareciera que se está convirtiendo.
Un proyecto unificador de justicia y paz
¿Cómo es posible que todos quieran el bien del país y, al mismo tiempo, solo seamos capaces de agredirnos? Sentimos la urgente necesidad de redescubrir ese horizonte fraterno de un bien común que tenemos como nación, de encauzar nuestras fuerzas, morales y físicas, en pos de un proyecto unificador, de justicia y de paz, que nos ayude a retomar una convivencia sana.
Solo ese sentido de bien común nos permitirá recuperar nuestra cohesión social que está gravemente herida. El Señor, que es manso y humilde de corazón, y que se compadece de nosotros, nos señala el camino de reencuentro, el camino de volver a abrazarnos como hermanos.
La compasión y la misericordia, caminos de encuentro
Uno de los rasgos más propios de nuestro Dios, es la compasión. Ya desde el Antiguo Testamento contemplamos cómo el Pueblo de Israel se regocijaba en su Dios, Compasivo y Justo, Clemente y Misericordioso. Un Dios que salía al encuentro de la comunidad cada vez que esta había perdido el rumbo, se había extraviado y necesitaba, humildemente, dejarse sanar por su Señor.
El culmen de la compasión de Dios se revela en su propio Hijo, Jesucristo, Dios hecho hombre. La condición humana de Dios, el que haya querido asumir una naturaleza humana no es un dato casual de la historia de la salvación, sino la muestra más maravillosa de un Dios que quiso compartir todo con sus creaturas, menos el pecado. El hecho que el Hijo de Dios se haya hecho hombre implica que conoció nuestros dolores y debilidades y, por eso mismo, pudo compadecerse de nosotros hasta el extremo de dar su vida por nuestra salvación. Renunció a su propio bien por el bien común de toda la humanidad.
La compasión es un ejemplo de Jesús Buen Pastor y, al mismo tiempo, una invitación a que lo imitemos. Nos hacemos compasivos del prójimo cuando nos ponemos en su lugar, pensamos en su situación existencial concreta y compartimos sus sentimientos. Eso es la compasión, sentir con la pasión y el drama del otro. Es mucho más que aquello que llamamos lástima y que suele hacernos cambiar de noticias cuando vemos algo que no nos complace o que nos golpea la conciencia maliciosamente.
La compasión, y no la lástima, es la que nos ayuda a construir una verdadera sociedad cohesionada, porque nos impulsa a una solidaridad fraterna que se basa en el reconocimiento de nuestra común dignidad de hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
La compasión, y no la lástima, nos ayuda a posponer nuestro propio interés y a renunciar al egoísmo, para construir un proyecto común, un nosotros que nos plenifique en el gozo no solo de dar algo a los demás, sino de darnos nosotros mismos.
La compasión y no la lástima, por la mujer afligida, muchas veces agredida, y por la criatura que crece en sus entrañas, es lo que nos impulsa a seguir defendiendo el derecho a nacer de cada ser humano. Nuestra postura favorable a la vida desde su concepción hasta su muerte natural no es una simple majadería, sino que es el grito más profundo de nuestra fe y de nuestra experiencia de acompañar a tantas personas heridas profundamente y arrepentidas por haber tomado malas y falsas decisiones.
Una mirada integral para recuperar la amistad cívica
La compasión también nos ayuda en el diálogo social a moderar nuestras expresiones y a manifestar nuestras diferencias y críticas en un modo más caritativo y cristiano. La compasión nos ayuda a ver que aquel que piensa distinto a mí, no se reduce solo a ese punto que nos diferencia, sino que es una persona con más dimensiones. Dos políticos que se enfrentan, dos profesores que debaten, dos vecinos que discuten, son mucho, muchísimo más que sus puntos de desencuentro. Estoy seguro de que todos poseemos más hechos e ideas que nos unen, que asuntos que nos dividen y separan. No caigamos en la tentación del show mediático de exacerbar las diferencias para generar polémicas.
La mala convivencia política y social nos ha hecho acostumbrarnos a reducir a nuestros interlocutores a sus defectos y debilidades. ¡Mirémonos nosotros mismos, miremos a nuestras familias! ¿Somos perfectos? ¿Son perfectos nuestros hijos, hijas, esposos, esposas, amigos y amigas? ¡Ciertamente que no! Y no por eso dejamos de amarlos y respetarlos. Jamás se nos ocurriría reducir a nuestros seres queridos a sus defectos. No lo hagamos tampoco con quienes piensan distinto.
Al contrario, sin obviar las diferencias y hasta errores evidentes de los demás, mirémoslos en la integralidad de sus personas, como hijos de un mismo Padre. Mirémonos unos a otros con la mirada llena de compasión y misericordia con que Dios nos mira y nos perdona cada día. Y a partir de ese ejercicio de acogida, descubramos aquello de bueno y verdadero que hay en quien piensa distinto.
Vuelvo a plantear la pregunta. ¿Cómo es posible que si todos queremos ser felices, todos queremos el bien, todos tenemos la mejor de las intenciones, solo estemos construyendo una sociedad disgregada e hiriente? Y vuelvo a dar la misma respuesta: es el bien común aquel que nos permitirá cohesionarnos nuevamente, un bien común que podrá redescubrirse y vivirse con la ayuda del Evangelio del Señor, que es perdón, acogida y apertura a la gracia, al encuentro y a la novedad que nos trae el hermano.
Éxodos urgentes
La advertencia de san Pablo de evitar el daño que provocan “la amargura, los arrebatos, la ira” y la exhortación a ser “mutuamente buenos y compasivos”, es un camino que podemos realizar, porque está en el “alma de Chile”.
Nuestra existencia es un constante éxodo, una salida de situaciones de esclavitud hacia horizontes de liberación. En palabras del Papa Francisco, podríamos comprometernos en este Te Deum a pasar de la anticultura del “
¿a mí qué?” a la cultura de la
compasión y del respeto por los demás; de la anticultura “
del descarte” a la cultura del
desarrollo humano integral; de la anticultura del “
balconear la vida” a una convivencia más
solidaria con los pobres y los ancianos; de una anticultura “
del individualismo” a la valoración y el rescate del
bien común; de una anticultura “
de la agresión y la falta de respeto” a la recreación de
la amistad cívica.
Chile, nos dijo el Papa Juan Pablo II,
“tiene vocación de entendimiento y no de enfrentamiento”. Depende de nosotros, en el ámbito de nuestras competencias y responsabilidades. Que estas Fiestas Patrias, llenas de alegrías familiares y comunitarias sean el preludio de un caminar fraterno y solidario que nos caracteriza en los momentos de tragedias. Lo deseamos para Chile entero y para nuestra querida diócesis.
La Virgen Peregrina que nos regaló el Papa Benedicto para la conmemoración del Bicentenario de la Patria y que acompañó a los damnificados del terremoto del 2010, nos acompañará también como
Virgen Peregrina de la vida en la diócesis de Melipilla, también en medio del terremoto que hemos sufrido anoche. Amén.
+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla