Queridos hermanos
Nos reunimos en esta Iglesia Catedral para dirigir nuestra oración de Acción de Gracias “al Señor, Dios Eterno”, por todo lo que ha hecho en este año en Chile y en Osorno, iluminando nuestro caminar, mostrándose “amigo y defensor de los hombres”, saciando nuestra hambre, dándonos renovados horizontes de esperanza y confirmándonos que si no nos confiamos a su misericordia “en vano se cansan los albañiles” (Sal. 126, 1).
El Evangelio que hoy nos ilumina enseña que el auténtico camino de desarrollo humano pasa por hacer carne las bienaventuranzas. Sin duda, el sermón del monte es una verdadera hoja de ruta y camino de paz verdadera para toda la humanidad.
1. “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). La pobreza a la que refiere el Señor trasciende a la mera carencia material para situarse como la actitud religiosa de desprendimiento y dependencia de Dios que debe guiar el corazón de todo hombre o mujer que aspira a la felicidad auténtica y que reconoce, como el salmista, que “Dios da de su pan a sus amigos mientras duermen” (Sal 126, 2). Esta pobreza supone también aquella humildad necesaria para comprender y valorar la riqueza que hay en el hermano, más allá de las discrepancias ideológicas o políticas, y que nos abre al otro para reconocerlo como un don. Ya lo dice el Señor “bienaventurados los humildes porque heredarán la tierra” (Mt 5, 5). La pobreza y humildad de corazón a las que nos referimos exigen mirar al otro como hermano, reconociendo su dignidad y no descalificándolo, sabiendo que siendo mayoría o minoría somos hermanos de camino hacia la casa del Padre, y corresponsables del bien de Chile.
2. “Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5, 7). Sin duda la misericordia y la justicia caminan de la mano. La misericordia, es encarnar las actitudes del Señor que se apiadó de su Pueblo a pesar de la dureza de corazón que lo dominaba; es darle vida a las actitudes de Cristo que salió al encuentro del que sufre como una opción preferencial. No basta, ni jamás bastará, la mera justicia para solucionar el problema de los más pobres, las desigualdades sociales o el descontento que embarga a muchos. En efecto, sin misericordia la justicia se transforma en ajusticiamiento, no humaniza, no llena de felicidad el corazón humano ni lo encamina a una auténtica fraternidad.
3. Porque hay personas misericordiosas es posible hablar de que son Bienaventurados los que lloran, pues ellos será consolados (Mt 5, 4). El consuelo de los que sufren, de los marginados, de los excluidos, de los abandonados, de los olvidados de la Sociedad no sólo pasa por las estructuras justas sino también, porque cada uno debe ser más misericordioso trabajando activamente por el desarrollo humano integral. En efecto, los índices de corrupción, el manejo irresponsable de negocios, que ha involucrado a públicos y privados, los graves errores cometidos por miembros de la Iglesia y otros hechos claramente nos enseñan que no bastarán jamás los mecanismos estructurales si éstos no van acompañados de una auténtica conversión del corazón de las personas que nos haga corresponsables del bien común, porque no somos extranjeros, ni huéspedes, sino familia de Dios (Ef. 2, 19), y por tanto conscientes que la transformación de la historia depende de nosotros.
4. Cuando entendemos que un cambio de actitud va más allá que las nuevas estructuras, comprendemos también que nuestra hambre y sed de justicia van más allá de los necesarios bienes o recursos que podamos proveer a la Sociedad. El papa Francisco, proféticamente visualiza el problema afirmando que “a veces somos duros de corazón y de mente, pues nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y distracción que ofrece esta sociedad”. Ésto, llevado a nuestra Patria significa que es necesario el proveer de las condiciones para la generación de nuevas oportunidades en todos los ámbitos de la vida, lo que es una exigencia ineludible para nuestras autoridades, pues el “dar” debe ser proyectado desde la óptica de que estas mismas nuevas oportunidades también encierran obligaciones de solidaridad… Mejores oportunidades económicas por ejemplo son también nuevas posibilidades para ayudar a los demás, para dar más empleo, para ser más fraternos y para vivir como auténticos hermanos dispuestos a compartir. Las oportunidades deben ser una provocación para que todos juntos colaboremos al desarrollo de un Chile mejor. Esto es una variable que no podemos soslayar, porque muchas veces el desarrollo conlleva el individualismo creciente que cierra el espacio a la familia, a la mirada de bien común, a la ineludible solidaridad, a la empatía viva con los problemas del otro, encerrando a las personas en circuitos narcisistas que esclavizan progresivamente al hombre.
5. Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 10). La violencia nunca será el camino para solucionar nuestras diferencias. Toda forma de agresión, por muy legítima que parezca, jamás será justificable entre hermanos. Por ello, el Señor, una y otra vez en las Escrituras, nos mueve a ser instrumentos de paz, generando las condiciones y posibilidades para que toda forma de violencia sea eliminada de nuestra vida nacional. Sin embargo, en este año, hemos sido testigos de situaciones que dañan fuertemente la convivencia en Chile y atentan contra la paz: los dolorosos hechos de la Araucanía, que enfrentan a hermanos de un mismo país; los artefactos explosivos promovidos por una minoría delictual; la agresividad en espectáculos deportivos que le roba a la familia la posibilidad del entretenimiento sano; la intolerancia que se manifiesta en la inusitada agresividad evidenciada en las redes sociales; la violencia verbal que descalifica al otro porque piensa distinto, y que muchas veces se ha tomado la tribuna política; la intolerancia entre algunos actores sociales, incapaces de aceptar la crítica y el cuestionamiento respetuoso; la descalificación del otro que genera modelos de acción que no ayudan a la paz social ni a una autentica amistad cívica. En fin…, estos y otros hechos son brotes de violencia que contravienen la voluntad del Creador y, frente a las cuales, quienes profesamos la fe en el único Dios y los hombres y mujeres de buena voluntad, no podemos permanecer indiferentes.
Volvemos a afirmar: la violencia, en cualquiera de sus formas, engendra odio y daña hondamente el alma de Chile. Todos los actores sociales tenemos la certeza de que la paz es posible, porque el Señor ha vencido al mundo haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (Col 1, 20); y tenemos una responsabilidad ineludible siendo proactivos en la creación de espacios de encuentro, también en ser ejemplares en el trato y en el respeto que nos debemos.
6. Porque Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14) “la Iglesia proclama el evangelio de la paz y está abierta a colaborar con todas las autoridades para cuidar este bien universal” (EG 239). Un servicio a la paz es la capacidad de construir grandes acuerdos en favor del bien común, que nos ayuden a caminar juntos, reconociendo y respetando nuestras diferencias pero, al mismo tiempo, siendo capaces de engendrar una sociedad marcada por la tolerancia. Temas tan relevantes como la reforma educacional, por ejemplo, nos exigen una gran capacidad de diálogo, de escucha, de respeto, por cuanto no sólo implica la aplicación de un programa sino la articulación de una propuesta con las sensibilidades y derechos de los diferentes actores sociales del país, que reconocen en este ámbito un elemento esencial de sus vidas. Al mismo tiempo sabemos que la amistad cívica y el necesario respeto de “la familia de Dios” (Ef. 2, 11- 19), son condiciones de posibilidad para un país que aspira a ser desarrollado, no solo en lo económico sino también en el modo como nos relacionamos.
7. Las bienaventuranzas nos comprometen con la felicidad de todos y especialmente de los más débiles. Como señala el Papa Francisco, entre éstos están “los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quieren negar su dignidad humana”. Hoy vemos con preocupación cómo la verdad sobre la vida humana y la familia se ponen en cuestión… Los creyentes jamás podremos soslayar que la promoción y defensa de la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, no es por un afán meramente religioso, ideológico o de otro orden, sino que es un clamor de humanidad que brota de la misma naturaleza. Como enseña el mismo Papa Francisco, “la 'cultura del descarte', que hoy esclaviza los corazones y las mentes de muchos, tiene un costo muy alto: requiere que se eliminen seres humanos, sobre todo si son físicamente y socialmente más débiles. Nuestra respuesta a esta mentalidad es un 'sí' decidido y sin vacilaciones a la vida. El primer derecho de la persona humana es su vida”.
8. La familia, sustentada en el matrimonio, es un bien social al cual debemos proteger. Hoy, así como vemos con profunda alegría la valoración positiva que los chilenos tienen de la familia, constatamos paradójicamente que la institución del matrimonio y de la familia aparecen cuestionada, deteriorada y, en muchos casos olvidada por causa de un individualismo galopante.
La inmensa cantidad de niños nacidos fuera del matrimonio es una voz de alerta grave. Sin embargo, esta coyuntura cultural no nos puede hacer olvidar que el matrimonio, entre un hombre y una mujer, es un designio de Dios, que está unido al acto creador y que es un bien social que debemos cuidar. La familia es un verdadero santuario de amor donde se forjan las relaciones humanas, las nuevas generaciones, es el hábitat afectivo natural y el lugar donde se reciben los más sagrados tesoros humanos. Al mismo tiempo, los preocupantes índices que evidencian una disminución alarmante de la natalidad, de las más bajas de Latinoamérica, nos interpelan como sociedad a elaborar nuevos incentivos y políticas para favorecer el crecimiento demográfico. Nosotros, con la experiencia de otros, hemos de aprender y no cometer los mismos errores. Sin titubear nos atrevemos a afirmar que en el bien de las familias está el bien futuro de Chile.
9. Queridos hermanos, la auténtica felicidad nace del corazón que descubre el sentido a su vida. Ser bienaventurados no significa ausencia de sufrimientos y dolores sino implica que, más allá de las experiencias en las que nos veamos involucrados, comprendemos que la vida tiene sentido y que Dios conduce la historia. Por eso, las bienaventuranzas no sólo son un camino de humanidad para todos, sino que focalizan nuestra mirada en la trascendencia, en Dios que explica las raíces culturales cristianas más hondas de esta Patria y de toda nuestra vida. Le pido de corazón a la Virgen del Carmen, nuestra patrona, que custodie el alma de Chile y nos guíe a ser una tierra donde sus habitantes hagan de las bienaventuranzas, la norma de la vida. AMEN.
Pbro. José Américo Vidal
Pro Vicario Pastoral
Obispado de Osorno