Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias
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Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias

Fecha: Jueves 18 de Septiembre de 2014
Pais: Chile
Ciudad: Melipilla
Autor: Mons. Cristián Contreras Villarroel

Te Deum Catedral de Melipilla
Melipilla, jueves 18 de septiembre de 2014
Evangelio: San Marcos 6, 30-44


Vestidos de gala


Hoy se viste de fiesta nuestra Patria y cada uno de nosotros saca a relucir sus mejores galas para celebrar los inicios de nuestra Independencia Nacional. Desde el norte ariqueño, pasando por Santiago -ciudad capital donde se reúnen las autoridades nacionales- hasta nuestro sur polar, flamean las banderas, desfilan los uniformados y las organizaciones civiles, las fondas abren sus puertas para brindar y bailar. Así lo hacemos también en esta ciudad, corazón de la diócesis y cabeza de esta Provincia de Melipilla.

Primer Te Deum


Saludo con el mayor afecto a las autoridades presentes y les dedico de corazón este primer Te Deum que tengo el honor de presidir como obispo diocesano. Puedo asegurarles que todos y cada uno de los habitantes de esta Provincia, mujeres y varones, niños, jóvenes y ancianos tienen su lugar en esta Iglesia de Melipilla que hoy nos acoge en su catedral. En ella el lugar de honor está reservado a los enfermos, a las personas que padecen alguna forma de discapacidad, así como a los que sufren las mayores pobrezas materiales y del alma, y los que se sienten olvidados por la sociedad. Es a ellos a quienes todos debemos servir, especialmente los que estamos constituidos en autoridad. Esa es la voluntad de Jesús que de palabra y obra nos enseña a ponernos de rodillas ante los más necesitados. Es el sello de su mandamiento nuevo “ámense como Yo los he amado”.

18 siempre nuevo


Cada día de fiesta, por más que repitamos los mismos ritos, siempre trae consigo alguna novedad: hechos impactantes, recuerdos conmovedores, memoria de nuestros seres queridos fallecidos, preguntas existenciales o simplemente el hecho de que estamos un año más viejos. Entre nosotros la novedad más evidente es el rostro de las nuevas autoridades civiles y el de este servidor obispo, así como el rostro querido del Papa Francisco que aporta aires nuevos para evangelizar. Pero también es nueva la situación del país, convocado a cambios muy profundos y, por tanto, discutidos, así como los conflictos de una humanidad que no logra convivir en paz y que enfrenta y ha enfrentado momentos de gravísima tensión. Esos son los titulares. Pero, ¿qué pasa en el corazón de la gente, de nosotros, los habitantes de este mundo? ¿qué nos pasa en el corazón de una familia con la repentina cesantía de sus padres? ¿qué pasa en el corazón de los más pobres que siguen esperando? ¿qué nos pasa en Chile cuando nos informan de un nuevo bombazo?¿qué pasa en el mundo y en el corazón de los niños que se ven obligados a vivir huyendo o jugando con restos de bombas y morteros? Es decir, ¿qué pasa por el corazón de esta humanidad herida y expectante?

No a la indiferencia


Es posible que tengamos respuestas muy variadas y que, mientras algunos miran con cierta aprensión el futuro inmediato, otros piensen que estas situaciones son parte de la vida o tengan fácil solución. Pero, lo que no podemos permitirnos es la indiferencia o peor, el “¿y a mi qué?” denunciado por el Papa Francisco, al recordar el centenario de la primera guerra mundial.

En este sentido, el Evangelio que hemos proclamado nos enseña una actitud diametralmente opuesta. Este nos habla de un pueblo anhelante que busca una respuesta a sus vidas y a sus necesidades más imperiosas. Tanto es así que no le dan tiempo a Jesús ni a sus discípulos ni siquiera para almorzar. O en este caso, cuando deciden partir de retiro, basta con que alguien los divise en la lejanía para que corra la noticia, y la gente se vaya aglomerando junto al lago. Es mucho lo que han recibido de Jesús. Nunca nadie había hablado con tanta autoridad. Nunca nadie los había amado como el Señor. Por eso la atracción por su persona crece en el corazón de esos pueblos que no quieren dejarlo partir. Así se van reuniendo hasta formar una muchedumbre de más de cinco mil varones, sin contar las mujeres y los niños, que aguardan a que Jesús salga del lago.

El Señor Jesús comparte la pasión del otro



Entonces sucede lo más importante: el Señor Jesús “sintió una enorme compasión porque eran como ovejas sin pastor”. Para algunos la palabra “compasión” es una palabra que ha perdido su sentido. Es como mirar en menos al que sufre. Sin embargo, la compasión indica el amor entrañable, el que conmueve las vísceras, el que siente un papá o una mamá ante un hijo grave cuando la preocupación y la pena le agrietan el corazón. Es un atributo propio de nuestro Padre Dios, compasivo y misericordioso, el mismo que siente Jesús ante los enfermos, los leprosos, los excluidos o como ante la viuda de Naím que lleva a enterrar a su hijo adolescente. No es un mero sentimiento. Es un temblor profundo como cuando a uno se le remece el alma.

Jesús deja, entonces de lado sus planes y se pone a hacer lo que sabe: impone las manos, ofrece su cariño, sana a los enfermos, se deja tocar y se hace uno con esa humanidad doliente para ofrecerle su palabra de consuelo basada en la verdad; palabra de esperanza basada en las promesas de Dios a su pueblo; palabras que no engañan ni decepcionan.

Los discípulos de Jesús se preocupan. Se hace tarde. Están en despoblado. Lo mejor es despedir a la gente para que ellos se vayan a buscar su pan a los campos y las aldeas cercanas. En buen castellano: “que se vayan luego y se las arreglen como puedan. Lo que es nosotros, ya hemos hecho lo suficiente”. Nuevamente Jesús los sorprende: la situación de la gente no le es ajena. Sigue conmovido porque no tienen pastor. Y el pastor no abandona a sus ovejas. Por eso la respuesta: “denles Ustedes de comer”. E inmediatamente el sentido práctico: “¿cuántos panes tienen? Vayan a ver”.

La ofrenda de un niño


El evangelista San Marcos, maestro del suspenso en sus relatos, anota un detalle que aumenta la desproporción. Se trata de un niño, que tiene cinco pancitos y dos pececitos que los pone a su disposición. Es un gesto ingenuo, cándido y honrado, propio de un niño que no entiende lo que pasa… O sea, la situación real es imposible de satisfacer. Sin embargo, ya sabemos como sigue la historia: que se sienten, que se ordenen y en un gesto muy propio de Jesús como en la Eucaristía, el Señor bendice al Padre y se pone a partir y a compartir. Y ya hemos aprendido que cuando se comparte, aún lo poco, alcanza y sobra. Es la lógica que nosotros y el mundo en que vivimos no hemos logrado aprender. Nosotros pensamos que hoy tenemos que asegurar lo que tenemos y preocuparnos de los más cercanos. “La caridad comienza por casa”, decimos para excusarnos y normalmente sólo compartimos el sobrante.

Regresemos del lago Tiberíades al lago Rapel; de Cafarnaúm a Melipilla; regresemos con la gente de aquellos pequeños poblados que recorría Jesús a Puangue, a Chocalán, a Popeta, a Alhué, o bien, a San Antonio, Cartagena, El Tabo, San Sebastián y Lo Abarca; a Pomaire, Curacaví y María Pinto; a Peñaflor y Malloco; a El Monte o Talagante, por citar algunas de nuestras comunas y poblados. Miremos con atención a los rostros de sus habitantes, hermanos y hermanas nuestras, y penetremos con todo respeto en su corazón. ¿Qué es lo que más sienten? ¿Qué es lo que más anhelan? ¿Qué es lo que más necesitan? Escuchemos y volvamos a escuchar. Y lo primero que necesitan ellos y, nosotros también, es el respeto, el ser considerados, el ser tomados en cuenta… Sólo que ahora, la presencia de Jesús está encarnada en esta Iglesia, en este Pueblo de Dios de Melipilla y somos todos nosotros, acompañados por el Pastor, los que no podemos dejar que la gente humilde y sencilla se sienta como ovejas sin pastor.

Autoridades con olor a ovejas


Sacerdotes con olor a ovejas, dice el Papa Francisco. Podemos agregar: diáconos permanentes y sus esposas con olor a ovejas, ministros laicos y animadores con olor a ovejas, comunidades con olor a oveja. Y en primer lugar, obispo y autoridades provinciales y regionales con olor a oveja. Es decir, una comunidad de servicio en que la gente reconozca el rostro y las actitudes de Jesús.

Tendremos que detener nuestra marcha por un instante y escucharemos la voz de Jesús: “denle Ustedes de comer”

1. Como consagrados, nuestro primer regalo es dar el alimento de la Palabra de Dios, la Eucaristía, y el perdón sacramental, animando la caridad fraterna.

2. También el alimento de defender y promover la vida de cada ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural. El buen pastor, es decir, toda persona constituida en autoridad, debe poner mucha atención a las ideologías que promueven el aborto y la eutanasia.

3. Alimentar a la familia basada en el matrimonio entre varón y mujer, y en el acompañamiento de las diversas realidades familiares, especialmente de aquellas donde la mujer asume sola su situación familiar, sacando adelante a sus hijos.

4. Alimentar la confianza en medio de la desconfianza, el aprendernos a escuchar en vez de denostar, desterrando de nuestra convivencia hasta la sombra de la violencia verbal.

La democracia y las autoridades


Profundizar la democracia es desafío de todos, pero eso no es posible si no surge de un corazón acogedor y veraz, sediento de justicia y hambriento de fraternidad.

Todas las personas constituidas en autoridad, participan de la vocación de entrega a los demás, y han recibido del pueblo una delegación para ejercer un poder que ha de estar dispuesto, en primer lugar, para promover integralmente a los más postergados del desarrollo, potenciando desde un rol subsidiario los destinos de cada chileno y también de los miles de hermanos inmigrantes que hoy también ayudan en el trabajo de nuestra tierra y de nuestros mares, así como en la atención de muchos hogares.

Así como Jesús sintió compasión de la muchedumbre, porque los vio perdidos como ovejas sin pastor, los que estamos constituidos en autoridad en nuestra Patria, haremos muy bien en renovarnos una y otra vez en el empeño de sentir con el pueblo sufriente, no sólo como una manera de informarnos objetivamente acerca de sus necesidades, sino también para apasionarnos por sus anhelos de una vida mejor. La autoridad civil, gubernamental, edilicia, parlamentaria, sindical, regional, es un modo de servicio, y hoy damos gracias a Dios por todos aquellos que la ejercen denodadamente volcados hacia los demás. Cada uno de ellos practica en cierto modo el pastoreo. Hagámoslo como Jesús, “Jefe que da la vida”, Buen Pastor que siente con la pasión de las muchedumbres. Así sea

+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla

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