Caminemos a la luz del Señor
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Caminemos a la luz del Señor

Textos bíblicos: Is 2, 2-5; Lc 7, 18-22; Ps 125

Fecha: Jueves 18 de Septiembre de 2014
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Ricardo Ezzati Andrello, sdb

Una nueva página de nuestra historia se abre cada vez que se inaugura un nuevo Gobierno, se renueva el Parlamento y otras instituciones del Estado. Así hemos avanzado, entre luces y sombras, desde la primera Junta Nacional en que se inauguró el libro de nuestra independencia hasta este primer Te Deum del nuevo gobierno de la Presidenta Bachelet.

1. Nuestras convicciones y esperanzas

1. 1. En la persona y enseñanza de Jesús
Este es un momento señero para levantar la mirada y para meditar sobre nuestras convicciones y esperanzas y ponerlas en común. ¿Qué es lo que esperamos de este tiempo? ¿Cuál es el anhelo más profundo de Chile?

Para quienes creemos y esperamos en Jesús, los signos de nuestra convicción y de nuestra esperanza son muy claros: son los que vieron los discípulos de Juan Bautista cuando fueron a verificar sus esperanzas: "los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia." (Lc. 7,22). Es lo propio de un Dios que entra en el corazón de la humanidad para levantarla y redimirla, privilegiando siempre a sus hijos más desvalidos.

Por esa razón debiésemos tener una especial sensibilidad por los leprosos, es decir, por los excluidos y los marginados de cada tiempo, así como por los pobres y las nuevas formas de pobreza que se verifican entre los ancianos, los migrantes y tantos otros, invisibles a los ojos de la sociedad, como quienes padecen tantas formas de discapacidad, abandono o de un vacío del cual tratan de huir. En su servicio se juega nuestra fe y nuestras esperanzas y nuestra capacidad de solidaridad.

1.2. En nuestra historia patria

Y volviendo la mirada a nuestra historia, que es otra fuente de convicciones y esperanzas por ser el espacio donde construimos nuestra convivencia, a veces difícil, basada en el derecho, en la justicia y en el servicio a los más desposeídos, no hay que olvidar otros volúmenes que fueron escritos con la vida y las gestas de quienes nos antecedieron. Ahí están los pueblos originarios que nos han heredado una singular riqueza cultural. También la de quienes llegaron desde el viejo continente en espíritu de conquista y deseos de establecerse en las tierras de la Nueva Extremadura. Ambos nos marcaron con su dignidad y su bravura.

Desde entonces fue creciendo nuestra historia con variados aportes culturales de migraciones, que han dejado su huella en nuestra fe cristiana así como en la cultura, la enseñanza, la empresa, la agricultura, las artes. Gentes esforzadas que llegaron a Chile, a veces, en precarias condiciones económicas y supieron establecerse y desarrollarse en esta tierra de acogida. A ellos se suma el intercambio más permanente entre chilenos y argentinos que van y vienen de acuerdo a los azares de cada historia. Hoy nuestra tierra ha atraído a nuevos invitados a la mesa de todos, especialmente desde el lejano y el medio Oriente, y desde países cercanos, como Bolivia, el Perú, Colombia, Haití, y a un rosario de rostros llegados de diversos continentes. Más razón para brindar una acogida digna y cálida a los inmigrantes, verificando "como quieren en Chile al amigo cuando es forastero…".

La globalización, la movilidad humana, la facilidad de los desplazamientos, el turismo y la misma civilización digital, nos han ido enriqueciendo y desafiando con diversos aportes culturales, nuevas costumbres y maneras de pensar. Además, nos hemos hecho más conscientes de la riqueza multiétnica y cultural al interior del país, y no sólo del mundo mapuche, pascuense y aymara. Nos equivocamos cuando pensamos a Chile de manera unívoca o creemos que lo real es sólo lo que existe en los Medios de Comunicación o en las redes sociales. No es así. Eso se descubre recorriendo el país y compartiendo con sus habitantes. Hay entre nosotros muchas diferencias enriquecedoras, así como otras que hay que erradicar por ser producto de injusticia, de falta de oportunidades o de un centralismo endémico.

1.3. En medio de una historia agitada

Por otra parte, Chile no es un pueblo aislado del mundo, aunque a veces tengamos una mirada demasiado centrípeta. Una sociedad globalizada puede ser fuente de enormes bendiciones para la humanidad y nos ayuda a comprender que, como hijos e hijas de Dios, compartimos la tierra como hogar común.

Pero también basta aguzar la mirada, comenzando por nuestra América llamada a ser "la Patria Grande", como por otras regiones que en estos tiempos se desangran en luchas siempre fratricidas. Cada semana hay miles de muertos como resultado de la intolerancia, de deudas históricas y faltas de justicia. La humanidad -ha recordado el Papa Francisco- "no ha aprendido todavía que la guerra es una locura" (14.09.2014). Con él, nosotros también levantamos nuestra voz para gritar: "Basta ya". Son demasiados los excluidos! Hay más de cien mil desplazados en lrak, siguen muriendo africanos empobrecidos que sueñan un futuro lejos de casa, niños migrantes en los Estados Unidos, niñas rehenes de Boko Haram y, en pleno siglo XXI, torturas inauditas, comercio de órganos, tráficos de mujeres y de niños. Una verdadera esclavitud. Todo eso nos habla de una humanidad perpleja que no encuentra maneras de convivir en paz y de un quiebre cultural en occidente y también en medio oriente, que nos lleva a vivir sumergidos en el miedo, en medio de guerras y revoluciones devastadoras.

También en nuestra convivencia han brotado signos de preocupación: el narcotráfico que envenena el alma y las vidas de tantos jóvenes, la violencia de las bombas que producen inseguridad y temores, los tiroteos en nuestras poblaciones, los asaltos y los robos...
Nuestro dolor e indignación busca esperanza en las palabras del profeta: "al final de los tiempos estará firme el monte de la Casa del Señor. Él será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas. No alzará la mano pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra" (Is. 2, 1.4).

Y esta esperanza, lejos de ser una ilusión, se puede cumplir en la medida en que aprendamos a hacer silencio para escuchar la Voz de Dios que habla en lo íntimo de la conciencia de cada uno de nosotros, creyentes y no creyentes. Allí anidan los potentes deseos de paz que grita nuestro corazón y que acalla el rugido de las armas y de la violencia.

2. Una nueva convivencia, más acogedora, más inclusiva, más integradora

Por esta razón, esta nueva página de la historia Patria demanda de nosotros una forma también nueva de convivencia: más acogedora, más inclusiva, más integradora, que destierre la desconfianza y el miedo. Una manera más participativa de resolver los desafíos actuales, que permita el diálogo y llegar a una convivencia entre todos con la dignidad que Dios nos ha dado y procurando, también entre todos, una vida más plena, más amable, más grata.

Para ello se requiere un empeño activo y no violento para desterrar aquellas realidades intolerables que, con razón, nos tensionan. Es intolerable que en un mismo suelo haya ciudadanos de primera, de segunda, y a veces de tercera. Eso no es de Dios. Es intolerable que seamos incapaces de derrotar la pobreza extrema y que los pobres sigan esperando. Eso no es de Dios. Es intolerable que no nos apliquemos a dignificar la vida de cada familia, aspiración sentida y buscada, especialmente por los jóvenes. Eso no es de Dios. ¿Cómo es posible que una gran mayoría de padres y madres de familia deban invertir entre dos y cuatro horas de su tiempo, diariamente, en desplazarse de su hogar al lugar de trabajo, en vez de invertirlo en descanso y trato con sus hijos? ¿Cómo es posible que en la enfermedad los más pobres no tengan acceso a una salud digna, expedita y eficaz? ¿Cómo es posible que en nuestra sociedad sigamos discriminando a mujeres, a niños, a indígenas, y a personas pertenecientes a otras minorías? ¡Ciertamente todo esto no es de Dios! Como tampoco es de Dios que 700.000 mil jóvenes ni estudien ni trabajen. No es de Dios que no logremos una educación de calidad para los niños y jóvenes de nuestra Patria, superando la mera información con una formación integral, ofreciéndoles, al mismo tiempo alas para volar alto y raíces profundas para no perder el norte.

La Iglesia que, siguiendo las huellas de su Maestro, ha sido pionera en Chile en educación y en salud, en dar albergue a los enfermos y desamparados; la que en nuestra historia ha sido defensora y promotora de los derechos humanos desde los tiempos coloniales; la que hoy sirve con decenas de hogares de ancianos, de menores vulnerados y otros también para personas que padecen discapacidades mentales; la Iglesia que está al servicio de las familias que quieren educar a sus hijos desde el mensaje del Evangelio y que con diversas iniciativas acoge a los migrantes, acompaña a los presos, socorre a los últimos, esta Iglesia tantas veces criticada, y con razón, por nuestros errores y pecados, que hemos reconocido y por los cuales hemos pedido perdón con humildad..., esta Iglesia, tiene mucho que ofrecer para el presente y el futuro del país. Así también los hermanos de otras confesiones cristianas o religiosas con quienes concelebramos el Te Deum.

Pero para eso, no podemos abdicar de la savia solidaria del Evangelio de Jesucristo que nos urge a defender la vida, la familia y a ofrecer una educación integral a las generaciones más jóvenes.

Propiciamos el Evangelio de la Vida, desde la concepción de una persona hasta su muerte natural y durante todo el trascurso de su existencia, así como la de quienes han nacido en condiciones de pobreza inhumana o con alguna discapacidad física o mental. Y somos firmes defensores del amor conyugal y de la familia, fundada en el Matrimonio, como la célula constitutiva de la sociedad, ante las diversas formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea. Queremos promover el diálogo fraterno y sincero así como las diversas formas de asociatividad, convencidos de que hemos sido creados para vivir en comunión y que la sociedad civil y las instituciones sociales tienen mucho que aportar a nuestra convivencia. En síntesis, queremos contribuir decididamente a la felicidad y a la paz de los chilenos y chilenas, sin distinción alguna de raza, de credo o de condición social.

En estos temas aparecen obviamente nuestros distintos puntos de vista que debiésemos expresar y sopesar como aportes responsables al debate y no como posiciones cerradas y beligerantes. Para ello creo que todos debemos aprender a hacer silencio para escuchar al otro. Hay que cuidar no sólo el lenguaje sino nuestra tendencia a ser intransigentes. Necesitamos aprender a conversar y a debatir, venciendo la idea obsoleta de considerarnos enemigos en vez de leales adversarios en busca del bien común. No puede ser que pasemos de la discusión a la exigencia, de la exigencia a la toma, de la toma a la ocupación "hasta las últimas consecuencias". En un clima de diálogo, la movilización social, especialmente la de los jóvenes -que valoramos- no tiene por qué recurrir a la violencia para vocear sus causas. La confianza supone tratar a los otros con ese grado de fe que permite crecer en los acuerdos compartiendo sueños y proyectos de bien común.

En esta materia todos debemos dar pasos nuevos. De manera especial quienes compartimos el mensaje de Cristo que invita a ser “una Iglesia en salida”, que acoge, que se involucra, y se distingue por su actitud de servicio. Una Iglesia con “olor a Evangelio”, preocupada por la persona humana concreta, singular, especialmente de aquellas que sufren injusticia o viven en lo que el Papa llama "periferias sociales y existenciales". Todos nosotros, creyentes y no creyentes, necesitamos pasar de la indiferencia al involucramiento, de la tolerancia al respeto, del respeto al mutuo aprendizaje, de la desconfianza al yo te creo, del yo te creo a reconocerte como hermano, como hermana, o al menos como colaborador de un “proyecto país” en aras del bien común.

3. Un gran “propósito nacional"

En otros tiempos de nuestra historia, tuvimos la cordura de meditar sobre el "alma de Chile" y agruparnos en torno a valores fundamentales. En tiempos en que no se vislumbraba una salida pacífica al Régimen Autoritario, un grupo de laicos de diferentes horizontes políticos tuvieron la audacia de postergar algunas expectativas, justas y loables, para concentrarse en lo esencial. Fueron los firmantes del "Acuerdo Nacional para la Transición a una plena democracia". En uno y otro caso, hubo quienes no quisieron escuchar o simplemente no firmaron. Eso siempre ocurrirá y no es para dar un paso atrás.
¿Será muy ingenuo pensar en convocar a un gran PROPÓSITO NACIONAL, basado en el Diálogo Social, concebido como un decisivo pilar para avanzar y concretar una nueva cultura de "proyecto país" que permita unirnos en torno a los principales desafíos y oportunidades que enfrentamos, para humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile? Un propósito que tenga sus bases en lo esencial que es común a todos nosotros como, por ejemplo,

- La dignidad de la persona humana, que es "uno de los grandes valores que orienta nuestra vida personal y social... que permite tratar al ser humano con sumo respeto desde su origen hasta la muerte…; en una cultura donde no se nos valore por las competencias y el dinero; que nos obliga a integrar al marginado, a cuidar del enfermo, a tener proximidad real con el pobre y a volvernos respetuosamente hacia nuestros hermanos de los pueblos originarios de nuestra patria" (Cf. Humanizar y Compartir con equidad el Desarrollo de Chile, pag. 39-42).

- La Justicia social, la equidad, la igualdad de oportunidades, el acceso de todos los chilenos, especialmente de los más pobres, a los bienes esenciales: la salud, la educación, la vivienda, el trabajo decente: un llamado a desarrollar la actividad empresarial y laboral bajo los valores y principios de rechazar los abusos y escándalos efectuados por personas inescrupulosas que, sin límite anteponen su interés personal al de la sociedad, afectando gravemente a personas y comunidades, deteriorando confianza y prestigio de tantos otros que ejercen sus responsabilidades con apego a marcos éticos y valores. El trabajo exige un trato y condiciones dignas en toda relación laboral; remuneraciones suficientes que les permita a los trabajadores desarrollar dignamente su vida personal y familiar. El trabajo, tan esencial en nuestra vida, no puede ser jamás una mera mercancía que se transa en el mercado.

- El respeto y la valoración de nuestra diversidad, subrayando la enorme riqueza que reside en nuestras diferencias. El respeto de las creencias, de los valores, de los pueblos originarios, de las opciones de vida, debe ser una norma de nuestra convivencia. Ellos son nuestros hermanos y hermanas que tienen derecho a expresar, desde su perspectiva, el mensaje de amor, respeto, igualdad y paz que ofrece el Evangelio. Es urgente marcar un camino que permita avanzar decididamente hacia la paz social, especialmente en La Araucanía, cuyo conflicto se arrastra por demasiados años cobrando víctimas y retrasando el desarrollo.

- El diálogo y la generosidad, fomentando nuestra capacidad de empatía y de humildad, de inclusión, tratando de liberarnos de los prejuicios e intolerancias que nos impiden ver al otro como es. Es decir, volver a construir una sociedad de confianza, en donde seamos capaces de construir juntos grandes acuerdos, a pesar de posturas distintas. De esta manera podrá renovarse nuestra democracia, para abrir paso a instituciones más transparentes, más eficientes y mejor conectadas con las necesidades de los ciudadanos del siglo XXI. Volver a fortalecer a la ciudadanía, apoyar a los sindicatos, las organizaciones sociales, las juntas de vecinos, los clubes deportivos, las asociaciones de jóvenes. Fortalecer la sociedad civil, y dar paso a nuevas generaciones de políticos y servidores públicos.

Me asiste la convicción de que estos propósitos tan sustantivos son compartidos por muchos chilenos, especialmente de quienes tienen y tenemos encargos de autoridad, de representación, de servicio. También por quienes trabajan en los Medios de Comunicación que pueden dar un vuelco, pasando de un estilo más bien confrontacional, a uno de encuentro y comunión.

En lo personal, y seguro de representar a mis hermanos de diversas Iglesias y comunidades cristianas, ofrezco mi compromiso y nuestra oración, además de bendecir por adelantado todo lo que hagamos para llevar a Chile a buen puerto en las aguas tan movidas de la historia. Jesús nos ha marcado el camino llevándonos a amar y servir sin condiciones, especialmente a los más pobres. Y la Madre de Jesús, a quien veneramos como Virgen del Carmen, ha dado ejemplo de servidora de los necesitados y nos ha ofrecido amparo en momentos de sufrimiento y de dolor.

Juntos nos unimos a la voz del profeta que habló a la "Casa de Jacob" para parafrasear sus palabras diciendo:

"¡Pueblo de Chile, ven, caminemos a la luz del Señor!"

+ Ricardo Card. Ezzati A., sdb
Arzobispo de Santiago
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