Textos Bíblicos:
1 Cor 15,1-11
Sal 117
Mt 20, 20-28
1.Nos congregamos, una vez más, en esta Iglesia Catedral, autoridades civiles y militares, invitados, representantes de organizaciones sociales y del voluntariado, ciudadanos y fieles cristianos, junto a ministros de las Iglesias Católica y Luterana así como de comunidades evangélicas, para celebrar un solemne Te Deum de acción de gracias por el 204° aniversario de la Primera Junta Nacional de Gobierno e inicio de nuestra Independencia como país. El antiguo himno Te Deum que se cantará, y que le da el nombre a esta celebración, expresa nuestro deber de dar gracias a Dios, Creador, Redentor y Santificador: “A Ti, oh Dios, te alabamos, a Ti Señor, te reconocemos. A Ti, eterno Padre, te venera toda la creación… Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria… Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo”. “Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad”. También el Salmo nos ayuda a agradecer: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
¿Cuál es el motivo de nuestra alabanza y acción de gracias? Los múltiples beneficios recibidos de nuestro Dios, en nuestra historia como nación, pero también en nuestra vida personal y familiar, en nuestro trabajo y compromiso social o religioso. Como decía el Cardenal Silva Henríquez, en su Testamento espiritual: “Mi país…es un país hermoso en su geografía y en su historia. Hermoso por sus montañas y sus mares, pero mucho más hermoso por su gente. El pueblo chileno es un pueblo muy noble, muy generoso y muy leal. Se merece lo mejor. A quienes tienen la vocación o responsabilidad de servicio público, les pido que sirvan a Chile, en sus hombres y mujeres, con especial dedicación a los más pobres. Cada ciudadano debe dar lo mejor de sí para que Chile no pierda nunca su vocación de justicia y libertad” (mayo, 1992).
2. Aprovecho de agradecer la presencia de todos ustedes en esta celebración y lo que cada uno –y la institución que representa- aporta a la construcción del país. Junto con agradecer, necesitamos también pedir perdón por nuestras deficiencias y, a la vez, suplicar la ayuda del Señor para que Chile sea cada día más un país de hermanos. Necesitamos tomar conciencia de los dones recibidos de Dios y del legado de quienes nos precedieron, pues podemos caer en el olvido del Creador o vivir como si no existiera, y también podemos caer en la soberbia de creer que todo comienza con nosotros. Ya hemos experimentado dolorosamente en la historia de Chile que la ideologización y la falta de diálogo y de amistad cívica, conducen a la división, al enfrentamiento y la lucha fratricida. Hay que reconocer que hay nubes que se ciernen y pueden oscurecer nuestra Patria, situaciones que dañan fuertemente la convivencia en Chile y atentan contra la paz, como por ejemplo: las reivindicaciones violentas en la Araucanía, los atentados terroristas por grupos anárquicos , el aumento del robo y la delincuencia con métodos cada vez más sofisticados, la red de narcotráfico y la proliferación de armas ilegales, la violencia entre bandas juveniles, la agresividad en los estadios, la intolerancia manifestada en las redes sociales, la incapacidad de aceptar las críticas o un cuestionamiento respetuoso, etc. Vuelven a resonar las palabras de san Juan Pablo II en su visita a nuestra Patria: “Chile tiene vocación de entendimiento, no de enfrentamiento”. La violencia, en cualquiera de sus formas, engendra más violencia y odio, y daña el alma nacional.
Un gran servicio a la paz es la capacidad de generar grandes acuerdos a favor del bien común, que nos ayuden a caminar juntos, reconociendo y respetando nuestras diferencias, pero a la vez, siendo capaces de construir una cultura del encuentro –como pide el Papa Francisco- y una sociedad más inclusiva y tolerante. Temas tan relevantes como la reforma educacional, por ejemplo, nos exigen una gran capacidad de diálogo, de escucha, respeto y valoración de los avances logrados en Chile en cobertura educacional desde el parvulario hasta la enseñanza superior, y el aporte de la educación particular –tanto gratuita como subvencionada- a niños y jóvenes de diversos estratos sociales. El derecho a la educación y la libertad de enseñanza confluyen en el sistema de provisión mixta que nos ha caracterizado desde hace muchos años, en los diversos niveles de la enseñanza. Una reforma que busca no sólo la gratuidad sino mejorar la calidad de la educación debe comprometer a los primeros educadores que son los padres de familia y a los profesores, pues es en la familia, en el aula y en el ambiente escolar donde se gesta la educación integral de niños y jóvenes, desarrollando sus capacidades y aptitudes, junto con la adquisición de valores humanos, morales y religiosos.
Nos preocupa que se ha instalado entre nosotros una cultura de los derechos sin sus correspondientes deberes, y esto desde la niñez. Hay que retomar la educación cívica y promover los grandes principios sociales de la dignidad y trascendencia de la persona humana, con sus derechos y deberes; la solidaridad y la subsidiariedad; el destino universal de los bienes y la búsqueda continua del bien común, por encima del bien individual. Por ejemplo, los ciudadanos tienen derecho a plantear sus demandas, a veces de larga data, pero no tienen derecho de pasar a llevar los derechos de los demás para hacer valer los suyos como está sucediendo cada vez más frecuentemente. Habrá que mejorar los organismos de representación, agilizar los conductos regulares, la descentralización y la presencia en terreno de las autoridades para prever los problemas y sus posibles soluciones. De lo contrario, se va afianzando la convicción de que los problemas o demandas se solucionan con medidas de fuerza o presión.
Urge también cuidar nuestro entorno natural y los recursos que el Creador nos otorgó para desarrollarlos con inteligencia, prudencia y sentido social. A muchos nos duele que lo más hermoso de Puerto Montt que es el borde costero y la vista al mar paulatinamente irá desapareciendo por las construcciones en altura sin limitaciones en la costanera de la ciudad regional. Aún es tiempo de que el nuevo Plan Regulador garantice una costanera cuyo incomparable paisaje pueda ser gozado por todos, sin impedimentos visuales, como lo planteó acertadamente el diario regional. Se debe pensar primero en los habitantes de Puerto Montt y en los turistas, que encuentran descanso en contemplar la apacible bahía marina que nos circunda, antes que en los beneficios económicos de inmobiliarias o locales comerciales.
El Evangelio que hemos proclamado es una radiografía de nosotros y del Señor. De nosotros, porque buscamos los primeros puestos como la madre de los hijos de Zebedeo, lo pedía a Jesús para sus hijos Santiago y Juan, o como lo hacen los poderosos de la tierra que dominan y oprimen a sus pueblos, según palabras de Jesús. “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea vuestro esclavo”. Es decir, el verdadero poder es el servicio. Como lo hizo el Señor que no vino para ser servido sino para servir, humillándose a sí mismo hasta la muerte de cruz, y ofrendando la vida, en obediencia al Padre, por la redención de todos. El es el Redentor que ofrece su vida como sacrificio vicario y expiatorio para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. También nosotros estamos llamados a servir, al prójimo y a nuestra patria, en lo grande y pequeño de cada día. Allí está nuestra verdadera felicidad, personal y colectiva.
3. Hay algunas realidades o valores hondamente arraigados en la nación cuyo debilitamiento nos preocupa porque se anuncian proyectos de leyes que los alterarían profundamente. Me refiero a la protección de la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural, la institución del matrimonio entre un hombre y una mujer, y la promoción de la familia, para que se acerque al ideal que la experiencia y la fe nos dictan como lo mejor para los hijos y padres.
Acogiendo la invitación de la Sra. Presidenta a debatir estos temas y respetando a los que piensan distinto, me parece pertinente en este Te Deum ecuménico referirme a la Carta suscrita el 03 de octubre de 2011 por los máximos representantes de la Iglesia Católica, Ortodoxa, Anglicana, Mesa ampliada de Organizaciones Evangélicas, y las Iglesias Metodista Pentecostal de Chile y Pentecostal Apostólica. En ella se declara “completamente improcedente que se legisle para introducir en nuestra patria el aborto, es decir, la facultad de poner fin a la vida humana en el seno materno. No existe ninguna razón que haga lícita una intervención directa con el propósito de privar de la vida al más inocente de todos los seres” (n. 3). Sabemos las situaciones difíciles que se plantean pero la solución es acompañar -afectiva, espiritual y profesionalmente- a las madres, como de hecho lo hacen personas e instituciones de las Iglesias, y ofrecer la posible adopción del hijo que no se quiere recibir. Afirma, también, dicha Carta, “que la Vida, el Matrimonio – constituido por la unión de un hombre y una mujer- y la Familia son el fundamento y base de la sociedad y es obligación del Estado promoverlas y evitar aquello que dificulte su desarrollo” (n. 1). Finalmente, rechaza “que se llegue a permitir el matrimonio y la adopción de niños y jóvenes por personas del mismo sexo unidas legalmente”. La mencionada Carta, pensando sólo en el bien de Chile, de sus hombres y mujeres, y especialmente de la juventud, solicita a las autoridades e integrantes de los poderes públicos considerar que “la ley es una ordenación social, moral y ética para todos, y no puede imponerse contrariando la naturaleza de las cosas y vulnerando el sentir mayoritario del país” (n. 7).
Las Iglesias colaboran con el desarrollo integral de los ciudadanos a través de la acción evangelizadora, educativa y social, y aportan al Estado y a la sociedad civil los valores humanos y cristianos sobre los cuales se fundó y creció la Patria chilena.
4. Entre esos valores está el sentido trascendente de la vida y la esperanza en la comunión con Dios de los seres humanos más allá de esta tierra. La primera lectura tomada de la carta de san Pablo a los corintios, redactada incluso antes de los evangelios, nos trae la Buena Nueva del valor salvífico de la muerte de Cristo “por nuestros pecados” y su resurrección para darnos vida nueva. La resurrección de Cristo es avalada por las numerosas apariciones del Señor resucitado a los apóstoles, a las mujeres, y al mismo Pablo, que dice: “en último término, se me apareció también a mí…que soy el menor de los apóstoles”. La Resurrección constituye la confirmación de todo lo que Cristo hizo, enseñó y sufrió. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles a la pura razón humana, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido (cf. Cat. Ig. Cat., 651). Ahora bien, la resurrección de Cristo es prenda y garantía de nuestra propia resurrección. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella” decía Tertuliano, ya en el siglo III. Esto es lo que predicamos y “esto es lo que habéis creído”, añade el apóstol. Esta es la piedra angular de la fe cristiana, el contenido de su esperanza más allá de esta vida; de allí brota el amor y la fuerza para luchar por un mundo mejor, más humano, justo, fraterno y abierto a la trascendencia.
5. Entremos ya –con fe y esperanza- en la segunda parte de este Te Deum: la oración universal, las ofrendas, el Padrenuestro y el saludo de la paz para culminar con el solemne Himno de alabanza. Después de la Bendición final, entonaremos el Himno Nacional y cantaremos a la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile. Ella está en el corazón de nuestro pueblo, de norte a sur y del mar a la cordillera.
+ Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt
18 de septiembre de 2014.