A través de una columna de opinión, el obispo de Temuco Héctor Vargas Bastidas se refiere respecto de algunos caminos de diálogo para humanizar el conflicto que se vive en la Araucanía.
A continuación se puede revisar el
texto de la columna publicada por el Periódico Encuentro del Arzobispado de Santiago del mes de octubre.
Es hora de sincerarnos: somos una sociedad multicultural
El surgimiento de los nuevos Estados, producto de las grandes guerras mundiales y de los procesos de descolonización -en muchas partes del planeta- armaron nuevos nexos entre lo geopolítico y los derechos colectivos. En particular, el espíritu demostrado por la Organización de las Naciones Unidas jugó un papel preponderante en los avances del universal respeto por la identidad nacional y una progresiva valorización de la diversidad cultural como aporte de todos los pueblos originarios y sociedades tradicionales, consensuando, que se deben respetar los derechos humanos del conjunto de todos ellos, lo que implica asumir sus derechos económicos, políticos y culturales.
Casi todos los actuales Estados existentes han incorporado estas nuevas consideraciones contemporáneas sobre los pueblos originarios como parte de su inserción jurídica, política y económica en un orden jurídico global, y transformándose así en un Estado valorado en el seno de una mancomunidad de naciones que respetan los principios básicos de un orden internacional.
A la luz de lo anterior, podemos declarar que la Araucanía enfrenta un grave conflicto, y que es el carácter político de un nuevo trato, que implica un respeto mutuo tanto del Estado liberal de Derecho como del estatuto consuetudinario de dichas naciones y pueblos. Ello sólo funciona cuando hay respeto y reconocimiento de las autoridades ancestrales y territoriales, cuando hay un reconocimiento compartido por la aplicación de su propia institucionalidad, como respecto de asuntos que les son propios, que les permitieran participar activamente en un Estado mayor y coexistir con sus ancestrales tradiciones y lenguas milenarias como reservorios colectivos y tradicionales.
En suma, la fractura política vivida en este último medio siglo de historia nacional no ha hecho más que potenciar y agravar el actual conflicto mayor con el pueblo Mapuche ya que el Estado chileno a la luz del actual marco jurídico internacional, no ha sido capaz de asumir plenamente y con franqueza las diversas deudas históricas con los pueblos originarios.
Por de pronto, debemos hacernos cargo de la forma en que el naciente Estado entró en relación sus pueblos originarios, afectando severamente sus territorios, identidad y estilo de vida, y específicamente con el pueblo mapuche. Esta situación hace necesario enfrentarla de un modo decidido e integral, ya que en la Araucanía seguimos constituyendo una sociedad fragmentada, dividida y herida, con una realidad sociológica muy diversa y de colectivos cerrados que no logran encontrarse, conocerse y dialogar, viviendo en una suerte de mundos e intereses paralelos.
En este sentido, el mal llamado “problema Mapuche” no tiene salida en la Araucanía sin considerar la relevante intervención, protagonismo y participación de todos sus habitantes sin excepciones. Por ello se trata de ganar la hegemonía y el liderazgo ante el Estado centralista, que ha mantenido relaciones homogeneizantes. Un liderazgo del que se espera, pueda articular la no violencia, el diálogo y la justicia. La actual creación de los Gobernadores Regionales, es un paso importante.
Hay que avanzar por dos líneas posibles: mediante instancias de diálogo profundo, sin exclusiones, o por la vía de la institucionalidad, pero hasta aquí el Estado y diversos Gobiernos no ha hecho la opción por ninguna de ellas. Lo peor es la paralización y la omisión. No podemos seguir parapetados defendiéndonos unos de otros. Se sabe que las grandes revoluciones y movimientos sociales violentos, se originaron cuando faltó la política, falló a atreverse a más democracia, o cuando la clase política se encapsuló y no fue capaz de adelantarse o de captar la realidad.
Está en juego no solo la institucionalidad del Estado, sino también la de los Pueblos Indígenas, y todo lo que incluye (cfr. Modelo neozelandés). Nos asiste la convicción que el Estado debe tomar esta acción política. Ha llegado la hora de transitar de la política de la tolerancia pasiva, hacia una de sinceramiento de lo que esta sociedad chilena objetivamente es: una sociedad multicultural, que no es monocolor como el Estado la creó en el siglo 19, que no corresponde a su verdadera identidad desde el punto de vista sociológico, y por lo tanto cultural y político.
Finalmente, decidimos que este es el momento de llamar a un proceso de diálogo que permita reparar y reconstruir las relaciones entre el pueblo Mapuche, la sociedad chilena y sus instituciones. Y es por eso que el pasado 27 de julio, los rectores y la rectora de las universidades de la Región, junto con sumarse con una gran disponibilidad, hicieron un llamado al diálogo como política de Estado.
Para iniciar a la brevedad este proceso, y que cumpla con estándares apropiados de transparencia, inclusión, neutralidad y experiencia, solicitamos al Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, colaborarnos en esta iniciativa, lo que implica a quienes vivimos en la Región, ponernos a disposición de este dialogo por la paz, para la búsqueda de transformaciones pacíficas de los problemas que afectan a estos territorios. Para ello hay que escuchar y entender.
Se requiere abrir los canales de participación para revertir la segregación política desde la institucionalidad. El actual proceso constituyente que inicia el país, es una gran oportunidad para un diálogo político que ayude a construir un marco jurídico institucional al respecto, que satisfaga los intereses de todas las partes.
Podemos empezar por no cometer los mismos errores que nos han traído hasta aquí: No seguir haciendo más de lo mismo. No seguir prometiendo cosas que no se cumplen, porque desde un principio hasta ahora, ha faltado voluntad política para lograrlo. Ellos sugieren empezar por lo más simple y por lo que requiere más tiempo: enseñarnos a escuchar. Aquí se necesitan muchas voces, muchas conversaciones e incluir a todos y todas.
Hay quienes piensan que estamos dictando una solución. Pero nuestro llamado no es una solución. Es una forma de que encontremos esas soluciones pero escuchándonos quienes vivimos aquí, sin exclusiones. El Centro Nansen dice que dialogar no significa aceptar lo que es injusto. Hablar con el otro no es igual a la claudicación de nuestros ideales o derechos. Tenemos muchos dolores en nuestra región. Por eso todas y todos en nuestra Región merecemos ser escuchados.Y eso debe ser ahora. ¿Si no es ahora, cuándo? ¿Cuándo sea demasiado tarde? En todo esto la homilía del Papa Francisco en Maquehue, constituye una verdadera profecía.
+ Héctor Vargas Bastidas sdb,
Obispo de San José de Temuco
Fuente: Periódico Encuentro
Santiago, 04-10-2021