«Ánimo. ¡Soy Yo! No tengan miedo» (Mt 14,27)
Fecha: Domingo 05 de Enero de 2014
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Conferencia Episcopal de Chile
Presentación
La barca continúa su viaje
Con renovada esperanza ponemos a disposición de toda nuestra Iglesia en Chile las Orientaciones Pastorales que los Obispos de la Conferencia Episcopal proponemos a nuestras comunidades para el período 2014-2020.
Nos alegra el proceso que hemos vivido para preparar estas Orientaciones. Fue una etapa marcada por la
segunda Asamblea Eclesial, instancia de comunión y participación eclesial que nos ha permitido cultivar el sano ejercicio del discernimiento, primero en las diócesis y luego en un fecundo encuentro de carácter nacional. De dicha Asamblea, este documento ha recogido los trabajos y conclusiones, su propia dinámica y metodología, el texto bíblico inspirador (Mt 14,22-33) y el lema que da el título a las Orientaciones:
“Una Iglesia que escucha, anuncia y sirve”.
En medio de las luces y sombras en la vida de nuestra Iglesia, entre los importantes acontecimientos que han acompañado este proceso, han sido especialmente relevantes el testimonio del papa Benedicto XVI y los contundentes mensajes y gestos de su sucesor, el papa Francisco.
Acogiendo una propuesta de la
II Asamblea Eclesial, el presente documento incorpora algunas particularidades respecto de las Orientaciones anteriores. Por una parte, hemos querido extender su período de vigencia de cuatro a seis años para favorecer los procesos e itinerarios de carácter nacional, así como los particulares de cada diócesis en sus propios planes y orientaciones. El período concluirá el año 2020, fecha especial en que conmemoraremos los 500 años de la primera eucaristía celebrada en suelo chileno, el 11 noviembre de 1520 en la costa del estrecho de Magallanes.
La otra innovación, vinculada a la primera, es que hemos optado por un texto más breve que pone su acento en los criterios y lineamientos de carácter general que los Obispos proponemos a la Iglesia en Chile para este período. Siguiendo la terminología del papa Francisco, diríamos que estas Orientaciones apuntan a la dimensión “paradigmática” de la misión permanente de la Iglesia.
A partir de estas Orientaciones y de su propia realidad social, cultural y eclesial, serán, pues, las diócesis y comunidades las llamadas a discernir los énfasis y prioridades particulares que en cada jurisdicción se estimarán más pertinentes, y la consecuente realización “programática” de esos desafíos específicos.
A las personas y comunidades que han contribuido en este proceso de discernimiento, especialmente a quienes iluminaron, animaron y proyectan la II Asamblea Eclesial y estas Orientaciones, expreso la especial gratitud de todo el Episcopado.
Y a todas las personas, con entusiasmo les invitamos a hacer suyo este documento, y a reflexionarlo en sus comunidades con los distintos recursos y subsidios que ponemos a su disposición en el portal web
www.iglesia.cl.
Siguiendo el texto inspirador de la Asamblea y de estas Orientaciones, damos gracias a Dios por esta carta de navegación que fraternalmente hemos construido a través del discernimiento comunitario, y que proponemos con humildad como un rumbo a emprender juntos desde esta barca del pueblo de Dios que todos y todas conformamos, al servicio de una sociedad más humanizada y más justa.
+ Ignacio Ducasse Medina
Obispo de Valdivia
Secretario General
Santiago, 5 de enero de 2014
Solemnidad de la Epifanía del Señor.
Texto inspirador – Mateo 14,22-33 (1)
De inmediato, Jesús obligó a los discípulos a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Una vez que la despidió, subió al monte a orar a solas. Al atardecer permanecía aún allí, Él solo. La barca estaba muy distante de tierra, sacudida por las olas, pues el viento era contrario. De madrugada Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar se asustaron y, llenos de miedo, gritaron: «¡Es un fantasma!». Enseguida Jesús les dijo: «¡Ánimo, soy Yo, no tengan miedo!». Pedro le respondió: «¡Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas!». Jesús le ordenó: «¡Ven!». Pedro bajó de la barca, caminó sobre las aguas y fue hacia Jesús, pero al sentir el viento se llenó de temor, comenzó a hundirse y gritó: «¡Señor, sálvame!». De inmediato Jesús extendió la mano, lo tomó y le reprochó: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca se postraron ante Él y le decían: «En verdad Tú eres el Hijo de Dios».
Introducción
1. En medio del oleaje a veces tormentoso que ha golpeado nuestra vida en estos años recientes, el Señor se ha hecho presente. Se ha acercado a nosotros para decirnos «¡Ánimo!, no tengan miedo». Y lo ha hecho de tal manera que, superado el temor, hemos podido volver a proclamar «En verdad, Tú eres el Hijo de Dios», con una fe fortalecida en la vivencia del dolor y la experiencia de la propia fragilidad y pecado.
2. Nuestro corazón guarda un recuerdo cariñoso y agradecido del papa Benedicto XVI; de su valentía espiritual para renunciar al ministerio petrino, reconociendo su falta de fuerzas para ejercer bien la tarea que le había sido confiada (2). Esta decisión, tomada en conciencia y ante Dios, nos ha conducido a la elección del papa Francisco y al inicio de un proceso de renovación eclesial que se encuentra en pleno desarrollo. El ministerio pastoral de este Papa nacido en tierras latinoamericanas nos está llenando de alegría y esperanza. Está siendo un soplo del Espíritu, que nos habla de la cercanía, la bondad, la compasión y la misericordia de Dios.
3. «Como Pastores, queremos animarles a seguir dándose por entero al Señor. Lo han hecho durante toda una vida y ni siquiera en las mayores tormentas han claudicado. Hoy nuestro corazón alberga una renovada esperanza. Junto a ustedes, estamos dispuestos a caminar en el gozo de nuestra vocación cristiana, seguros de la ternura del Padre y de su misericordia. Queremos caminar juntos, ser Iglesia de comunión y participación, en la que nadie está excluido, Iglesia misericordiosa que ratifica su compromiso de servir a las personas, especialmente a los pobres, sufrientes, marginados, y a quienes ha ofendido» (3).
4. Estas Orientaciones Pastorales son el resultado de un proceso de discernimiento pastoral, vivido como gozosa experiencia de comunión eclesial, que nos ha ayudado a reconocer mejor al Señor presente en medio de las sombras y vaivenes de nuestra realidad.
5. Queremos continuar la senda de fidelidad al Señor de todos aquellos que nos han precedido en el camino de la fe. Nos reconocemos unidos a santa Teresa de los Andes y san Alberto Hurtado; a la beata Laura Vicuña y al beato Ceferino Namuncurá. Pero más ampliamente a todos los creyentes anónimos que con su fidelidad de cada día dan vigor y credibilidad a nuestra experiencia cristiana. Nos reconocemos unidos a aquellos que «con la pasión de su amor a Jesucristo, han sido miembros activos y misioneros en su comunidad eclesial. Con valentía, han perseverado en la promoción de los derechos de las personas, fueron agudos en el discernimiento crítico de la realidad a la luz de la enseñanza social de la Iglesia y creíbles por el testimonio coherente de sus vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia y nos sentimos llamados a continuar con renovado ardor apostólico y misionero el estilo evangélico de vida que nos han trasmitido» (4).
I. Una Iglesia que escucha y contempla
Una comunidad que navega mar adentro
De inmediato, Jesús obligó a los discípulos a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Una vez que la despidió, subió al monte a orar a solas. Al atardecer permanecía aún allí, Él solo. La barca estaba muy distante de tierra, sacudida por las olas, pues el viento era contrario. De madrugada Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar se asustaron y, llenos de miedo, gritaron: «¡Es un fantasma!». Enseguida Jesús les dijo: «¡Ánimo, soy Yo, no tengan miedo!».
6. El texto bíblico que nos orienta puede ayudarnos a mirar con ojos de fe nuestra realidad actual. La fe nos ha embarcado en una travesía que por momentos ha resultado más complicada y exigente de lo que habíamos imaginado. En algunas ocasiones nos hemos sentido algo solos, como si el Señor estuviese demasiado distante de nuestras inquietudes cotidianas. Lejos de la seguridad de la orilla, en una barca sacudida por las olas y el viento, quizá hemos llegado a experimentar temor. A veces nos invade un cierto desconcierto, y no logramos reconocer al Señor de la Vida que camina a nuestro lado. Pero el Señor mismo viene a nuestro encuentro, para quitarnos los miedos, abrir nuestros ojos y ayudarnos a reconocerlo con claridad.
7. Al concluir sus ocho años de Pontificado, el papa Benedicto XVI hizo una mirada llena de fe hacia su tarea como Pastor universal, que nos puede servir de ayuda para mirar nuestra propia experiencia. Dice el Papa que aunque algunos momentos hayan sido difíciles, «siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya… Ésta ha sido y es una certeza que nada puede empañar» (5).
8. Mirando los años recientes en nuestro Chile, se nos vienen a la mente y al corazón una serie de imágenes sobre hechos que han impactado nuestra conciencia.
a. Recordamos el terremoto del 2010, y el empeño nacional por salvar a los 33 mineros atrapados en un túnel; fueron hechos que conmovieron el alma nacional y despertaron una ola de solidaridad.
b. La explosión de recuerdos con ocasión del 40º aniversario de los dolorosos acontecimientos vividos a partir del 11 de septiembre de 1973, han renovado nuestra conciencia sobre la importancia de construir un país con verdad, justicia y reconciliación.
c. Las variadas movilizaciones sociales han asentado en el país la conciencia de que es urgente avanzar en mayor equidad y justicia social. De modo especial en los ámbitos de la educación, la salud, las demandas regionales y medioambientales.
d. Ha crecido entre nosotros la conciencia de la injusta condición actual de los pueblos originarios, en especial del pueblo Mapuche.
e. Los episodios de discriminación violenta contra grupos minoritarios han puesto de manifiesto la necesidad de fortalecer una cultura de diálogo y respeto mutuo.
f. Nos conmueve constatar las variadas y dolorosas formas de discriminación que día a día sufren los adultos mayores y los jóvenes.
9. Volviendo la mirada a la vida de la Iglesia, recordamos algunos momentos especialmente significativos para nuestra experiencia de creyentes:
a. Nos han impresionado la honestidad espiritual del papa Benedicto XVI que lo ha llevado a renunciar, y la consecuente elección del papa Francisco.
b. Hemos recibido con gozo algunos textos eclesiales especialmente significativos: las encíclicas
Caritas in veritate de Benedicto XVI y
Lumen fidei de Francisco. Los sínodos episcopales sobre la «Palabra de Dios» y la «Nueva evangelización» han iluminado dimensiones fundamentales de nuestra tarea cristiana. Los resultados del primero están expresados en la exhortación apostólica
Verbum Domini de Benedicto XVI y los del segundo en la exhortación apostólica
Evangelii gaudium de Francisco.
c. La celebración del Año de la Fe, iluminado por el Motu proprio
Porta fidei, ha sido una gracia de Dios. La iniciativa del Atrio de los Gentiles entreabre interesantes caminos para el diálogo con los diversos mundos culturales.
d. El desafío de la Misión Continental (ver
Aparecida 551) nos interpela sobre la urgencia de fortalecer la conciencia de la permanente condición discipular y misionera de toda la vida eclesial y de todas las actividades pastorales.
e. Nos hemos empeñado en asumir del mejor modo posible el problema de los abusos sexuales de parte de algunos miembros del clero, que han tenido amplia publicidad e impacto en la conciencia nacional. Nos queda en lo hondo del corazón un gran dolor por el daño causado a otros, que nos ha impulsado a tomar medidas para atender a las víctimas de estos abusos y para evitar que ellos se repitan. Quienes abusan de niños y jóvenes no tienen lugar en el sacerdocio.
10. El recuerdo de estos hechos, y de tantos más que podrían ser aludidos, debe movernos a crecer en una constante actitud de discernimiento de los signos de los tiempos. Por nuestra fe estamos invitados a ser comunidades cristianas siempre vigilantes, con capacidad de estudiar los signos de los tiempos. Necesitamos una mirada de discípulos que nos permita ver con ojos de creyentes toda la realidad, reconociendo el paso de Dios por nuestra historia, e impulsándonos a responder fielmente. La mirada de fe nos permite ver y entender con mayor hondura las dinámicas profundas de nuestra realidad (ver
Aparecida 19).
11. En el proceso de discernimiento pastoral que ha acompañado la preparación de estas Orientaciones Pastorales, hemos identificado algunos grandes procesos que se encuentran en marcha, y que pueden ser reconocidos como signos de los tiempos. Se trata de movimientos profundos, de procesos que representan auténticos clamores en vistas de una transformación de nuestra realidad. Los percibimos como espacios privilegiados para reconocer el rostro de nuestro Señor.
a. Estamos viviendo
un rápido proceso de cambio cultural. Por doquier surgen nuevas actitudes y nuevos modos de enfrentar la vida. Esta novedad en algunas oportunidades nos atemoriza, y en otras nos sorprende y atrae por su vitalidad evangélica. La creciente demanda por un trato más igualitario para todos, comenzando por las relaciones entre el varón y la mujer, es una de ellas. El desafío que representa una sociedad más abierta y pluralista exige reconocer, respetar y valorar las mutuas diferencias, sobre todo aquellas que provienen de la multiculturalidad. Especialmente importantes son los cambios culturales en el manejo del tiempo, del espacio y de las relaciones sociales que están introduciendo las nuevas formas de comunicación y de trabajo en red. Estos cambios involucran a toda la sociedad, pero de modo especial a los más jóvenes.
b. Somos testigos de un
hondo malestar social, de un clamor por mayor justicia social que atraviesa nuestro país. Junto a un claro crecimiento económico se mantiene una profunda desigualdad. Son numerosas las antiguas pobrezas que se mantienen, surgen nuevas pobrezas y también constatamos realidades de exclusión. Estos hechos están en la raíz del malestar social y generan un clamor por mayor respeto a la dignidad de cada persona, por justicia social y por la defensa del bien común. El malestar social va acompañado de una crisis en las relaciones interpersonales. Crece la desconfianza en los demás y en las instituciones. Se va instalando una crisis de credibilidad que erosiona el tejido social. Junto a un muy positivo fortalecimiento de la responsabilidad personal, crece un individualismo que mira los logros de otros como una amenaza personal. Se mantiene una gran solidaridad en los momentos de catástrofes nacionales o en los episodios de crisis personales, pero en el día a día va ganando terreno la desconfianza y el individualismo.
c. Reconocemos
una crisis de fe, de identidad y de sentido. Los rápidos procesos de cambio han puesto en duda los valores que tradicionalmente han dado sentido a nuestra experiencia personal y social. Vemos una preocupación excesiva por el bienestar material, o la búsqueda desordenada de sensaciones fuertes y de placer inmediato. Al mismo tiempo aumenta la dificultad para la comunicación interpersonal, para confiar en el otro y para comprometer la propia vida en proyectos de largo plazo. Crece en medio nuestro una cierta indiferencia religiosa, especialmente entre los más jóvenes, que convive con la búsqueda de nuevas formas y expresiones de religiosidad, como también con las expresiones más tradicionales de la piedad popular. De tal manera que, por un lado la fe aparece como cuestionada, e incluso atacada, y por otro surgen nuevas experiencias religiosas que renuevan la fe de la comunidad eclesial. Un cierto secularismo instalado en las estructuras eclesiales no es ajeno a la crisis de fe que experimentan muchas personas y que les dificulta vivir un encuentro más personal con Dios.
d. Percibimos
un profundo anhelo de familia. El anhelo de familia permanece vivo en el corazón de prácticamente todos los hombres y mujeres, incluso en medio de las dificultades. Sobre todo, prevalece la convicción de que en la familia el ser humano puede aspirar a ser tratado genuinamente como persona. Este anhelo de familia, sin embargo, busca realizarse en condiciones más adversas que las de épocas pasadas. Los cambios actuales han tenido consecuencias serias en la vida familiar. Reconocemos múltiples y cotidianas amenazas a la comunicación entre los miembros de la familia, al punto que el mismo rol educador de la familia está afectado. Las enormes presiones demográficas, económicas, culturales y legislativas y económicas debilitan la estabilidad conyugal, reducen el tamaño de los hogares y muchas veces empobrecen la calidad de la vida familiar.
e. Vemos crecer la
conciencia del valor del respeto a la creación y a la dignidad de la vida. Se reconoce la interrelación existente entre el ser humano y todo el resto de los seres que conformamos este mundo. Esta conciencia genera un compromiso de responsabilidad ética que se plasma en respeto por todo lo que existe, de modo especial por toda vida humana. Se cuestiona una relación irresponsable con la naturaleza, interesada solo en su usufructo para la presente generación. De modo especial inquieta el cuidado del agua. Hay una mayor conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos, y también los derechos civiles y políticos centrados en el principio de libertad e igualdad. En los grupos más reflexivos se comienza a vincular estos elementos con los principios de solidaridad y responsabilidad.
f. En el corazón del pueblo cristiano anida un hondo
anhelo de renovación de la Iglesia. Una renovación que conduzca a revitalizar la identidad la Iglesia, dada por la vinculación a su Maestro y por la misión recibida de proclamar el Evangelio al mundo entero; y en fidelidad a esta misión nos mueva a abandonar las estructuras caducas que ya no favorecen la transmisión de la fe. «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (6) . El anhelo de renovación se enraíza también en una percepción de que la Iglesia necesita vincular mejor su mensaje y sus prácticas a la cultura actual. Si hoy día la Iglesia tiene un bajo nivel de credibilidad entre los chilenos, al menos parcialmente se debe a que sus gestos y su lenguaje impactan poco la conciencia nacional.
g. También se va abriendo espacio en la conciencia de los creyentes la necesidad de fortalecer una
pedagogía del encuentro personal con Jesús y entre nosotros; de valoración del
diálogo, de la escucha mutua respetuosa y benevolente; de la urgencia de fortalecer una práctica de
discernimiento espiritual y pastoral, que nos permita mantenernos activamente fieles en estos tiempos cambiantes y a veces oscuros. Crece la conciencia sobre la urgencia de fortalecer la capacidad de ser misericordiosos con todos, de construir comunión en la diversidad, de abrir espacios de participación mucho más amplios, como condiciones indispensables para una renovación en la calidad de nuestra respuesta pastoral.
12. Ofrecemos estas Orientaciones Pastorales con una mirada agradecida de lo que Dios está haciendo en medio nuestro. Pero al mismo tiempo, lo hacemos desde una dolida humildad. «A nadie se le oculta que, por nuestras faltas, la Iglesia ha perdido credibilidad. No sin razón algunos han dejado de creernos. Resulta doloroso constatar que se nos ha hecho difícil trasparentar al mundo de hoy el mensaje que hemos recibido. Nuestras propias debilidades y faltas, nuestro retraso en proponer necesarias correcciones, han generado desconcierto. Nos preocupa también que muchos perciban nuestro mensaje actual como una moral de prohibiciones usada en otros tiempos, y que no nos vean proponiéndoles un ideal por el cual valga la pena jugarse la vida. Debemos asumir en este momento el llamado del Señor a una profunda conversión, para que anunciemos su Evangelio de tal manera que seamos creíbles y contribuyamos al desarrollo verdaderamente humano de nuestro país. Un desarrollo compartido con justicia y sin exclusiones» (7). Reconocemos las agudas experiencias de nuestra fragilidad vividas en años recientes como una invitación de Dios a ahondar nuestra fe y nuestra fidelidad. A crecer en la certeza de que solo de Él depende la fecundidad de todas nuestras acciones.
Una comunidad que se deja interpelar por el mensaje de su Maestro…
Pedro le respondió: «¡Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas!». Jesús le ordenó: «¡Ven!».
13. Queremos centrarnos, sobre todo, en aquellas realidades o procesos que permiten a cada persona ir alcanzando una mayor plenitud humana, de modo que toda la creación tienda al proyecto originario de comunión querido por Dios. Sabemos que el actual contexto histórico, nacional e internacional, para algunos puede resultar desalentador. De hecho, el mismo papa emérito Benedicto XVI al convocar al Año de la Fe, no deja espacio a la ingenuidad: «Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas» (8). Con esa misma valentía y lucidez debemos nosotros discernir los actuales signos de los tiempos. La fe profesada nos asegura que Dios entró en la historia para quedarse, para salvar, para redimir y liberar.
14. Necesitamos ser dóciles a la acción del Espíritu Santo para mirar con ojos limpios la historia humana. El Documento de Aparecida limpia nuestra mirada sobre los tiempos actuales enseñándonos: «Señales evidentes de la presencia del Reino son: la vivencia personal y comunitaria de las bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal» (9). Como estos signos hay muchos más, y es tarea nuestra discernirlos desde una mirada de fe.
15. Proponemos los siguientes grandes criterios orientadores para nuestra acción eclesial en vistas de discernir los signos de los tiempos y responder mejor a los desafíos de los nuevos tiempos que estamos viviendo:
a.
Centralidad de Jesucristo, Señor de la vida. En el encuentro con Cristo nuestra vida adquiere un sentido nuevo y más pleno. La fe no se reduce a meros contenidos o normas, sino que es ante todo el encuentro personal con Dios que se nos ha manifestado en la persona de Jesús.
b.
Valor y dignidad de toda persona humana, cualquiera sea su condición. El ser humano está llamado a una plenitud, que los creyentes reconocemos en Cristo: la verdadera Vida se alcanza cuando nos hacemos capaces de gastar nuestra vida en dar vida a otros, tal como hizo el Señor Jesús. Estamos convocados a «vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia» (10).
c.
La Iglesia está llamada a ser servidora del Reino de Dios, en la escucha comunitaria y corresponsable de la Palabra, en el servicio humilde a la vida de toda persona humana y en el anuncio gozoso de la fe a todos los hermanos y hermanas. Esto lo vivimos en el marco del discernimiento pastoral, indispensable para la misión de la Iglesia. «Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios» (11).
16. María, «Madre de la Iglesia evangelizadora» (12), es la discípula más perfecta; siempre radicalmente atenta y disponible a la voluntad de Dios acompañó permanentemente a su Hijo, hasta el pie de la cruz; y luego acompañó a los discípulos en los primeros pasos del anuncio del Evangelio. María es madre de todos los débiles y desamparados, de los pecadores y humillados; en ella encuentran refugio y dignidad todos los que sufren en su propia carne el mal de este mundo. María, humilde sierva del Señor, es madre del Verbo de Vida, de la Palabra de Dios hecha carne, porque primeramente ella escuchó la Palabra, la guardó en su corazón, la vivió día a día y cantó agradecidamente las maravillosas obras de Dios.
17. El apóstol Pedro fue invitado a abandonar la seguridad de la barca, y a aventurarse a caminar sobre aguas turbulentas. Solo es posible dar este paso desde una profunda experiencia de fe. «No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (13).
II. Una Iglesia que anuncia y celebra
Una comunidad que sale al encuentro de su Maestro…
Pedro bajó de la barca, caminó sobre las aguas y fue hacia Jesús…
18. Las realidades nuevas y cambiantes de nuestro mundo nos desafían a responder con renovada fe y revitalizado impulso misionero. Se trata de un auténtico llamado a la conversión para fortalecer la dimensión misionera de la Iglesia. «La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza» (14).
19. Queremos responder a este llamado a la conversión desde nuestra más profunda identidad eclesial. Nos reconocemos como Pueblo de Dios convocado para ser testigos y anunciadores de la bondad de Dios. En todo tiempo y lugar, es agradable a Dios quien le respeta y practica la justicia. Pero Dios no ha querido salvar a cada persona humana aisladamente, sino constituyendo un pueblo que lo reconozca y que viva el mandato nuevo del amor. Por eso, el Concilio Vaticano II afirma: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (15). No hay auténtico seguimiento de Jesús al margen de la comunidad de los creyentes. «Nadie se salva solo» (16).
20. En este momento eclesial y nacional estamos siendo llamados a renovar nuestra vocación eclesial, de modo tal que podamos ser mensajeros convencidos y convincentes de la novedad del Evangelio. «Por eso debemos volver a Jesús y reencontrarnos vitalmente con Él para hacernos sus verdaderos discípulos, sus seguidores. Esto significa tener sus mismos sentimientos, sus mismos afectos, su misma entrega, sus mismas actitudes ante Dios y ante nuestros semejantes. Como Él, debemos hacer nuestra la causa de los pobres, de los más débiles y marginados porque esa es la causa de Dios. De este modo nos aproximaremos a todo lo humano, despojados de todo sentido de poder, superioridad o suficiencia» (17).
21. La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias. Necesita confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Para continuar caminando en esta dirección necesitamos ser más radicalmente:
a.
Una Iglesia que escucha a su Señor y se deja conducir por el Espíritu. Toda la grandeza y hermosura de la Iglesia se despliega cuando ella se sitúa como discípula del único Señor de la Vida (ver
Lucas 10,38-42); dispuesta a asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (ver
Lucas 6,40b), correr su misma suerte haciéndonos cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas. Queremos ser una Iglesia viva, fiel y creíble que se alimenta en la Palabra de Dios y en la Eucaristía.
b.
Una Iglesia Pueblo de Dios, en la cual todos nos reconocemos como hijos de un mismo Padre; discípulos llamados a ser miembros de una única familia de Dios. Nos mueve la certeza de que «la Iglesia es una sola para todos» (18). Queremos formar comunidades vivas, que alimenten su fe en espíritu de comunión. Anhelamos una Iglesia fraterna, comunitaria, que no excluya a nadie y que camine en permanente comunión sinodal. Nuestras actividades deben ser expresión de un amor que busca el bien integral de toda persona humana.
c.
Una Iglesia servidora y samaritana, una Iglesia pobre y servidora de los pobres. Nos interpela el llamado del papa Francisco para luchar contra las tendencias autorreferentes y salir a los márgenes para ponernos al servicio de los pobres y los sufrientes. Queremos ser una comunidad de creyentes que reconoce el rostro de Cristo sufriente en los pobres; conscientes de que en todo hombre o mujer que sufre es el Señor quien nos sale al encuentro (19). Queremos ser una Iglesia que sirve defendiendo la vida en todas sus etapas y dimensiones; desde la conciencia de que «no existe una vida humana más sagrada que otra, como no existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra» (20).
d.
Una Iglesia acogedora y misericordiosa, que acompaña el dolor y muestra a Jesús. Nuestra propia experiencia de fragilidad nos ha enseñado a reconocer el poder sanador del amor de Dios. «Nos reconocemos como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios, congregada, reconciliada, unida y enviada por la fuerza de la Resurrección de su Hijo y la gracia de conversión del Espíritu Santo» (21). Quienes ejercen algún tipo de servicio o ministerio dentro de la Iglesia están llamados a ser testigos privilegiados de la misericordia de Dios; de modo especial mediante una atenta y generosa escucha a las personas, a sus angustias y alegrías, a sus sueños y esperanzas.
e.
Una Iglesia que vive, celebra y anuncia gozosamente su fe, consciente de que «conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (22). “La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama” (23). Queremos que el gozo de ser creyentes se transparente en nuestra vida cotidiana, en el entusiasmo contagioso para proclamar nuestra fe, y de modo especial en nuestras celebraciones litúrgicas. Necesitamos revitalizar nuestras celebraciones litúrgicas para que sean una experiencia más intensa del gozo de ser creyentes; una vivencia más clara de la fraternidad cristiana; un espacio para escuchar meditativa y comunitariamente la Palabra de Dios; un ámbito para reforzar nuestro compromiso de creyentes.
f.
Una Iglesia que, desde la conciencia de su fragilidad y de la actual pluralidad existente en Chile,
quiere colaborar activamente en la construcción de un país más humano y equitativo. La percepción de la complejidad de la sociedad actual y la dolorosa conciencia de nuestras fallas y debilidades, no deben intimidarnos para ofrecer con generosidad nuestro aporte en la construcción de un Chile más justo, humano y equitativo. Estamos desafiados a entrar activamente en una sociedad que considera la pluralidad como un valor y que, por lo mismo, nos invita a colaborar en la búsqueda del bien común para todos. Para poder hacerlo necesitamos cultivar en nosotros actitudes de diálogo y escucha mutuos, de respeto a la diversidad y de capacidad de proponer de modo claro y convincente nuestra propia mirada de fe sobre la persona humana y la sociedad.
g.
Una Iglesia que quiere crecer en un ejercicio del liderazgo como servicio compartido. Necesitamos renovar en profundidad el ejercicio del liderazgo en la Iglesia a fin de hacerlo más acorde al modelo del Buen Pastor (ver
Juan 10,1-18). El ejercicio del poder y el uso del dinero dentro de la Iglesia no deben opacar la finalidad última de nuestra misión ni deben disminuir la credibilidad de nuestro mensaje. Somos una comunidad de creyentes, llamada a «caminar juntos» tras las huellas de su Señor, en una experiencia de sinodalidad y de discernimiento de la voluntad de Dios que se enraíza en lo más esencial de nuestra fe. Todos los creyentes somos corresponsables, aunque sea en diversos niveles y modos, de la vida de nuestra Iglesia. Quisiéramos fortalecer aún más la corresponsabilidad laical en diversos los ámbitos de la vida eclesial. De modo muy especial necesitamos revisar el rol de la mujer en la vida y en las estructuras de la Iglesia, ya que con frecuencia ocupa un lugar que no da cuenta de modo apropiado de su dignidad ni de la especificidad de su aporte a la vida de la Iglesia.
h.
Una Iglesia que sale de sí misma para anunciar la alegría del Evangelio. Necesitamos fortalecer nuestro impulso misionero, y a partir de él emprender una profunda revisión de las estructuras pastorales para adecuarlas mejor a su finalidad. La conversión pastoral necesita ir acompañada de una consistente invitación a vivir en comunidad cristiana; lo cual nos urge a generar los espacios comunitarios en los diversos niveles y ámbitos de la Iglesia. «La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera» (24).
III. Una Iglesia que sale en misión y sirve
Una comunidad que da pasos de conversión… que se toma de la mano de su Maestro…
… pero al sentir el viento se llenó de temor, comenzó a hundirse y gritó: «¡Señor, sálvame!». De inmediato Jesús extendió la mano, lo tomó y le reprochó: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
22. Jesús reprochó a Pedro diciéndole «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» En las actuales circunstancias de la vida, podemos estar sometidos a la misma fragilidad del apóstol. Después de haber iniciado un camino lleno de entusiasmo, hay momentos en que comenzamos a dudar. Es tiempo de renovar nuestra convicción de fe y decir una vez más: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído y reconocido que Tú eres el Santo de Dios» (
Juan 6,68-69). La llamada a la conversión es una invitación a renovar nuestra mirada de fe para reconocer el paso de Dios en la complejidad de nuestra realidad actual; y también una llamada a renovar nuestra respuesta fiel a ese paso de Dios. «Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones» (25).
23. En la vida de la Iglesia hay muchas actividades y servicios que son muy importantes y que deben continuar haciéndose. Cuando haya algo que renovar en ellos, lo podemos hacer a partir de las periódicas evaluaciones de nuestra actividad apostólica, en sus diversos niveles. El criterio fundamental para esta renovación eclesial es que una «firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe» (26). Es decir, necesitamos despertar la capacidad de poner todo lo que hacemos al servicio del Reino de Dios.
24. Junto al esfuerzo de permanente renovación de todas nuevas actividades, en estas Orientaciones Pastorales deseamos poner el acento en dos desafíos prioritarios para los años venideros.
a. Con urgencia necesitamos
reavivar nuestra experiencia de fe. De una fe que no es un cúmulo de doctrinas o normas, sino un encuentro personal del creyente con la persona de Jesús, que da una orientación definitiva a la vida. Necesitamos crecer en esa fe, que es mirar a Jesús con amor, y así aprender a mirar toda la realidad con los ojos de Jesús. Es necesario que recuperemos la experiencia de la gozosa alegría de ser creyentes, con una alegría y serenidad auténticas que surgen del saberse siempre en las manos de Dios. Queremos recuperar la alegría de ser creyentes, incluso en estos tiempos en los cuales no es fácil creer. En vistas de esta renovación de la experiencia espiritual, nos comprometemos a renovar nuestra práctica litúrgica y sacramental, la catequesis, la lectura creyente de la Biblia, la vida de oración, los espacios de vida comunitaria (comunidades de base, grupos de oración, movimientos espirituales, grupos de servicio…), y a fortalecer las experiencias de apoyo solidario y cercanía a los más desamparados y sufrientes.
b. Necesitamos entrar en un proceso de
«conversión pastoral» que reavive la vitalidad misionera de nuestra Iglesia (27). Una renovación que nos permita hacernos más atentos a las periferias de este mundo. Eso implica salir de la rutina de nuestras prácticas habituales para ir al encuentro de los que se encuentran lejos, por cualquier causa. Supone también la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario en la propuesta del mensaje cristiano (28). Nos comprometemos a trabajar en la renovación de nuestras estructuras eclesiales, a fin de hacerlas más apropiadas al anuncio del Evangelio. Queremos fortalecer el compromiso y la corresponsabilidad de todos los creyentes en la vida de la Iglesia; para ello, en los diversos niveles de la vida eclesial nos comprometemos a renovar los procesos formativos; a revisar el modo y estilo de tomar decisiones; y a revisar el modo de compartir la información al interior y al exterior de la Iglesia.
25. Corresponde a cada diócesis, movimiento eclesial, comunidad religiosa o institución de Iglesia ver el modo concreto de llevar a la práctica estas dos grandes orientaciones, de acuerdo a su realidad y posibilidades concretas. La variedad de situaciones aconseja no ofrecer propuestas de acción más específicas, sino invitar a cada grupo eclesial a esa creatividad apostólica que surge de la misma experiencia de fe.
26. Estas dos orientaciones se sintetizan en el llamado a ser
discípulos misioneros. Ambas identidades al mismo tiempo; no una después de la otra. «El discípulo, fundamentado en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva» (29).
27. Junto a los dos desafíos prioritarios señalamos cuatro
elementos transversales que deberían estar
presentes en todas nuestras obras y acciones apostólicas:
a.
Evangelización de la cultura. La realidad social en plena transformación que actualmente vivimos es un espacio privilegiado para hacer presente la novedad del Evangelio. De modo especial en las ciudades y sus periferias: «Una cultura inédita late y se elabora en la ciudad. … las transformaciones de esas grandes áreas y la cultura que expresan son un lugar privilegiado de la nueva evangelización» (30). Evangelizar es «llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (31). Lo que realmente interesa es evangelizar no de un modo decorativo, sino de manera vital, en profundidad, llegando hasta las mismas raíces de la experiencia cultural de cada persona y de cada pueblo. Esto será posible si nos animamos a entablar un diálogo en profundidad, franco y sin temores, con las realidades nuevas de nuestro mundo, que a veces parecen estar tan alejadas de la vida eclesial. De modo especial urge un diálogo con los jóvenes y con los creadores de cultura. «Esto requiere, desde nuestra identidad católica, una evangelización mucho más misionera, en diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres» (32) .
b.
Vocaciones y ministerios. Toda vida cristiana es un llamado gratuito de Dios para conocerlo, amarlo y servirlo. Por lo mismo, toda vida cristiana es una «vocación» a formar parte de la comunidad eclesial. Posteriormente esta llamada genérica se va especificando para cada uno en vocaciones más concretas. Hemos recibido una vocación a un determinado estado de vida, por ejemplo el matrimonio y la vida consagrada. Luego hay vocaciones específicas a prestar diversos servicios en la Iglesia: el ministerio ordenado (obispos, presbíteros y diáconos) o diversos otros servicios, sea en la comunidad cristiana o fuera de ella. Por ejemplo, una vocación de catequista o misionero; o una vocación para el trabajo social, la educación, el cuidado de la salud o la vida sindical. Un creyente madura en su fe y humanamente cuando es capaz de reconocer su propia vocación, y responder a ella haciendo de su propia vida un servicio para los demás. Este es el mejor modo de ser fiel a Dios. «Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas» (33). La aguda falta de vocaciones para el ministerio sacerdotal, la vida consagrada y otros servicios eclesiales, está poniendo en evidencia una aguda fragilidad de nuestra experiencia eclesial. Necesitamos ahondar nuestra fe en la oración y en la genuina disponibilidad interior para que el dueño de la mies envíe más operarios a su mies (ver
Mateo 9,38).
c.
Laicado. Es bueno partir recordando una constatación fundamental: «Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia» (34). Esto es claro en los principios, pero necesitamos concretizarlo mucho más en la vida cotidiana. Fortalecer la formación de los laicos, para que asuman cada vez más activa y responsablemente su tarea cristiana en el mundo y en la construcción de la comunidad cristiana. Tenemos que abrir espacios cada vez más amplios de participación para los laicos y laicas en la vida y misión de la Iglesia. Esto supone superar una mentalidad clericalista, tanto de parte del clero como de los propios laicos. Un fortalecimiento del laicado conlleva necesariamente una mejor comprensión de la misión propia de los presbíteros; una mejor comprensión de su condición de «pastores con olor a oveja», que saben hacerse cercanos a la oveja descarriada y alegrarse por su retorno.
d.
Liderazgo. Los apóstoles anunciaron a Jesús como «el Jefe que lleva a la Vida», como nuestro «Jefe y Salvador» (Hechos 3,15; 5,31). Jesús puede ser llamado
jefe porque se hizo cargo de las necesidades de los suyos; porque cargó sobre sus hombros las necesidades de todos, los sufrimientos y debilidades de todos (ver
Mateo 8,17); porque tuvo compasión por los que andaban desorientados y dispersos (ver
Mateo 9,36). Cada creyente y cada comunidad cristiana están llamados a ejercer un cierto liderazgo en este sentido. Es decir, están invitados a animarse a caminar con otros para alcanzar las metas propuestas. Desafiados a saber hacer propias las necesidades de los demás y a comprometerse con los sufrientes y desorientados para acompañarlos en la superación de sus problemas. Un buen líder no es el que manda, sino el que comprende desde dentro y se hace cargo de las necesidades de los demás. Por eso su palabra es creíble, es pertinente, es escuchada, da confianza y es obedecida con afecto. Es cercano, es alguien que no se desentiende de ningún dolor ni sufrimiento: «Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí» (
Juan 10,14).
28. Estamos invitados a entrar en un
estado permanente de misión, anclado en la experiencia del gozo de nuestra fe y en la certeza de que el mejor servicio que podemos prestar al mundo actual es el anuncio del Evangelio de Jesús. La misión continental propuesta por Aparecida, y las otras actividades misioneras concretas debemos vivirlas en un doble nivel (35):
a.
«Programático», que consiste en la realización de actos de índole misionera. Apoyamos decididamente todo el proceso que se ha estado desarrollando para impulsar diversas acciones misioneras. De modo especial reiteramos el apoyo a la Misión Territorial y la Misión Sectorial.
b.
«Paradigmático», que implica poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares. Y a partir de esta actividad ir haciendo los necesarios cambios de estructura. La misión no se reduce a un conjunto de actividades, sino que debe traducirse en una renovación de nuestra vitalidad evangelizadora, que nos conduzca a vivir en un estado de misión permanente.
29.
La misión no es proselitismo, sino desborde de gozo por el reconocimiento del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones (ver
Romanos 5,5). Este dinamismo misionero queremos vivirlo en diálogo con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Un diálogo fundado en el mutuo respeto y en el compromiso compartido en vistas de la promoción de la justicia y del respeto pleno a la dignidad de toda persona humana. Los misioneros están invitados a continuar el mismo camino de los primeros discípulos, quienes actuaron «sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo de su vida que los había llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida» (36).
IV. Una Iglesia que agradece
Una comunidad que agradece y con fe se confía en Jesucristo
En cuanto subieron a la barca se postraron ante Él y le decían: «En verdad Tú eres el Hijo de Dios».
30. Nuestra palabra final quiere ser una palabra de gratitud. En primer lugar a Dios por habernos llamado al conocimiento de su amor, por habernos convocado a formar parte de su pueblo santo, y por habernos confiado el servicio de proclamar la Buena Noticia. Gracias porque nos ha sostenido en los momentos de prueba, tomándonos de la mano y dándonos la seguridad que nos faltaba. Nos ha consolado en los momentos de temor, de oscuridad y vacilación.
31. Agradecemos a Dios la conciencia de nuestra fragilidad y pecado, porque nos ha permitido experimentar más hondamente la necesidad de su gracia, como lo único realmente indispensable para nuestra vida. Gracias damos a Dios porque la experiencia de nuestra vulnerabilidad nos ha acercado un poco más a tantos y tantas que sufren cotidianamente. Y de este modo nos ha permitido crecer en la capacidad de compasión con todos los sufrientes y pecadores (ver
Hebreos 4,15; 5,2).
32. Vaya también nuestro agradecimiento de corazón a tantos hermanos y hermanas que viven su fe cotidianamente con admirable fidelidad. Que se mantienen fieles en la oración, la vida fraterna y el servicio de los necesitados. Gracias a todos aquellos que, codo a codo con otros, se acercan a las fronteras del dolor, la pobreza, la exclusión y la desorientación para llevar una palabra de consuelo y la luz de la fe. Gracias a todos los que en nombre de la fe trabajan en pro de la justicia y el respeto de la vida de todo ser humano. Gracias a todos los que acuden a las celebraciones litúrgicas y los diversos santuarios manifestando públicamente su fe, y nos sostienen con su confianza radicalmente puesta en Dios.
33. Expresamos también nuestra cercanía a todos los que experimentan de modo especial la oscuridad y la duda de la fe. A los que por cualquier motivo se sienten defraudados de la Iglesia y dolidos con ella. Expresamos nuestra cercanía a quienes viven situaciones familiares marcadas por el dolor, y que muchas veces no se sienten apropiadamente acogidos por la Iglesia. Tenemos especialmente presentes y cercanos a todos aquellos que padecen exclusión o son injustamente discriminados. Estamos comprometidos a dar «pasos significativos para que la Iglesia sea instrumento efectivo del amor misericordioso de Dios dirigido a todos, especialmente a quienes sufren el dolor y el abandono, a quienes son marginados por una sociedad consumista, a quienes se han alejado de la Iglesia con o sin culpa propia» (37).
34. Una especial palabra de gratitud para todos los presbíteros y diáconos que desempeñan un ministerio en la Iglesia; muchas veces en situaciones difíciles, y casi siempre con gran abnegación y fidelidad al ministerio recibido. Gracias a todas las consagradas y consagrados que con su vida dan testimonio de entrega total en manos de su Señor y de servicio al pueblo de Dios. Gracias a todos los que prestan servicios en las comunidades cristianas: en la catequesis, la celebración litúrgica, la acción fraterna, campaña del 1%, la animación de la comunidad y de los diversos grupos, la pastoral juvenil e infantil, las pastorales especializadas, los grupos misioneros o de animación espiritual, etc. Expresamos nuestro afecto y cercanía a los que trabajan activamente en los ámbitos fundamentales de la educación, la salud y los medios de comunicación social.
35. Les pedimos tengan presente en la oración a sus pastores, obispos, presbíteros y diáconos, para que el Señor nos dé la sabiduría y humildad, la generosidad, la valentía y la misericordia necesarias para conducir apropiadamente al pueblo de Dios que nos ha sido confiado. Igualmente les pedimos que oren al dueño de la mies para que envíe más obreros a su mies (ver
Mateo 9,38;
Lucas 10,2).
36. Invitamos a todas las comunidades cristianas, en los más diversos niveles, a participar activamente en el proceso de traducir estas Orientaciones Pastorales en acciones concretas adecuadas a cada realidad. Les invitamos a llevar a cabo esta tarea mediante un proceso de permanente discernimiento pastoral.
37. «
A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial. Ella es la mujer de fe, que vive y camina en la fe, y su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia» (38).
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros. Amén. Aleluya (39).
NOTAS A PIE
(1) Se usa la traducción de
Evangelios de la Biblia de América (BIA), publicada por la CECh en 2012.
(2) Benedicto XVI,
Declaración del 10 febrero de 2013.
(3) Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile,
Mensaje de los Obispos al inicio de la II Asamblea Eclesial Nacional, 12 de junio de 2013, n.º 5
(4) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, [
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 275.
(5) Benedicto XVI,
Audiencia General en la Plaza de San Pedro, miércoles 27 de febrero de 2013.
(6) Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi, n.º 14.
(7) Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile,
Carta Pastoral «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile», 27 de septiembre de 2012, Cap. II, punto a.
(8) Benedicto XVI,
Motu proprio Porta fidei, n.º 2.
(9) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 383.
(10) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 179.
(11) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 176.
(12) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 284.
(13) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 12.
(14) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 362.
(15) Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia,
Lumen Gentium, n.º 1.
(16) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 113.
(17) Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile,
Carta Pastoral «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile», 27 de septiembre de 2012; Cap. II, punto c.
(18) Francisco,
Audiencia en la Plaza San Pedro, miércoles 25 de septiembre de 2013.
(19) Ver esta temática en: V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.os 65, 393 y 402.
(20) Francisco,
Discurso a los participantes en el Encuentro organizado por la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas, 20 de septiembre de 2013.
(21) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 100 punto h.
(22) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 29.
(23) Francisco,
Carta encíclica Lumen fidei, n.º 37.
(24) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 370.
(25) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 14.
(26) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 365.
(27) Para esta tarea nos servirán de orientación los lineamientos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. De modo especial
Aparecida. Documento conclusivo, n.os 365-379.
(28) Tal como nos ha orientado el papa Francisco, en su
Discurso en el Encuentro con el Comité de Coordinación del CELAM en el Centro de Estudios de Sumaré, Río de Janeiro, 28 de julio de 2013. Sobre esta crucial cuestión ver: Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.os 34-39.
(29) Benedicto XVI,
Discurso Inaugural en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida), n.º 3.
(30) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 73.
(31) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 74. Ver: Pablo VI, Exhortación apostólica
Evangelii nuntiandi, n.º 20.
(32) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 13.
(33) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 107.
(34) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 102.
(35) Ver: Francisco,
Discurso en el Encuentro con el Comité de Coordinación del CELAM en el Centro de Estudios de Sumaré, Río de Janeiro, 28 de julio de 2013. Sobre la Misión Continental ver especialmente: V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.os 362 y 551.
(36) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida. Documento conclusivo, n.º 21.
(37) Conferencia Episcopal de Chile,
Testigos de Cristo, nuestra Esperanza. Mensaje Conclusivo de la 106ª Asamblea Plenaria, 8 de noviembre de 2013, n.º 1.
(38) Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n.º 287.
(39) Francisco, Exhortación Apostólica
Evangelii gaudium, n.º 288.