"Jesucristo ayer, hoy y siempre" (Cf.He 13,8). Caminando hacia el tercer milenio.Orientaciones Pastorales 1996-2000. (Parte 2)
SEGUNDA PARTE
Viene de:
PRIMERA PARTE
IV. «ELLOS CONTARON LO QUE LES HABÍA PASADO» (73)
Líneas Pastorales
93. En el espíritu del relato de Emaús y después de reflexionar sobre la realidad de nuestra Iglesia y de nuestra Patria, proponemos las siguientes líneas pastorales que deben guiar nuestra acción pastoral en los próximos años (74).
1. Anuncio de Jesucristo y espíritu misionero
94. Los Apóstoles del Señor fueron entusiastas y fieles hasta el martirio en anunciar a Jesucristo -su persona, su testimonio, y misterio pascual- como la Gran Noticia redentora del hombre. El Nombre de Jesús fue anunciado como el único Nombre bajo el cielo que nos puede dar la salvación (75).
95. Veinte siglos después, a las puertas del tercer milenio, la Iglesia, enfrentada a la Nueva Evangelización, se renueva para cumplir su misión y reafirma con vigor que el Evangelio del Señor es Buena Noticia para la Humanidad. Esta decisión ha cobrado nuevos bríos con ocasión de las Misiones Generales y específicas, realizadas en tomo a la celebración de los 500 años de la primera evangelización de América Latina. De esta experiencia hemos salido más robustecidos, con equipos permanentes de misión en muchas parroquias y con un gran número de misioneros -laicos, religiosas y religiosos, diáconos permanentes y sacerdotes-, que han descubierto la dimensión misionera de la fe.
96. Por eso, en el período que se inicia con estas Orientaciones invitamos a reactivar el espíritu misionero en todos los bautizados y no sólo en los agentes pastorales y evangelizadores. Los invitamos también a integrarse cada vez más a sus respectivas comunidades eclesiales, para ser más efectivos y perseverantes en la misión.
97. La renovación del espíritu misionero se nos impone además como una verdadera exigencia ante la presencia creciente y muy activa de las sectas que desarrollan una intensa labor de difusión y confunden a muchos católicos poco sólidos en su fe. Es doloroso constatar que no pocas personas, al alejarse de esos grupos, no regresan a su religión de origen, sino que suelen caer en la increencia.
En consecuencia, nosotros tenemos que salir de nuestras capillas y parroquias y arriesgar el anuncio misionero del Evangelio. Tenemos que insistir como algo habitual en la visita domiciliaria, la bendición de los hogares, la celebración misionera del Mes de María y de otros tiempos fuertes de la Iglesia. Convendría renovar las misiones populares -en el campo y poblaciones- que tanto contribuyeron a mantener la fe, dándoles la forma adecuada a nuestros días. Hay que valorar más las comunidades cristianas y recuperar la dimensión misionera que tiene la preparación y la celebración de los sacramentos de la fe, así como la de las exequias cristianas.
98. Esta actitud misionera debe acercarnos con espíritu ecuménico a los hermanos de otras confesiones cristianas. Será importante, por eso, hacer propias las orientaciones que el Papa ha dado en esta materia para acercarnos a la verdadera unión entre los cristianos (75a). Es indispensable fomentar la oración que impetre a Dios el don de la unidad; en particular será bueno apoyar la semana dedicada a rezar por la unión entre los cristianos y el diálogo ecuménico. Convendría también conocer la historia, realidad, modos de oración y de trabajo de las diferentes Iglesias y grupos; y emprender junto con ellos, cuando sea posible, obras de caridad y de servicio. Desgraciadamente, existen grupos evangélicos que desarrollan una actividad proselitista intensa, a menudo descalificadora, hacia los católicos, haciendo difícil el diálogo ecuménico profundo.
99. La actitud misionera debe animar también nuestro diálogo con el mundo y específicamente con la cultura contemporánea. Esto implica apertura e interés por los acontecimientos y fenómenos actuales y la búsqueda de un lenguaje comprensible para anunciar el Evangelio. A imitación de los Apóstoles hoy debemos presentar nuevos modelos de organización y servicio eclesial, de liturgias adaptadas a las diversas realidades: un culto que atraiga a la gente, responda a sus interrogantes y los mueva a celebrar su fe.
100. El espíritu misionero debe ayudamos también a despertar vocaciones para servir fuera de Chile (misión ad gentes). Gracias a Dios ha crecido el número de misioneros chilenos -laicos, sacerdotes y religiosos- que han dejado su patria y su familia para servir en otros Continentes, aunque su número sea todavía reducido. Ellos nos sirven de ejemplo y, de alguna manera, retribuyen lo mucho que nosotros hemos recibido por el testimonio generoso de tanto misionero y misionera que sirven y han servido en Chile. Reiteramos que Dios ama al que da con alegría; sobre todo si lo hace desde su pobreza (76).
101. Con un corazón misionero acogemos también este nuevo Adviento de la fe, que nos presenta la “Tertio millennio adveniente” al señalarnos los problemas espirituales que enfrentan los diversos Continentes (77) y al invitamos a revisar la vida de nuestra Iglesia para ofrecer el Evangelio con mayor pureza y credibilidad. Por eso, y como lo desea el Santo Padre, animamos a cada comunidad cristiana a hacer un examen de conciencia a la luz del Señor, para pedir perdón por sus pecados -pasados y presentes; evaluar la recepción del Concilio Vaticano II; y para recordar agradecida sus testigos valientes de la fe (78). Una nueva oportunidad para este anuncio misionero se nos ofrecerá en la segunda fase de la preparación al Jubileo del Año 2000 «centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre» y «único Salvador del mundo» (79).
102. Estaremos atentos al Sínodo de América (79a), querido por el Santo Padre, para dar nuestro aporte «sobre la problemática de la nueva evangelización en las dos partes del Continente... y sobre la cuestión de la justicia y de las relaciones económicas internacionales, considerando la enorme desigualdad entre el Norte y el Sur» (80).
a) La familia evangelizada y evangelizadora
103. Nuestra vocación misionera nos lleva a insistir en la pastoral de la familia, núcleo básico de la existencia humana y para la transmisión de la fe. Es necesario que la preparación del Gran Jubileo pase, en cierto modo, a través de cada familia. ¿Acaso no fue por medio de una familia, la de Nazaret, que el Hijo de Dios quiso entrar en la historia del hombre?» (81). Para ello, y siguiendo el mismo ejemplo de la Sagrada Familia, es de suma importancia ayudar a cultivar la santidad en el matrimonio (82) y «despertar el celo apostólico de las familias cristianas para que hagan suya la tarea de la Nueva Evangelización, para que abran las puertas a quienes no tienen hogar o viven en situaciones difíciles, así como para que den testimonio de la dignidad humana que nace de un amor desinteresado e incondicional (83).
104. La clarificación doctrinal, la profundización del sentido de la maternidad y de la paternidad; la formación al auténtico amor; la preparación de los novios para el matrimonio; la creación de centros de planificación natural de la familia atendidos por personal competente; el acompañamiento de los esposos, sobre todo durante los primeros años de matrimonio así como la profundización de la espiritualidad conyugal deben ser tareas seriamente emprendidas por la Iglesia.
105. Es importante establecer también una atención pastoral apropiada para las madres solteras -especialmente cuando son adolescentes-, para los cónyuges separados y para aquellos que luego de una separación han establecido una nueva convivencia. La Iglesia, sin rebajar el ideal cristiano del matrimonio, tendrá que proponer líneas pastorales para ayudar a todos a llevar una vida de oración; a frecuentar la lectura de la Palabra de Dios, a participar en la Misa dominical y, en los casos en que sea posible, a acercarse a los sacramentos; y especialmente a educar en forma cristiana a los hijos. La Iglesia debe también invitar a regularizar aquellas situaciones que sean regularizables.
106. Los proyectos de pastoral familiar deberían formular variedad de programas que abarquen las diferentes realidades y las distintas etapas por las que atraviesa la familia desde su constitución. Los distintos programas deben estar al día en instrumentos pastoral es y científicos, que permitan integrar la ciencia, la vida y la fe en un todo unitario al servicio de la evangelización de las familias, especialmente aquellas que sufren situaciones dolorosas o irregulares.
b) Los jóvenes, protagonistas de la Nueva Evangelización
107. Los jóvenes deben sentirse llamados a ocupar su propio lugar en la Iglesia «que no es sólo el de ser destinatarios de la solicitud pastoral, sino protagonistas activos de su misión... en un diálogo cordial, claro y valiente en el seno de la Iglesia» (84). La Pastoral Juvenil ha de procurar enseñar y hacer vivir a los jóvenes una sana y constructiva integración actual con los adultos. Esto evitará el peligro de cerrarse en sí misma. A su vez, enseñará a los jóvenes que su vida va encaminada hacia la adultez, etapa en la que se desarrollarán plenamente como hombres y mujeres.
108. En consecuencia, nos proponemos desarrollar un proyecto de pastoral juvenil orgánico, pedagógico, que se despliegue desde la niñez hasta la edad adulta. Tiene que ser orgánico puesto que está vinculado con las otras pastorales de la Iglesia. Tiene que ser pedagógico con etapas y metodologías muy claras en su desarrollo. Tiene que abarcar el conjunto de la vida juvenil y tener rasgos espirituales muy nítidos, como son: un amor decisivo por la persona del Señor, el sentido de pertenencia a la Iglesia particular, un interés de estudio y de servicio por todo lo humano, una clara actitud misionera y una sólida formación de la conciencia moral. En su pedagogía debe dar un lugar muy preciso a la oración y meditación de la Palabra de Dios, especialmente del Nuevo Testamento; debe nutrirse de la Gracia de Cristo, en la celebración de los sacramentos de la fe, especialmente la Eucaristía, la Confirmación y la Reconciliación o Penitencia; enseñará el sentido de la cruz y del dolor; y suscitará una adhesión permanente a María, la Madre del Señor. 85Esto se hará sin descuidar el cultivo de las virtudes humanas: sinceridad, constancia, laboriosidad, espíritu de sacrificio y responsabilidad.
109. Es de vital importancia formar en los jóvenes el espíritu misionero para que venzan la tendencia a encerrarse en sus grupos o movimientos y desarrollen cabalmente una personalidad apostólica, que los lleve a anunciar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a los jóvenes no creyentes o a los más tibios en la fe. Y esto, no con un espíritu proselitista sino genuinamente evangelizador.
c) Vocaciones de especial consagración, para una Iglesia misionera
110. El Santo Padre en la visita \"Ad limina\" recordó que la pastoral vocacional debe\" ser prioridad por parte de los Obispos y una exigencia de todo el pueblo de Dios\". Seguiremos dando un impulso a la pastoral de vocaciones a fin de suscitar presbíteros, diáconos permanentes, religiosos, religiosas y miembros de institutos seculares para la nueva evangelización.
111. La pastoral vocacional se basa en la oración y en la renovación de la vida ministerial y consagrada, para que los jóvenes y las jóvenes conozcan a testigos atrayentes de esta forma de vida. También es necesario que los sacerdotes prediquen explícitamente sobre el llamado del Señor y, a imitación de Jesús, disciernan en oración las vocaciones y llamen por su nombre a las personas en quienes vean aptitudes para el ministerio sacerdotal y la vida consagrada. De vital importancia, en todo este proceso, es que los agentes consagrados dediquen tiempo a la dirección espiritual de quienes den muestras de signos vocacionales.
112. Recomendamos que la pastoral vocacional se ejerza con una vinculación muy cercana con la pastoral juvenil y familiar. De hecho, toda pastoral juvenil es vocacional, puesto que en esa edad los jóvenes y las jóvenes disciernen su futuro. Por lo tanto, parte del acompañamiento a los jóvenes, de las reuniones juveniles y la catequesis previa al sacramento de la Confirmación debe incluir tiempos importantes para orar y reflexionar sobre la propia vocación. La Pastoral juvenil debe llevar a la maduración de vocaciones sacerdotales y religiosas.
113. En fin, una ocasión propicia tanto para predicar sobre la vocación como para reflexionar sobre ella es la Semana de Pastoral Vocacional. Por ello recomendamos que esta Semana se celebre en todas las diócesis del país con el apoyo -si así lo desean- de la Comisión Nacional de Pastoral Vocacional que implementa, con diversos materiales para la reflexión y el trabajo, el Mensaje que el Santo Padre entrega todos los años.
2. Formación y Catequesis
114. Los profundos cambios culturales antes descritos nos desafían a formar agentes pastorales y evangelizadores que den razón de su esperanza; que sean competentes, sólidos en la fe y movidos por la caridad; que se inserten en los diferentes campos de la vida social y estén presentes en los modernos areópagos de nuestro mundo: la ciencia y la técnica, los medios de comunicación social, el arte, la política y la economía.
115. Preocupados por la formación permanente del clero, recomendamos a cada Iglesia Particular, así como al Área correspondiente de la Conferencia Episcopal, la formulación de un proyecto orgánico de renovación permanente del clero. A nuestros colaboradores inmediatos «hay que facilitarles los medios necesarios para intensificar su formación espiritual, teológica y pastoral, mediante el estudio de la Palabra de Dios realizado de forma orante, amorosa y metódica.. . » (86).
116. Tenemos que dar especial prioridad a los encargados de los Seminarios para que ellos puedan dar la mejor formación a los jóvenes seminaristas, para que, «configurados con Cristo, Buen Pastor, edifiquen la Iglesia, como cooperadores del Obispo y miembros del presbiterio»87. Además de la formación espiritual e intelectual, es necesario que los futuros sacerdotes tengan una adecuada formación pastoral que les permita trabajar en este mundo de cultura plural, hacer equipo con diácono s, laicos y religiosas, y vivir la fraternidad sacerdotal.
117. Interesa también la creación de instancias formativas permanentes para los fieles laicos -varones y mujeres- que deben colaborar en la construcción del Reino de Dios en medio de este mundo y dar respuestas eficaces a los desafíos actuales de la sociedad. Será necesario fomentar el compromiso activo de los laicos en la Evangelización del mundo del trabajo, de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la literatura y de los medios de comunicación social, con la autonomía que les es propia. Es conveniente crear espacios comunitarios para que ellos puedan profundizar su experiencia de fe, compartida y aportada en sus lugares de vida y de trabajo. Hay que impulsados a penetrar los diversos ambientes socio-culturales y ser en ellos protagonistas de la transformación de la sociedad, a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia. Resulta indispensable superar para ello alguna tendencia clericalista que se observa en sectores de la Iglesia y reconocer el aporte propio de los laicos a la Evangelización.
118. Por otra parte, urge preocuparse de los evangelizadores -laicos y religiosos-, sobre todo de quienes son más multiplicadores, para que puedan ejercer con capacidad y autoridad servicios apropiados dentro de la Iglesia. No es sana ni visionaria la actual concentración de tareas que sobrecarga el ministerio ordenado. Se impone la necesidad de reconocer llamados de Dios a otras formas de servicio y dar la formación correspondiente. Pensamos especialmente en los Diáconos, catequistas, profesores de religión; en los coordinadores y animadores de Comunidades de base; en quienes son capaces de dirigir la oración de la comunidad, de acompañar y animar a los enfermos, y también en aquellos hermanos y hermanas especialmente dotados para la discreción de espíritus, el acompañamiento espiritual; y en los que tienen vocación para otras labores diversas específicamente misioneras y de servicios de caridad y solidaridad.
119. Los contenidos de esta formación los encontramos en la lectura asidua y orante de la Sagrada Escritura, en el Catecismo de la Iglesia Católica, en la Profesión de Fe con que se inicia el Documento de Santo Domingo (88), así como en los otros documentos del magisterio y en los capítulos dedicados a este tema en anteriores Orientaciones Pastorales de nuestra Conferencia Episcopal (89).
120. Es necesario que la formación se imparta con «nuevo ardor» y con «nuevos métodos» y «expresiones». El ardor lo renovamos en contacto personal con Cristo, el Señor, a través de una vida de oración, de la lectura y meditación de la Palabra de Dios y de la práctica de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Reconciliación Penitencial.
121. Debido al cambio cultural, tenemos que renovar también los métodos y el lenguaje de nuestra predicación y catequesis, para que la formación que aportamos sea seria en sus contenidos, clara en su exposición, progresiva en su pedagogía. La formación no consiste sólo en el anuncio del kerygma, ni sólo en la enseñanza dogmática o moral; es más bien un todo orgánico, en que se entrelaza la fe que proclamamos, con la fe que celebramos, oramos y vivimos (90).
122. Durante el año 1997, en concordancia con la agenda de preparación al Jubileo del año 2000, dedicaremos especial atención a la catequesis (91). Los contenidos de esta catequesis tendrán en cuenta los énfasis que el Santo Padre ha propuesto para él último trienio del presente siglo (92).
3. Vida espiritual y litúrgica
123. Es muy alentador constatar la variedad de formas y la riqueza con que hoy se cultiva la vida espiritual en la Iglesia. De ello son signos: la oración personal y en grupos, los diversos movimientos de espiritualidad, la renovación de los ejercicios espirituales, los retiros y encuentros de oración, las peregrinaciones juveniles, los grupos de oración y la variedad de publicaciones que existen para animar la vida espiritual en la Iglesia. A esto ayuda en forma determinante el contar con modelos tan atrayentes como Sta. Teresa de Jesús de Los Andes y los beatos Laura Vicuña y Padre Alberto Hurtado.
124. Sabemos muy bIen que la fe y la caridad maduran en la oración, personal y comunitaria. Esta nos mantiene «alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración» y activos en la candado Esto vale tanto para las vocaciones contemplativas, como la de Sta. Teresa de Jesús de Los Andes, que por amor, entregan su vida en un claustro; como para las vocaciones a ser contemplativos en la acción\" que vinculan su experiencia de fe y su compromiso en la vida activa. Ambas vocaciones están al servicio de la salvación de este mundo y, por lo tanto, muy lejos de una evasión o un intimismo desencarnado. Insistimos en la vital importancia de la oración en la vida del cristiano, por lo que deseamos que en todos se incrementen los encuentros con el Señor, en los retiros espirituales, en las jornadas de reflexión, en la lectura contemplativa de las Escrituras, etc. Es necesario cuidar siempre que la oración responda con claridad a la Tradición cristiana.
125. Agradecemos a Dios la mayor riqueza que existe en el canto religioso y su vinculación a la experiencia de oración. Sin embargo, en la música litúrgica hay mucho más que hacer. Por esto, animamos a las personas que tienen el don de la creación musical para que penetren el sentido de la Liturgia y la belleza de los textos y puedan enriquecer a la Iglesia con cantos e himnos aptos para la celebración de la Eucaristía y los Sacramentos de la fe, para los tiempos litúrgicos y otros momentos de oración. Se impone aquí en estas materias una particular atención de las Comisiones Diocesanas de Liturgia y, en sus aspectos más generales, de la Comisión Nacional de Liturgia.
126. En efecto, así como en el campo de la vida espiritual hay progresos notables, experimentamos un cierto estancamiento en el aprovechamiento de la renovación litúrgica tal como la estableció el concilio Vaticano II y la ha ido impulsando la Santa Sede. Pasado el momento de la novedad y de la traducción de los rituales a la lengua del pueblo, no hemos progresado igualmente en capacidad de celebrar la Liturgia con toda la riqueza que la reforma propone. Aún no se aprovechan plenamente las riquísimas alternativas del Misal y Rituales para la celebración de la Eucaristía y los Sacramentos. Estas pueden enriquecer la Religiosidad Popular y ayudar a la adaptación de la Liturgia en los diversos ambientes, previniendo abusos en celebraciones que se realizan al margen o contra expresas normas. «La celebración de la fe en la Liturgia, cumbre de la vida de la Iglesia, ha de realizarse con gozo yen forma que permita una participación más viva, activa y comprometida en la realidad de nuestro pueblo» (93).
127. Por eso queremos pedir encarecidamente a los sacerdotes, diáconos permanentes, estudiantes religiosos y seminaristas que nutran su meditación en los libros litúrgicos, incluido el Bendicional, para que se compenetren de la teología y espiritualidad de los sacramentos así como de las variadas posibilidades abiertas para su celebración. En este mismo estudio y meditación encontraremos, además, una riquísima cantera para profundizar en el sentido de los signos litúrgicos y para enriquecer nuestra predicación.
128. Hay fieles que se quejan de tener que soportar homilías improvisadas o mal preparadas. Otras veces piden que los predicadores se capaciten en el arte de la comunicación, para que la riqueza del contenido no se debilite por la pobreza de las formas. En estos tiempos en que la cultura privilegia el lenguaje visual y en que hay mayor sensibilidad por los medios de comunicación social, es necesario impulsar un renovado esfuerzo por mejorar en el arte de la homilía y por darle al servicio de la Palabra una prioridad efectiva en el ministerio ordenado. Sencillez en la forma, calidad en el contenido y belleza -o por lo menos- claridad en la expresión es algo que todos, -obispos, presbíteros y diáconos- debemos procurar.
129. Volvemos a señalar la importancia del sacramento de la Penitencia o Reconciliación. Es indispensable que los sacerdotes se den tiempo en su jornada para atender las Confesiones de los fieles, para organizar Celebraciones Penitenciales y para practicar la dirección espiritual. En la celebración misma de este Sacramento deben observar las formas y normas establecidas en el Ritual correspondiente y en el Derecho Canónico. Los fieles deben ser instruidos cómo recibir con fruto este Sacramento. Los ministros sagrados, por su parte, también deben prepararse con la oración y evitar la rutina para ejercer su ministerio de padre, pastor, médico y juez como Cristo, el Señor. El buen penitente hace al buen confesor, y el buen confesor hace al buen penitente.
130. Llamamos también a hacer un esfuerzo por renovar el Domingo como Día del Señor, que se santifica ante todo con la participación en la Santa Misa o, cuando ello no es posible, en las Asambleas Dominicales en ausencia del presbítero. Este día tan importante para el ejercicio de la caridad, el encuentro familiar y el necesario descanso y esparcimiento, no puede convertirse en un día más del calendario. Considerar sin más el Domingo como un día laboral cualquiera es algo que agravia a la conciencia cristiana. Hay bienes espirituales que tienen prioridad, precisamente para dar sentido a la actividad humana que, de lo contrario, se convierte en una nueva fuente de materialismo y hasta de esclavitud (94).
131. Pondremos un especial empeño en valorizar las riquezas de los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, y en la celebración de la Penitencia y de la Eucaristía, en los años fijados para ellos en el proyecto pastoral que propone la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, para la adecuada celebración del Gran Jubileo (95).
4. Compromiso con los pobres y solidaridad
132. La vida y el sufrimiento de los pobres y necesitados ocupa un lugar singular, no sólo en la pastoral de la Iglesia, sino en su propia identidad. Así lo comprendieron los Apóstoles, guiados por el Espíritu Santo, en el Concilio de Jerusalén (96) y así lo han encarnado los grandes santos y santas a través de los siglos. Esta línea de la Iglesia cobra hoy actualidad en un país decidido a superar la marginación y la extrema pobreza y en que, sin embargo, tiende a dominar una cultura del consumo que, a menudo, se olvida de los pobres y de los necesitados: enfermos, privados de libertad, gente sola y abandonada.
133. «¿Cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo» (97).
134. Nuestro aporte específico debe expresarse en nuestro magisterio ordinario, predicando el Evangelio de las bienaventuranzas, valorando las iniciativas que surjan para superar la pobreza, denunciando las injusticias y formando a todos los cristianos en la Doctrina Social de la Iglesia y asumiendo iniciativas que sean \"sacramento\" de justicia y solidaridad. La tutela de la dignidad y de los derechos de la persona en el ámbito de una justa relación entre trabajo y capital, así como la promoción de la paz, forman parte del magisterio social de la Iglesia. En ese mismo espíritu hoy es necesario reiterar que los hombres, más que dueños de la riqueza, somos sólo administradores de los dones de Dios y que el mayor ideal de la vida se conquista en el servicio a los demás y no sólo atesorando egoístamente bienes y riquezas.
135. Como nos recuerda el Santo Padre «esta preocupación por lo social \'forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia\' en la cual debe tener un lugar predominante la promoción humana, ya que la evangelización tiende a la liberación integral de la persona. Los católicos, transmitiendo adecuadamente el rico y siempre actual patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia, deben impulsar y favorecer convenientes iniciativas encaminadas a superar situaciones de pobreza y marginación que afectan a tantos hermanos necesitados» (98).
136. Aunque este servicio compete a toda la Iglesia, en él ocupan un lugar específico los fieles laicos, «pues a ellos corresponde infundir los valores cristianos en el orden temporal, pues esta misma caridad anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano» (99). Por lo tanto «los Pastores deben orientar a sus fieles en este campo, favoreciendo su conveniente formación moral y doctrinal, para que, junto con su competencia en el campo socio-económico y político, puedan llevar a cabo acciones eficaces con rectos criterios morales» (100).
137. Es necesario predicar la sobriedad y animar a la solidaridad. Es de justicia acortar la brecha existente entre los ricos y los pobres, y procurar oportunidades para todos. No podemos quedamos complacientes ante un desarrollo que deja a tantos hermanos fuera de la mesa del pan y del trabajo. Por eso será necesario buscar un modo concreto y evangélico para hablar y hacer comprender este mensaje por todos los miembros de la sociedad. Es necesario llamar a la justicia en las relaciones laborales y promover las más variadas formas de caridad y solidaridad, para responder a las diferentes maneras en que se presenta la pobreza. Hay que reconocer el esfuerzo de muchos empresarios, alegrarnos de su deseo de superación e invitados a profundizar y poner en práctica la Doctrina Social de la Iglesia. Es este un desafío permanente para los empresarios cristianos.
138. Debemos también reconocer y animar las «distintas formas de voluntariado que actúan en una multiplicidad de servicios y obras. El voluntaria do, si se vive en su verdad de servicio desinteresado al bien de las personas, especialmente de las más necesitadas y las más olvidadas por los mismos servicios sociales, debe considerarse una importante manifestación de apostolado, en el que los fieles laicos, hombres y mujeres, desempeñen un papel de primera importancia» (101).
139. Nuestro país tiene una gran tradición de organización popular que hay que valorar y apoyar, ante el grave peligro de la mentalidad individualista, para que los más pobres puedan ser protagonistas de su propio desarrollo y no meros beneficiarios pasivos de iniciativas ajenas a ellos.
140. También queremos incentivar las diversas iniciativas de servicio pastoral tendientes a hacer posibles y mejorar la organización de trabajadores y campesinos para que tomen conciencia de su situación y de su necesario aporte para la solución de sus problemas, apoyándolos en su empeño por lograr un salario más justo que los dignifique como personas y por realizar un trabajo consciente, honrado, realizado con responsabilidad y competencia, pensando en hacer un mundo más humano.
141. En especial queremos destacar el gran esfuerzo y sacrificio que viven miles de «temporeros» y tantos otros que, por causa de sus excesivos horarios de trabajo, se van alejando de su realidad familiar y comunitaria, y muchas veces se van deshumanizando.
142. En el servicio a los más pobres, nos servirá de inspiración y guía el testimonio y la enseñanza del P. Alberto Hurtado. En palabras del Santo Padre deseamos «que él, con su intercesión» nos impulse a llegar al corazón de nuestros hermanos, «para que haya una nueva generación que no viva de los espejismos del lucro y del consumismo, sino que esté cimentada en las mejores tradiciones de sobriedad, solidaridad y generosidad que anidan en el corazón de vuestro pueblo» (102).
5. Evangelización de la Cultura y Comunicación Social
143. A la evangelización de la cultura nos referimos ampliamente en las Orientaciones Pastorales \"Nueva Evangelización para Chile\" y a ellas nos remitimos (103).
144. Mucho tenemos que aprender del primer anuncio del Evangelio y de la actitud misionera de los Apóstoles y discípulos del Señor. Estos hombres y mujeres, tan sencillos, supieron anunciar la Pascua del Señor y la cercanía del Reino de los cielos en lenguajes comprensibles a las culturas de su época. Por eso, nos alegramos vivamente del conocimiento y uso de la Biblia en la catequesis presacramental, en las misiones y reuniones de comunidades de base así como del interés creciente que despierta la lectura orante de la Palabra de Dios. Creemos que una vuelta a las fuentes de la fe -especialmente a la Sagrada Escritura leída en la Tradición viva de la Iglesia y a los Padres de la Iglesia- puede enseñarnos actitudes fundamentales para dialogar con este mundo, sin temor y con un amor entrañable por el hombre y la mujer actuales y por el Evangelio que anunciamos.
145. Consecuentes con el Evangelio estamos llamados a exponer con claridad la verdad revelada \"a tiempo y a destiempo\" (104), haciendo el esfuerzo por convencer con argumentos comprensibles para la mentalidad actual. Como lo recordaba S. S. Paulo VI, hoy hay más oído para los testigos que para los maestros, lo cual no puede ciertamente ser comprendido como una menor valoración de la verdad o de la claridad y firmeza doctrinal. Por esta razón, la enseñanza de nuestros santos, así como las actitudes vitales de movimientos y comunidades eclesiales de base, y el testimonio personal, deberán acompañar siempre el anuncio del Evangelio y la enseñanza de la doctrina en estos tiempos de tantas interrogantes.
146. Ante las cuestiones tan serias y vigentes como el divorcio, el aborto, la drogadicción o la corrupción, la Iglesia no puede soslayar ni atenuar la doctrina del Evangelio y ha de presentarla de tal manera que no se cierren las puertas de la misericordia. Es necesario intensificar la oración para que quien ha pecado \"se convierta y viva\" (105). Que el rechazo al pecado jamás sea confundido con un rechazo al pecador, como lo enseñó Jesús con su ejemplo personal.
147. Todos debemos hacer un esfuerzo por conocer y manejar mejor el lenguaje actual de las comunicaciones sociales. Habrá que preocuparse tanto de los grandes medios de comunicación social a fin de que sirvan al encuentro entre las personas y a una convivencia más digna y solidaria, como de los medios grupales (diapositivas, videos, boletines, rotafolios, etc.), tan útiles para el trabajo de grupos y comunidades. Hay que valorar su carácter multiplicador, así como ser conscientes de los límites propios de los medios.
148. Sabemos de los grandes cambios que se aproximan en la tecnología de las comunicaciones y de la enorme influencia que esos cambios pueden tener. Tendremos mucha más facilidad para encontrarnos, aunque estemos muy distantes. Deberemos estar atentos para que esta realidad que puede ayudar a crear lazos dentro de esa “aldea global” no nos lleve a desentendemos de los cercanos que comparten la misma realidad de la convivencia local. Es en el encuentro con los demás, acogiendo lo distinto, donde cada uno debe crecer, haciendo entrega de lo propio.
149. Esto implica formar cristianos aptos para trabajar en los Medios de Comunicación Social y dar una esmerada formación cristiana y pastoral a quienes dirigen o trabajan en estos medios. Será necesario preocuparse pastoralmente de las numerosas escuelas de periodismo y de comunicación social que se han creado. Pero hay que dar formación a todos para la comunicación, lo que supone formación para la percepción crítica de los Medios de Comunicación Social, especialmente la TV.
150. Pero, más allá de los medios de comunicación, tenemos que comunicarnos por medio del signo más elocuente que sigue siendo el testimonio de amor perseverante y generoso. En especial, la Iglesia debe profundizar su aporte a la creación de una cultura de la solidaridad, trabajando en favor de los marginados de este tiempo: los niños sin familia, más pobres y los encarcelados, los migrantes, los alcohólicos y drogadictos, los ancianos, los enfermos e impedidos, los que padecen el SIDA, etc. Una decidida acción en favor de los sufrientes pone a la Iglesia en el vértice más propio de su acción pastoral y ayudará a dar una imagen actualizada del Buen Samaritano.
151. Especial preocupación nos merece la situación de las minorías étnicas. La nueva ley reconoce especiales derechos a los pueblos originarios del territorio nacional. Confiamos que su aplicación contribuya eficazmente a su promoción. La evangelización del mundo indígena requiere el reconocimiento de la identidad de estos pueblos, y el conocimiento de sus culturas de manera que la evangelización tenga en cuenta la doctrina de la inculturación del Evangelio.
152. También es necesario que la Iglesia, en todas sus instancias, aparezca realmente interesada por la calidad de vida de nuestro planeta, reaccionando tanto ante los excesos del consumismo, como ante los daños inferidos al medio ambiente. Todos debemos preocuparnos de la «casa común», que es nuestra Tierra.
6. Comunión y reconciliación
153. Comenzamos las líneas pastorales subrayando el espíritu misionero. Queremos concluidas volviendo al mandamiento principal: «Ámense como Yo los he amado». En efecto, todo lo que hagamos y digamos debe estar marcado por el signo indeleble de la caridad, de no ser así, sólo seremos campana que resuena (106) y nuestro testimonio carecerá de credibilidad. No hay nada más misionero que el amor.
154. Con esta misma actitud queremos mirar a la Iglesia y al país para progresar en estos años en la voluntad del Señor que nos quiere unidos, como Él es uno con el Padre. Tenemos que revisar honestamente tensiones que nos separan y dividen, para poder dar pasos consecuentes hacia la comunión y la reconciliación. Con San Agustín conviene recordar que «en las cosas necesarias unidad, en las cosas discutibles libertad y en todo caridad».
155. En el seno de la Iglesia tenemos que ser capaces de convivir con diversas apreciaciones de la realidad social, de la cultura adveniente, de la acción pastoral. La fe tiene que hacernos capaces de derribar los muros que los hombres construimos. Es importante que aprendamos a complementarnos en la diversidad sabiendo que las mayorías y minorías tienen mucho que aportar siempre que reine la caridad en nuestras relaciones personales y grupales. Es preciso realizar esfuerzos para superar mutuas desconfianzas y para escucharnos con respeto y sin exclusiones. Las divisiones afectan nuestra misión. Por eso rogaba el Señor: «Padre, que sean uno, para que el mundo crea» (107). Hay que cuidar el lenguaje cuando se habla públicamente de materias opinables, pues fácilmente se es mal interpretado y se oscurece aquello que realmente nos une. Se debe evitar que las diferencias entre los sectores sociales que existen en Chile produzcan Iglesias distintas.
156. Por fidelidad al Señor vemos la necesidad de velar por la comunión al interior de cada Iglesia particular: a nivel de las parroquias, de las comunidades Eclesiales de Base, de los movimientos y las familias. Es importante también buscar caminos de cercanía y colaboración entre espiritualidades que se complementan y que enriquecen la Iglesia.
157. Será necesario promover una unión de afecto, servicio y fe entre las diferentes diócesis, respetando las autonomías y legítimas diferencias. Estas Orientaciones, en efecto, pueden contribuir grandemente a llevar adelante esta unión.
158. En el país tenemos que aprender a considerar con verdad, con sentido del bien común, con deseos de reconciliación y de perdón, los hechos de violencia que han herido profundamente a tantas personas. Pensamos en las víctimas de atropellos a los derechos humanos, en los detenidos desaparecidos y en sus familiares. No olvidamos a los servidores públicos que han muerto en atentados terroristas, ni a las víctimas de la delincuencia común en tan variadas manifestaciones. Pedimos a quienes tengan alguna responsabilidad personal en estos actos de desprecio a la dignidad humana, que se arrepientan en la presencia del Señor y hagan lo que esté a su alcance para reparar el daño causado. La reconciliación pasa necesariamente por el perdón, aun cuando no siempre puede lograrse la justicia humana. Y no podemos crecer como país si la justicia y la solidaridad no nos ayudan a disminuir la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos.
159. “La dimensión comunitaria de la vida es especialmente querida para los cristianos que sabemos que ‘fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un Pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente’ (108). Somos miembros de una Iglesia. No somos creyentes aislados, a pesar de que el pecado nos disgregue y nos tiente con el individualismo, el relativismo, el sectarismo” (109).
160. “En el seno de la Iglesia se dan múltiples formas de comunidad de vida, de trabajo, de referencia, que valoramos y animamos. Entre ellas hemos dado prioridad especial, durante 20 años, a las Comunidades Eclesiales de Base, que están llamadas a ser una pequeña Iglesia donde se vive la fe en una dimensión cercana. Sabemos que éstas han prendido especialmente en el campo y en los sectores más populares de nuestra Iglesia, más acostumbrados a compartir su vida y a necesitar de los demás para vivir” (110).
161. Reiteramos esta prioridad, conscientes de que estas comunidades, si son verdaderamente fraternas y eclesiales, son un eficaz signo y fermento de comunión en medio de nuestra realidad social (111). A ellas se agrega hoy día la creciente vitalidad de los Movimientos Apostólicos y de Espiritualidad, de gran valor en la formación de las personas y que deben integrarse más orgánicamente a la pastoral diocesana.
162. Otra expresión de comunión en la Iglesia es la solidaridad económica para poder enfrentar los gastos de nuestra acción pastoral y la mantención del personal consagrado. Muchas Iglesias hermanas -sobre todo de Europa- han sido muy generosas con nosotros, pero surgen otras necesidades más urgentes en otras regiones del mundo, que deben ser atendidas. Es necesario formar conciencia de nuestros deberes eclesiales e insistir en la contribución del 1 % de los ingresos a la Iglesia (CALI) como medio de financiamiento ordinario de nuestra Iglesia. Hay que explicar a los fieles que el cumplimiento de la CALI es una estricta obligación moral y no sólo un aporte voluntario. Es bueno que ellos sepan que los aportes voluntarios a otras obras no son cumplimiento alternativo a aquella y que es un deber cumplir en primer lugar con CALI y en seguida, según sus posibilidades, apoyar otras obras. Es preciso que los fieles sean informados, a nivel diocesano y parroquia1, de la situación económica de la Iglesia, de sus ingresos, gastos y necesidades. Eso contribuirá a lograr una mejor comprensión y un mayor compromiso.
163. Es grande el desafío que tenemos por delante para alcanzar la comunión y reconciliación. Pero es un desafío que es necesario asumir, si queremos vivir la verdad en el amor. Y para ello contamos con la gracia de Dios, que nos da su Espíritu para que nos haga permanecer en el amor.
V. CON MARÍA NOS PREPARAMOS PARA EL TERCER MILENIO
164. Deseamos encomendar las presentes Orientaciones al maternal cuidado de María, Madre del Redentor. Al acercarnos al tercer milenio, le pedimos a la Virgen que nos enseñe a alcanzar la actitud que Ella tuvo en la espera de su Hijo. Con fe plena Ella acogió la Palabra del Señor; Ella colaboró con el Espíritu Santo para dar la humanidad al Verbo de la Vida; con prisa subió a la montaña para servir a su prima; llevando a Cristo en su seno, difundió la alegría y alabó con toda su alma al Altísimo por las maravillas que en Ella había hecho.
165. En el momento de la prueba María no desfalleció. Junto a la cruz, la Virgen Fiel recibió la misión de su Hijo de ser madre de todos nosotros y por su fe pudo conservar la esperanza que en los discípulos flaqueó. Con Ella se reunió la Iglesia naciente para celebrar la Resurrección y esperar la Venida del Espíritu Santo. Por eso, los discípulos de Emaús, al volver con el corazón ardiente por el reencuentro con el Maestro, se encontraron con la comunidad de los Once y los discípulos que, junto con María, anunciaba gozosa: \"¡Es verdad: El Señor ha resucitado!\" Nada mejor que ese espíritu hará posible llevar adelante estas Orientaciones.
166. Un cambio de milenio puede dar pie a temores y falsas expectativas, como aconteció en las proximidades del año mil de nuestra era. Ciertamente la Virgen enseñó de otro modo a anunciar la Resurrección y esperar la segunda venida de su Hijo. Al preparar a la Iglesia para enfrentar el tercer milenio, sigue resonando el consejo dado por Ella en las bodas de Caná: \"Hagan todo lo que El les diga\" (112). Esas palabras nos alientan a hacer lo que Jesús nos dio como supremo mandamiento: que nos amemos los unos a los otros como El nos amó y que anunciemos con confianza el Evangelio hasta los confines del mundo y del tiempo. Sólo si amamos a Dios con toda el alma podremos cumplir estos mandatos.
167. La Virgen María, asunta y glorificada en el cielo, es signo de esperanza y consuelo para la humanidad y la Iglesia, peregrina hacia la casa del Padre. Ella es la poderosa intercesora, que nos alienta en la lucha por hacer prevalecer el bien contra el mal y las fuerzas de vida contra las fuerzas de muerte. Ella participa del poder y Señorío de Cristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. María nos acompaña en los años que vienen como Madre de Cristo y Madre Nuestra, y como ejemplo de docilidad al Espíritu Santo y de amor a Dios y al prójimo (113).
Notas a pie
(1) Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica \"Tertio millennio adveniente\" (T.M.A.), 10 de Noviembre de 1994.
(2) T. M. A, n. 20.
(3) Juan Pablo II, discurso a los obispos de Chile con ocasión de la visita\" Ad Limina\" (Roma 18 de Octubre de 1994), n. 2.
(4) Íbid. n. 1.
(5) Cf. T.M.A. n. 32.
(6) Juan Pablo II, Homilía en la Misa de la Canonización (Roma, 21 marzo 1993).
(7) Juan Pablo II, Homilía en la misa de la Beatificación (Turín, 3 sept. 1998), n. 5
(8) Juan Pablo II, Homilía en la Misa de Beatificación (Roma, 16 oct. 1994) n. 4
(9) Juan Pablo II, en la Audiencias con los peregrinos (Plaza S. Pedro, 17 de octubre 1994)
(10) Juan Pablo II, discurso en la visita “Ad Limina”, n.7
(11) T.M.A. n.30
(12) T.M.A. nn. 9-16
(13) T.M.A. n.31.
(14) T.M.A.. nn. 40-54. En cada año de este trienio, el Papa acentúa también un aspecto mariano: la maternidad divina de María (43); su docilidad a la voz del Espíritu y a la Voluntad de Dios (48); y su ejemplo perfecto de amor tanto a Dios como al prójimo.
(15) Lc 24, 13-35
(16) Cf. Conferencia de Santo Domingo (SD), Mensaje y los nn3-15 de las Conclusiones de dicha Conferencia.
(17) Cf. I Corintios 15, 19-27
(18) Lc. 24, 13
(19) Cf. Mt 16-21;17, 22; 20,18.
(20) Cf. Mt. 26, 56
(21) D. Jn 10, 16 y Mt. 9.36.
(22) Cf. Juan Pablo II, Evangelium Vitae. Sobre todo el capítulo II
(23) Lc 24, 15
(24) Cf. T.M.A. todo el capítulo 1º y de un modo especial nn 6-8
(25) Cf. T.M.A. n.7
(26) Cf. Juan Pablo II, Redemptor Himinis, n. 13.
(27) Cf. T.M.A. n. 8
(28) Lc 24,27
(29) Cf. Jn 14, 6
(30) Lc 24,29
(31) SD Mensaje n. 24
(32) Uno de los frutos de la Resurrección es que arranca nuestros miedos y nos da la paz. Cf. Mc 16,6; Lc. 24,36; Jn 20,19 21.26 Desde el comienzo de su Pontificado el Papa Juan Pablo II no ha cesado de invitarnos a no tener miedo a abrirle las puertas a Cristo. En los capítulos 1 y 34 del libro “Cruzando el Umbral de la Esperanza” desarrolla también esta idea.
(33) Lc 24,31 y 35
(34) Lc 24,31.
(35) Cf. Hebreos 11,27.
(36) Lc 24, 33.
(37) Cf. Paulo VI, Evangelii Nunciandi n.22
(38) Hechos 4,12.
(39) Lc 24, 17
(40) T.M.A. N. 17
(41) Juan Pablo II, Discurso visita “Ad limina” 1994, n.2
(42) CECh, Orientaciones Pastorales 1991/1994, Nueva Evangelización para Chile, nn. 39-49
(43) Cf. T.M.A. n. 33
(44) Cf. T.M.A. n. 36
(45) Cf. T.M.A. n. 36.
(46) Juan Pablo II, Discurso visita “Ad limina”, n.7
(47) La Conferencia de Santo Domingo concede una prioridad a la pastoral vocaciones (Cf. N82 y 293)
(48) T.M.A. n. 16 y n. 34
(49) Cf. Lc 4, 16-30 e Isaías 61, 1-2
(50) T.M.A. n. 52
(51) Juan Pablo II, Discurso inaugural en Santo Domingo, n.21
(52) Cf. T.M.A. n. 36
(53) T.M.A. n. 35 Cf. Conc. Vat. II. Declaración sobre Libertad Religiosa Dignitatis Humanae n. 1
(54) Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 79.
(55) Evangelium Vitae, n. 4.
(56) Cf. Evangelium Vitae n. 81
(57) Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural de Santo Domingo n. 23.
(58) Uno de los objetivos de los Jubileos era restablecer la justicia social Cf. T.M.A. n. 13.
(59) Colosenses 1, 15-17
(60) Juan Pablo II, Centessimus annus n. 38
(61) Juan Pablo II, Centessimus annus n. 39
(62) Juan Pablo II Discurso visita Ad Limina n.7 (cf. Solicitudo Rei Socialis, 41)
(63) Juan Pablo II, Centesimus n. 39
(64) Para esto puede ayudar la Exh. Apost. “Familiaris consortio” de SS Juan Pablo II y cuanto la Conferencia Episcopal de Chile ha publicado sobre la familia Cf. “Iglesia, Matrimonio y Divorcio. La palabra de los Obispos de Chile a lo largo de 30 años” (1964-1994).
(65) Juan Pablo II. Discurso visita “Ad limina”, n. 5
(66) Ibid n.6.
(67) Cf. Deut. 30,15
(68) Juan Pablo II, Discurso “Ad limina” n.6
(69) Cf. Evangelium Vitae, n.99; también Documento de Puebla n. 846.
(70) Cf. Evangelium Vitae n 99.
(71) Cf. Evangelim Vitae n. 46
(72) Cf. SD nn 263-278
(73) Lc 24,35
(74) En anteriores Orientaciones Patorales esta sección se dividía entre líneas y prioridades pastorales. Ahora, para mayor sencillez, las hemos integrado. Reiteramos que corresponde a cada diócesis juzgar sobre su aplicación y llevarlas a concreción conforme a su propia realidad.
(75) Cf. Juan Pablo II, Redemptoris Missio n.5
(75a) Cf. Carta Enc. “Ut unum Sint” de SS Juan Palbo II, sobre el empeño ecuménico, 25 de mayo 1995.
(76) Cf. Puebla 368.
(77) Cf. T.M.A. n. 38
(78) Cf. T.M.A. n. 33-37
(79) T.M.A. n. 39 y 40
(79a) El nombre oficial es Asamblea Especial para América del Sínodo de Obispos.
(80) T.M.A. n.38
(81) T.M.A. n. 28.
(82) T.M.A. n. 37
(83) Juan Pablo II, Discurso visita “Ad Limina” n. 5
(84) Cf. Orientaciones Pastorales 1991/94 Nº 175-176.
(85) Cf. CECh Comisión Nacional de Pastoral Juvenil. Por las huellas de Jesús” Orientaciones para una Pastoral Juvenil Orgánica, 1994.
(86) Juan Pablo II, Discurso Visita “ad limina”, n.3.
(87) Ibid n.4
(88) SD 4-15
(89) Cf. Iglesia Servidora de la Vida (1986-1990 n. 121.122 y Nueva Evangelización para Chile (1991.1994) n. 128-133.
(90) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica.
(91) T.M .A. 40 y 42.
(92) El primer año (1997) se centrará en Cristo Evangelizador y Salvador; en el Misterio de la Encarnación: y la Fe. Entre los sacramentos será necesario insistir en el Bautismo. (Cf. T.M.A. n. 40-43). En el segundo año habrá una especial atención al Espíritu Santo, a la escatología y virtud de la Esperanza. Será necesario insistir en la Unidad y en el ecumenismo y poner especial atención en la Confirmación (T.M.A. n. 44-49). Finalmente, el último año, será necesario insistir en el Padre, y en la virtud de la caridad, poniendo un énfasis en el sacramento de la Penitencia (T.M.A. 40-50). En el año del Gran Jubileo, será necesario glorificar a la Trinidad (T.M.A. n. 55). El año 2000 será intensamente eucarístico. Respecto a la dimensión mariana, cf. Nota 14.
(93) SD 294.
(94) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2181, 2183, 2185.
(95) T.M.A. 41, 45, 50 y 55.
(96) Cf. Gál 2,10
(97) T.M.A. 51
(98) Juan Pablo II, Discurso visita “Ad limina” n.7.
(99) Ibid n.7
(100) Ibid n.7
(101) Juan Pablo II, Exh. Ap. Cristifideles Laici, 41; cf. Discurso Visita “ad limina”, n.7.
(102) Ibid. n.7
(103) CECh: Orientaciones Pastorales 1991-1994, Nueva Evangelización para Chile nn. 11-20
(104) 2 Tim 4,2
(105) Ez 33, 11.
(106) I Cor, 1.
(107) Jn 17,21
(108) Conc. Tat. II, LG n 9.
(109) CECh, Orientaciones Pastorales, Nueva Evangelización para Chile n. 197.
(110) Ibid. 199
(111) Juan Pablo II, Discurso a los pobladores en la Bandera, Santiago, 1987)
(112) Jn 2,5.
(113) Cf. T.M.A. 43, 48, 54 y 59