El desafío del contexto cultural actual en que la educación católica está llamada a evangelizar
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El desafío del contexto cultural actual en que la educación católica está llamada a evangelizar

Fecha: Lunes 12 de Agosto de 2013
Autor: Mons. Héctor Vargas Bastidas

Los Pastores reunidos en Vª Asamblea del CELAM en Aparecida, Brasil, afirmábamos que vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios; Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes del último siglo. Quién excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. Surge hoy, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad individual.

Se deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la satisfacción inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales, a los problemas de la sexualidad, la familia, las enfermedades y la muerte. Se verifica una suerte de nueva colonización cultural, por la imposición de culturas artificiales, tendiendo a imponer una cultura homogeneizada, y que se caracteriza por la auto referencia del individuo, que conduce a la indiferencia por el otro, a quién no necesita ni del que tampoco se siente responsable. Se prefiere vivir el día a día, sin programas a largo plazo ni apegos personales, familiares y comunitarios. Las relaciones humanas se consideran objeto de consumo, llevando a relaciones afectivas sin compromiso responsable y definitivo. Por otra parte la afirmación exasperada de derechos individuales y subjetivos, sin preocupación por criterios éticos, ni un esfuerzo semejante para garantizar los derechos sociales, culturales y solidarios, resulta en perjuicio de la dignidad de todos, especialmente los más pobres y vulnerables. (DA 46-47)

Las nuevas generaciones en sus aspiraciones personales profundas, son las más afectadas por esta cultura del consumo. Crecen en la lógica del individualismo pragmático y narcisista que suscita en ella mundos imaginarios de libertad e igualdad. Afirman el presente porque el pasado perdió relevancia ante tantas exclusiones sociales, políticas y económicas. Para ellos el futuro es incierto. Asimismo participan en la lógica de la vida como espectáculo, considerando el cuerpo como punto de referencia de su realidad presente. Tienen una nueva adicción por las sensaciones y crecen, en una gran mayoría, sin referencia a los valores e instancias religiosas. En medio de la realidad de cambio cultural emergen nuevos sujetos, con nuevos estilos de vida, maneras de pensar, de sentir, de percibir y con nuevas formas de relacionarse.

El Papa Benedicto XVI, por su parte, en entrevista concedida a Peter Seewald, titulada “Luz del Mundo”, profundiza aún más acerca de esto, afirmando que el desarrollo del pensamiento moderno centrado en el progreso y en la ciencia, ha creado una mentalidad por la cual se cree poder hacer prescindible la “hipótesis de Dios”. El hombre piensa hoy poder hacer por sí mismo todo lo que antes sólo esperaba de Dios. Según ese modelo de pensamiento, que se considera científico, las cosas de la fe aparecen como arcaicas, míticas, pertenecientes a una civilización pasada. La religión, en todo caso la cristiana, es encasillada como una reliquia del pasado.

Esta forma de pensar, ha terminado por modificar la orientación fundamental del hombre hacia la realidad. El hombre ya no busca más el misterio, lo divino, sino lo que cree saber: que la ciencia descifrará en algún momento todo aquello que aún no entendemos. Es sólo cuestión de tiempo; entonces lo dominaremos todo. De ese modo, la cientificidad se ha convertido en la categoría suprema. La dimensión religiosa por no ser considerada como “científica” ya no encuentra espacio alguno.

Sin embargo, y al mismo tiempo, comienzan a surgir científicos que descubren los límites de la ciencia, y comienzan a preguntarse por el origen último de las cosas, es decir, una vez más vuelve esa pregunta existencial. Con ello, vuelve a crecer también una nueva comprensión de lo religioso, no como un fenómeno de la naturaleza mitológica, arcaica, sino a partir de la conexión interior del Logos: según el modo del Evangelio, como el Evangelio ha querido y ha anunciado en realidad la Fe. Entonces, la religiosidad tiene que regenerarse de nuevo en este gran contexto y encontrar así nuevas formas de expresión y de comprensión.

Por otra parte, por ningún motivo podemos olvidar que el ser humano, con todas sus transformaciones, sigue siendo el mismo. No habría tantos creyentes, si los hombres no siguieran entendiendo en el corazón que lo que se dice en la religión, sí es lo que necesitamos. La ciencia por sí sola, en la medida que se aísla y se hace autónoma, no cubre la totalidad de nuestra vida. Ella es un sector que nos aporta grandes cosas, pero ella depende a su vez, de que el ser humano siga siendo tal.

Si bien es cierto que nuestra capacidad intelectual y de conocimiento ha crecido, no lo ha hecho en el mismo grado nuestra grandeza como persona, ni nuestra potencia moral y humana. A través de las grandes tribulaciones de la época que vivimos, reconocemos cada vez más que debemos encontrar de nuevo un equilibrio interior, y que estamos necesitados de crecimiento espiritual. Hay un gran vacío que el educador cristiano debe saber colmar.

Gran parte de la filosofía actual consiste realmente en decir que el hombre no es capaz de la verdad. Pero visto de ese modo, tampoco sería capaz de ética. Así cada uno debería buscar con qué parámetros se las arregla para vivir, y el único criterio, sería en todo caso, la opinión de la mayoría. Pero qué destructivas pueden ser las mayorías, nos lo ha demostrado la historia reciente, por ejemplo, en sistemas como el nazismo, el marxismo y el capitalismo salvaje, los cuales han estado particularmente en contra también de la verdad.

Por eso es preciso tener la osadía de decir: sí, el hombre debe buscar la verdad, y es capaz de la verdad. Es evidente que la verdad necesita de criterios para ser verificada. También debe ir acompañada de tolerancia. Pero la verdad nos demuestra entones aquellos valores constantes que han hecho grande a la humanidad. Por eso hay que aprender y ejercitar de nuevo la humildad de reconocer la verdad y de permitírsele constituirse en parámetro, considerando siempre que la verdad no puede imponer su dominio mediante la violencia, sino por su propio poder: Jesús atestigua ante Pilato que es la Verdad y el testigo de la verdad. Defiende la verdad no mediante legiones, sino que, a través de su pasión, la hace visible y la pone también en vigencia.

A nadie se le obliga a ser cristiano. Pero nadie debe verse obligado a vivir esta suerte de “nueva religión”, como la única determinante y obligatoria para toda la humanidad, una especie de determinada forma de comportamiento y de pensamiento como la única racional, y por lo tanto adecuada para el hombre. El cristianismo se ve así expuesto a una presión de intolerancia, que primeramente lo caricaturiza como perteneciente a un pensar equivocado, erróneo, y después en nombre de una aparente racionalidad, quiere quitarle el espacio para respirar.

Este nuevo desarrollo conduce cada vez más a la reivindicación intolerante de una “nueva religión”, abstracta, un parámetro tiránico al cual todos debemos adherir ya que aduce tener una vigencia universal porque es racional, más aún, porque es la razón misma, que lo sabe todo y que por eso mismo, señala también el ámbito que a partir de ahora debe hacerse normativo para todos. El hecho que en nombre de la tolerancia se elimine la tolerancia, es una verdadera amenaza ante la cual nos encontramos.

Es muy importante que nos opongamos a semejante reclamo absoluto, a un tipo determinado de “racionalidad”. No se trata en efecto, de la razón misma, sino de la restricción de la razón a lo que solo se puede reconocer mediante la ciencia natural, y al mismo tiempo de la marginación de todo aquello que vaya más allá de la razón. Estas nuevas ideologías han llevado a una especie de crueldad y desprecio de la persona humana, antes impensables porque se hallaba todavía presente el respeto por la imagen de Dios, mientras que, sin ese respeto, el hombre de absolutiza a sí mismo y todo le está permitido, volviéndose entonces realmente destructor.

Para el Cardenal Robert Sarah, Presidente del Pontificio Consejo “Cor Unum”, en reciente Conferencia en EEUU, afirma que vivimos una época agitada, porque nuevos sistemas políticos y económicos dominantes están determinando nuevas realidades sociales. Existe también el intento de reducir la religión a un común denominador aceptado por todos, una religión basada en meros acuerdos humanos. Este es un peligroso intento por concebir a los seres humanos como un modelo antropológico universal que puede ser controlado por el poder económico y la sociedad, en lugar de considerar cada ser humano en el contexto de su condición social y cultural irrepetible. Esta grave crisis debido a la carencia de una visión antropológica integral y la presencia de un falso sentido de libertad, la ideología de género y manipulación de los derechos humanos, ha dado lugar a una amenaza real de destrucción de la dignidad humana, el matrimonio y la familia. Este intento de excluir a Dios de la esfera humana y unir a las personas en torno a un humanismo materialista, pone duramente a prueba a la Iglesia y su misión.

Ahora bien, esto no sería un problema para estas corrientes de pensamiento, si la fe cristiana buscara solo darle forma a la conciencia personal de los individuos. Pero si aceptamos que el cristianismo pretende conferir un cierto orden teológico y moral, no solo a la conciencia individual sino también a todo el mundo, entonces el paradigma liberal moderno se convierte en un problema mayor para la fe cristiana.
En este sentido, el Papa Francisco en su reciente encuentro con a las diversas confesiones religiosas, les ha exhortado a “que por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo”. “Sabemos -ha concluido- cuanta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios, y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia, que está grabada en el corazón del ser humano. En esto, sentimos cerca de nosotros también a todos aquellos hombres y mujeres que, sin reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en búsqueda de la verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios, son nuestros aliados inapreciables en el compromiso para defender la dignidad del ser humano, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia amorosa de la creación”.
Para poder llevar a cabo una adecuada formación, se requiere ante todo comprender bien la misión específica de la educación. La educación la queremos concebir fundamentalmente como un proceso de formación integral, mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura. Y ésta, entendida como rico patrimonio a asimilar, pero y también como un elemento vital y dinámico del cual forma parte. Ello exige confrontar e insertar valores perennes en el contexto actual. De este modo, la cultura se hace educativa. Una educación que no cumpla esta función, limitándose a elaboraciones prefabricadas, se convertirá en un obstáculo para el desarrollo de la personalidad de los alumnos. De lo dicho se desprende la necesidad que todo centro de formación confronte su propio programa formativo, sus contenidos, sus métodos, con la visión de la realidad en la que se inspira y de la que depende su ejercicio. (DA, 329)
Como podemos apreciar, hoy más que nunca la tarea de evangelizar la cultura y la inculturación del evangelio, asoma como una urgencia de la misión de la Iglesia, y en donde el rol académico y docente de la educación católica está llamada a dar un aporte esencial. Ello arranca ante todo de su capacidad de discernir los “signos de los tiempos”, para luego buscar la forma de responder desde su naturaleza e identidad en medio de las jóvenes generaciones. Este ha de ser un servicio invaluable a la Iglesia y a la entera sociedad.
Ello implica tener claro que la teología de “los signos de los tiempos” entiende que la historia es un “lugar teológico”. Ella reconoce en el acontecimiento de Jesús de Nazaret, el Mesías muerto y resucitado, y como la máxima cercanía y la mayor revelación posible de Dios, como criterio fundamental a través del cual la Iglesia reconoce en su acontecer histórico las señales mesiánicas de la anticipación del Reino. No hay duda que un planteamiento así desafía algunas pastorales que se nutren del temor a un mundo que ponen enfrente, que condenan todo lo nuevo y que no distinguen en los cambios históricos más que amenazas. Jorge Costadoat, sj, en su obra “ Trazos de Cristo en A.Latina” (2010),

La pastoral educativa de la Iglesia, entonces, requiere un concepto teológico de cultura para conseguir lo que pretende, y por ende un concepto escatológico de la historia. La historia como lugar de acción de Dios y del pecado en el mundo, determina un concepto teológico de cultura sin el cual no hay evangelización posible. El discernimiento de los “signos de los tiempos”, urge en modo peculiar también a la Escuela Católica, obligándola así –y más aún por su naturaleza- a un discernimiento de las culturas, pues en estas, como en todo fenómeno histórico, asoma la ideología y la idolatría. Un concepto teológico de cultura, debiera caracterizar los elementos simbólicos y éticos de la cultura, explicitando la constitución trascendente de la humanidad y el valor eterno de toda persona humana.

Miguel Yaksic, en su obra “Política y Religión, Teología Pública para un mundo plural,” (2011), entiende que la teología puede aspirar a elucidar el sentido global de la cultura y a desentrañar en ella la voluntad de Dios en la medida que acoge el aporte de las ciencias en el conocimiento de la misma realidad. Con todo, advierte a su vez, el discernimiento del Espíritu es una actividad espiritual en el sentido estricto. De hecho, en la misma realidad descifrable por las ciencias, actúa el Espíritu, y su actuación explicada por malas interpretaciones científicas, solo puede ser ulteriormente comprendida a través de un discernimiento espiritual.

A este punto no debemos olvidar que el gran signo de los tiempos es el Mesías. Las acciones a través de las cuales Jesús continúa su presencia en la historia son contraculturales o creadoras de cultura, pero no es fácil reconocer que son suyas. Se impone a la teología, por tanto, la necesidad de la fe. El discernimiento cultural tiene a Cristo como referencia fundamental de la actuación histórica de Dios, pero requiere de una conexión interior del intérprete con el Cristo vivo. Fuera de este contacto de primer grado con el Espíritu, que permite reconocer al hombre que se dejó llevar por el Espíritu, y atinó así con la voluntad de Dios, el sujeto que interpreta el sentido de su época no tendrá la capacidad para señalar con exactitud dónde está Dios y dónde no está.

Esto supone en definitiva creer que Dios actúa en la historia, que la cultura es un lugar “teológico”, y que la Iglesia Pueblo de Dios debe esforzarse por discernir las indicaciones mesiánicas del Espíritu, de acuerdo al paradigma fundamental del acontecimiento de Cristo ya ocurrido, que en el mundo ya opera, y que se prolonga escatológicamente hasta el final de los tiempos.

Finalmente, y respecto del espíritu con que debemos asumir estos desafíos, Concluyo esta sencilla reflexión con las palabras que el Papa Francisco ha hablado en su primer encuentro con los Cardenales: “Es Cristo quien guía a la Iglesia por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, con su fuerza vivificadora y unificadora: de muchos, hace un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo. Nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, por esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no caigamos en el pesimismo y el desánimo: tengamos la firme convicción de que, con su aliento poderoso, el Espíritu Santo da a la Iglesia el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Hch 1,8). La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue en los comienzos del cristianismo, cuando se produjo la primera gran expansión misionera del Evangelio.”


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