Nació en 1869 cerca de la región del Darfur (Sudán). Cuando era todavía una niña, fue raptada y vendida en varios mercados de esclavos de África. Vivió una cruel servidumbre y, finalmente, fue liberada. Se convirtió al cristianismo y fue religiosa en las “Hijas de la Caridad”.
Durante más de 50 años vivió dedicada a diversos trabajos en su comunidad religiosa. Ya anciana, tuvo una enfermedad larga y dolorosa.
Su vida sencilla y humilde estuvo marcada por las bienaventuranzas evangélicas. Fue pobre de espíritu, bondadosa, misericordiosa, limpia de corazón, constructora de paz.
Murió el 8 de febrero de 1947 y fue beatificada en 1992.
En la Iglesia Catedral de Valparaíso, Mons. Pedro Ossandón, obispo Administrador Apostólico de la Diócesis de Valparaíso presidió la celebración de la Misa de la Cena del Señor la que fue transmitida por la FanPage de Comunicaciones Diócesis de Valparaíso y Radio Stella Maris. En ella también estuvo presente el padre Dietrich Lorenz, Rector de la Iglesia Catedral.
En su homilía, se refirió al sentido de lo que se conmemora en este día. “Hoy, Jueves Santo, celebramos la institución del sacerdocio y de la Eucaristía. Jesús quiso expresamente dejarnos ministros servidores en su nombre, consagrados a su servicio y al reino de Dios y su justicia y el sacrificio de su amor: la sagrada Eucaristía”.
“Jesús celebra la última cena con sus discípulos sabiendo que ofrecerá su vida en la cruz. Así se los anticipó varias veces para prepararlos a reconocer su gloria en la donación de su vida por amor a nosotros en el sacrificio del madero. Jesús también sabía que sus discípulos lo traicionarán, lo negarán y abandonarán. Grande es el amor de Jesús, que conociendo nuestro pecado nos amó y nos amó hasta el extremo, nos amó con la fuerza de Dios misericordioso que ofrece a su hijo para perdonar nuestros pecados, transmitirnos su propia vida y enseñarnos su amor de Dios, amor a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.
“Jesús nos ha dado el ejemplo de servicio humilde ofreciéndonos con él y en él y derramando en Cristo su sangre para servir a los hermanos. Por eso cada vez que celebramos la Eucaristía, recibimos la vida de Dios que nos alimenta con el pan vivo que ha bajado del cielo; y, al mismo tiempo, nos trae y nos lleva al encuentro solidario con los hermanos, especialmente con los crucificados de hoy, los que en su dolor nos muestran a Jesús, llamándonos a compartir el pan del perdón, el pan de la justicia, de la misericordia y de la paz. Jesús nos alimenta con su cuerpo y su sangre para que unidos a él y a su pueblo santo la Iglesia, renovemos hoy en tiempos trágicos de pandemia y deudas sociales y morales, el servicio a la comunidad eclesial y a la comunidad nacional, nuestro querido Chile”.
“Jesús vivo y presente en la Eucaristía nos envía y unge con su Espíritu Santo, con sus siete dones y nos sigue revelando el rostro de Dios, su Padre, nuestro Padre: Por eso, tenemos la certeza de la fe, la fuerza de la esperanza que no defrauda y el amor que nos quita los miedos y las angustias para seguir hoy en nuestras familias, en nuestras comunidades eclesiales y en Chile, el ejemplo conmovedor de Jesús, esto es lavarnos lo pies los unos a los otros como lo hizo Jesús con sus discípulos en su última cena, en la Eucaristía, la misma que en su nombre y en su presencia real celebramos desde su muerte y resurrección todos los días hasta que él vuelva”.
Al término de la Eucaristía, don Pedro Ossandón llevó al Santísimo hasta el sagrario de la capilla realizando un momento de Adoración.
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