Misa de Navidad, Catedral de Concepción, 24 dic. 2012
Hermanos y hermanas. Todo ser humano, docto o ignorante, toda familia, toda comunidad tiene anhelos, deseos y esperanzas. Esta búsqueda forma parte de nuestra humanidad que no es otra cosa que querer ser más. Si, los seres humanos aspiramos a más. Siempre aspiramos a más. Lo que buscamos en el fondo y a veces frenéticamente es mayor felicidad, más amor, más comprensión. Buscamos más luces que iluminen nuestra vida que a veces siente que camina en la oscuridad. Buscamos ayuda, buscamos compañía. En definitiva buscamos un sentido para nuestras vidas que nos haga vivir con mayor plenitud. Queremos ser más felices y no siempre lo logramos. A veces sentimos que la vida nos sobrepasa. Sentimos que no damos más. Sobre todo cuando tenemos problemas serios de orden personal, familiar, social o laboral. Esto lo comprende muy bien quien pasa por una crisis existencial profunda, una crisis matrimonial, tiene un hijo enfermo o en la cárcel, está sin trabajo, o acaba de perder a un ser querido. Esto lo entiende muy bien quienes no han experimentado el sentirse queridos y respetados. Esto lo entienden muy bien quienes están tristes o defraudados de la vida.
Esta realidad nos lleva a buscar, a buscar fuera de nosotros mismos porque nos damos cuenta que por nuestras propias fuerzas o inteligencia es muy poco lo que podemos hacer. Esa plenitud que buscamos y que no nos podemos dar a nosotros mismos se llama salvación. Esa es la palabra, el concepto, la realidad que nos devuelve la esperanza y nos restituye en nuestra dignidad y alegría. Salvación es la experiencia única de sentirse rescatados de nuestra incapacidad de amar, de saberse amados a pesar de nuestra fragilidad e indigencia para amar. Nos permite comprender y ser comprendidos. La salvación es el don de Dios al mundo que el mismo ha creado. Dios no quiere que el hombre creado por amor para que tenga vida en abundancia viva en la esclavitud, en la soledad, en la ausencia de amor, en la desesperanza. Esa salvación nos llega como regalo, pero no como una idea genial, o un proyecto político muy eficaz, o una moral que nos permita convivir pacíficamente. No, es más que eso, la salvación nos llega por Jesucristo, por el hijo de Dios, que es Dios y hombre a la vez.
Eso es lo que celebramos hoy junto a mil doscientos mil millones de personas en el mundo. Celebramos la venida del hijo de Dios que toma cuerpo humano para compartir nuestra vida y nuestro caminar. Es El quien nos libra de todo lo que nos impide amar, de todo lo que nos oprime. Es El quien nos ilumina, nos guía. Es EL la estrella que nos indica el camino para andar por la senda justa, para andar en la verdad, para vivir en el amor.
Dios, si, Dios está en medio de nosotros, se ha hecho carne y nos ha abierto un mundo de lleno de esperanza en medio de las tinieblas. Dios, nos ha hecho salir de nosotros mismos y mirar el mundo con otros ojos, con los ojos de la fe, con los ojos de la solidaridad, con los ojos del perdón, con los ojos de la misericordia. En definitiva, con los ojos de Jesús.
Miremos por un momento el pesebre. Miremos a Jesús en Belén y descubramos en El, el amor misericordioso de Dios que cura todas nuestras dolencias, cura todas nuestras heridas, y nos da un impulso nuevo para vivir. Miremos el pesebre y contemplando el pesebre miremos como El quiere hacernos descubrir que desde lo pobre, lo humilde, lo sencillo, se revelan grandes e importantes realidades. Se revela el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Miremos el pesebre y con los ojos de la fe, al igual que María, reconozcamos a nuestro Salvador y Señor, a nuestro Dios y nuestro Todo. Reconozcamos en El nuestra única verdad, nuestro único camino y nuestra vida. Miremos el pesebre y descubramos de qué manera el Señor nos invita a participar en nuestra propia vida de la sencillez de Belén y sobre todo a compartir con los demás lo poco que podamos tener. Mirando el pesebre podemos tener mayor claridad de qué sentido tiene nuestra vida. Podemos tener claridad de que vivir es un regalo inmenso de Dios que está llamado a convertirse un regalo para los demás. la Iglesia, nuestra Iglesia, vivirá realmente como la Iglesia de Jesucristo si descubrimos de todo corazón la riqueza y la paradoja de lo que significa de que Dios se haya hecho hombre, haya puesto su morada en medio de nosotros. Es este gran misterio y esta gran paradoja es el gran regalo para aquellos que viven embriagados por el consumo sin sentido, embriagados por el poder y los éxitos humanos que así como llegan se van. El pesebre nos hace recordar que la vida adquiere pleno sentido desde la fragilidad humana que se siente enriquecido no por obra humana sino que por el mismo Dios que siendo rico se hace pobre para que enriquecidos desde nuestra pobreza. Así podemos darle un nuevo y renovado impulso a nuestra vida. Estimados hermanos y hermanas. Les deseo paz y amor en este día y todos los días que el mismo Dios les regale. Les deseo más fe, más esperanza y más amor. Les deseo que el don de Dios, Jesucristo, llene sus corazones de alegría verdadera y confianza, y los inunde de todo bien. Pido también para que nunca dejemos de mirar el pesebre y cada vez seamos mejores imitadores de Dios que desde lo oculto, lo silencioso, nos revela nuestra verdadera vocación y nos conduce a nuestra verdadera liberación de todo lo que nos impide amar.
Bajo el amparo de la santísima Virgen María, modelo maravilloso de fe y de confianza en Dios, le pido a Dios que comprendamos este misterio con mayor profundidad y lo celebramos con mayor devoción.
Este misterio de salvación, desde lo humilde, se vive día a día y domingo a domingo en el Eucaristía, en la Santa Misa. En efecto, El se hace presente pobremente al punto de hacerlo en un pedazo de pan y un poco de vino. Sí, él está efectivamente allí presente sacramentalmente en el pan y el vino consagrado. La Iglesia se vuelve así en un perenne pesebre que nos vuelve a confirmar su presencia. Cuando Dios habla en lo oculto, el hombre maravillado enmudece y quiere entregar lo mejor de sí. Así se entiende el deseo de los pastores de visitar a Jesús y llevarle aloe, mirra e incienso. Así hemos de entender el verdadero sentido del regalo. Si estamos aquí es porque a pesar de todo el movimiento y la vorágine de estos días no hemos perdido la capacidad de asombro frente a este hecho inaudito que para cualquier inteligencia, incluso la más prodigiosa resulta un gran misterio, pero que queremos conocer. Intuimos que hay un hecho grandioso, excelente que nos lleva al silencio más profundo y a la alegría más verdadera. Que Dios los dé su paz. Y desde el pesebre les deseo a todos una muy Feliz Navidad.
+ Fernando Chomali Garib
Arzobispo de Concepción