La proclamación de la Palabra del Señor nos invita a abrir nuestros corazones para escuchar la voz de Dios, que nos habla en la víspera del 18 de Septiembre del 2012, en esta solemne celebración que nos une para alabar a Dios por la Patria y la comunidad nacional a la que pertenecemos todos, pidiendo la gracia de ser cada vez más un pueblo unido en torno a ideales comunes que nos conduzcan a la fraternidad, la justica y la paz.
El Señor de la historia vive y está presente, con el inmenso amor de su corazón, en la historia de la familia chilena. Hoy nos invita, en las palabras del Apóstol Pablo, a hacer “peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos, y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna” (1 Tim. 2,1). Obedientes a su Palabra, en alabanza y oración, cada aniversario de nuestra Independencia Nacional, agradecemos a Dios el don de la libertad, de la paz e imploramos el bien común para todos los hijos de esta tierra chilena.
Hoy nos hemos congregado para pedirle con insistencia al Señor de la vida que ilumine nuestro caminar como nación para que, en medio de los gozos y de las esperanzas, de las tristezas y de las angustias de nuestro tiempo (cf. GS 1), trabajemos incansablemente para hacer de Chile una gran comunidad comprometida con la Vida Plena, donde cada uno tenga lo que en justicia se merece y no se resta de asumir responsablemente la gran tarea de construir la Patria que todos soñamos.
Hoy estamos en su Casa y lo invocamos como sus hijos: ¡Padre Nuestro!; unidos a todos los templos desde donde se eleva la acción de gracias del “Te Deum Laudamus” (“A Ti Dios alabamos”). Hoy es un día de fiesta que invade nuestro corazón de alegría y acción de gracias por compartir la misma tierra, donde millones de hombres y de mujeres se reconocen hijos e hijas de una misma heredad y cultura.
Nuestra humilde gratitud se eleva, como incienso, para bendecir el Nombre del Señor por todas las gracias recibidas, con los ojos puestos en el cielo y los pies firmes sobre la tierra, y sus desafíos en el tiempo presente, que esperanzados ponemos en las manos del Creador.
La misión profética de la Iglesia
Desde los albores de la Patria, el esfuerzo de la Iglesia ha sido evangelizar en la verdad, la justicia y la libertad, pues estamos llamados a ser un signo eficaz de reconciliación entre todos los hombres y entre los hombres y Dios. Nuestra misión profética nos ha llevado, y nos llevará siempre, por el camino de una comunidad que anuncia y denuncia con amor, como lo dice el papa Benedicto XVI, la verdad en la caridad.
La Iglesia tiene la hermosa misión de servir al mundo, anunciando el Misterio de Dios que abraza la realidad humana en su plenitud, pues, como tan hermosamente lo expresa el Concilio Vaticano Segundo, hace ya 50 años, no hay nada realmente humano que no sea relevante para la Iglesia o que no pueda ser iluminado con los valores del mensaje evangélico de Jesús.
Esta misión no siempre es comprendida, pues obliga a ser fieles a la enseñanza del Maestro, siendo testigos de una verdad que a veces es incómoda e impopular. El mandamiento de Jesús, proclamado para nosotros esta tarde, es claro y nos pide amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y con todas las fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. Ello no permite dejarnos llevar por las modas, o diluir el mensaje omitiendo lo que contraría a nuestros contemporáneos.
Por eso esta tarde, comprometidos con el Chile que soñamos, no podemos dejar de insistir en la importancia de defender la Vida, en todas sus manifestaciones. Pues debemos ser servidores, y no señores, de la vida, defendiéndola y promoviéndola desde su gestación en el seno de la madre hasta su muerte natural. Al proclamar la verdad del amor humano, reiteramos el carácter nuclear del matrimonio entre un hombre y una mujer, la centralidad de la familia y la importancia de que ellas estén abiertas a la vida.
Para algunos estas palabras son signo de intolerancia y falta de apertura a la diversidad y el pluralismo. No olvidemos que el pluralismo es un valor en la medida en que podamos vivirlo en un ambiente de amistad cívica madura, sin descalificaciones y que compromete el respeto recíproco que valora el grado de verdad que hay en el otro. No es propio de una convivencia fraterna que en nombre de las mayorías se transgredan principios inalienables propios de la naturaleza humana. Tampoco resulta legítimo que las minorías, usando medios de presión, busquen imponer valores o principios que vulneran las raíces más profundas de nuestra cultura.
Un vacío existencial, el clamor del corazón
Como en años anteriores, el alma de Chile se ve amenazada por la violencia irracional que se manifiesta en el sin sentido de la destrucción material y los ataques a las fuerzas de orden, con sus costosas consecuencias en vidas humanas y bienes materiales. Esta cultura de la violencia engendra más violencia, la que corroe el alma de Chile, que tiene vocación de entendimiento, y se manifiesta en nuestro diario vivir, atacando el seno de la misma familia.
Las movilizaciones son un síntoma que pone al descubierto situaciones aún no resueltas. Estas expresiones populares protagonizadas por diferentes actores sociales nos cuestionan con reivindicaciones, muchas de ellas justas, exigiéndonos acoger sus quejas. Entre las que más nos preocupan hoy está la búsqueda de avances para mejorar la educación en un contexto de equidad y libertad de enseñanza, la atención a las justas demandas del pueblo mapuche y etnias originarias, las necesarias reformas laborales para darle al trabajador su preponderante lugar en el desarrollo del país, la solución definitiva al problema de la vivienda, que en nuestra Provincia aun aqueja a muchas familias afectadas por el terremoto del 27F.
Las respuestas a estas inquietudes no son solamente de carácter económico o material, requieren de diálogo y búsqueda de grandes acuerdos. Además, detrás de estas expresiones, hay un clamor más profundo que tiene que ver con un vacío existencial en el corazón de las personas, especialmente los jóvenes, fruto de una sociedad que ha buscado por demasiado tiempo la felicidad en lo material y en lo efímero, descuidando la dimensión espiritual del ser humano.
La solidaridad, raíz de nuestra esperanza
Cincuenta años después del Padre Hurtado, muchas de sus preguntas siguen siendo vigentes como un gran desafío a aunar nuestras voluntades y emprender grandes cosas, en beneficio de una mejor calidad de vida, centrada en la persona de Jesucristo, Dios hecho humanidad, como lo pensó el Padre Hurtado. Para él todo lo que hacemos, ya sea una simple sonrisa o un gesto de desagrado, hacen la diferencia en cómo nos tratamos entre nosotros, especialmente con los más débiles, los pobres, los postergados.
Hablar de solidaridad y de justicia, entonces, necesariamente significa un cambio, en el corazón y desde el corazón de cada uno. Nada se saca con dar una limosna, ser generosos en una noche fría distribuyendo pan y café en alguna calle de la ciudad, o entregar bonos para paliar necesidades básicas y urgentes, si no se cumplen las exigencias de la justicia, expresando el sentido social en algo tan concreto como ceder el asiento a quien lo necesita, no tirar al suelo la basura, ceder el paso a quien lo pide, dar las gracias o pedir perdón frente a los pequeños errores cotidianos.
La falta de solidaridad y de generosidad en los pequeños detalles de la vida, para san Alberto Hurtado, es la raíz de todas las tragedias que en el mundo contradicen el profundo sentido social.
La urgente búsqueda de mayor justicia social, que demanda nuestra sociedad chilena, y que se hace urgente en nuestra Provincia de Ñuble, después de los últimos índices de pobreza que arrojó la encuesta CASEN 2011, y que pone a la Provincia de Ñuble en un 19,64% por sobre el índice nacional de 14,45%, debe ir de la mano de un profundo cambio en la vida en cada uno de nosotros, expresado en lo cotidiano, en las relaciones directas con las personas, donde se encuentra el germen de la solidaridad y el fruto de una auténtica justicia social
En período de campañas electorales
Desde esta hermosa y emblemática Catedral, elegida como el Ícono Regional del Bicentenario de nuestra Independencia, recordamos el preciado lugar que tiene el diálogo y el encuentro en nuestra convivencia diaria, pues abren posibilidades de alcanzar grandes acuerdos por medio de un coloquio sincero, que hace realidad el sueño compartido de construir un país donde, en palabras del profeta Isaías, “no hay más gente explotada, ni gesto amenazante ni palabras perversas”.
Acercándonos a un período de elecciones municipales, en el que elegiremos juntos a las autoridades de nuestra comuna, pidamos la gracia de recorrer juntos los caminos del encuentro, el diálogo, y del servicio desinteresado a la Patria. Vivamos este período sin olvidar la nobleza de la vocación política, como un regalo de Dios para la comunidad, procurando el respeto mutuo, evitando la descalificación, y el uso de tácticas poco transparentes para ganar votos.
Como comprometidos ciudadanos, no nos restemos de emitir nuestro voto, atentos a los programas de cada candidato. Más allá de las sonrisas y las promesas, fijemos nuestra atención en la gran responsabilidad de elegir a hombres y mujeres que tengan en el alma la vocación de servicio, sin buscar egoístas intereses personales u ostentar cargos para beneficio personal. Favorezcamos con nuestro apoyo los proyectos políticos que mejor representen los ideales cristianos del respeto a la vida humana, favorezcan a la familia, promuevan el bien común, y consideren preferentemente a los hermanos en situación de vulnerabilidad.
Con renovada esperanza nos comprometemos
En un tiempo de profundas transformaciones, con renovada esperanza, en vísperas de un nuevo aniversario de la Independencia Nacional, nos comprometemos a poner a Dios y al prójimo en el corazón de nuestra Patria, ciertos de que es el camino de la perfecta plenitud de vida para todos.
Con los ojos puestos en el cielo, y los pies sobre la tierra, elevemos nuestra oración de acción de gracias y petición, por la intercesión poderosa de la Virgen del Carmen, reina y patrona de Chile. Que ella, estrella de nuestra bandera, sea el modelo que ilumine y guie nuestro peregrinar, haciendo de Chile cada vez más un anticipo del Reino de Dios.
ASÍ SEA
† Carlos Pellegrin Barrera
Obispo de Chillán