Homilía Obispo Emérito de Rancagua, Monseñor Javier Prado Aránguiz en la Diócesis de Iquique
Fecha: Martes 18 de Septiembre de 2012
Pais: Chile
Ciudad: Iquique
Autor: Mons. Javier Prado Aránguiz
El 8 de Septiembre del año 1984, hace ya 28 años, llegaba a esta ciudad a hacerme cargo de la Diócesis que recién me había confiado el Santo Padre para que la administrara en su nombre y, como sucesor de los Apóstoles, condujera a este pueblo de Dios, peregrino en estas tierras nortinas, por los caminos del Evangelio. Hoy ha querido el Señor, en el atardecer de la vida, que volviera por unos días a este querido Iquique a prestar algunos servicios pastorales, entre los cuales presidir este solemne Te Deum con el que tradicionalmente la Iglesia, unida a las autoridades civiles y militares, alaban al Señor de la Historia agradeciendo los dones generosos que ha derramado sobre esta Patria Nuestra, y lo invocan para que su protección caiga sobre nosotros a fin de que continuemos desarrollando nuestras vidas en un contexto de paz y de armonía, de asunción de nuestras responsabilidades y deberes que permitan contribuir al bienestar de las personas en la búsqueda del bien común, el que está por encima de los intereses personales y egoístas que, a veces, cargamos sobre nuestros débiles hombros.
Nuestra vida está inmersa en la historia que es un continuo suceder de causas y de efectos en los que el hombre es un actor importante, pues su accionar participa de la obra creadora de Dios.
La historia de hoy ha estado marcada por una serie de tensiones sociales que muestran las inquietudes y preocupaciones de muchos de nuestros compatriotas. Podemos mirar nuestra realidad del presente desde diversos ángulos y hacer de ella las más variadas interpretaciones. No es el momento ni el lugar de hacerlas. Pero una cosa es cierta. Siempre es necesario tener un corazón y una mente abiertas para corregir lo que no está bien, buscar lo que se puede mejorar y proyectar así un futuro tratando de construir entre todos la nación fraterna y solidaria que queremos.
Cualquiera sea la interpretación de la realidad y los anhelos de futuro que hay en lo íntimo de nuestro corazón, debemos concluir en una sola cosa. El país sólo se construye en el amor. No es posible que las odiosidades y el rencor, el odio y la violencia envenene el alma nacional. La historia presente y futura tendrá sentido si el mundo se construye sobre la roca firma de Cristo y su Evangelio. Sólo en EL encontraremos seguridad y esperanza. Desterrarlo por completo de la sociedad, sería contribuir a su ruina y destrucción. “El ilumina lo íntimo de la conciencia, posibilitando en las personas el acceso a la verdad y al compromiso por el bien. La actividad humana individual y colectiva, o el conjunto enorme de los esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos, para lograr mejores condiciones de vida, responde a la voluntad de Dios y construyen la sociedad (G.S.34). Así enseña la Iglesia a través del Concilio Vaticano.
El fuego y el calor del Espíritu de Dios hacen madurar la humanidad y le permiten avanzar en la consecución de su destino. Ese fuego es el del Espíritu del amor que nos permite buscar la verdad y la justicia y nos lleva también al camino del encuentro, la reconciliación y el perdón. No podemos olvidar que Cristo murió en la cruz, murió perdonando y nos enseñó a rezar diciendo “Padre, perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden?
Vivimos en una época de grandes desafíos y de fantásticas conquistas- Nos ha cambiado la filosofía de la vida y sentimos, a veces, la tentación de afirmar el poder casi absoluto del hombre, atribuyéndole, solo a él, la tarea del darle al mundo, a la historia, a la sociedad humana su sentido y finalidad, prescindiendo de Dios. Así corremos el riesgo de perder el sentido más profundo de la vida y de no encontrar respuestas satisfactorias a las interrogantes fundamentales de su ser, ni encontrar las armas necesarias para enfrentar los enormes desafíos de la hora actual.
Celebrar estos días de aniversario de la Patria es pues, reafirmar nuestro compromiso con ella, para colaborar en la construcción de una sociedad con alma, con espíritu, con trascendencia, que permita al hombre situarse en su relación con Dios y con los demás hombres, que ayude al ser humano a no perder de vista sus orígenes y su destino, permitiendo valorar la actualidad de la palabra evangélica “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt, 4,4).
Existe hoy la fuerte tentación de vivir sólo de pan, es decir, sólo pensando en la material, preocupados de tener más, en lugar de ser más persona. Con demasiada frecuencia se mira el trabajo, no tanto como medio de subsistencia, de realización personal y de instrumento de servicio a la comunidad, sino como la capacidad de producir más para tener más. Este afán de éxito económico es el que hoy ha nublado algunas mentes, ya sea para buscar caminos ilícitos de enriquecimiento personal o para abrigar en su corazón una tremenda insensibilidad social, que les impide mirar con claridad las necesidades del prójimo. A veces se llega a tener un corazón duro frente al desamparado, al que no tiene trabajo o al que sufre injusticias en el trato laboral. Se suele olvidar que el patriotismo y la fue se prueban frente al dolor y la adversidad, no sólo de las grandes catástrofes que suelen acontecer en nuestra “loca geografía”, sino también en las aflicciones cotidianas, en las del diario vivir, en as que preocupan a tantos hermanos nuestros. Una vez más recordamos las palabras del Beato Juan Pablo II que nos dijo en Chile que era necesario crear “la Cultura de la Sociedad”. Nos duele mucho vivir en una sociedad en la que hay muchos trazos de egoísmo, en donde, a veces, el derroche de unos pocos, la mala distribución de la riqueza y la falta de sensibilidad de personas e instituciones, hiere el corazón de los más necesitados, ayudando a crear una situación de frustración y descontento, que por desgracia, muchas veces se expresa en una violencia innecesaria como con frecuencia, lo podemos apreciar.
Este afán de vivir sólo de pan es también el que ha hecho olvidar al hombre la necesidad de darle a la semana un espacio para el descanso, la vida familiar y a los creyentes, un tiempo para el culto del Señor. Ese es el significado del Domingo, como lo recordó el Papa Juan Pablo II en su carta “Dies Domini”. Me atrevería a decir que el espacio cada vez menor que vamos dando en nuestra sociedad al Día del Señor, contribuye a una deshumanización de la misma y es un ingrediente más para que sigan aumentando las crisis familiares que terminan por destruir la base de la sociedad: la familia, que debe ser construida sobre el fundamento sólido del amor de los esposos quienes necesitan tiempos de cercana convivencia.
Ratificar nuestro compromiso con la Patria es volcarnos a tener ese corazón. Solicito para atender las necesidades de los demás y es comprometernos a hacer de nuestra sociedad una familia grande, en la que haya entre sus hijos vínculos de afecto y comprensión, de corresponsabilidad ante el futuro, de búsqueda del bien común de la nación por intereses personales, que suelen ser mezquinos. Es buscar solidificar aquello que constituye el pilar básico de la sociedad. La familia entendida como la unidad estable de la pareja humana, hombre y mujer, destinada a manifestarse como comunidad de amor y a prolongarse en el futuro con los hijos que son fruto de ese amor. “La familia es uno de los pilares de nuestra cultura, un espacio privilegiado de transmisión de nuestros valores, la realidad más apreciada por los ciudadanos” (Obispos de Chile). La Iglesia tiene clara la conciencia de que esta concepción de la familia fue implantada por el mismo Dios en el corazón de la humanidad.
Precisamente por nuestra forma de concebir en amor a la Patria y por el deseo de buscar su bien y su prosperidad, es que, como Iglesia, seremos siempre defensores convencidos de la necesidad de mantener la estabilidad de la familia tradicional, respondiendo así a los esposos que tienen una verdadera ansia de espiritualidad y que buscan los medios que necesitan para fortalecer su unión, en el contexto de una sociedad permisiva. Se esfuerzan así para dar un sentido más profundo a su fidelidad que un día prometieron, configurando un espacio rico en valores para ellos y para sus hijos.
En nuestro servicio a la Iglesia, inspirado en el profundo amor de la Patria, se inscribe nuestro llamado permanente a defender los grandes valores humanos y cristianos que contribuyen al correcto funcionamiento de la sociedad y sin los cuales ella se corroe y destruye.
Como no sólo del pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, es que llamamos continuamente a trabajar por inspirar a la nación un álito de vida que brota de la dimensión espiritual del ser humano, a buscar la construcción de un mundo solidario en el que reine la justicia, la verdad, la paz, el amor y el perdón.
Es nuestra misión y este nuestro compromiso. Así entendemos que debe ser el auténtico amor a la Patria. Lo renovamos hoy con alegría y con un amor profundo a Chile y a su pueblo, con quien, como Iglesia sentimos que se entrelaza nuestra historia.
A María Santísima, bajo el título de Nuestra Señora del Carmen, la Chinita de La Tirana, volvemos hoy nuestra mirada para decirle una vez más que confiamos su maternal protección. Ella sabrá ayudarnos a ser fieles en el cumplimiento de nuestros compromisos para con la Patria y para con la sociedad y a proyectar nuestro futuros sin apartarnos de las enseñanzas de su Hijo, recordando lo que ella dijo a los servidores en la fiesta de una Boda en Caná de Galilea “Hagan lo que ÉL les diga” (J.n.2,5)
† Javier Prado Aránguiz
Obispo emérito de Rancagua