Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias
Iglesia Catedral de Rancagua, 18 de septiembre de 2012
Fecha: Martes 18 de Septiembre de 2012
Pais: Chile
Ciudad: Rancagua
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic
Textos bíblicos:
• Isaías 55, 6-11
• Salmo 103 (102) 1-14 (Dios es amor)
• Lucas 8, 4-15
Queridos (as) hermanos (as):
Al celebrar hoy a la Patria amada inicio esta reflexión con las inspiradas palabras de ese chileno excepcional y cristiano coherente e íntegro que fue San Alberto Hurtado: “
Chile – nos dijo – tiene una misión en América y en el mundo: misión de esfuerzo, de austeridad, de fraternidad democrática inspirada en el espíritu del Evangelio… La misión de Chile queremos cumplirla, nos sacrificaremos por ella. Nuestros padres nos dieron una patria libre, a nosotros nos toca hacerla grande, bella, humana, fraternal. Si ellos fueron grandes en el campo de batalla, a nosotros nos toca serlo en el esfuerzo constructor”.
Con este telón de fondo, nos reunimos hoy, como cada 18 de septiembre para agradecer a Dios por tantos bienes que nos ha prodigado. Y también para pedirle con fe y amor que ilumine nuestro caminar como nación para que, en medio de los gozos y de las esperanzas, de las tristezas y de las angustias de nuestro tiempo (Gaudium et Spes 1) trabajemos incansablemente para hacer de Chile la tierra buena a la que alude el Evangelio, en la que sean abundantes los frutos de caridad y justicia, y en donde todos seamos capaces de reconocer en el prójimo una persona a quien amar y servir.
La presencia viva y eficaz del Sembrador
El Evangelio de Jesucristo y la fe que despierta en nosotros, permite
contemplar la historia con el realismo de la esperanza, buscando descubrir en los acontecimientos presentes, también en los dolorosos y desconcertantes, la presencia viva y eficaz del “Divino Sembrador”. Las transformaciones que se visualizan en los diversos ámbitos de la vida nacional y regional revelan un dinamismo cultural que exige actitudes nuevas; también nos impelen a comprender que la “tierra” de nuestra comunidad nacional y de nuestros propios corazones requiere ser preparada, cultivada, cuidada con mayor esmero para que la semilla germine y dé buenos frutos. (Gaudium et Spes 40)
Signos de desconfianza
Un signo preocupante de estos cambios es el
descrédito y desconfianza en el que han caído diversas instituciones, entre ellas la misma Iglesia. Por razones, muchas veces justas, existe un descontento creciente en las formas como varias instancias de la comunidad nacional han actuado y actúan. Esto que tiene un rostro preocupante devela, al mismo tiempo, un valor: para la comunidad nacional lo que hagan los actores sociales, especialmente a quienes se les ha confiado una responsabilidad, tiene relevancia y por ello se les exige rigor. La inoperancia, la acción poco transparente o la desidia de los mismos frente a diversos problemas provoca una justa tormenta que nos interpela una y otra vez, pareciendo arruinar el sembrado. Como Iglesia, en particular,
reiteramos nuestra petición de perdón por las dolorosas fallas que hemos cometido y que han suscitado esa desconfianza y manifestamos, con la gracia de Dios, nuestra decidida voluntad de cambio. Las medidas que ya hemos adoptado y seguiremos adoptando buscan superar nuestras faltas y vivir nuestra misión con renovada fidelidad al Señor.
En este contexto,
las movilizaciones son un síntoma que pone al descubierto situaciones aún no resueltas. Estas expresiones nos cuestionan con reivindicaciones, muchas de ellas justas, exigiéndonos acoger sus demandas, revisar nuestras maneras de proceder. Nos duele que grupos minoritarios violentos distorsionen estas demandas sociales. Estas movilizaciones sociales han de ser un motivo de reflexión pacífica para que todos nos preguntemos si estamos cuidando bien nuestra tierra, si estamos trabajando por ella.
Dignidad humana y bien común
Hemos de dar gracias a Dios porque paulatinamente madura en la conciencia nacional un principio cristiano esencial:
el respeto irrestricto por la dignidad de toda persona humana. Este año, hemos sido testigos de injustas discriminaciones, ajenas absolutamente al Evangelio, que develan que muchos de nuestros esfuerzos han caído al borde del camino sin dar frutos (Lc. 8,5). Pero, al mismo tiempo, estos hechos nos ayudan a revisar nuestras formas y maneras de trato para que en ellos jamás pasemos a llevar la dignidad de ninguna persona.
El vivir preocupados y ocupados por los demás es un signo distintivo de nuestro ser cristiano. Por ello, hacemos una opción prioritaria por resguardar el bien común. ¿Cuántas personas teniendo casa, comida y educación no son dignificados, están solos, olvidados, están excluidos. Esa nueva pobreza debe provocarnos a trabajar en comunión para que nada de lo humano sea soslayado en el proceso de desarrollo que estamos haciendo como país. Hoy los nuevos pobres tiene otro rostro: ancianos, pueblos originarios, diversas minorías, los abandonados, las mujeres solas, entre muchos. “Mientras haya un dolor que mitigar – nos decía San Alberto Hurtado – no podremos descansar”.
Si bien hay signos de que la pobreza ha ido disminuyendo, urge el compromiso de toda la sociedad por
erradicar la pobreza material.
La caridad de Cristo nos apremia (II Cor 5, 14) a no contentarnos con las metas alcanzadas, a manifestarnos aún disconformes con la siembra, a seguir trabajando con pasión y tesón para erradicar para siempre la pobreza extrema.
Unido a lo anterior, el Evangelio una y otra vez nos evidencia el
valor de la sencillez y la austeridad de vida. La sobriedad da libertad, permite tener bien puesto el corazón y centrar las motivaciones de la vida en lo realmente importante. “El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la felicidad humana” (José Mujica, Presidente de Uruguay).
La vida de Cristo y la creación
“La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la humanidad: se trata del deber común y universal, de respetar un bien colectivo” (Doctrina Social de la Iglesia 466). La creación está al servicio del hombre y, por lo mismo, su atento cuidado, su racional utilización y el respeto al orden que Dios le ha dado redundará en un camino de plenitud para todos.
Anunciar el Evangelio es un desafío profético que nos obliga a ser testigos de la verdad que viene de Dios que, a veces es incómoda e impopular. Cristo crucificado y resucitado es lo que da sentido a nuestra vida y su Evangelio de libertad y de vida. Por ello, una y otra vez, proclamamos la verdad del amor humano, el carácter del matrimonio entre un hombre y una mujer, la centralidad de la familia y la importancia de que ella esté abierta a la vida.
Nuestra sociedad va mostrando
rasgos de pluralismo del todo novedosos. En medio de las legítimas diferencias busquemos el bien común anclado en principios sólidos. El pluralismo es un valor en la medida en que podamos vivirlo en una amistad cívica madura que compromete el respeto recíproco, la auténtica tolerancia y que no desconoce la existencia de la verdad. No es propio de una convivencia fraterna que en nombre de las mayorías se transgredan principios inalienables propios de la naturaleza humana. Tampoco resulta legítimo que las minorías, en el uso de los medios de presión, busquen imponer principios que vulneran las raíces más profundas de nuestra cultura. El diálogo y el respeto, tan propias del cristianismo, han de ir acompañados de la caridad y de la verdad evangélicas que le dan consistencia a una auténtica comunidad humana.
En este mismo espíritu de diálogo y respeto, nuestro país lleva adelante con dignidad y profesionalismo un proceso judicial iniciado por el gobierno de Perú, en el Tribunal Internacional de La Haya. Gracias a Dios, por ambas partes se ha logrado cautelar un ambiente de serenidad y paz en el corazón de ambos pueblos, que confiamos perduren y se consoliden.
Estamos próximos a las elecciones de Alcaldes y Concejales. La semana pasada en San Fernando tuvimos un hermoso encuentro con los candidatos a Alcaldes de nuestra región. Participemos en esta fiesta democrática en el deber ciudadano de votar libre e informadamente. Que la campaña sea limpia, transparente, respetuosa del adversario político. Desde los valores cristianos de la caridad, la fraternidad y la solidaridad, actuemos con sabiduría y serenidad en este proceso eleccionario.
Año de la Fe
El Papa Benedicto XVI, ha invitado a todos los creyentes a celebrar, a partir del 11 de octubre, en el 50º aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II, el Año de la Fe. Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer Él nos envía por los caminos de la Patria y del mundo para proclamar su Evangelio. ¡Es nuestro mejor servicio a Chile!. Con su amor Jesucristo atrae hacia sí a los hombres y mujeres de cada generación y les confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso también hoy es necesario un compromiso renovado más convencido a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. En medio de la Patria amada, el realismo de la esperanza que brota del Evangelio una y otra vez, nos impulsa a ir al encuentro de la historia y los acontecimientos para testimoniar con palabras y obras, el mensaje de Dios que salva y que nos llama a todos, sin excepción “a ser grandes en el esfuerzo constructor” (San Alberto Hurtado) de hacer de Chile una tierra fecunda y digna para todos sus hijos.
A María del Carmen, Reina y Madre de Chile, confiamos llenos de esperanza nuestras intenciones y súplicas.
A su Hijo Jesucristo, Redentor del mundo, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.