Homilía en Te Deum de Fiesta Patrias 2012
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Homilía en Te Deum de Fiesta Patrias 2012

Iglesia Catedral de San Bernardo, 18 de septiembre de 2012

Fecha: Martes 18 de Septiembre de 2012
Pais: Chile
Ciudad: San Bernardo
Autor: Mons. Juan Ignacio González Errázuriz

Queridos hermanos y hermanas, autoridades civiles, militares y miembros de nuestras organizaciones, religiosas, sociales y políticas

Los dos textos que hoy nos ha propuesto la liturgia resultan especialmente acordes para celebrar la fiesta que hoy nos convoca. El aniversario de la Patria amada, casa común y razón fundamental de muchos de nuestros esfuerzos para hacerla cada día más fuerte principal y poderosa, como escribió el poeta de Arauco. En la primera, el Apóstol San Pablo nos insta a orar siempre por las autoridades, para que \"pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad\". Detengámonos un momento es este llamado.

1. Una nación que aprende a orar

Orar es la actitud propia del que reconoce a Dios y su paternidad sobre cada uno de nosotros. Es algo propio del ser humano, no sólo porque en su propia naturaleza se siente muchas veces débil y abatido, sino porque expresa la humildad y el agradecimiento del corazón de una persona que al probar sus propias falencias, su yerros y errores, mira a quien es el Señor de toda la historia, a Aquel que nos ha dado el ser y la vida y nos concede vivir en ella, para luego hacernos pasar - si hemos sido fieles a sus mandamientos - a la verdadera vida, la vida eterna.

\"La Iglesia antigua, con naturalidad, oraba por los emperadores y por los responsables políticos, considerando esto como un deber suyo (cf. 1Tm 2, 2); pero, en cambio, a la vez que oraba por los emperadores, se negaba a adorarlos, y así rechazaba claramente la religión del Estado. Los mártires de la Iglesia primitiva murieron por su fe en el Dios que se había revelado en Jesucristo, y precisamente así murieron también por la libertad de conciencia y por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia\" (Benedicto XVI, discurso del jueves 22 de diciembre de 2005).

También la Iglesia de hoy ora, eleva su plegaria al Señor por los que nos gobiernan, para que el ejercicio de esa autoridad sea siempre conforme a la ley de Dios. También hoy la Iglesia debe ser fiel al mandato del Maestro, en un tiempo en que quienes tienen obligación de darnos leyes que nos conduzcan al bien común, nos dan, muchas veces, en cambio, normas que agravian la dignidad de la persona humana. Orar por las autoridades es pedir a Dios que ilumine sus inteligencias para que descubran los caminos que hoy debemos seguir para encontrar el bien común. Orar por ellas es también pedir que Dios nuestro Señor le conceda la valentía del testimonio en una época difícil de la historia humana, en que muchos de los valores esenciales propios de la comprensión cristiana del hombre y la sociedad, están siendo abandonados también entre nosotros y se intenta establecer formas de vida y convivencia que son contrarias a esos principios esenciales.

La Iglesia enseña que \"el ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. \"Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios\" (Mt 22, 21). \"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres\" (Hch 5, 29). (Catecismo 2242)

El Concilio Vaticano II, cuyo inicio hace 50 años celebraremos el próximo mes, nos enseña que \"cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica\" (GS 74, 5).

2. Reflexionar, lo propio del ser humano

Preguntémonos en la soledad de nuestra conciencia, aquí frente al altar del Altísimo ¿El orden social, político y económico que nos hemos dado estará conduciendo a nuestra nación y a sus miembros a una vida \"digna, tranquila y serena\", según las palabras de San Pablo. O por el contrario, aun no somos capaces de establecer un adecuado modo de relacionarnos que a todos y a cada permita su pleno desarrollo moral y material? Son preguntas cuya respuesta es compleja, en la que todos hemos de tomar parte, pero particularmente quienes han sido llamados a gobernarnos.

Queridos hermanos y hermana, ¿qué sucede que la violencia se expresa de forma tan fuerte en la vida social, familiar y política? No podemos habituarnos a ella y aceptarla como si fuera uno de los costos del progreso económico o de una sociedad democrática. Hay algo que esta fallando, hay un fundamento que quitado de su lugar ha permitido que nuestro edificio institucional, político, social y económico, se nos cuartee, con inclinaciones peligrosas hacia el derrumbe. La sabiduría del ser humano es poder conocer por los efectos las causas y corregirlas en la base. Para eso están las autoridades de una sociedad. No son sólo administradores del Estado, son siempre buscadores incansables del bien común, mediante el cambio en el respeto a los elementos esenciales del ser nacional.

3. La desarticulación de la Familia, origen de los males

La grave falla que atraviesa el territorio moral de la nación, como aquellas que de tanto en tanto despedazan nuestra loca geografía, es la desarticulación de la familia como el centro moral y privilegiado lugar social donde se trasmiten la fe, las tradiciones y las virtudes cívicas y morales. En los últimos cincuenta años hemos ido de tumbo en tumbo destruyendo los fundamentos de la familia asentada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, hasta llegar a plantear, en un futuro muy próximo, la posibilidad de la unión matrimonial entre personas del mismos sexo, lo cual es contrario a la esencia misma de la naturaleza humana. Hemos establecido un sistema social y legal en que el matrimonio ha perdido su lugar central y es entre nosotros una institución completamente desprestigiada e infravalorada por nuestras leyes. Allí están las cifras para probarlo y la débil constitución de la familia chilena para corroborarlo. Creo oportuno, una vez mas, repetir lo que el Beato Papa Juan Pablo II nos enseñó en Rodelillo, hace ya casi treinta años: “En un mundo en que tantas veces vemos un amor falsificado y contrahecho de mil maneras, la Iglesia considera como uno de los deberes más apreciados y urgentes para la salvación del mundo, el \"testimonio de inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial\" (Familiaris consorcio, 20). El amor va unido intrínsecamente a la vida, se orienta hacia la vida. Por esto la familia es \"íntima comunidad de vida y de amor\" (Gaudium et spes, 48; Familiaris consorcio, 17). Cuando el amor conyugal es auténtico, se constituye en imitación del amor de Cristo que \"amó hasta el extremo\" (Jn. 13, 1). Frente a una \"mentalidad contra la vida (Familiaris consortio, 30), que quiere conculcarla desde sus albores, en el seno materno, vosotros, esposos y esposas cristianos, - decía entonces el Papa - promoved siempre la vida, defendedla contra toda insidia, respetadla y hacedla respetar en todo momento. Sólo de este respeto a la vida en la intimidad familiar, se podrá pasar a la construcción de una sociedad inspirada en el amor y basada en la justicia y en la paz entre todos los pueblos.(Juan Pablo II, Rodelillo, 1987)

4. Una educación que ha olvidado las virtudes

Entre los elementos que han corroído nuestra familia está una educación pública y privada que ha rehuido todo lo valorico y ético, para transformarse en una transferencia científica y casi mecánica de conocimientos y que en muchos casos, ha destruido los fundamentos mismos del orden familiar. Basta leer las propuestas de educación en los temas de afectividad y sexualidad para nuestros jóvenes para explicarse el colapso que vivimos. Más de un 60% de nuestros niños nacen de padres que no tienen un vínculo estable entre ellos y el embarazo adolescente es una realidad que a todos preocupa, pero al cual no se ponen los remedios verdaderos, creyendo que con soluciones materiales superaremos las dificultades morales. Agreguemos a eso espectáculos y una televisión que ha perdido el norte en la búsqueda de la ganancia fácil y que conduce a una frivolidad e inmoralidad que crea un estilo que ya forma parte de la vida de muchos jóvenes y adultos. En el curso de este año se ha acentuado este proceso en nuestra televisión, sin que nadie se atreva a levantar la voz para protestar y hacer ver los efectos dañinos que se siguen de esta lamentable degradación.

5. Apoyar materialmente a los más necesitados no es suficiente

Hemos construido toda una red de apoyo estatal y privado a los mas necesitados – esencial, sin duda – que no siempre tiene en cuenta el verdadero bien de la familia y que, dando alguna solución a los problemas del momento, no entra a las causas de las dificultades y va engendrando para el futuro problemas mas complejos. La políticas familiares sobre natalidad, férreamente aplicada por el Estado desde la década del 1960, nos muestran hoy, ya con el grito en el cielo de muchos estudiosos, que el país no crece, que somos pocos y que en un futuro muy cercano seremos una nación de viejos, con todas las consecuencias políticas, sociales, económicas y de seguridad que ellos implica.

5. Pero hay que ir al fondo: el abandono de Dios

Pero vayamos más al fondo, ¿Por qué la familia ha sido tan gravemente golpeada entre nosotros? ¿Cuál es la razón de su desprestigio y su abandono por nuestra juventud? como lo muestran las estadísticas y los corrobora la realidad.

El Evangelio que acabamos de escuchar nos recuerda aquella esencial enseñanza que distingue entre lo que es del Cesar y lo que es de Dios. La clásica distinción entre el orden espiritual y el temporal, aquello que es competencia de las autoridades que rigen la sociedad civil y lo que le corresponde a quienes deben guiar espiritualmente al pueblo de Dios. \"La Iglesia no sólo reconoce y respeta esta distinción y autonomía, sino que también se alegra de ella, porque constituyen un gran progreso de la humanidad y una condición fundamental para su misma libertad y el cumplimiento de su misión universal de salvación entre todos los pueblos. Al mismo tiempo, y precisamente en virtud de esa misma misión de salvación, la Iglesia no puede faltar a su deber de purificar la razón mediante la propuesta de su doctrina social, argumentada \"a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano\", y de despertar las fuerzas morales y espirituales, abriendo la voluntad a las auténticas exigencias del bien\". (Benedicto XVI, Jueves 18 de mayo de 2006).

Desde diversas instancias y con una insistencia permanente hemos comprobado que se ha introducido un concepto de laicidad que es contraria a la necesaria concordia, cooperación y colaboración que siempre debe existir entre las comunidades religiosas y el Estado. Más aun, el intento de arrinconar a Dios en la esquina de las sacristías e Iglesias, o a lo más en el ámbito familiar, buscando establecer una sociedad donde Dios es ajeno, es la gran causa de todas las dificultades que padecemos.

6. Perdida del sentido de Dios: sus consecuencias

Aceptar a Dios y su amorosas exigencia, queridos hermanos, pasa por una gran humildad y por el abandono de las ideologías, que entre nosotros está aun lejos de producirse y que tanta dificultades nos han provocado. Ausente Dios de la vida social, económica y política, ajeno en la familia y en la vida pública, se comienza a vivir en la penumbra y luego en la oscuridad, donde nadie distingue al hermano, ni sirve al débil sino que procurar su propia satisfacción, sin importar lo que a otros ocurra. En el fondo, se pierde en sentido de la caridad y la solidaridad, para quedarse sólo con una aparente justicia. Pero sabemos que la sociedad necesita de la caridad – de amor al prójimo - para que pueda desarrollarse plenamente la justicia. Una verdadera amistad cívica, capaz de hacer que nos comprendamos, respetemos y apreciemos como personas dotadas de dignidad y de derechos innatos no nace sólo de un pacto social o político, sino de una concepción del hombre y la mujer, cuyo fundamentos no es otro que el cristianismo y por ello del reconocimiento de Dios en la vida personal y social.

No es suficiente perfeccionar los sistemas políticos y las estructuras democráticas para que avenga el progreso y el respeto a la dignidad de toda persona. Es necesaria una verdadera conversión, una transformación, que partiendo en la vida personal de cada uno, especialmente de quienes son nuestras autoridades de diverso orden, luego llega, por la vía del ejemplo y del servicio desinteresado, a todos y eleva el nivel moral de la sociedad.

7. El respeto a la libertad religiosa

¿Que sucede en una sociedad cuando el orden social comienza a transgredir la ley de Dios?; cuando por el juego de las mayorías democráticas se aprueban leyes y se aplican políticas públicas que son contrarias a la esencia mismas de la naturaleza humana? Se pasa a llevar la mas esencial de las libertades, la libertad religiosa, \"que compete a las personas individualmente consideradas ( y que ) ha de serles reconocida también cuando actúan en común. Porque las comunidades religiosas son exigidas por la naturaleza social tanto del hombre como de la religión misma. A estas comunidades, con tal que no se violen las justas exigencias del orden público, se les debe, por derecho, la inmunidad para regirse por sus propias normas, para honrar a la Divinidad con culto público, para ayudar a sus miembros en el ejercicio de la vida religiosa y sostenerles mediante la doctrina, así como para promover instituciones en las que colaboren sus miembros con el fin de ordenar la propia vida según sus principios religiosos. (…) Las comunidades religiosas tienen también el derecho a no ser impedidas de enseñar y testimoniar públicamente su fe de palabra y por escrito, pero en la divulgación de la fe religiosa y en la introducción de costumbres hay que abstenerse siempre de cualquier clase de actos que puedan tener sabor a coacción o persuasión injusta o menos recta, sobre todo cuando se trata de personas rudas o necesitadas. Tal comportamiento debe considerarse como abuso del derecho propio y lesión del derecho ajeno.(Concilio Vat. II DH 4)

El Papa Benedicto XVI ha recordado recientemente en el Líbano que hoy enfrentamos dos nuevas realidades nuevas: el secularismo, con sus formas a veces extremas, y el fundamentalismo violento que reivindica un origen religioso. La sana laicidad implica distinción y colaboración entre política y religión en el mutuo respeto, y garantiza a la política operar sin instrumentalizar la religión, y a la religión vivir sin los estorbos de los intereses políticos. El fundamentalismo religioso - que crece en el clima de incertidumbre socio-política, gracias a las manipulaciones de algunos y la insuficiente comprensión de la religión por parte de otros - quiere tomar el poder, a veces con violencia, sobre la conciencia de la gente y sobre la religión, por razones políticas.

8. Reaccionar a tiempo, lo propio de la autoridad

Resumamos brevemente, ante de terminar: La grave crisis de valores y virtudes que hoy afecta a Chile y a otras naciones viene de la destrucción sistemática de los fundamentos de la familia fundada en el matrimonio y esta incapacidad de comprender el sentido verdadero de la familia se explica por la sistemática ausencia de Dios en nuestra vida personal, social y publica.

Corregir los errores cometidos por décadas y deshacer los caminos equivocados seguidos, es una de las pruebas de la fortaleza moral de una nación y sus gentes y especialmente de sus gobernantes. No basta administrar el Estado, es necesario la reforma moral del mismo. Hacerlo exige un titánico esfuerzo de análisis que debe aunar a todas las fuerzas vivas de la patria y a la vez comprender que una nación es una comunidad de destino y que lo que se espera de todos y particularmente de los servidores públicos, es servir desinteresadamente a esa comunidad.

Volvamos nuestro ojos humildes al Dios de todo consuelo y al agradecerle los dones con que nos ha dotado, pidamos perdón por nuestro errores, nuestras descalificaciones, nuestro buscar los propios intereses por sobre los de nuestro hermanos y hagamos, una vez mas, el propósito de servir a esta Patria amada, mirando sólo y exclusivamente su bien y el de sus hijos, especialmente los mas desposeídos, los abandonados y desafortunados.
Así se lo pedimos a Nuestra Señora del Carmen, Reina y Patrona de nuestra Patria, a quienes los Padres fundadores confiaron los destinos de Chile. Que ella nos ayude, a cada uno, a ser fieles a las enseñanzas de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, a la fe cristiana en que se funda la patria chilena y que dieron como herencia preciosa los padre de nuestra Nación.

Así sea.


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