Homilía de Monseñor Ivo Scapolo, Nuncio Apostólico de S. S. en Chile, en la Eucaristía de la Procesión del Carmen, domingo 25 de septiembre de 2011.
Fecha: Lunes 26 de Septiembre de 2011
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Monseñor Ivo Scapolo
(Lecturas: Jdt 13, 18-20ª; 15, 8-10; 1Tim 2,1-8; Jn 19,25-27)
Queridos hermanos en el episcopado,
Distinguidas Autoridades civiles y militares,
Reverendos sacerdotes, religiosos y religiosas,
Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Sean mis primeras palabras para bendecir al Señor y a nuestra Madre, la Santísima Virgen del Carmen, por el privilegio de representar al Santo Padre en esta tierra chilena por la cual, tanto el Papa Benedicto XVI como sus venerados predecesores, han tenido gestos de admirable afecto paterno.
Con mucha alegría represento ante ustedes al Papa Benedicto XVI que ha estado cercano al pueblo chileno en ocasión de acontecimientos muy significativos: Él quiso conmemorar, con representantes de Chile y Argentina, el vigésimo quinto aniversario de la mediación realizada por la Santa Sede durante el Pontificado del Papa Juan Pablo II, evitando una conflagración entre países hermanos. El Papa estuvo muy atento, con su oración y su cercanía, tanto en el terremoto del año pasado como en los días en que se trabajó y se rezó para traer a la superficie de la tierra a los 33 mineros de Atacama. También recientemente, en ocasión de la tragedia ocurrida en el Archipiélago de Juan Fernández, que ha conmovido profundamente todo el pueblo chileno, el Santo Padre ha demostrado de ser solidario en el dolor, solidario en el consuelo, solidario en la oración.
El hecho de participar, como Representante del Santo Padre, en la procesión en honor de la Virgen del Carmen constituye un signo concreto de aquella comunión eclesial que existe entre el Vicario de Cristo y el pueblo de Dios que, guiado por sus Pastores, camina en tierra chilena. El caminar juntos, el rezar juntos, el cantar juntos, constituyen gestos concretos que manifiestan bien la unidad que esta Iglesia local de Santiago está llamada a mantener en su interior como también con la Iglesia de Roma y la Iglesia Universal.
El hecho de haber caminado, orado y cantado juntos, nos recuerda una verdad maravillosa: que hacemos parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia, a la cual nos debemos sentir orgullosos y felices de pertenecer. Es la gran familia de Dios en donde reina la Virgen María que el Apóstol Juan ha llevado a su casa, después de haberla recibido como madre de parte del Señor Jesús cuando moría en la cruz. La Iglesia es por eso el hogar donde siempre está presente la Llena de gracia, velando por la salud, el trabajo y la paz entre sus hijos y por el amor y la unidad de cada familia. Ella se ocupa de que nunca falte el pan, el trabajo, y la alegría. Y vela especialmente, en los momentos de dolor, como lo hizo junto a la cruz de Jesús y lo sigue haciendo con todos los crucificados de la historia.
Viviendo juntos la experiencia del camino hemos expresado nuestra condición de peregrinos hacia la casa del Padre. El monte Carmelo, al cual está ligada la especial devoción que el pueblo chileno tiene hacia la Virgen María, nos recuerda todavía mejor que nuestra vida es un caminar juntos para subir a la montaña del Señor. En esta experiencia de purificación y santificación estamos llamados a imitar la Virgen María, “Flor del Carmelo”, ejemplo de vida activa y contemplativa, de atenta escucha y de puesta en práctica de la Palabra de Dios. Imitar las virtudes de María, la Inmaculada, toda hermosa y perfecta, significa asumir comportamientos concretos como los siguientes:
• María sabía meditar las palabras de su Hijo en lo profundo de su corazón; así también nosotros debemos adquirir la capacidad de meditar y contemplar en nuestro corazón aquello que el Señor nos dice mediante su Palabra, las inspiraciones del Espíritu, las circunstancias alegres o dolorosas de la vida.
• María expresó en el Magnificat su maravilla por las grandes cosas que el Señor estaba realizando en ella; así también debería reinar en nosotros un espíritu de agradecimiento y de alabanza a Dios Padre por las maravillas de la creación, por la gran obra de salvación realizada en Cristo, como también por las maravillas que va realizando en nuestra vida personal y familiar, comunitaria y social.
• María fue diligente en el ir a encontrar a su prima Isabel y en el resolver el problema surgido en las bodas de Caná; así también nosotros debemos estar vigilantes y disponibles a ir en ayuda de aquellos que tienen necesidad de orden material o espiritual;
• María amó a su esposo José; tuvo un amor especial por su queridísimo hijo Jesús, permaneciéndole fiel y cercana sobre todo en el momento de la agonía y de la muerte; así cada uno de nosotros debe sentirse responsable en el amar de manera concreta la propia familia, asumiendo sus propias responsabilidades para el bien común.
• María, junto a su esposo José, fue observante de las normas religiosas y civiles de su tiempo; así cada uno de nosotros debe sentirse responsable en dar su contribución a favor de una convivencia social pacífica, en el respeto de las funciones y de las instituciones, empeñándose concretamente a favor de la justicia y de la paz. Es llamado a hacerlo mediante la fuerza de la oración y el fiel cumplimiento de la misión que cada uno está llamado a realizar por el bien común.
Al terminar esta serie de ejemplos de cómo podemos imitar a la Virgen María me dirijo a ella, Madre de Chile y Patrona de sus Fuerzas Armadas; a ella me dirijo con la oración que el Papa Juan Pablo II pronunció en 1987 en ocasión de su visita a Chile; invito a todos ustedes a rezarla conmigo repitiendo:
“Santa María, Madre de Chile,
Virgen del Norte y del Sur,
Señora del Mar y la Cordillera,
ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte”. Amén.