La patria, un patrimonio que es regalo y tarea
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La patria, un patrimonio que es regalo y tarea

Texto completo de la homilía de Monseñor Ricardo Ezzati, Arzobispo de Santiago, en el Te Deum Ecumémico de Fiestas Patrias 2011

Fecha: Domingo 18 de Septiembre de 2011
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Ricardo Ezzati Andrello

Textos bíblicos:
Flp. 4, 4-8
Jn. 15, 1-5


Introducción.

Al comenzar el día de la Patria, desde todos los rincones de Chile y, de manera especial, desde este templo catedral de Santiago, las máximas autoridades, junto los hijos e hijas de esta Tierra, sienten la gozosa necesidad de levantar la mirada hacia lo Alto y entonar un himno de gratitud a Dios por todos los dones recibidos. El asombro por todo “lo verdadero, noble, justo, puro, amable y honorable, y por todo cuanto es virtud y cosa digna de elogio” en la vida de nuestro pueblo, se vuelve invitación a sumergirse en el misterio de Dios y reconocer cómo la Providencia Divina ha inspirando los valores más nobles de nuestra convivencia de hermanos y hermanas. (1)

La Palabra de Dios nos ayuda a entrar en las dimensiones más profundas de la celebración: hemos venido para encontrarnos con el Señor, darle gracias, y pedir de Él la luz y la fuerza necesarias para seguir con mayor ardor en el camino de la justicia, la prosperidad y la paz.

1.- “Patria”, “patrimonio”.

La palabra “patria”, más que nunca en un día como hoy, despierta sentimientos de gozo y de fiesta y encierra profundos significados de vida. En efecto, evoca la más noble de todas las experiencias humanas: la paternidad, la maternidad, la filiación, la fraternidad, la familia. Nos conduce al calor de la intimidad hogareña y a las experiencias más enriquecedoras de la vida humana: el amor de los padres, el milagro de la vida, la fuerza unificadora del hogar, el techo común donde los hermanos se cobijan, el santuario donde se encuentra protección, se comparte dignidad y sueños, donde los dolores y las alegrías de los unos, se hacen alegrías o dolores de todos, y donde se aprende a hacer de la vida un don. Es también el espacio espiritual donde, a través del afecto de los padres, es posible vislumbrar la paternidad de Dios y crecer en la confianza, experimentando el gozo de la filiación y de la fraternidad.

¡Cuantos valores humanos, sociales, morales y espirituales encuentran espacio en este concepto y cuántos propósitos de vida, de generosidad, de justicia y solidaridad brotan de él para toda persona y para la comunidad humana que vive bajo el mismo cielo y comparte la misma tierra!

Del término “padre”, trae origen también el término “patrimonio”, que los diccionarios definen como “el conjunto de bienes que se heredan de los propios ascendientes”, o “cómo el bien común de una colectividad o de un grupo de personas, considerado como herencia valiosa, transmitida por los antepasados”.

Desde esta vertiente, que recuerda valores y rasgos esenciales de identidad y convivencia ciudadana, surge la responsabilidad de cuidar, y enriquecer el patrimonio que nos pertenece, como también transmitirlo a las nuevas generaciones.

“Son muchos los dones de Dios que contemplamos en nuestra Patria. La belleza y las riquezas de las montañas, los valles y el mar nos hablan a diario del Creador, y de su amor a quienes habitamos tan variada geografía. La vocación de libertad y de paz, ha plasmado un sistema democrático que, a pesar de sus deficiencias, es estable y abierto al desarrollo. Constatamos la voluntad de dar una educación de calidad a todos los chilenos, el anhelo de mayor equidad, transparencia y honestidad, la creatividad de quienes impulsan la producción y el comercio y crean nuevas fuentes de trabajo. Con alegría constatamos el florecimiento del voluntariado solidario, sobre todo entre los jóvenes, y la capacidad misionera de encender con su fe en Cristo a quienes lo buscan. Nos admira la cantidad de familias en las cuales los padres no escatiman ni esfuerzos ni renuncias para dar a sus hijos acceso a la educación y a nuevas oportunidades que ellos mismos no tuvieron. Y es una gracia de Dios la presencia en nuestra patria del espíritu religioso de su gente” (2)

Esta página de la Conferencia Episcopal de Chile, es una hermosa descripción de elementos esenciales que constituyen el patrimonio nacional, “alma madre” de la cual alimentarse siempre, y a en cual inspirarse, especialmente en tiempos de turbulencias.

2.- En la huella del Bicentenario que hemos celebrado

La celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional y de los doscientos años del Congreso Nacional, ha sido una ocasión de reencuentro con ‘el alma de Chile’ y, al mismo tiempo, de proyección hacia su futuro mejor a partir de la fecundidad de los valores esenciales que sustentan nuestra identidad nacional. La vigencia de estos valores quedó de manifiesto en las pruebas sufridas en este tiempo. Reaccionamos unidos como una gran familia, con hondo dolor, con gran solidaridad, y con una profunda fe cuando nos azotó el terremoto de febrero de 2010, y cuando el país entero vibró con la hazaña del rescate con vida de los 33 mineros atrapados en el vientre de la tierra. Sufrimos hondamente con los 81 encarcelados que murieron en la cárcel de San Miguel y con sus familias, y surgió con fuerza la voluntad de tratar de otra manera, con misericordia y conforme a su dignidad a quienes perdieron su libertad por delitos cometidos. Y en nuestra patria no se apaga ni la tristeza ni la admiración por quienes perdieron sus vidas en misión de solidaridad con los hermanos del archipiélago Juan Fernández. El País entero los ha encomendado a la misericordia de Dios pidiéndole que muchos chilenos sigan sus huellas de generosidad, de solidaridad y de amor desinteresado.

Cada uno de estos acontecimientos, ha sido un llamado a re-fundar Chile, a orientar la mirada hacia su mejor futuro, a consolidar “el alma de Chile. Vivimos tiempos marcados por profundos y globalizados cambios culturales en los que se advierte la necesidad de volver los ojos a lo esencial, al patrimonio vivo y común de la patria, es decir, a esos principios y valores que inspiran una recta y adecuada praxis de vida ciudadana. Desde ellos urge responder a los nuevos desafíos del tiempo, para lograr el desarrollo integral de cada uno y de todos los ciudadanos.

Desde el Evangelio del Señor y desde “el respecto de una sana laicidad, que es esencial en la tradición cristiana” (3), la Iglesia Católica, como también las demás Comunidades Cristianas presentes en el país, no han dejado de ser memoria viva del patrimonio cultural de Chile, en cuyo núcleo más profundo, se encuentra la experiencia religiosa y la fe en Dios y en Jesucristo, su Hijo, de la inmensa mayoría de nuestro pueblo, “el patrimonio más valioso” que nos legaron los padres. La erosión de este patrimonio y los intentos por diluirlo conllevan el gravísimo riesgo de perder de un capital incalculable para el futuro de Chile y un atentado a la identidad de su “alma”, que sólo puede conducir a agudizar crisis de identidad y de convivencia, ya que, “no basta suponer que la mera diversidad de puntos de vista, de opciones y, finalmente de informaciones que suelen recibir el nombre de pluri o de multiculturalidad, resolverá la ausencia de un significado unitario para todo lo que existe” (4). La fe cristiana es el regalo más grande que América y Chile han recibido, es la roca que ha dado y dará consistencia a las esperanzas de nuestro pueblo. Quienes profesamos esta fe, a pesar de nuestros pecados y fragilidades internas, no dejaremos de ofrecer las razones y el testimonio de la esperanza que llena nuestra vida “Lo primero que debemos recuperar en nuestro mundo, es la primacía de Dios, porque esta primacía nos permite volver a encontrar la verdad de lo que somos… La historia demuestra dramáticamente, que el objetivo de asegurar a todos, el desarrollo, el bienestar material y la paz prescindiendo de Dios, se ha resuelto en dar a los hombres piedras en lugar de pan” (5).

3.- Una Nación que sueña

Las movilizaciones sociales de los últimos meses, más allá de los signos ambiguos reportados por la cronología, invitan a una reflexión sincera y profunda. ¿No encierran sueños y anhelos de una humanidad más plena, más justa y solidaria? ¿Cómo discernir las semillas de verdad que contienen y cómo recoger los auténticos desafíos que postulan? La respuesta que escuchamos es simple y compleja a la vez: soñamos con “progresar”. El progreso pareciera ser la esperanza de la sociedad globalizada y de nuestra propia sociedad. Pero, si es así, es sabio preguntarse, con la debida seriedad: “¿El progreso cuyo autor y fautor es el hombre y la mujer contemporáneos, hace la vida del hombre y de la mujer, en todos sus aspectos, más humana?; ¿la hace más digna de la persona humana? ¿Nos hace, de veras, mejores, es decir más maduros humanamente, más conscientes de la dignidad propia y de los demás, más responsables, más abiertos a los otros, especialmente hacia lo más necesitados y los más débiles; más disponibles a compartir lo que somos y lo que tenemos?” (6).

Dicho de otra manera, ¿será suficiente fomentar una “antropología instrumental”, es decir, centrada en preparar personas competitivas con el mercado global, capaces de enfrentar los requerimientos de la tecnología más avanzada, olvidando la“antropología de sentido” que se pregunta por la esencia de la persona humana, por su vocación personal y social, que es consciente de sí y de sus talentos y capaz de desempeñarse éticamente en la vida personal y social?

Son preguntas que debemos hacernos especialmente los cristianos, precisamente porque Jesucristo nos ha mostrado la dignidad de cada persona y de todas las personas. Y son preguntas que, no me caben dudas, se formulan quienes tienen especiales responsabilidades en la búsqueda y en el ejercicio del bien común. Es necesario hacerse cargo, con absoluta objetividad y sentido de responsabilidad moral, de los interrogantes esenciales que afectan a las personas, especialmente los más pobres y preguntarse si las conquistas logradas hasta ahora por el mercado y la técnica, y las que están proyectadas para el futuro, están en consonancia con el patrimonio humano, cultural y espiritual del pueblo de Chile. ¿Estamos progresando o retrocediendo en humanidad? ¿Crece, de verdad, entre nosotros el auténtico sentido de la vocación humana, el amor social y el respeto por los derechos de todos? o por el contrario, ¿crecen los egoísmos, el afán competitivo, la tendencia a dominar descalificando a los otros, la búsqueda del éxito fácil, la inclinación a explotar todo el progreso productivo con la finalidad de dominar sobre los demás, o en favor de tal o cual ideología o grupo de poder?

Con mucha razón y profundidad, el Papa Benedicto XVI, contraponiendo esperanzas efímeras con la verdadera esperanza, pone en guardia frente a un desarrollo que no tiene alma. “La ciencia -afirma- puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo, si no está orientada por fuerzas externas a ella misma… No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor…, incluso en el ámbito puramente intramundano.” (7).

4.- Para hacer realidad los sueños: un patrimonio que cuidar y trasmitir

¿Cuál es, entonces, el “patrimonio” que estamos llamados a cuidar y que debemos trasmitir con responsabilidad a las nuevas generaciones, para que los sueños de Chile se conviertan en gozosa realidad y el progreso sea auténticamente humano?

4.1.- El patrimonio de la vida abundante y plena

Patrimonio de Chile, en primer lugar, es el respeto irrestricto y el amor a la vida. Todos los habitantes de la patria tienen derecho a una vida plena, propias de hijos de Dios, vivida en condiciones más humanas y más dignas. Vida libre de toda amenaza y forma de violencia; vida enriquecida por la real posibilidad de desarrollar los talentos recibidos y con derecho a acceder, en forma equitativa, a oportunidades semejantes. El patrimonio de la vida abundante y plena para todos, invita a reconocer y apreciar el don de la vida humana, desde su concepción, en todas las etapas de la existencia y hasta su término natural. Invita además a desarrollar estilos de ser y de vivir solidarios, como actitud permanente de encuentro, de hermandad y de servicio, que han de traducirse en opciones y gestos visibles de mayor justicia y equidad, fortaleciendo la familia, suprimiendo las graves desigualdades sociales, que hemos definido como “brecha escandalosa”, y las enormes diferencias en el acceso a los bienes culturales y materiales, que son patrimonio de todos.

Conocemos las amenazas que se ciernen constantemente sobre la vida humana, incluso bajo la responsabilidad de quienes han recibido la especial tarea de cuidarla como bien público. Los cristianos no dejaremos de levantar la voz para proclamar que la vida es un regalo gratuito de Dios, don y tarea que debemos acoger y cuidar con esmero y derecho anterior al Estado, que nunca es lícito relativizar. No dejaremos de proclamar la buena noticia del matrimonio y de la familia, fundada en el amor y en la donación mutua de un hombre y de una mujer, abierta al don de la vida.

4.2.- El patrimonio de la juventud y de la calidad de su educación

Riqueza de extraordinario valor, patrimonio de la Patria son los niños y los jóvenes. Ellos representan un enorme potencial para el presente y el futuro del país. También sobre este patrimonio se ciernen nuevas y preocupantes inquietudes, especialmente las que vienen de la permanente emergencia educativa.

“¿Donde encontrarán los jóvenes puntos de referencia en una sociedad quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de la educación sea exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica.” (8). No nos engañemos: sería muy pobre una educación que se limitara a dar nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la Verdad que puede guiar la vida. Igualmente pobre sería un proceso educativo que no lograra encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. La auténtica educación sabe aceptar el riesgo de la libertad de los jóvenes, pero deberá estar atenta a ayudarles a corregir ideas y decisiones equivocadas. Lo que nunca se deberá hacer es secundarlos en sus errores, fingir que no se ven o, peor aún, compartirlos como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano (9).

Dios quiera que la voluntad de diálogo responsable sobre los reales problemas que afectan a la educación logre dar vida a una legislación educativa que sepa integrar armónicamente derecho y libertad de educación, responsabilidad pública y privada, y que tenga como eje central el crecimiento integral de toda persona y de todas las personas, especialmente de las más desposeídas, en comunión y solidaridad de destino.

4.3.- El Patrimonio de la justicia y la solidaridad

Patrimonio de la patria ha sido, y es también hoy, la aspiración constante a un estilo de vida de mayor justicia, integración y solidaridad. Los pueblos originarios tienen derecho a fortalecer su identidad y sus propias organizaciones; la diversidad no es una amenaza cuando está encaminada a la meta común. Es positivo el hecho de que, en muchas ocasiones nos hemos propuesto hacer de Chile un país de hermanos, para vivir y convivir con mayor respeto y dignidad. Agradecemos las iniciativas públicas orientadas a aliviar las necesidades de los más necesitados, y sobre todo, los cambios estructurales que permitirán más justicia y equidad en la distribución de los bienes. Sin embargo, investigaciones internacionales nos sitúan todavía como uno de los países con mayor desigualdad en el mundo. ¿No será este un campo privilegiado donde la política deba buscar y arbitrar, con urgencia, mayor bien común? ¿La comunidad política no nace, justamente, para buscar la justicia, la solidaridad y todas aquellas condiciones de vida social, a través de las cuales personas, familias y asociaciones pueden lograr mayor plenitud y felicidad?

Conversando con la gente, especialmente con jóvenes que se definen a sí mismos como “indignados”, desencantados de las soluciones que se les ofrece, se puede percibir la urgencia de una verdadera conversión de quienes se dedican a al servicio público. El poder no puede ser la meta de sus aspiraciones o de sus organizaciones; el fin es servir a la justicia y trabajar por la dignificación de las personas. Sólo así la política podrá recuperar el aprecio de la gente y podrá re-encantar a los jóvenes.

4.4.- El patrimonio del trabajo y de la empresa

El trabajo, condición originaria del hombre, caracteriza de manera determinante la experiencia de las personas, hombres y mujeres que encuentran, allí, la fuente para sostener una vida decorosa para sí y la propia familia. El trabajo es un derecho fundamental y un bien para las personas. Es por eso, alentamos todos los esfuerzos destinados a crear nuevas fuentes laborales que permitan superar el flagelo de la cesantía y el perfeccionamiento de la legislación que promueva los derechos de los trabajadores.

Nos llena de esperanza que existan empresas que se definen comprometidas con el desarrollo sustentable, con la seguridad y el bienestar de sus trabajadores y con el progreso de la comunidad; empresas empeñadas en ir más allá de las tareas productivas, fomentando actividades y espacios susceptibles de mejorar la calidad de vida de las persona, convencidas de que la Responsabilidad Social Empresarial no es una mera contribución material, sino un enfoque capaz de transformar el mundo. Juan Pablo II en la Encíclica “Centesimus annus” afirma que: “el desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo” (10). ¡Qué patrimonio tan precioso para las nuevas generaciones!

4.5.- El patrimonio de la creación y del cuidado por lo creado

Patrimonio de Chile es su magnífica y exuberante naturaleza y sus recursos naturales. Por eso, “damos gracias al Señor por el don de la creación, entregada a la administración del hombre (Gn. 2,15), don hermoso y valioso para todos, para la actual generación y para las que vienen” (11). Con el magisterio de la Iglesia, afirmamos que “es un error creer que se puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a la voluntad del hombre, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar” (12). No es bueno para el futuro de Chile permitir que “el aspecto de conquista y de explotación de los recursos, llegue a predominar y a amenazar la misma capacidad de acogida del medio ambiente y que el ambiente como “recurso” ponga en peligro el ambiente como “casa” (13). Por eso, “la Iglesia agradece a todos los que se ocupan de la defensa de la vida y del ambiente”, recuerda que “la devastación de los bosques y de la biodiversidad mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la responsabilidad moral de quienes la promueven” e invita “a todas las fuerzas vivas de la sociedad para cuidar nuestra casa común, la tierra, amenazada de destrucción.” (14).

4.6.- El patrimonio de la fe y de la religiosidad popular

A la identidad de Chile y su cultura ha contribuido no poco la fe cristiana y la religiosidad popular, especialmente la devoción mariana. La Tirana, Andacollo, Lo Vásquez, Maipú, Auco, Yumbel, son, entre tantas otras, verdaderas fuentes de agua cristalina donde una inmensa muchedumbre de chilenos y chilenas sacia su sed de espiritualidad y oxigena su vida, a veces, llena de tanto dolor. En “la rica y profunda religiosidad popular -ha dicho Benedicto XVI- aparece el alma de los pueblos latinoamericanos.” (15). “Un país fraterno sólo es posible cuando se reconoce la paternidad bondadosa de nuestro Dios”, repetía el cardenal Silva, de venerada memoria (16). Acompañados por la figura maternal de la Virgen del Carmen y acogiendo su invitación a hacer lo que su Hijo nos diga, podremos encaminar nuestros pasos, con serena confianza, hacia el futuro.

Conclusión

Distinguidas Autoridades, Apreciados amigos y hermanos,

Las dificultades del momento presente constituyen una oportunidad, irrepetible y desafiante de pensar y proyectar lo más bello y lo más noble de nuestra identidad; oportunidad que es también responsabilidad de hacerlo sobre roca firme, sobre consistencias inconmovibles, arraigados, edificados en Cristo, firmes en la fe (Col. 2,7) o, como recordaba Jesús en el texto evangélico según San Juan, “unidos a la Vid”, porque sólo así podemos fructificar abundantemente.

En esta tarea, nadie sobra. Todos estamos invitados a ser “artesanos”, es decir, trabajadores conscientes y responsables del rico patrimonio que pasa por nuestras manos.

Imploramos para ello la gracia del Señor y la fuerza del Santo Espíritu para todos los habitantes de nuestra Patria, especialmente para Usted, Señor Presidente, su señora esposa, sus ministros y el gobierno que encabeza. La sabiduría que viene de lo alto lo sostenga, e ilumine a los legisladores y jueces, a los miembros de las Fuerzas Armadas y de Orden, como también a los dirigentes sociales, a las autoridades regionales y de la ciudad de Santiago. Nuestra oración los acompaña todos los días.

En este día de fiesta y siempre, todo nuestro pueblo experimente la cercanía del Señor y encuentre en Él la esperanza que no defrauda. María, Nuestra Señora del Carmen, Reina y Madre de Chile, nos sostenga en el camino y sea la estrella que nos indica la meta a la cual llegar.

† Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Santiago

Santiago, 18 de septiembre de 2011

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Notas

1 Cf. Filipenses 4, 802
2 Conferencia Episcopal de Chile. Orientaciones Pastorales (OO. PP.) nº 32.03 Cf.
3 Benedicto XVI. Discurso inaugural V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Aparecida, 13 de mayo de 2007
4 Ibíd. 42; 13; 36-39.
5 Benedicto XVI. Homilía del 11 de septiembre de 2011.
6 Cf. Benedicto XVI en Encìclica “Spes Salvi”.
7 Benedicto XVI. Spes Salvi, nº 25-26.
8 Benedicto XVI. Discurso “En la casa donde se busca la verdad”, Madrid, 19 de agosto de 2011.
9 Cf. Benedicto XVI. Mensaje sobre la tarea urgente de la Educación, Enero 2008.
10 Cf. Juan Pablo II, Centesimus Annus, 43.
11 Conferencia Episcopal de Chile, Orientaciones Pastorales (OO.PP.), nº 74.
12 Cf. Juan Pablo II, Centesimus Annus, 37.
13 Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n 461.
14 Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, 473; también, “Mensaje Final”.
15 Cf. Benedicto XVI, Discurso Inaugural de Aparecida.
16 Cf. Raúl Silva H, Mi sueño de Chile.
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