Textos bíblicos
(los del 25º durante el año, ciclo A)
Primera Lectura: Is 55,6-9
Salmo Responsorial: Sal 144, 2-3.8-9.17-18
Segunda Lectura: Flp 1,20-26
Evangelio: Mt 19,30. 20, 1-16
“El Señor es bueno con todos”
(del Salmo Responsorial; Sal 144, 9).
El Señor nos ha convocado en estas fiestas patrias para la celebración de la santa Eucaristía. Es hermoso celebrarla acompañados de las más altas autoridades de nuestra provincia, a quienes reitero mi gratitud por su amable presencia. Es hermoso vivir esta Eucaristía con la activa participación de numerosos jóvenes, entre ellos destaca la delegación de nuestra diócesis que asistió al encuentro con el Santo Padre Benedicto XVI en Madrid para vivir la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. Del mismo modo, llena de alegría nuestro corazón la numerosa presencia de delegaciones del voluntariado, los representantes de las más diversas organizaciones sociales y nuestros queridos fieles. El Señor les retribuya a todos su bondad con abundantes bendiciones.
Los textos bíblicos que acabamos de oír son los correspondientes a este domingo; no han sido escogidos a propósito para esta celebración. Ello nos indica patentemente que el Señor nos habla siempre, en toda ocasión, una palabra oportuna, una palabra de amor. Nuestra respuesta a Él no puede ser otra: ¡Respondamos al Señor con amor!
La Palabra nos invita a bendecir y alabar al Señor, especialmente en el Salmo 144 que acabamos de entonar: “Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar. ¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza: su grandeza es insondable!”. Conscientes que la gloria y la alabanza la elevamos a Dios, celebramos el acto supremo de acción de gracias, la santa Eucaristía, en día domingo, día del Señor.
Contemplando la maravillosa presencia y el actuar de Dios en nuestra historia, como también en las múltiples manifestaciones de su bondad para con nosotros, nos sentimos honrados de unirnos a los sentimientos del Salmista, bendecir y alabar el Nombre del Señor. De igual modo, admirando la belleza de nuestra geografía, la rica y multiforme cultura que nos identifica y distingue… podemos exclamar, también inspirados por el Salmista: “La grandeza del Señor es insondable”.
La Palabra del Señor nos mueve, igualmente, a conocer más profundamente los anhelos del corazón del Señor para, en Su gracia y bendición, procurar hacerlos nuestros. Sorprendente, se demuestra al respecto, la palabra inicial del pasaje bíblico que hemos escuchado en la primera lectura del libro de Isaías: “¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca!”. Conociendo “los pensamientos del Señor” nos dispondremos a hacer vida su voluntad en nosotros, en nuestras apreciadas familias y en la gran comunidad que es nuestro querido pueblo chileno.
Propicia es la ocasión para disponernos a asumir, con renovadas fuerzas, los retos y desafíos que descubrimos en la realidad de nuestro pueblo. Para ello ¿podría haber mejor ocasión que esta solemne celebración, en la que Dios mismo nos habla en su Palabra?
Si en la marcha cotidiana nos sorprende la duda, la inquietud y, en ocasiones, nuestra propia debilidad o incapacidad para satisfacer a las múltiples exigencias que se plantean de diversos sectores, ¿a quien acudiremos? ¿Quién vendrá en nuestra ayuda? Cuanto nos puede consolar la aseveración del Salmista: “Está cerca el Señor de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad”. Por ello, también en este día, como una sola familia, el pueblo de Dios que peregrina en estas tierras invoca al Señor, para que Él guíe nuestros pasos por la senda del bien.
“Señor, toca nuestro corazón,
para que aceptemos las palabras de tu Hijo”
(de la Aclamación al Evangelio)
El Evangelio, con la parábola de los trabajadores contratados, nos enfrenta a una realidad que nos resulta desconcertante en dos aspectos, a lo menos.
- Primero,
el llamado pausado y sucesivo de los trabajadores, no estrictamente según las necesidades del trabajo a cumplir, sino de la renovada presencia de hombres necesitados de trabajo, y,
- Segundo, más desconcertante aún,
el pago igual que recibe cada uno, pese a la enorme diferencia del trabajo realizado: los primeros empezaron a trabajar muy temprano en la mañana, y los últimos, al caer la tarde.
¿A qué empresario se le podría ocurrir contratar a
todos los obreros que estén dispuestos a trabajar en su faena? o, mejor dicho, ¿que planificación del trabajo puede sostenerse con este
método de contratación?
Y si a esto sumamos la supuesta “injusticia” del hecho que se paga el mismo jornal a quien trabajó dedicadamente durante toda la jornada, que a quien llegó a última hora para hacerlo durante sólo una.
Pero la culminación de esta parábola, que para un viñatero preocupado por la rentabilidad monetaria de su viña sería una desastrosa gestión, es la también desconcertante, pero indiscutible, explicación que da el propietario: “¿O no tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”.
Allí está la justificación de esta parábola, incomprensible para los que estamos acostumbrados a poner
frecuentemente el beneficio material como principal preocupación... el interés del dueño de la viña, no son las uvas que deben ser cosechadas, sino los recolectores. ¡No es el producto! La principal preocupación del dueño de la viña ¡
son los hombres, con sus imperfecciones y limitaciones!
Ya está claro que el dueño de la viña no puede ser sino Dios, ilimitado en su Amor al punto de ser, muchas veces incomprensible para la mente humana.
- Dios, que abre su corazón amoroso a
todos los que quieran acceder a Él, sin distinción ni limitación alguna de Su parte, más allá de la
verdad;
- Dios que, en ese Amor infinito,
no diferencia entre los que llegaron a Él tempranamente y aquellos que lo hicieron en la hora última... a todos da el mismo trato, su amor inconmensurable;
- Dios que es capaz de acoger a aquel que se alejó de su lado, por cualquier motivo, pero que regresa arrepentido como el hijo pródigo... el buen padre hará fiesta por él;
- Dios, que ha entregado a Su Hijo Unigénito en sacrificio, para abrirnos el camino que nos permitirá llegar hasta Él.
Dios nos está llamando desde el Evangelio para que
confiemos en Sus caminos y razonamientos y no en los nuestros, porque Su misericordia supera incluso nuestras rigideces e intransigencias, semejantes a las de aquel, de los primeros trabajadores, que protesta por recibir el mismo salario de los últimos.
El sentimiento, que muestra ese hombre en sus palabras, es la envidia, envidia que hoy es cultivada en nuestra sociedad por el fomento de la competencia entre los hombres:
¡El Evangelio nos está diciendo que ésta no es la Patria que Dios quiere!
“Vayan también ustedes a mi viña”
(del Evangelio, Mt 20,4)
Hermanas y hermanos:
La viña del Señor es la inmensa muchedumbre de mujeres y hombres que peregrinan, entre alegrías y gozos, penas y fatigas, certidumbres e incertidumbres, fortalezas y debilidades, luces y sombras, peregrinan… peregrinan… ¿Hacia dónde? ¿Cuál es la meta? ¿Cuál es aquella realidad que impulsa a dar sentido a todas las vivencias de esta marcha? El cristiano, celebrando con verdadero gozo estos días festivos, experimenta de igual modo la nostalgia de la Patria definitiva a la que siempre está en camino… en realidad a la Patria que vuelve, la Casa del Padre.
Mientras peregrina es consciente de
una gran llamada, la llamada del dueño de la viña, que nos espera para trabajar en ella. “La viña es el mundo entero (cf. Mt 13,38), que debe ser trasformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios” (S.S. Juan Pablo II,
Christifideles Laici, Nº 1). La viña es Chile, nuestra querida Patria que se construye día a día con el trabajo y esfuerzo, con la aportación de todos sus hijos.
¡Qué bella imagen trasunta la parábola! ¡Qué entusiasmante visión la que se despliega ante nuestros ojos!
¿Nos sentimos verdaderamente obreros llamados por el Señor a trabajar, servir y vivir según el querer del dueño de la viña? ¿Impulsamos las iniciativas para desarrollar nuestra Patria, hermosa viña del Señor, según “los pensamientos de Dios”?
Al dueño de la viña le interesan ante todo las personas, llamadas a la existencia por Él mismo, su dignidad de hijas e hijos, su vida e historia, sus grandes sueños y más caros anhelos. Por ello, la Iglesia en sus fieles y consagrados es, y debe ser cada vez más, servidora de la Patria y de sus hijos, especialmente de los pobres del Señor.
El amor inmenso que Dios manifiesta al llamar a la vida, exige el respeto irrestricto a este sagrado don.
La vida humana es sagrada. Con el gran Papa Juan Pablo II, hoy Beato de la Iglesia, recordamos una vez más: “El titular de tal derecho es el ser humano,
en cada fase de su desarrollo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural;
y cualquiera que sea su condición, ya sea de salud que de enfermedad, de integridad física o de minusvalidez, de riqueza o de miseria” (
Christifideles Laici, Nº 38).
Para ello es imprescindible atender al bien del matrimonio, como Dios lo ha querido, y de la familia. Si de una parte constatamos las grandes dificultades de hermanos para consolidarse en la vocación matrimonial y los atropellos de diversa índole a la familia, de otra es justo poner de relieve el interés creciente en nuestras comunidades por fortalecer el matrimonio y la familia, brindando las ayudas, los espacios y las asesorías requeridas. Queremos, así, salir al encuentro de nuestros hermanos que afrontan no pocos obstáculos para responder generosamente al Señor en la vocación matrimonial recibida y en la constitución estable de su respectiva familia, célula fundamental en la sociedad y en la vida de la Iglesia.
En nuestras celebraciones anuales con motivo del aniversario patrio, hemos afrontado temas cruciales, con el ánimo que tales realidades nos interpelen a todos y nos desafíen a buscar soluciones que nuestro pueblo merece y exige. La convicción profunda es que estos retos, asumidos con entereza, prudencia y verdad, puedan constituirse en una oportunidad extraordinaria para construir la nación que soñamos, ahora en el presente y para el porvenir, según los designios del Señor.
El desarrollo de nuestra nación será verdadero y auténtico cuando busquemos los caminos adecuados, enfrentando decididamente la preocupante desigualdad social, el acceso a una educación de calidad para todos, el trato digno que corresponde al Pueblo Mapuche, el cuidado y protección de la naturaleza. Todo ello, buscando consolidar las estructuras políticas, sociales y legislativas que sean lo más operativas posibles en vista del bien común de todos y de cada uno de los ciudadanos.
Estas tareas pendientes son verdaderos compromisos históricos. En cuanto a nosotros incumbe, busquemos no desatenderlas. Es el camino del bien para nuestro pueblo. Es la expresión concreta con que, verdaderamente, hemos asumido nuestra vocación y misión en la viña del Señor.
En especial, salgamos al encuentro de las aspiraciones más profundas de los jóvenes. La educación integral y de calidad para ellos es un desafío que no puede dilatarse. Los jóvenes constituyen una de las grandes riquezas de nuestra patria. Bien vale la pena brindarles un presente y un futuro de esperanza.
En esta hora solemne nos unimos a cuantos sufren por el grave accidente en la isla Juan Fernández. A los fallecidos, el Señor sabrá recompensarlos. Emprendieron el camino a la casa del Padre, la patria definitiva, buscando hacer el bien, brindando bienestar y felicidad a tantos hermanos. A sus familiares y amigos, deseamos fortaleza y esperanza en el Señor.
Con pesar hemos recibido la noticia del fallecimiento de don Gabriel Valdés Subercaseaux, hermano de nuestro amado primer pastor, Siervo de Dios Mons. Francisco Valdés Subercaseaux. Su ejemplo de entrega a grandes valores humanos y cristianos sigue hablando a las nuevas generaciones, en el ejercicio de la misión política.
A la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, confiamos el presente y el futuro de nuestro pueblo:
Virgen Santa,
Madre de Cristo y Madre nuestra,
ayúdanos a asumir los desafíos de Chile
con gran sentido de responsabilidad
en la alegre esperanza de contribuir,
en forma honesta y laboriosa,
en su engrandecimiento,
según los designios de tu Hijo.
A Él honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.