1. No es posible permanecer indiferente ante la huelga de hambre que están viviendo algunos jóvenes como protesta ante el Gobierno, por no sentirse escuchados en sus demandas acerca de una educación de calidad para todos. Ciertamente, nadie pone en duda la legitimidad de sus necesidades, propuestas y planteamientos. Sin embargo, independientemente de la consideración del idealismo propio del mundo juvenil, no podemos quedarnos tranquilos cuando uno de esos adolescentes afirma ante los medios de comunicación: “La vida, por la educación”.
2. Es desconcertante que el mundo de los adultos en esta sociedad del siglo XXI se presente permisivo ante la paradoja de que algunos jóvenes pongan en riesgo la vida humana, para lograr una vida más digna, a través de una educación de calidad. Toda vida humana, por el valor que ella encierra, merece respeto desde su gestación hasta su muerte natural. Estamos llamados a cuidarla responsablemente en nosotros mismos y en los demás.
3. No es un tema menor que adolescentes en formación decidan esta manera de protestar al margen de la autoridad y responsabilidad de los padres. Llama profundamente la atención que padres de familia cuyos hijos han optado por esta alternativa de presión, conjuguen el deterioro de la vida de ellos, sobre la base de un respeto a la libertad personal, y el dolor que experimentan ante el hecho indeseado del deterioro de la misma. Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. En estas situaciones límites también se juega su labor educativa.
4. La educación está al servicio de la vida, y es un valioso medio para que ella se despliegue en todas sus potencialidades. Todo proceso educativo la dignifica y contribuye significativamente en su dinámica perfectible. Sólo en un sentido metafórico la vida está al servicio de la educación, particularmente en el caso de notables educadores y educadoras que, por vocación, se entregan a la hermosa causa de formar a las futuras generaciones para que sean hombres y mujeres de bien.
5. Es oportuno recordar y hacer consciente que el fin no justifica los medios. Es propio de un sano y equilibrado pensamiento aspirar a fines buenos y nobles, a través de medios de iguales características. Precisamente la moralidad de un acto humano, es decir, consciente y libre, se juega en la bondad o maldad, tanto del medio utilizado como del fin deseado. Por lo tanto, no es un acto humano pletórico de bondad intentar alcanzar la acogida de las propuestas por parte de la autoridad, por muy bueno que sea ese fin, atentando contra la propia vida. Esto último contamina todo el acto humano, ya que tanto el medio como el fin deben ser necesariamente buenos.
6. Hoy en día, gracias al avance de la tecnología y los medios de comunicación, es muy probable que los jóvenes manejen más información que los adultos. De hecho, las habilidades que naturalmente presentan en el uso del computador y comunicación vía Internet no dejan de sorprendernos. Sin embargo, a pesar de esa notable acumulación de conocimientos, ellos no poseen la sabiduría que sí es propia del mundo adulto; esa sabiduría que se va logrando a través de los años y la experiencia acumulada. Esto, sin duda, pone sobre los hombros de los adultos una gran responsabilidad; esto es, el compromiso de orientar, acompañar, iluminar y ayudar a discernir a quienes están dando sus primeros pasos por la vida. En definitiva, una tarea ineludible que debe interpelar nuestras conciencias.
Mons. Edgardo Fernández Apablaza
Vicario para la Educación
Obispado de Valparaíso
Valparaíso, 17 de agosto, 2011.-
