Carta del Arzobispo de Santiago, Mons. Celestino Aós OFMCap.
Queridos hermanos diáconos:
Nos cansan ya tantas explicaciones, análisis, conferencias etcétera; necesitamos testigos, ejemplos. Les saludo y les escribo esta carta precisamente haciendo memoria de san Efrén, este gran diácono, este gran testigo que muere en 373 en Edesa al quedar contagiado mientras atendía a los enfermos de peste. Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a ser nosotros verdaderos servidores y testigos en esta hora que vivimos.
1. SERVICIO
“Tan bueno, pero tan tonto”. Aquel diácono acababa de rechazar un negocio sucio, tentación de embolsarse unos millones en acto de corrupción… Tonto es el que no se aprovecha. Y tonto el que no se hace servir. Nos hacemos y vivimos una sociedad competitiva. Y ganador es quien logra dinero, fama, placer, status. Fracasado y perdedor es quien no logra esos resultados. Pero nosotros hemos elegido ir tras los pasos de Jesús que estuvo entre nosotros como quien sirve, porque no había venido a que le sirvieran sino a servir y a dar la vida por los demás (Mc. 10, 42-45). Lo cantó bellamente san Efrén, diácono, “la cítara del Espíritu Santo” que unió la teología y la poesía y la música:
«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero,
que llora dulcemente.
(Del himno sobre el nacimiento de Cristo).
Huimos del servicio y procuramos ser servidos. Extraña la persona que, en vez de buscar su comodidad, su provecho, se “complica” preocupándose y sirviendo a los demás. No será comprendido ni por los extraños, ni a veces por los propios familiares y amigos.
Servir es estar disponible, constatar lo que se me pide: compartir, dar la vida, ver qué oportunidad de servicio hay. Teorizar menos sobre el servicio y servir más. En un estilo de humildad; vigilantes para no caer en la tentación del exhibicionismo y la publicidad de todo lo que hacemos.
Quien quiera servir debe en primer lugar abrir los ojos, estar atento, y mirar y ver a su derredor: esto nos saca de nosotros mismos. A veces nos piden un servicio, otras descubrimos la oportunidad de estar serviciales. Servir no es simplemente hacer cosas, ni siquiera hacer cosas útiles en favor de otro. Discernir cuáles son las necesidades del otro que debemos asumir y cuáles son sus caprichos que llevan a un abuso sobre nosotros y un daño para él porque lo acomodamos en su pereza.
Por el servicio llegamos a conocer a las personas. ¿Nos convencemos de que la dramática pandemia nos cambia la vida, a nosotros y a las personas de nuestras parroquias? No son cambios lineales: avanzamos, hallamos dificultades, chocamos con nuestro propio miedo y limitación, surgen momentos de duda y de desaliento; y hasta damos pasos hacia atrás porque parece que aquello de antes era mejor.
Todos son momentos de gracia; no pueden ser un tiempo inútil mientras esperamos el tiempo útil: ahora es el día de salvación. Hay mucho mal físico, mal mental y psíquico ¡y hay mucho pecado! Los efectos son personales, pero también sociales; inquieta lo económico y hace sufrir el temor a la precariedad: muchos sólo ven un futuro oscuro de enfermedad y muerte, de aislamiento y soledad, de violencia y cesantía, de increencia e inmoralidad. ¡Estábamos mejor! Aparecen otras tentaciones muy a la moda, el victimismo y que da muchos réditos, la pillería que decimos viveza chilena ofendiendo a los chilenos que son rectos, la arrogancia de presentarnos como salvadores y que pronto se desinfla al constatar que no alcanzamos a solucionar todas las necesidades. O quizás está usted entre aquellos que mirando a su interior se sienten no preparados, frágiles etc. Por el bautismo estamos unidos, de modo que no hay apóstoles solos; pero usted está enlazado a su familia, cuenta con el amor y la fuerza de ella (mi saludo cordial a su esposa y familiares).
Ahora, en estos momentos de prueba y sufrimiento usted es enviado a ser animador gozoso del Evangelio y de la esperanza. Tiene y tendremos formas nuevas de integración y apostolado. (¿Por qué no mira a su derredor y hace un servicio?: llame por teléfono a ese familiar. A ese diácono, o a esa persona que conoce y regálele un saludo, unos minutos de conversación… quizás pueda llegar a una oración compartida)
2. AMOR
Les felicito a ustedes los diáconos no tanto por lo que hacen, cuanto por el amor con que viven y hacen su servicio, porque sin amor… (1 Cor. 13, 1-11).
“Padre obispo: El párroco no me quiere”… ¡Quiérelo tú a él! Es pecado no hacer fecundas las situaciones. Más allá de simpatías, el amor exige en el diácono: a) respeto: no hablar mal, tratar con cortesía al párroco. Y a todos. No hablar mal de las autoridades ni de los que forman parte de este o aquel grupo, Hablando mal no se construye, se envenena. La crítica sana, sí; la corrección, no sólo es posible sino obligatoria: quien no corrige en forma y tiempo adecuado se hace cómplice. La copucha, la difamación, la calumnia, no. “Terrorismo espiritual”, dijo el papa Francisco. Estamos repletos de palabras, pero no son consoladoras. El diácono tiene en estos momentos un campo de trabajo grande no sólo a nivel personal para revisar su propia conducta sino también un campo de apostolado en la comunidad porque hay comunidades donde se respira contaminación.
b) lealtad: Decir la verdad, no aprobar un programa o actividad y luego no hacer nada o boicotearlo directamente; no organizar actividades o programas a escondidas o en contra del párroco. Ser leales. En estos tiempos hay muchas ofertas de actividades y hay muchas exigencias; algunos callan o afirman sabiendo que no se van a comprometer o que no se pueden comprometer; y, llegada la hora, todo se enreda y complica. Decir sí, o decir no. Leales. La lealtad no es complicidad que disimula o acepta lo injusto, o porque me conviene o porque conviene a mi amigo. La lealtad siempre se define de cara a la verdad. Y así como a veces encontramos conflictos de lealtad cruzada entre la esposa y un hijo etc. a veces hay conflictos entre la lealtad al grupo o capilla y la lealtad al párroco. La salida siempre está en la verdad…
c) colaboración: Colaborar es trabajar, poner esfuerzo y voluntad en la obra programada por el párroco; ya exploramos posibilidades, ya discernimos, y llega la decisión (que quizás no nos gusta)… Es la hora de la verdad, de la colaboración. El coronavirus no sólo daña al cuerpo, también afecta psicológicamente, y ¡nos desafía moralmente! ¿Cómo es posible que “cristianos” sigan irresponsablemente no cumpliendo las normas sanitarias decididas en bien de todos? Parece que resulta más fácil preparar un plato de comida que reflexionar y alimentar el espíritu; colaboración material, sí; pero también colaboración en los comportamientos… Ustedes, cercanos y metidos en la convivencia diaria, saben de muchas otras incoherencias que impiden la colaboración (Detrás está siempre el individualismo egoísta o el orgullo). La comunidad tiene una sensibilidad especial y desenmascara de inmediato cuando un diácono no colabora con el proyecto común, sino que trata de organizarse “a su manera”. Lo digo a boca llena y con alegría: me alegra encontrar en la mayoría de ustedes un gran espíritu de colaboración; me alegra pensar que el futuro que nos llegue nos encuentra ya en esta línea.
Permítanme que señale que nuestra colaboración no puede estar basada sólo en el criterio humano de la eficiencia (porque unidos somos más fuertes, multiplicamos la eficacia). Nuestra colaboración se basa en el encuentro con Jesucristo: el encuentro con Jesús crucificado ¡y resucitado y glorioso! cambia todo; de ese encuentro nace nuestra esperanza.
En estos días de confinamiento en la casa, con más horas disponibles, ¿por qué no reservar un tiempo y tomar la Biblia –“Tu Palabra me da vida, confío en Ti, Señor; tu Palabra es eterna, en ella esperaré” - y encontrarnos con el amor de Dios; con el amor de Jesús que es respeto, lealtad y colaboración con los suyos. ¡También con usted y su familia! (Jn 4, 23).
3. TESTIMONIO
“El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra”. Cada cristiano escucha de labios de Jesús este encargo; y cada uno debe cumplirlo en sus funciones y tareas en su vida. Todos testigos; el diácono como diácono, en relación con su familia y con su profesión. El obispo y la comunidad rezaron para que usted, “manifestando el testimonio de su buena conciencia, persevere firme y constante con Cristo, de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo que no vino a ser servido sino a servir, merezca reinar con él en el cielo”. El testimonio de su buena conciencia: ¿somos testigos de Jesucristo? ¿Para quién? Nosotros somos testigos de que a Jesús muerto en cruz Dios lo resucitó. El testigo tiene que tener una experiencia de Jesucristo (somos testigos en Jesús y desde Jesús, testigos del Testigo), una trasmisión o comunicación a otros de esa experiencia, una creación de comunión (porque si no se queda en mera propaganda; “creí y por eso hablé”; y por eso no hay testimonio cristiano que no sea eclesial). Ser pastores y no funcionarios, mediadores y no intermediarios. Aunque pequeños, y conscientes de que tenemos el tesoro en vasijas de barro, sabemos que Jesucristo quiere hablar por nuestros labios, quiere trabajar y tocar con nuestras manos, quiere caminar con nuestros pies, quiere aconsejar con nuestra inteligencia. Es Cristo quien vive en mí. Por eso debemos examinarnos y temer llevar una doble vida; por eso nos duele y entristece la doble vida o los abusos de algunos. Es la gran enfermedad de la iglesia. No nos sentimos superiores ni mejores que nadie; sí nos sabemos muy amados. Sabemos que el testigo se va haciendo, vive el proceso en una gran comunidad o en un pequeño grupo; enamorado de Dios y deseoso de servir a los hermanos. Serviciales, Urge estar bien radicado en la fe. La pandemia nos recuerda que vivir hoy es muy peligroso. Ansiosos, temerosos, angustiados, en pánico ¡y qué no se ha dicho! Argumentos. ¿Qué tipo de vida queremos después? No volverá a ser lo mismo. Cambiarán las circunstancias, se rebajará la tensión, pero los interrogantes estarán ahí: ¿Cómo hablar de un Dios Padre y Bueno cuando hemos pasado por todo esto? Dios ya no es Roca, ni Refugio, ni Libertador, Dios es el ausente…
El diácono tiene que escuchar y escuchar y escuchar; sin entrar en discusiones estériles, y sin entrar en el chismorreo y la descalificación; y ser servicial, y tratar de vivir en el amor: en colaboración en acciones de ayuda etc. Mirar a Jesucristo en la cruz, sentir el consuelo y desconsuelo, la vida y la muerte, etc. esperando contra toda esperanza. No bastan parches o retoques de maquillaje; necesitamos cambios profundos en nuestro corazón. Llámense conversión o caridad pastoral. La experiencia del amor (tanto cuando uno se siente amado, o tanto cuando uno siente ama) lo cambia todo. Cuando cambie mi corazón será fácil y adecuado entra a modificar las estructuras; cambiar las estructuras, pero sin cambiar nuestra mente y corazón…
Este es el pueblo santo de Dios, estos son los presbíteros, estos son los obispos ¡estos son los diáconos! que Jesucristo regala hoy a su Iglesia de Santiago. Gracias, Señor Jesús. Enséñanos a buscar desde el evangelio, y con la Virgen que meditaba esas cosas en su corazón, el sentido profundo de lo que ocurre; enséñanos a renovar nuestro compromiso de luchar por mejorar la condición de vida de todos (sirviendo y colaborando en las actividades de la parroquia), a vivir estos días en familia o en mi trabajo recordando que yo genero un mundo nuevo cuando quiero el bien y soy bueno para otros. Cada instante de mi vida construye, o puede ser un anti testimonio que destruye. Dame fuerza para que, como lo hizo san Efrén, sepa vivir mi propia vida como un don para otros.
Gil de Asís, compañero de san Francisco de Asís, ponía orden y animaba a otros frailes: “Haced, haced, basta ya de palabrería”. Y no se olvide de rezar por mí, que con afecto le bendigo junto a su esposa y familia. Paz y Bien.
Fuente: Comunicaciones Santiago
Santiago, 24-06-2020