Monseñor Valech, un gran Pastor según el corazón de Cristo
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Monseñor Valech, un gran Pastor según el corazón de Cristo

Homilía del Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo de Santiago, en la Misa de exequias de Monseñor Sergio Valech Aldunate, celebrada en la Catedral Metropolitana.

Fecha: Viernes 26 de Noviembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Francisco Javier Errázuriz Ossa

1. Ha muerto un varón bueno, justo y generoso

Ha partido a la Casa del Padre un varón bueno, justo y generoso; un hermano en el episcopado que, desde muy joven, respondió al llamado del Señor y no dudó en entregarle su corazón entero; un Pastor que vivió con las puertas de su oficina y de su corazón siempre abiertas para acoger a todo el que llegara; un discípulo de Jesucristo, del Hijo de Dios que vino a salvarnos a todos, en quien nunca hubo acepción de personas, fueran pobres o ricos, sanos o enfermos, fueran de una u otra ideología.

Ha partido a la Casa del Padre un hombre de fe profunda que buscó ser fiel servidor del Señor y sus hermanos. De hecho, él se presentaba a si mismo como \"servidor\" y actuaba en consecuencia, disponiendo de sus talentos y sus bienes en favor de los demás, dejando poco o nada para sí. Don Sergio Valech Aldunate soñaba con una Iglesia sencilla, alejada del poder de este mundo, con una prédica corta y una misericordia infinita. A pesar de ello, y tal vez por eso mismo, por su calidad humana y su buen consejo, fue escuchado y buscado también por personalidades políticas y religiosas que requerían su parecer.

Don Sergio nunca hizo suyo el proceder de los que buscan los primeros lugares en las plazas, en las asambleas o en los templos; menos aún de quienes buscan el halago de los demás. A Don Sergio le gustaban los segundos planos. No le agradaba destacar. Por eso se sentía mejor de Obispo Auxiliar, renunciando a estar a la cabeza de una diócesis. Era siempre y en todo momento, un servidor, fiel y prudente, de la Iglesia y del Siervo de los siervos de Dios, del Santo Padre, el Papa. Asimismo un fiel colaborador de los Arzobispos de Santiago, aceptando los encargos y comisiones de confianza que ellos le solicitaron.

Con este espíritu aceptó el nombramiento de Vicario de la Solidaridad cuando falleció el querido Mons. Santiago Tapia, su antecesor en ese cargo. ¡Quién mejor que este Obispo de corazón benevolente y justo, bondadoso y valiente, podría dedicarse a buscar las huellas de los que desaparecían, y a levantar la voz para exigir justicia y misericordia para ellos, sin que nadie informara sobre su paradero, y sin que nadie protegiera sus derechos, en un ambiente del cual no desaparecía el temor y la represión! Con razón muchos hombres y mujeres que han venido a manifestarle su gratitud y a decirle a-Dios, han recordado la defensa de los derechos humanos que lo distinguió. Sólo entonces, y por razón de su oficio, empezó a ocupar los primeros planos y a llenar espacios en la prensa escrita, la radio y la televisión. Obró con rectitud, trabajando en conciencia ante su Dios y Señor, sin dejarse influenciar por lo que se opinara de sus acciones, y por eso pudo tomar con humor y serenidad las críticas que se le hicieron, sin dejar de defender con firmeza la dignidad de las personas y la misión de la Iglesia de intervenir en su favor, también en estos temas que incluso muchos católicos no terminaban de comprender. Los pobres y los perseguidos siempre encontraron eco en su corazón y, quienes pensaron que él era su adversario, experimentaron en él lo que es la mansedumbre y la disposición permanente al diálogo respetuoso.

Estas grandes cualidades de Don Sergio, la escucha atenta y la palabra afable, el amor a la verdad y a la justicia, y la dedicación a los que quedan al margen de la sociedad, expresiones todas de una inteligencia y un corazón alimentados por la fe, han llevado a muchos a bendecir su memoria en estos días de su deceso. Para unos, era un hombre de acción con sentido común, para otros una persona conciliadora, para unos pocos, un gran político. Sin embargo, para los que estamos en este templo, en su Catedral, era un gran Pastor según el corazón de Cristo, un Pontífice en el sentido textual de la palabra. Es decir, un hacedor de puentes que, así como defendió con tesón, arriesgando la cárcel, las fichas de la Vicaría de la Solidaridad y el secreto confiado, supo acoger, sin rencor alguno, a quienes en ese momento no lo comprendieron, y contribuir a acercar posiciones incluso con quienes participaron en la violación de los derechos humanos. Es lo propio de un pastor que, llamando a la verdad y a la mentira por su nombre, procura salvar los abismos que en circunstancias dramáticas de la historia, suelen separar a las personas y a veces enfrentarlas.

La Iglesia en Chile y en Santiago ha contado con un gran sacerdote, con un gran pastor. Ahora cuenta con un querido intercesor en la presencia de Dios. Gracias, Don Sergio.

2. Un discípulo elocuente por su testimonio del Evangelio

Caracteriza a un cristiano y a un pastor, el hecho de llegar a ser en el sentido más pleno de la palabra, discípulo de Jesucristo: la experiencia de dejarse encontrar por él, de ir siempre a su encuentro, de escuchar su voz y de hacer propias su sabiduría y sus actitudes, de pasar por el mundo haciendo el bien, siguiendo sus pasos, cargando la cruz propia y ayudando a los hermanos a cargar la suya, compartiendo la esperanza y la alegría de la resurrección. Es un seguimiento sin límites que se va desarrollando a lo largo de todo el arco de la vida que Dios nos quiera regalar. Y, según sea la riqueza de esa experiencia humana y religiosa, en la misma proporción, brota el ardor por comunicarla, por desborde de gratitud, mediante el testimonio y la palabra, dependiendo del don que cada cual haya recibido.

En la persona de Don Sergio hemos visto brillar con transparencia el testimonio, incluso más que las palabras, siempre breves, que con sabiduría y buen humor salían de sus labios. Esa actitud que Dios le regaló nos ha hecho comprender mejor el sentido y el poder que tiene el llamado de Jesús a la verdadera religión en el silencio y la interioridad.

Las palabras de Jesús fueron claras: para hacer limosna “no sepa la izquierda lo que hace tu derecha”. Para orar, evita llamar la atención: tú, entra en tu cuarto, cierra la puerta y evita la palabrería, que bien sabe Dios lo que necesitas. Y cuando quieras ayunar, “perfúmate la cabeza y lávate la cara”.

Es la oposición radical entre quien ora, ayuna y da limosna para ser visto y alabado por los hombres, y el que realiza esos mismos actos de piedad, en sí mismo muy buenos, en el recinto de su propio corazón, por amor a Dios y a los hermanos. Ésa es la enseñanza de Jesús que hemos escuchado en el relato del Evangelio, y que don Sergio tenía en lo hondo de su ser. Es verdad que la limosna siempre redunda en beneficio de los demás. Pero lo que le da su plena eficiencia, es la actitud de quien administra los bienes de su Señor, la gratuidad con que vive esa fe. Alaba Jesucristo a quien da sin esperar recompensa, con la sencillez de quien se compadece por la necesidad de los demás y quiere imitar al Padre de los cielos, quien hace llover y salir su sol sobre todos, también sobre los malos e injustos. Es la escuela de nuestro Dios, origen de todo bien. Él sabe que su amor despierta nuestro amor, cuando tomamos conciencia de que él nos amó primero. Es lo que quería don Sergio. Jamás hizo alarde de sus buenas obras; literalmente escondía su limosna y su solidaridad. Quería imitar a san Juan Bautista: simplemente desaparecer, para que el amor de Dios, de quien provenían los bienes que entregaba, fuera conocido y apreciado en todo su valor. Él había optado por hacer resplandecer el poder silencioso de ese amor infinito, que nunca humilla cuando despierta gratitud y amor, y que siempre va acompañado de la fuerza transformadora de la cruz.

Un segundo elemento que subraya Jesús en la enseñanza de hoy día, es subrayar que las recompensas que nos interesan son las del cielo, y no las efímeras de la tierra. No hay desprecio alguno por los bienes de la tierra, ni menosprecio a quien entrega lo mejor de sí para construir con Dios el Reino ya en este mundo. Tanto lo amó Dios, que envió a su propio Hijo para nuestro bien. Se encarnó y nos amó hasta el extremo para liberar y salvar a la humanidad. Pero Jesucristo quiso manifestar, también en estas palabras suyas, la supremacía del cielo, de lo definitivo, de la Casa de Dios Padre, que es el mejor lugar para invertir las riquezas, pues en el cielo no hay ni polillas ni carcoma que destruyan tanta riqueza, ni ladrones que la roben.

En esta oposición se prueba, por así decirlo, la fe, la esperanza y el amor del discípulo. ¿Cuál es su esperanza? ¿Cuáles son los encargos y las promesas de Dios en las cuales cree? Tus expectativas, ¿se quedan sólo en el Más Acá? ¿Qué esperas de tu vida, de esta vida y de la vida definitiva? ¿Tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35)? ¿Qué esperamos de Dios? ¿Cuál es nuestra escala de valores: la honra del propio yo o la dignidad de los hermanos? ¿Es cierto que crees que en lo más hondo de tu ser fuiste creado a imagen de Dios para ser semejante a él, precisamente en la calidad de tu amor y tu generosidad? ¿Es cierto que optaste por ser discípulo de Jesús de Nazaret, y así por pasar por el mundo, haciendo el bien como él? (Hch 10, 38) ¿Te importa realmente ser un administrador fiel y prudente de los dones que Dios te ha confiado, y escuchar un día que él te recompensa, diciéndote: “Bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te pondré por eso al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor”? (Mt 25, 21) En definitiva, ¿dónde culmina tu amor? ¿En esta tierra junto con los bienes que se corrompen, o culmina en el cielo, en la tierra de la felicidad, el amor y la paz de Dios para siempre? Es verdad, ¡“donde está tu riqueza, ahí está tu corazón !

Ésta es una afirmación y una pregunta. En el caso de Don Sergio, si al término de su peregrinación por esta tierra respondiéramos por él la pregunta, podríamos dar testimonio colectivo de que procuró poner en el Señor la inmensa riqueza de su corazón. En él puso su oración y su solidaridad. En él puso la riqueza espiritual y material con que fue bendecido por sus padres y su familia. A Dios le entregó su vida, como Obispo, como sacerdote y como hermano. Así llegó a ser sal de la tierra y luz del mundo como discípulo misionero del Señor Jesús.

Sal ha sido Don Sergio al trabajar por preservar la justicia y el respeto a los derechos humanos. Sal ha sido en la misericordia con las víctimas, en la sobriedad y riqueza de sus palabras. Sal ha sido con la verdad de sus enseñanzas, que brotaban del Evangelio. Y luz ha sido Don Sergio a través de su caridad silenciosa hacia los pobres, los enfermos, los perseguidos. Esto le dio la autoridad moral que hoy le ha sido reconocida por los principales dirigentes de Chile, y que ha llevado al Sr. Presidente de la Republica a establecer en el país duelo oficial por su deceso.
Nuevamente, gracias Don Sergio. Su testimonio es un nítido reflejo de la riqueza de su fe y de su corazón.

3. Palabras finales

Ante el misterio de la muerte se desvela también el misterio de la vida, y por eso proclamamos reiteradamente que la última palabra no la tiene ni el pecado ni la muerte. La última palabra es Resurrección. Hacia allá ha emprendido Don Sergio su peregrinación definitiva, anhelando cielos nuevos y tierra nueva, en que toda la humanidad, encabezada por el Señor Jesucristo, y junto a él su Madre, la Virgen María, alcanzará la plenitud más anhelada.

San Pablo nos refrenda esta esperanza con sus ojos puestos en Jesús Resucitado: “se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita poderoso; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Co 15.43-44).

¡Bendita sea la fe, la esperanza y la caridad! ¡Bendita sea la Vida que Dios nuestro Padre nos da! ¡Y bendito sea el hombre que pone su confianza en el Señor, como Don Sergio, hijo de su Padre Dios, sucesor de los apóstoles de Jesucristo, templo del Espíritu Santo, hermano y amigo de los pobres y afligidos ya en esta vida, y ahora desde la eternidad, que no defraudará nuestra esperanza y nuestro amor.

Así sea.

† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
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