“Estamos bien en el refugio los 33”
Presidida por el Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz
Iglesia del Sagrario, martes 12 de octubre de 2010
Evangelio: San Juan 3, 1-8
Fecha: Miércoles 13 de Octubre de 2010
Autor: Monseñor Cristián Contreras Villarroel
Homilía
+Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago
El pasado domingo 22 de agosto Chile entero fue testigo de un hecho inédito, histórico y maravilloso a la vez. Tras 17 días atrapados en una mina a casi 700 metros de profundidad, 33 hombres dieron señales inequívocas de vida y rompieron la angustia del silencio y el temor.
Muchos ya daban por muertos a estos mineros, e incluso algunos discutían si valía la pena o no seguir buscándolos. Sabemos que en otras latitudes, ante similares dramáticas situaciones, se puso sencillamente una lápida. En Chile, no fue así.
Fue por medio de un precario trozo de papel que los mineros enviaron un mensaje que se hizo buena noticia. Miles de personas leímos a través de las pantallas de televisión aquel mensaje que rezaba:
“Estamos bien en el refugio los 33”.
La información se diseminó vertiginosamente por todo el país. Se difundió incluso más rápido que las desgracias y los escándalos que suelen copar las portadas de noticias. Las imágenes cruzaron en pocos instantes las fronteras nacionales y acapararon la atención mundial.
Los 33 estaban vivos, y la angustia de más de dos semanas dio paso a un júbilo colectivo. No sólo estaban vivos, sino que en un primer contacto, preguntaron por la suerte de otros trabajadores que estaban en la mina al momento del colapso: una lección de solidaridad y de auténtica chilenidad.
Pero no fue sólo a través de los medios de comunicación de masas que la gozosa noticia se esparció en cuestión de segundos. Hombre y mujeres, niños y ancianos, familias enteras salieron a celebrar a las calles, se juntaron en plazas públicas, y desde las alturas de los edificios se escucharon personas clamando: “¡Están vivos, están vivos!, ¡Milagro! ¡Gracias a Dios!”.
Y es que una noticia tan buena como ésta, simplemente, no podía contenerse. Todos querían proclamarla, todos querían comentarla, todos se alegraron y se conmovieron con el anuncio de que la vida había triunfado sobre los peores pronósticos de muerte y tragedia.
Esta imposibilidad de contener el gozo, un gozo que urge ser participado a los demás, es un ejemplo de lo que los Obispos latinoamericanos identificaron como un
desborde de gratitud y alegría (Documento de Aparecida, 14).
En la Conferencia de Aparecida se refirieron a este desborde como aquella actitud natural y fundamental a partir de la cual los cristianos estamos llamados a comunicar por doquier el don de nuestro encuentro con Jesucristo.
Quienes nos hemos encontrado con el Señor tenemos la certeza de que su Buena Noticia, su Evangelio, es el mejor mensaje que podemos llevar al mundo, es la gran luz para quienes viven en tiniebla y en sombras de muerte. Es una noticia que da plenitud y sentido mayor a toda otra información positiva que impacte en la sociedad.
Pareciera fácil: el bien es difusivo de sí mismo. Por lo mismo, la tragedia de los mineros atrapados en la mina de Atacama -que esperamos con un feliz término en pocos momentos más y por eso estamos en oración junto a Nuestra Señora del Carmen- nos insta a buscar nuevos modos y sobre todo una nueva disponibilidad para comunicar el Evangelio y testimoniar aquello que le da sentido a nuestras vidas; de difundir ese conocimiento y amor de Cristo que puede transformar nuestras vidas y las de nuestros hermanos.
El caso de los mineros atrapados y la explosiva comunicación de su hallazgo nos ofrecen un escenario privilegiado para mirar en un hecho histórico el impacto de la transmisión de una buena noticia. Esa es la vocación del cristiano y de nuestra Iglesia.
Esto podemos enriquecerlo con la revelación amorosa y cercana de nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y no sólo de su relación íntima, sino también de su manifestación hacia la humanidad por medio del plan salvífico pensado y querido por Dios desde toda eternidad.
Así, el acontecimiento histórico entra en un diálogo fecundo con la revelación de Dios. Esto permite que se vaya develando el misterioso modo comunicativo que Dios imprimió en la humanidad a imagen suya.
A partir de esto comprendemos mejor el mandato de Jesucristo a sus Apóstoles, de ‘Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación’ (Mc 16, 15). No se trata de la necesidad imperiosa de un Dios que sin la creatura humana no podría comunicarse. Antes bien, es una invitación a que el creyente tienda a su plenitud a través del anuncio del Evangelio, siendo esta misión una parte esencial de su realización cristiana y, por tanto, humana.
A partir del texto evangélico de San Juan 3, 1-8, que ilumina al Chile en Vigilia, quiero compartir con ustedes lo siguiente:
- Todos tenemos experiencia, desde el bautismo y por el sacramento de la reconciliación, de lo que significa nacer de nuevo, del agua y del Espíritu; de lo alto, de “lo profundo” en el caso de los mineros. Qué hermoso es tener la posibilidad de nacer de nuevo, la oportunidad de una vida nueva, redimensionando todo, poniendo a Dios primero y valorando la vida como un regalo.
- Hemos sido testigos que vuelve a aparecer con fuerza la realidad de Dios, del amor a la familia y a la Patria en el doloroso y a la vez gozoso Chile del Bicentenario. El Chile del feroz terremoto y maremoto, el Chile de los mineros, los mapuches y trabajadores. El Chile del dolor y la injusticia; pero también de la solidaridad y que quiere renacer siempre.
- Debemos alabar a Dios por el ingenio humano y por nuestras instituciones. Como nunca el símil de San Pablo respecto de la Iglesia como un cuerpo donde todos sus miembros son importantes, cobra fuerte relevancia y evidencia en este momento histórico: autoridades civiles, liderados por el Presidente de la República y ministros de Estado, obispos de nuestra Iglesia, ingenieros, rescatistas, médicos, enfermeras, carabineros, personal de las fuerzas armadas, hombres y mujeres de distintas profesiones y oficios, familias…todos ellos y muchos más contribuyendo a este rescate desde la profundidad de la tierra.
- El Chile del Bicentenario nos sitúa en nuestra auténtica identidad: la que cree en Dios, en su Hijo Jesucristo y en la Virgen María. Esa es nuestra pertenencia y trascendencia.
- La vida de los 33 mineros debe ser una alabanza a la vida como don de Dios y un compromiso con ella.
- Todos quienes hemos vuelto a renacer, como lo esperamos esta noche de estos “viejos”, los mineros, somos seres humanos necesitados de redención. Como se ha recordado en estos días: “no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro”.
Termino con las palabras del profeta Isaías, que así como debió anunciar desgracias a su pueblo, también se regocijó en la alegría de comunicar el fin del destierro de Israel:
«Súbete a una montaña elevada,
tú que llevas buenas noticias a Sión;
levanta con fuerza tu voz,
tú que llevas buenas noticias a Jerusalén;
levántala sin miedo
y di a las ciudades de Judá:
“Aquí está tu Dios,
aquí está el Señor que viene con poder
y su brazo le asegura el dominio;
viene con él su salario,
delante de él la recompensa”» (Isaías, 40, 9-10).