Por la larga y fecunda vida e historia de nuestros pueblos: ¡A ti, oh Dios, te alabamos!
Muy distinguidas autoridades de nuestra Región y de la hermana República Argentina, que hoy tan grata y fraternalmente nos acompañan, muy distinguidas hermanas y hermanos todos que participan de este solemne TE DEUM de Fiestas Patrias del Bicentenario: entre las tantas actividades que dan brillo a este glorioso mes, no podía faltar la oración, la alabanza, el honor y la gloria a nuestro Dios, por su presencia constante y santificadora en cada persona y en cada momento de nuestra vida e historia.
Nos sentimos en especial sintonía con los pueblos hermanos de América Latina, que en este y estos años también celebran la valiente gestación de su Independencia, hasta conseguir, no sin heroísmo, sacrificio y firme convicción, el anhelado sueño de la libertad, como una meta de dignidad y camino de amor, sabiduría y madurez de nuestros pueblos.
Se necesitaron varios años para que la semilla de algunos visionarios y profetas de la libertad, diera los frutos de la independencia, también política, a nuestros pueblos, hace 200 años. Tuvieron que enfrentar dudas, cuestionamientos, rechazos y un sin fin de dificultades, antes de aunar las voluntades y el compromiso de todo un pueblo hacia la conquista de la libertad. Este largo y difícil proceso, no todos lo vivieron de la misma manera, y no todos tenían clara conciencia hacia donde se quería llegar. Pero se logró llegar, beneficiando a todo el pueblo con los frutos de la libertad, de la paz y de la independencia.
Este proceso emancipador, fue alimentado por la fe de sus héroes, y en varios Padres de la Patria, por su devoción a la Virgen del Carmen.
La Palabra de Dios que recién hemos escuchado, seguramente hacía arder también el corazón de los Padres de la Patria, como hacía arder el corazón de Jesús. Su misión era clara y decidida: fue enviado por Dios para “traer la Buena Noticia a los pobres, anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos que pronto van a ver, a dar libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia y el tiempo del Reinado del Señor”
Es que siempre, ¡siempre! La Palabra de Dios es viva y eficaz, se cumple en la fidelidad de su pueblo: ayer, hoy y siempre.
El poder del Espíritu, que guía al Señor, hace que cierre el Libro y abra la VIDA a la Salvación: HOY, SE CUMPLE ESTA PALABRA; HOY, ES EL TIEMPO DE LA SALVACIÓN.
Hoy, los destinatarios de Dios son los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos, los marginados, para darle alegría, libertad, una nueva esperanza, liberación, y proclamar el tiempo de Gracia de Dios.
En el evangelio aparece más la palabra POBRES, que la palabra PECADORES. En efecto, si al evangelio le quitamos los textos que se refieren a los pobres y marginados, quedamos casi sin evangelio.
Celebrar el Bicentenario es asumir hoy la opción y la prioridad de Jesús, pues no es solo recordar lo que otros hicieron en y por nuestra Patria años atrás, y quedarnos atrapados en el pasado.
Celebrar el Bicentenario es aprender de la historia y reeditar, HOY, en las complejas realidades del tercer milenio de nuestra patria, los impulsos de vida, los valores fundantes, los sueños libertarios, las chispas de justicia, las semillas de dignidad, los sabores de fraternidad, los colores de unidad que flameaban en Jesús y sus Apóstoles, como en los Padres de la Patria y en los hombres y mujeres que a lo largo de nuestra historia buscaron que el amor fuera nuestra bandera y nuestro escudo, entre ellos, Alberto Hurtado, Teresita de los Andes, Ceferino Namuncurá, cuyo corazón ardía de amor por su patria, su cultura, su fe, su pueblo, su tierra, sus pobres.
Es, todo esto, lo que el querido y recordado Cardenal Raúl Silva Henríquez dio en llamar “el alma de Chile”.
Hoy, en que Chile se inserta en el concierto mundial de las naciones, necesita preguntarse, como lo hicieron antaño los Padres de la Patria: ¿Cual es el alma y la misión de nuestra patria? ¿Cómo podemos hacerla viva y presente, hoy? ¿Qué obstáculos impiden su realización o qué amenazas la pueden paralizar o someter? ¿Hacia donde vamos, y hacia donde queremos ir como país?
Ejemplos de liberación y también de opresión abundan en la historia de Chile y de nuestros pueblos de América Latina.
Tenemos inscrito en el corazón de nuestro pueblo un anhelo y un alma henchida de libertad, de paz, de fraternidad, de unidad en la diversidad.
Y esta es la gran misión permanente y apasionante que nos debe encontrar todos comprometidos con amor, sabiduría y responsabilidad.
Los obispos de Chile llamamos a esta noble y elevada tarea o misión: hacer de Chile una mesa para todos.
Por eso que nos duele y nos desafía cuando hay personas o grupos que sufren, marginados y excluidos de la mesa de la VIDA y de los bienes de nuestra tierra:
- los 33 hermanos mineros que siguen atrapados en las entrañas de la tierra, esperando ver la luz del sol y a su gente;
- los hermanos heridos por los efectos del terremoto y maremoto de febrero pasado;
- los hermanos de los pueblos originarios, sobre todo los mapuches, de historia pluricentenaria, aún no reconocidos, valorados e integrados adecuadamente, con su identidad, a la vida de la patria;
- muchos hermanos trabajadores heridos en sus derechos y dignidad, frecuentemente poco organizados;
- muchas hermanas mujeres y niños sometidos a la violencia del desamor y el abandono;
- no pocas personas y familias que sufren la pobreza, la indigencia, el alcoholismo, situaciones indignas en un país que muestra una macroeconomía con elevados índices de crecimiento;
- la desaparición, en nuestra región, de quienes vivían en esta hermosa y fecunda tierra hace 200 años, como fueron los tehuelches y los alacalufes;
- leyes que no son, ni se aplican a todos por igual en nuestro país.
Todo esto y mucho más nos duele y nos desafía, pues indica que una parte importante del alma de Chile y de los bienes de la creación que Dios ha creado para todos, están heridos.
Y por eso nos preguntamos: ¿Hacia donde queremos ir como país?
Tal vez, como la gesta de la Independencia de Chile ha requerido un proceso de unos 8 años para afianzarse, también hoy necesitemos de los próximos años para afianzar y concordar el país que queremos ser, fortalecer el noble compromiso de construir el Chile fraterno, solidario y equitativo que todos anhelamos, en una época de la historia en que para nuestro país y para nuestra región podría ser fácil caer en la tentación de dependencias y sumisiones de poderes que nos vuelvan a esclavizar.
La libertad y la independencia, como el amor, la justicia y la paz, son una lucha y una conquista de cada día.
Tenemos el tan preciado don de la fe, que nos hace ser siempre muy agradecidos de Dios por tantos beneficios que derrama abundante y permanentemente en sus hijos y en todas sus criaturas.
A Él le pedimos, en este Bicentenario, que siga bendiciendo a Chile con el don de la libertad, de la justicia, de la fraternidad y de la paz. Y en el corazón de cada uno de sus hijos e hijas, ponga el don del amor, para comprometernos en hacer de Chile una tierra de hermanos, fecunda, solidaria y próspera, en plena comunión e integración con los países hermanos de América Latina.
Que Santa María del Carmen nos acompañe y proteja en el camino de nuestra vida y de nuestra historia futura.
QUE ASÍ SEA.
† Luis Infanti De la Mora, osm
Obispo Vicario Apostólico de Aysén
Coyhaique, TE DEUM 18 de septiembre de 2010
