Catedral de Chillán, 18 de septiembre de 2010.
Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Chillán
Autor: Mons. Carlos Pellegrin Barrera, svd.
“Dulce Patria recibe los votos con que Chile sus aras juró”, canta nuestro Himno Patrio, que resuena con una fuerza renovada este 18 de Septiembre en todos los rincones de nuestra noble tierra. Nosotros, acogidos por el Atrio de nuestro templo Catedral, junto a su Cruz monumental, nos hemos congregado para alabar y agradecer a nuestro Creador, por los 200 años de vida independiente. Desde nuestra histórica ciudad de Chillán, con el salmista cantamos: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” y haciendo memoria agradecida de las obras de Dios en Chile proclamamos que “la tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios” (Salmo 66).
Recordamos que eran las nueve de la mañana del 18 de Septiembre de 1810 cuando comenzó a sesionar el Cabildo Abierto convocado para la ocasión. A las tres de la tarde, presidida por Don Mateo de Toro y Zambrano, ya estaba constituida la primera Junta de Gobierno, ante la mirada complaciente del Cristo del Cabildo. Chile, que el canto del poeta español describió como “fértil provincia señalada en la región antártica y famosa, de remotas naciones respetada, por fuerte, principal y poderosa” daba sus primeros pasos como nación independiente.
Como también lo hacen este año nuestros hermanos de Argentina, Venezuela, y México, para celebrar sus propias independencias; nos reunimos como hijos agradecidos para dar gracias a Dios por esta larga e inenarrable historia de Chile, desde sus orígenes, hasta el día de hoy. Esta feliz coincidencia nos invita a renovar el compromiso de cultivar la unidad y la colaboración con nuestros pueblos hermanos de América, con los que compartimos un mismo origen y un mismo destino. Para los que creemos en Cristo, y seguimos las enseñanzas de su Evangelio, el llamado es a trabajar unidos por una América donde Dios siga inspirando nuestros caminos, y su Reino de vida plena sea una realidad.
Nuestra alabanza y nuestros desafíos
La invitación de San Pablo, escuchada de la Palabra de Dios esta mañana, nos interpela con la misión de la reconciliación y del perdón. Solamente así podremos hacer vida, en el nuevo centenario que comenzamos, la práctica de la
“benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia”, perdonándonos mutuamente, como Dios nos ha perdonado a nosotros, en palabras del Apóstol. Ese es el único camino para recuperarnos de las tragedias recientes y llegar a habitar esta tierra en común, con un espíritu visionario y un corazón reconciliado, como también, para seguir luchando por nuestra independencia de otros colonialismos más sutiles que acechan en el tercer milenio la vida de nuestros pueblos y nuestras gentes.
Con el canto y la alabanza, junto a todos los que reconocen a Jesús como el Salvador de sus vidas, y los hombres y mujeres de buena voluntad, elevamos el alma para agradecer por la vida del campo y la cultura campesina, vividas en nuestra Provincia de Ñuble que, aunque amenazada, se levanta aportando con la historia y tradiciones que han forjado a la Patria. Por los pequeños agricultores, los campesinos que día a día, fruto de su trabajo y esfuerzo, hacen más fructífera nuestras comunas. En esta mañana de 18 de Septiembre, bendecimos al Señor por todos los hombres y mujeres, héroes conocidos y desconocidos, que han donado sus vidas en un generoso esfuerzo de ir transformando esta tierra noble en el proyecto del amor propuesto por Jesucristo en el Evangelio proclamado.
Después de 200 años de vida independiente, sabemos que mucho tenemos que agradecer por los orígenes de nuestra tierra, y su larga historia fundada en el carácter indomable del pueblo araucano, la sangre española, y de tantas otras nacionalidades, cuya riqueza cultural circula por las venas del alma de Chile. En este contexto resuenan con un nuevo sentido las palabras del evangelio proclamado, cuando Jesús les dice a sus discípulos:
“los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (San Juan).
En la memoria agradecida de nuestro pueblo chileno, nuestra oración alaba al Creador por las diversidades culturales de Chile; por los pueblos originarios que enriquecen con su cultura a la Nación. Así mismo, es el momento de asumir la necesidad de promover una respetuosa, plena y justa participación de ellos en la sociedad chilena. Es hora que demos pasos significativos para avanzar en una convivencia fraterna, justa y pacífica entre todos quienes vivimos en nuestro querido Chile. En este camino, la Iglesia ha cumplido un rol fundamental, desde los orígenes de América y de Chile, y ha renovado su compromiso, hace solo unos días, a través de la importante gestión asumida por Mons. Ricardo Ezzatti, Arzobispo de Concepción, para construir puentes de diálogo que culminen con el deseado acercamiento.
La huelga de los 34 comuneros mapuches, en vísperas del Bicentenario, ha alterado la agenda política de todos los sectores del país, y ha dejado expuesta una de las herencias políticas más complejas recibidas por la actual administración, y que no resiste más un errático tratamiento, político y jurídico. La compleja situación del “tema mapuche”, mirada con los ojos de la fe, nos invita a encontrar propuestas integradoras, que permitan facilitar la superación de la marginalidad y pobreza que afectan a tantos hermanos de esa etnia, particularmente en las zonas rurales.
Dios nos convoca desde la tierra
La celebración del Bicentenario de nuestra Independencia Nacional, ciertamente está marcada por el terrible terremoto del pasado 27 de febrero en que la tierra clamó llamándonos a la solidaridad; y por la larga espera de los 33 mineros que en el desierto del norte sueñan ser liberados, paradójicamente también de la profundidad de la tierra. Esta constatación nos permite recordar agradecidos que los 200 años de nuestra historia independiente están marcados por el testimonio de miles de chilenos que, como verdaderos héroes, han sabido entregar su vida valientemente por el bien de la comunidad nacional. En este año del Bicentenario, los héroes, conocidos y desconocidos, nos han dado un ejemplo de servicio desinteresado después del terremoto de febrero, mientras que los mineros nos dan el valiente testimonio de resistencia a la adversidad esperando ver la luz y ser liberados por los rescatistas como fruto de un largo parto. Los esfuerzos realizados por las autoridades, y tantos rescatistas voluntarios y profesionales, para liberar a nuestros hermanos en el norte, anuncian el nacimiento a una nueva oportunidad en la vida para los 33 hombres sumergidos bajo la tierra.
Al celebrar los 200 años de nuestra Independencia Nacional, desde la tierra, Dios nos habla poderosamente, en el evento del terremoto y en la tragedia minera del desierto, indicándonos que en la adversidad podemos resurgir a una vida nueva, marcada por la solidaridad, el entendimiento y el agradecimiento a Dios.
Las muestras de fe sencilla y profunda de nuestro pueblo, en medio del dolor y la angustia, que abundan en nuestra historia desde los orígenes de la Patria, nos recuerdan que sin Dios no podemos hacer de esta tierra el lugar de justicia y fraternidad que todos soñamos, solamente respetando sus designios, y viviendo según sus enseñanzas podremos ser una tierra de hermanos. Nuestro mensaje no puede ser otro; la Iglesia, de la que somos parte, no puede ocultar la Buena Nueva que anuncia la vida plena, vivida en la familia, fortalecida por el matrimonio entre un hombre y una mujer, con los sólidos principios que no se modifican ni por la moda ni por una votación a mano alzada. Ya lo dice Jesús, con meridiana claridad en el evangelio esta mañana:
“Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (San Juan).
En este día, la verdad nos interpela y nos recuerda que, a pesar de los avances de las últimas décadas, el verdadero desarrollo de la Patria parece alejarse más año a año. Las diferencias de oportunidades entre los chilenos, marcan la desigualdad histórica que nos han puesto en lugares de pobreza que nunca imaginamos, y que el pasado terremoto ha dejado en evidencia con sus terribles consecuencias para tantas familias de nuestra tierra. Venciendo la tentación de ocultar esta realidad, cada uno de nosotros estamos invitados a construir desde nuestra realidad personal un Chile que sea realmente “una Mesa para Todos”.
Como “la caridad comienza por casa”, hago hoy una invitación para que la celebración del Bicentenario nos permita asumir las responsabilidades compartidas en nuestra Provincia de Ñuble, para avanzar en las iniciativas truncadas por el terremoto, y otros factores humanos, sin buscar culpables, asumiendo las diferencias, y permitiendo que se conviertan en fuente de rica diversidad en beneficio de todos. Las familias de esta noble tierra, nuestros niños, jóvenes, adultos mayores, se merecen mejor educación, digna atención de salud, Ñuble se merece más, Chillán se merece más.
En esta noble tierra chilena, el egoísmo, la división, las envidias, las ambiciones desproporcionadas, de tantos años de historia pueden, al celebrar el Bicentenario, dar lugar al nacimiento de una nueva Patria, marcada por la solidaridad y la entrega generosa que podría iluminar para siempre a la comunidad nacional y provincial, que todos podemos gestar como un verdadero rescate que permita la vida plena.
La invitación es vivir con optimismo y esperanza, cultivar la solidaridad, para salvar el alma de Chile, como el gran rescate de la Patria del sin sentido, de la falta de verdad y autenticidad, dando lugar al nuevo nacimiento de una vida plena en Cristo el Señor.
Pongamos nuestra alabanza y acción de gracias en manos de la santísima Virgen, Nuestra Señora del Carmen, quien peregrina con nuestro pueblo desde sus orígenes, y hoy se alegra por esta celebración Bicentenaria. Amén.
† Mons. Carlos Pellegrin Barrera
Obispo de Chillán