Hermanas, Hermanos muy queridos:
Bienvenidos a orar, agradecer y rogar a Dios por Chile, nuestra Patria, en su significativo Aniversario de 200 años, en que se constituyó casi sin saberlo en un país libre y soberano.
Representamos aquí los congregados a toda la ciudad, a Chile entero, tan distinto y tan igual.
La historia, muy conocida por nosotros, nos cuenta que ante la prisión del Rey de España Fernando VII por parte de Napoleón, en un cabildo casi informativo, se crea la junta para gobernar el país.
Destaco que elegida la directiva, el vicepresidente electo fue el Obispo de Santiago Monseñor José Antonio Martínez de Aldunate.
Curiosamente ayer el Gobierno le pide y encomienda a Monseñor Ricardo Ezzati que logre llegar a formar una mesa que haga posible que los comuneros mapuches que están en una prolongada huelga de hambre, la suspendan y en el diálogo encontrar la solución a un problema ya ancestral.
Con esto solo deseo mostrar a una Iglesia presente a lo largo de doscientos años y con defectos y pecados, y; vaya como han salido a la luz pública situaciones horrendas, siendo un año tal vez el más malo de nuestra larga historia dos veces milenaria.
Pero estas fallas, nunca impedirán que una gran mayoría siga sirviendo “al hombre, a todo hombre” como lo señaló Paulo VI en la Organización de las Naciones Unidas, agregando que esta Iglesia Santa y “Pecadora” “es experta en humanidad”.
Hoy somos los privilegiados de celebrar sus 200 años de vida independiente, de esta Patria nuestra tan querida.
Podríamos llegar, aproximarnos a Dios de una manera negativa destacando todo lo malo de nuestra historia, como cuando hemos, cual Caín moderno matado a nuestro hermano. Del hecho real en revoluciones o de palabra cuando lo hemos matado en su fama con una sola palabra de duda.
“No teman, nos dice Jesús, a los que pueden matar el cuerpo, teman a los que pueden matar alma y cuerpo…”
Podríamos, a los doscientos años de vida independiente, hacer una larga relación de lo negativo, de lo doloroso de nuestra historia, como la desigualdad social, económica, educacional al llegar al bicentenario, para no olvidar a nuestros mineros atrapados en la Mina San José, en sus condiciones de trabajo, sus muertes desconocidas por negligencias superables, por ganar más.
Sin embargo, esto tan negativo le ha hecho un bien a Chile impagable con los mineros nos hemos metido en sus afectos, en sus besos de padre, en sus cartas de amor, en sus bromas, en su fe y confianza en Dios.
Dios, de los males saca bienes.
Han pasado lentos al comienzo doscientos años.
Al final, se han acelerado.
El elenco de males, que no desconocemos y sabemos que son muchos, hoy nos hace mirar al sur, a los comuneros mapuches, con asombro por su perseverancia en sus valores y principios. ¿Pero no son hijos de los araucanos que los alabábamos en infantiles poesías que destacaban que nunca fueron vencidos, fuertes ante el dolor, inteligentes en sus estrategias de batalla?
Nuestra oración, como antes, hoy y después es rogar por una solución real, verdadera y audaz. El Padre Las Casas, Fray Junípero y tantos más que son sus amigos, que ahora intercedan por ellos y que pronto nos reencontraremos fraternalmente felices de compartir su gran cariño por la tierra. Así lo proclamó solemnemente esta Iglesia en el Evangelio, al cantar que miráramos “las flores del campo que no siembran ni hilan y se ven más hermosas que Salomón en sus esplendor”.
Podemos mirar lo negativo de doscientos años, pero sería injusto ante quienes nos han dejado una Patria libre y soberana, mirada con respeto por otros pueblos, vista hoy como posibilidad de vida y de oportunidad.
Nuestra oración por tantos que dieron su vida por Chile: soldados, campesinos, mineros, profesionales, tantos…
¿Cómo no tener una mirada más positiva, más alegre de Chile, como lo cantan nuestras tonadas y cuecas?
“Chile, Chile lindo, lindo como un sol, como te querré, que si por vos me pidieran la vida te la daré”.
Esta historia bicentenaria, con sus fracasos y logros quiere hoy 18 de Septiembre de 2010, siguiendo una larga tradición chilena, cantar TE DEUM. Larga porque partió en 1811, al concluir el 1er. Año de Gobierno autónomo, el General José Miguel Carrera, pide el Primer TE DEUM.
Somos hoy parte de esta centenaria tradición.
Unas fotos antiguas, muy antiguas, impresionan verlas porque en esta misma Iglesia, en ese tiempo Vicarial, hoy Catedral, están en esta misma posición las autoridades, con elegantes trajes, damas piadosas, altos jefes militares, con sus condecoraciones erguidos como espadas y mi antecesor Monseñor Luis Silva Lezaeta dirigiendo la oración.
Este es un bien para Chile, un ejemplo para los jóvenes que cantemos agradecidos a Dios.
Hemos elegido esta proclamación del Evangelio tan diáfano, tan poético, que seguramente la gente sencilla que oyó de la boca misma de Jesús, se maravillaban al ver con los ojos del Señor las flores, sus colores y que al final no eran nada.
Pero de ellos, cada campesino, cada mamá, cada pescador para Dios era mucho más importante.
Nuestro país crece en economía, en desarrollo, y porfiadamente reconstruimos lo que nos botan los terremotos y maremotos.
Pero hoy y en este TE DEUM, nosotros, autoridades y vecinos comprometámonos a poner nuestra confianza en Dios y que nunca falla y no en las cosas.
Que este Dios que Jesús nos enseñó a acercarnos a Él, con la plegaria personal, pero también con la comunidad, especialmente con la oración de los hijos de Dios que rezaremos en un momento más, queriendo de verdad ser hijos de Dios y hermanos de nuestro prójimo.
Hermanos y Hermanas, iniciemos este bicentenario poniendo a Chile, sus familias, sus instituciones básicas en las manos de nuestro Padre Dios, que cada hombre, cada mujer sienta la alegría de vivir en esta larga y angosta faja de tierra, que nos regaló el Señor y que nosotros la hemos arreglado, mejorado y también abusado.
Pero sobre todo, que esta oración nos dé la alegría de ser hijos de Dios, hermano de cada persona, que podamos, como saludaba San Francisco con un “Paz y Bien” deseándolo de verdad a todo el mundo.
El inicio de un Bicentenario más que laureles, es una invitación a trabajar por Chile.
Con nuestros éxitos de Nación, cuidando a nuestros niños, ancianos y personas menos favorecidas, podemos dejar nuestra impronta de que amamos a Chile, que cuidamos a Chile lo entregamos mejor, más unido, más amable a las nuevas generaciones.
Construyamos una gran mesa chilena, donde cada uno tengamos nuestro lugar. Que no excluyamos a nadie. Será la mesa de unidad, de solidaridad y de alegría.
La Virgen del Carmen, que nos trajo al Verbo Encarnado, nos dé la dulzura de Madre, para hacer de Chile un país de hermanos donde cada uno tenga pan, respeto y alegría.
Dios te salve maría
Llena eres de gracia
El Señor es contigo y
Bendita tu entre todas
Las mujeres.
Que Dios bendiga a Chile.
† Pablo Lizama Riquelme
Arzobispo de Antofagasta
