Homilía de Mons. Ricardo Ezzati A., sdb, Arzobispo de Concepción
Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Concepción
Autor: Mons. Ricardo Ezzati Andrello, sdb
En una Catedral que lleva los signos de la cruz
1.- Doy la más cordial bienvenida a todas las autoridades de nuestra Región del Bio-Bio, de la Provincia, de la Ciudad de Concepción y de las Comunas vecinas, congregadas en la Casa de Dios para celebrar esta solemne fiesta de Chile. Saludo también a los pastores de Iglesias hermanas, a los presbíteros y fieles católicos que han querido unirse al Obispo en la acción de gracias a Dios por la Patria. Con el corazón lleno de gratitud y de gozo, recordamos los hechos acontecidos en un lejano 18 de septiembre de 1810, día que marcó la celebración del Cabildo Abierto que constituyó la primera Junta de Gobierno.
Ese día, ante una imagen de Cristo Crucificado comenzaba un nuevo período del acontecer de Chile, el que hoy conmemoramos, celebrando el Bicentenario de su historia independiente, marcada por la acción providente de Dios, la tierna protección de la Santísima Virgen del Carmen, Madre y Reina de la Patria y el trabajo tesonero desplegado por grandes hombres y mujeres, a lo largo y ancho de la geografía chilena: estadistas, legisladores, jueces, hombres de armas, poetas, músicos, intelectuales, educadores, empresarios, trabajadores y trabajadoras, amas de casa, santos y santas. ¡Bendito sea Dios que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones! (cf. Ef 1,3).
2.- Hoy, celebramos el “Te Deum” del Bicentenario de Chile, en una Catedral que muestra las evidentes y dolorosas huellas de las heridas sufridas en toda la Región a causa del cataclismo del 27 de febrero pasado. Como ha sucedido con muchos hogares, también el techo común, que cobija los grandes acontecimientos de la vida religiosa y cívica de nuestra querida Cuidad, hoy no brilla con su acostumbrada belleza; conserva los signos del espantoso terremoto que ha asolado la Región del Bio Bio, como también a otras regiones del País. El terremoto y el tsunami han marcado un antes y un después de nuestro camino. Sin embargo, los andamios levantados al interior de este templo, son un elocuente y emblemático testimonio de la voluntad de todo un pueblo que quiere levantarse, ponerse nuevamente de pie para gritar que la esperanza no muere y que, a pesar de todo, siempre es posible volver a comenzar, porque Dios ha puesto en nuestras manos creadoras, hechas a imagen y semejanza de las suyas, el futuro mejor que anhelamos. Esta es certeza que fortalece el corazón y las voluntades; certeza que, humildemente, quisiéramos transmitir a quienes ejercen la noble y difícil tarea de gobernarnos y con quienes compartimos los desafíos de hora presente.
Con ánimo agradecido, bendecimos a Dios, que nos ha hecho hijos e hijas de esta tierra bendita y nos ha confiado la misión de cuidarla y enriquecerla.
Bicentenario con raíces profundas, ramas frondosas y frutos abundantes.
3.- La historia que hoy agradecemos a Dios, lo sabemos bien, no comienza el 18 de septiembre de 1810. La vitalidad y los frutos abundantes cosechados a lo largo de estos últimos doscientos años, vienen de un vigoroso tronco ancestral, de hondas y nobles raíces culturales y espirituales, en el cual se injertó la vida y las tradiciones venidas de España y posteriormente de otras naciones y tradiciones culturales de Europa y del mundo. Con el concurso de todos, fue creciendo un estilo de convivencia humana y de amistad cívica, arraigada en una sostenida confianza en Dios y en una empática y amistosa acogida de los demás, que fue dando fisonomía propia al rostro de Chile, rostro, sin embargo, que aún puede y debe ser perfeccionado en la comunión de todos los fragmentos que lo componen y enriquecen. Las diferencias pueden constituir maravillosas oportunidades para perfilarlo cada vez mejor. Reflexionando acerca este proceso histórico, que afecta a todo el Continente, el documento de la V Conferencia General de los Obispos Latino-americanos, reconoce que, sin embargo “se trata de una unidad desgarrada porque atravesada por profundas dominaciones y contradicciones, todavía incapaz de incorporar en sí “todas las sangres” y de superar la brecha de estridentes desigualdades y marginaciones…” (n. 527).
4.- Es verdad: lo que hoy conmemoramos, son doscientos años de trabajo y de esfuerzos que, entre encuentros y desencuentros, han buscado alcanzar el ideal de una patria unida y grande, espacios y oportunidades de auténtico desarrollo para que la vida sea cada vez más digna y abundante para todos quienes peregrinan por la “loca geografía” de Chile. No siempre lo logramos: cíclicamente, acontecimientos inquietantes, han venido a decirnos que nuestra identidad colectiva es fruto de un parto doloroso que no acaba de terminar. Hechos como los marcaron el último cuarto del siglo pasado evidencian hasta qué punto dramático nos pueden llevar los odios fratricidas y las diferencias ideológicas. La brecha escandalosa entre quienes abundan en bienes materiales y quienes viven en la extrema pobreza denuncian que no hemos alcanzado la justicia distributiva, necesaria para asentar la paz y el progreso social. Podríamos continuar con otros ejemplos, pero, deseo detenerme un instante sobre la angustiosa situación de algunos comuneros mapuches, en huelga de hambre desde hace demasiados días en nuestra Región y en la vecina Araucanía. Ustedes saben que, a petición de sus familiares y también de las autoridades que nos gobiernan, y sobre todo, movido por el encargo pastoral que me ha confiado el Señor, he aceptado ser puente entre las partes, a fin de facilitar el surgimiento de la indispensable confianza que permita el diálogo y superar los obstáculos que aún impiden la solución del problema. Humilde y confiadamente, los invito a invocar del Señor el otorgamiento del don de la inteligencia y de la sabiduría, dones indispensables para el discernimiento y las rectas decisiones que deberán tomar los comuneros y también de nuestras Autoridades, teniendo presente el valor inestimable de la vida y la paz social.
Mientras nos sentimos unidos a toda la Iglesia del Continente, que quiere acompañar a los indígenas en las luchas por sus legítimos derechos frente al menosprecio, a la exclusión, a la pobreza y al desconocimiento de sus diferencias (cf. DA n.88-97), no podemos sino alegrarnos y aplaudir el anuncio presidencial hecho al medio día de ayer. Quiera Dios, que la mesa de diálogo anunciada y que se constituirá una vez terminadas las fiestas del Bicentenario, haga eficaz esa voluntad de reencuentro que todos anhelamos.
5.- En tiempos complejos de nuestra convivencia nacional, un gran chileno, el querido Cardenal Raúl Silva Henríquez, presentó con maestría el “alma de Chile”. La caracterizó con tres rasgos fundamentales: “el primado de la libertad por sobre toda forma de dominación; el primado del derecho por sobre toda arbitrariedad y el primado de la fe por sobre cualquier idolatría”. Entonces sentimos que ese gran profeta nos señalaba el camino que había hecho grande a Chile y el norte de su caminar hacia el futuro. El primado de estos valores esenciales, ha permitido encontrar el punto de convergencia para quienes nos encontrábamos dolorosamente divididos y enfrentados y ha señalado el horizonte hacia el cual dirigir la mirada y el caminar hacia el futuro. El “no” a la dominación, a la arbitrariedad y a la idolatría, deberá ser el “sí” a la libertad, al derecho y a la fe. La memoria agradecida del Bicentenario que celebramos, nos recuerde que un árbol sin raíces está destinado a secar y a morir.
Las fiestas patrias nos invitan a volver al proyecto inicial de nuestra convivencia nacional, a fin de orientar y volver a orientar constantemente el camino hacia la meta de una patria convertida en una mesa de hermanos, en una mesa para todos. Bendecimos a Dios que, año tras año, nos concede vivir esta experiencia y le damos gracias por hacernos sujetos activos de la construcción de la realidad social e histórica de la patria. Su Palabra nos invita a construir sobre la roca firme de las Bienaventuranzas, valores que dan consistencia inconmovible a todos nuestros esfuerzos y fundamento sobre el cual construir el verdadero progreso de Chile.
Chile: una mesa para todos
La riqueza de la memoria agradecida nos ofrece el fundamento y nos indica los valores sobre los cuales cimentar la consistencia de nuestro futuro.
6.- La fe en Dios y la tradición cristiana en la vida y cultura de nuestro pueblo son la mayor riqueza de Chile. Se manifiesta en tantas ocasiones ordinarias y extraordinarias. En la vida cotidiana de tantos hombres y mujeres, que experimentan la bondad y la misericordia de Dios en la propia vida; que los impulsa a ser iconos de su amor en la familia y en la educación cristiana de sus hijos, que los compromete en tantas iniciativas de solidaridad y de bien social a favor de los últimos y de los más pobres. Fe en Dios que brota como una fuente de agua viva en medio del dolor y de las pruebas. “Gracias a Dios, estamos vivos”, repetían muchos penquistas a pocas horas de ocurrido el terremoto y maremoto del pasado 27 de febrero. El mismo grito de fe que surgió, desde la mina “San José”, de parte de los hermanos atrapados en las entrañas de la tierra. Jesucristo, el hijo de Dios, conocido por la fe, sea el gozo más profundo de todo chileno y chilena; seguirlo sea la gracia que fructifica en mayor justicia y comunión y transmitir su mensaje de vida abundante a las nuevas generaciones, el compromiso de cuantos experimentan la bendición de su amor. “No podemos olvidar que la mayor pobreza es la de no reconocer la presencia del misterio de Dios y de su amor en la vida del hombre, que es lo único que verdaderamente salva y libera”(cf. DA n 405).
7.- Es imperioso fundar y re-fundar, constantemente, la consistencia de la Patria en la verdad, en la justicia y en la comunión, entre todos quienes habitan bajo el mismo cielo. Nos puede desorientar la concepción de un “pluralismo de orden cultural y religioso propagado fuertemente por una cultura globalizada, que acaba de erigir el individualismo como característica dominante de la actual sociedad, responsable del relativismo ético y de la crisis de la familia”( cf DA 479). En nuestras manos tenemos las mayores oportunidades de la historia para lograr un desarrollo integral y no quedarnos solo en las cifras que caracterizan el desarrollo económico y sin embargo nos cuesta comprender que “no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral”(Benedicto XVI en CiV 23). Vivimos en un mundo que, como nunca está técnicamente comunicado y, sin embargo, no hay tiempo para el dialogo y el encuentro gratuito, fuente de amor y de comunión. Es habitual decir: “No tengo tiempo…, me falta tiempo…, si me da el tiempo” y así el amor de los esposos se enfría y el calor del hogar se debilita, hasta perderse. Nunca hemos alcanzado mayor desarrollo de riqueza como en el presente y nunca se han dado mayores y más escandalosas brechas entre hermanos. Nunca hemos alcanzado mayor conciencia ecológica y nunca mayor depredación de los bienes naturales, del aire, del agua, y de la armonía de lo creado. En verdad, nos encontramos en un cruce de caminos que es necesario discernir para no perder nuestra identidad de pueblo y para configurarla cada vez mejor.
8.- Lo que importa, entonces, es tomar conciencia activa de las fortalezas y paradojas de nuestro proyecto de vida ciudadano; un proyecto que no puede ser sólo pasajero y superficial. Es necesario, entonces, entrar en una era de reencuentro con los grandes valores que fundan la comunión, el respeto y la promoción de las personas, la equidad, la igualdad de oportunidades, el valor del trabajo humano hecho y correspondido adecuadamente, así como el respeto por los bienes naturales. Una era en la cual la justicia brille como el sol, se derrote efectivamente la pobreza y la exclusión y se abran las puertas a una educación integral de calidad que asegure un futuro mucho mejor a los hijos e hijas de la generación presente. Es imperioso ayudar a nuestro país, que está tomando conciencia de ser multiétnico, a valorar el aporte original de nuestros hermanos indígenas e a integrarlo en el proyecto país… Chile país de encuentro, Patria de encuentro. Chile un gran hogar, formado de la familias, tesoro de la humanidad, fundadas el matrimonio entre un hombre y una mujer y abiertas a la vida; familias santuario de amor y de comunión mutua, icono sagrado que inspira y se proyecta en la comunión y la solidaridad de hombres y mujeres, de jóvenes y ancianos, de empresarios y trabajadores, de maestros y alumnos, de autoridades y subidos.
9.- El reciente terremoto y maremoto, junto con mostrarnos cuán frágil somos, ha sido también una lección para reconstruirnos sobre roca firme. La fuerza del sismo ha derribado casas, carreteras, puentes, templos y lugares de trabajos. En pocos minutos, echó por el suelo tantas esperanzas, esfuerzos y conquistas logradas con años de trabajo y de esfuerzo. También derribó autosuficiencias y orgullos. Momentáneamente, experimentamos que hasta la estructura moral de algunos hombres y mujeres que habitan entre nosotros, había cedido ruidosamente. Fue el segundo terremoto que nos avergonzó y nos dolió más que el primero, obligándonos a entrar en lo más profundo de nuestra conciencia para examinar lo que había sucedido. Entonces, pudimos aquilatar el rol decisivo una educación integral que ayuda a hacer reales los valores ideales, traduciéndolos en un estilo de vida honesto y coherente.
Gracias a Dios, el terremoto ha despertado también los sentimientos más nobles del corazón humano y ha suscitado innumerables gestos de solidaridad y de bondad. Ha favorecido que el corazón y las manos se abrieran, que los vecinos se conocieran, que los lejanos se hicieran prójimos, compartiendo algo de sus vidas y de sus historias.
¡Cuántas lecciones para que la reconstrucción no sea sólo una empresa material!
Por eso, Dios quiera que la voluntad de reconstruir, no termine sólo en la decisión de levantar edificios, fábricas, carreteras y puentes. Hay algo mucho más importante. Volvamos, entonces, a las Bienaventuranzas del Reino proclamadas por Jesús. Son el camino de felicidad y de la vida y la esperanza que no engaña.
Sobre esa roca construyamos el porvenir de la Patria.
Conclusión
10.- Al concluir nuestra meditación, damos gracias a Dios y lo alabamos por todo lo que nos ha regalado. Acogemos la realidad entera de nuestra patria como un don: la belleza y la fecundidad de nuestras tierras, la riqueza de humanidad que se expresa en las personas, familias, pueblos y culturas. Sobre todo le damos gracias porque nos ha dado a su H, la plenitud de la revelación de Dios, un tesoro incalculable, la “perla preciosa”, el Verbo de Dios hecho carne, Camino, Verdad y Vida de los hombres y mujeres, a quienes abre un destino de plena justicia y felicidad. Él es el único Liberador y Salvador que, con su muerte y resurrección rompió las cadenas opresivas del pecado y de la muerte, que revela el amor misericordioso del Padre y la vocación, dignidad y destino de toda persona humana.
A María Santísima, Madre y Reina de Chile confiamos los destinos de esta Patria:
”Madre del Redentor,
Virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar y de nuestra bandera,
ven a acompañar a este pueblo que quiere levantarse
y reconstruir su futuro con dignidad y paz.
Desde los albores de la Patria, has querido ser Madre y Reina de Chile,
Su consuelo en la aflicción y su auxilio en las tormentas.
Vea a caminar con tu pueblo,
con los hombres y mujeres de nuestras ciudades y campos.
Todos necesitamos sentirnos acogidos entre tus brazos de Madre
Y encontrar en tu corazón estímulos para seguir esperando.
Danos un corazón transparente y acogedor,
Danos ser humildes, solidarios y emprendedores,
Para que la patria terrena se un feliz anticipo de la Patria eterna.
Amén
† Ricardo Ezzati Andrello, sdb
Arzobispado de Concepción