Homilía del Te Deum 2010
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Homilía del Te Deum 2010

Edificar la casa sobre roca (Mt 7, 24-29)

Fecha: Viernes 17 de Septiembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Copiapó
Autor: Mons. Gaspar Quintana J. cmf.

Bicentenario de la Independencia de Chile
18 de septiembre de 2010


Introducción

El tiempo ha pasado rápido y entre variadas situaciones ya estamos celebrando, con gran alegría, los 200 años de Independencia Nacional.

No hay duda alguna de que estar esta mañana aquí, reunidos en esta Iglesia Catedral, corazón espiritual de Atacama, no es un mero protocolo en el programa de este Bicentenario. Se trata de levantar, tanto gobernantes como gobernados, nuestro corazón al Dios de la historia y decirle: Te Deum laudamus Te Dominun confitemur, es decir, “a Ti, oh Dios, te alabamos, te declaramos Señor de nuestra historia”.

Una circunstancia especial enriquece esta ocasión: tenemos la distinguida visita de la querida Virgen María del Carmen, Madre Protectora de Chile y Generala de nuestro Fuerzas Armadas y de Orden, representada en la hermosa imagen trabajada por un artesano ecuatoriano. Bendecida por el Santo Padre Benedicto XVI, como regalo para Chile, lleva el sobrenombre de Nuestra Señora del Consuelo porque viene a acompañarnos en los momentos difíciles que hemos pasado este año.


1.- Haciendo memoria

Han pasado doscientos años de aquél 18 de septiembre de 1810, cuando a las nueve de la mañana, comenzó a sesionar el Cabildo Abierto convocado para la ocasión.

A las tres de la tarde estaba constituida la primera Junta de Gobierno, así se la llamó, presidida por don Mateo de Toro y Zambrano. En esa ocasión y ante la venerada imagen del Cristo del Cabildo se dieron los primeros pasos de nuestra Independencia.

La crónica nos dice que “todas las iglesias echaron al vuelo las campanas y un grupo numeroso recorría la ciudad aclamando las resoluciones del Cabildo y despertando el entusiasmo popular.”

La historia nos dice que nueve años más tarde, el 18 de noviembre de 1819, don Bernardo O’Higgins declaraba “el estado de Chile es deudor de la protección de la Madre de Dios, bajo la advocación del Carmen, de la victoria de Maipú. Ella lo salvó del mayor peligro en que jamás se vió”.

De este modo terminaba podemos decir en dos campos, el de batalla y el del corazón de cada creyente, lo que en 1810 había comenzado.

Qué rápido han pasado estos dos siglos: entre alegrías y penas, entre conflictos y acuerdos, entre sangre derramada y gestos democráticos, entre hermanos desaparecidos y abrazos de reconciliación, entre terremotos o tsunamis y tiempos de bonanza y progreso.

El atento estudio y la reflexión consiguiente sobre lo acaecido, nos hace ver a Chile desde la descripción de Alonso de Ercilla como “fértil provincia señalada, en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada”, hasta verla como mezcla de razas y culturas: indígenas, españoles, mestizos, pascuenses, alemanes, italianos, croa-tas, judíos, palestinos y otras nacionalidades, hasta llegar a valorar su variado paisaje, sus riquezas naturales, sus esfuerzos por un verdadero e integral desarrollo para cada persona y para toda la sociedad.

No hay duda alguna de que nuestro país tiene mucho que agradecer al Dios de la vida, desde sus orígenes hasta nuestros días, a pesar de todos los momentos difíciles que hemos pasado. Las palabras de Jesús, escuchadas en el Evangelio que acabamos de proclamar son realmente iluminadoras. Lo que El afirma en cuanto a la sólida construcción de una casa valen para la construcción de una sociedad. Se trata de poner cimientos que den solidez a nuestro país en sus valores y principios, y fortaleza en las empresas que asume para ofrecer a todos los ciudadanos una vida digna y próspera.

Construir la nación es tarea de todos, manteniendo pura y fuerte el alma de Chile, que nos permita pensar un proyecto país, que nos facilite recuperarnos de nuestras tragedias recientes, y nos alcance un corazón reconciliado y un espíritu visionario. Es necesario estar atentos a no perder las batallas necesarias contra algunos colonialismos o esclavitudes más sutiles que van apareciendo en el horizonte de nuestros pueblos, de nuestra gente.

2.- Chile, corazón agradecido

En la vida humana es propio de almas nobles saber reconocer los beneficios recibidos de quien comparte las riquezas de su corazón. En esta perspectiva, al celebrar el Bicentenario de su independencia Chile supone el dar gracias a Dios, que en su Hijo hecho hombre, Jesús, nacido de María, nos ha bendecido desde el cielo con toda clase de bendiciones espirituales.

Chile tiene tanto que agradecer al Dios de la vida: la belleza de nuestros paisajes, el temple de nuestros pueblos con su mezcla de carácter indígena y el temperamento hispano, que dio origen a una raza mestiza, más el aporte posterior de colonos e inmigrantes.

Todo esto, entre aciertos y errores, nos ha permitido levantarnos de nuestras caídas, superar nuestras catástrofes naturales y a aprender a dialogar más profundamente, dejando atrás los dolorosos desencuentros por lo que hemos pasado. Por el bien de nuestro pueblo, en especial de los sectores más débiles, hemos de seguir aprendiendo a aceptar las diferencias, y a emplear las energías creativas de todos los chilenos y chilenas por crecer en dignidad, respeto mutuo y sentido solidario.
No podemos dejar de dar gracias por la fe en Jesucristo de quienes pertenecemos a confesiones cristianas, en sus diversas manifestaciones, que expresan, entre otros valores, la piedad popular que es riqueza de nuestra cultura nacional.

En el corazón de quienes hemos nacido en esta tierra hay un lugar especial para la Madre del Señor, “la llena de gracia” como la llama el ángel de parte de Dios, a quien nuestra Patria venera con un singular afecto bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. Es altamente significativo que su hermosa imagen de Madre esté presente en el corazón de nuestra chilenidad, y que hoy esté, para alegría de todos, en nuestra Iglesia Catedral, ofreciéndonos a su Hijo como bendición de todos los que vivimos en Atacama.

Fue en su presencia que los Padres de la Patria juraron nuestra independencia y consagraron el triunfo de la emancipación. Pensar que en la cuna de esta fe de la Iglesia han nacido grandes hombres y mujeres como Alberto Hurtado, Teresita de los Andes, Laura Vicuña, Ceferino Namuncura, que con ejemplo de vida nos muestran el camino del Evangelio de Jesús.

Damos gracias a Dios por el sentido del derecho y la justicia que hay en nuestro corazón de chilenos, pese a que en algunos momentos de nuestra historia no los hemos tenido muy en cuenta. Agradecemos también la conciencia democrática y respetuosa de la dignidad humana, por pobres que seamos algunos, la que queremos defender, al igual que la opción por la vida, desde la concepción hasta la muerte natural.

¿Cómo no dar gracias al Señor de la historia por el respeto y la confianza, aun-que sean críticas, en las instituciones que hacen sólida nuestra democracia, la Presidencia de la República, el Congreso Nacional, los Tribunales de Justicia, la Contraloría General, los partidos políticos, las Fuerzas Armadas y de Orden, el Cuerpo de Bomberos voluntarios?

No hay duda de que son motivo de gratitud tantas otras cosas: el sentido de organización a nivel de Estado, la estructuración política, social y popular que ha hecho posible vivir en democracia expresada en juntas de vecinos, clubes deportivos, centros de madres, gremios, sindicatos, a pesar de las fallas o errores en que hemos caído en ocasiones debido a nuestro estrechez de miras o a un individualismo creciente.

El llamado del Señor que nos une en una misma historia nos dice que el odio y la violencia del pasado no deben repetirse en el futuro.
Un capítulo aparte de carácter positivo y esperanzador son los variados tipos de voluntariado juvenil o de tercera edad que atienden servicios importantes de la comunidad nacional. Ellos nos recuerdan silenciosamente las palabras de Jesús: “el más importante entre Uds. se portará como si fuera el último y el que manda como el que sirve a los demás.”

Merecen una mención de relieve, por razones obvias, la solidaridad activa y orgánica que hemos visto surgir ante tragedias como las del 27 de febrero de este año, y el esfuerzo gigantesco de las autoridades de gobierno y la preocupación atenta de la ciudadanía y del mundo para esperar, en oración y responsabilidad, el feliz rescate de nuestros 33 mineros de la Mina San José. Que por lo que toca a los organismos de control o supervisión pertinentes y a los empresarios, es de respeto a la vida humana el que nunca más suceda este tipo de acontecimientos dramáticos.

No puedo dejar de mencionar el aporte de los hombres y mujeres del mundo del arte que con la música y la literatura, la escultura y el teatro, las artes pictóricas, gráficas y artesanales, han hecho al alma nacional y también del planeta, según aquello que dijo Dovstojeski, “la belleza salvará al mundo.”

Pensando en la Iglesia que peregrina en Atacama, quiero recordar y agradecer de modo especial su valioso y sacrificado aporte a los que fueran sus solícitos pastores como el Cardenal Juan Francisco Fresno, Carlos Camus y el recordado don Fernando Ariztía, y a los muchos sacerdotes y diáconos permanentes, religiosos y religiosas y de tantos laicos que han sido entre nosotros “luz del mundo y sal de la tierra” con su palabra y el testimonio de su vida.

3.- Chile, hacia un futuro mejor

La alegría del agradecimiento por lo vivido y hecho en estos doscientos años de vida independiente no nos puede hacer olvidar las tareas pendientes que tenemos de aquí en adelante y que son parte de nuestra responsabilidad ciudadana y eclesial. Lo que se nos viene encima en el tercer milenio que estamos comenzando nos obliga a gobernantes y gobernados a hacer un ejercicio de inteligente discernimiento y de una decidida opción personal y social.

En efecto, nos damos cuenta de que tenemos en nuestras manos la gran oportunidad de lograr un desarrollo integral y no podemos quedarnos sólo en las cifras que indican un buen estado económico de nuestras finanzas. El vivir hoy como parte de un mundo globalizado y comunicado nos obliga a estar atentos para crear una convivencia sin colonialismos ideológicos o plagios culturales que imponen modelos o criterios de vida no siempre los mejores o más adecuados a nuestra identidad.

Además es necesario indicar, aunque sea brevemente, algunas cosas preocupantes que deben estar en la conciencia de Chile. Vivimos en un mundo con tanta comunicación y hay tanta gente que sufre una soledad deprimente. Nunca ha habido tanto desarrollo económico como hoy y nunca tanta hambre y miseria para tantos millones de personas. No siempre la clara conciencia ecológica ha sido coherente con la inusitada depredación de los bienes de la naturaleza. Pensemos serenamente en los problemas que tenemos o tendremos en Atacama relacionados con la calidad y la cantidad de agua, de contaminación ambiental, o de despilfarro de recursos naturales. Es bueno preguntarse: ¿el nuevo tipo de desarrollo anunciado está trayendo un tipo de nuevas pobrezas?

Es de lamentar el número de ancianos abandonados, la merma de nuevos nacimientos, la plaga del tráfico de armas, de narcóticos y hasta de personas, el número de perseguidos por razones étnicas, políticas, económicas o religiosas.

Creo que, al llegar a este Bicentenario Chile, sus autoridades y ciudadanos y ciudadanas tienen que preguntarse en serio: ¿qué tipo de desarrollo queremos en nuestro futuro?

Sin caer en una revisión de carácter anecdótico o políticamente temeraria no podemos soslayar la preocupación por la situación real de la familia, por un trabajo digno y bien remunerado para todos, por una solución adecuada para el problema del pueblo mapuche, por una seria revisión de los proyectos energéticos, cuyo impacto ecológico puede comprometer la salud humana, como parece ser, por ejemplo, el Proyecto Castilla y otros parecidos.

Sabiendo que uno de los principales frutos de la celebración del Bicentenario ha de ser el compromiso de todos por un Chile mejor, conviene tener a la vista tres rasgos fundamentales de la conciencia valórica de nuestro pueblo, que el Cardenal Silva Henríquez llamó en su momento “el alma de Chile.” En efecto, se trata del primado de la libertad sobre toda forma de dominación, el primado del derecho por sobre toda in-justa arbitrariedad y el primado de la fe que nos viene de nuestra relación coherente con el Dios de la vida, que se ha manifestado en Jesús Señor y Maestro por sobre cualquier forma de idolatría.

Ojalá que todos los ciudadanos entendamos una cosa: la gran tarea futura de nuestro país, en su itinerario de madurez humana y cívica, es vivir en diálogo y no en confrontación irreconciliable, es buscar el bien común más allá de la diversidad de opciones posibles, es promover un permanente servicio solidario, que nos permita lograr un desarrollo verdadero e integral para todos los chilenos y chilenas.

Conclusión

Esta mañana, en medio de nosotros, en esta Iglesia Catedral, tenemos la imagen venerable de la Madre de Jesús, bajo el título del Carmen. En este tiempo de la Misión Continental, queremos recordar las palabras que les dijo a los servidores del banquete de bodas en Caná de Galilea: “Hagan lo que mi Hijo Jesús les diga”.

Esto significa que la querida Carmelita, como la llamamos en muchos rincones de Chile, quiere que sigamos como discípulos a Jesús Maestro en la vida personal, laboral, social y política, y así Chile será un país unido, honesto, solidario, que quiere ser de verdad “una mesa para todos”. Colaborando con Él, como misioneros de los valores del Reino de Dios, haremos posible que haya pan, respeto y alegría para cada hombre y mujer de nuestra tierra, para cada familia de Chile.

De este modo nuestra nación tendrá un cimiento sólido, inconmovible para su desarrollo integral en medio de los cambios de la historia en este nuevo milenio.

Al Señor Jesús, hijo de María, Señor y Maestro de la historia,
sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. AMEN.

† Gaspar Quintana Jorquera, cmf.
Obispo de Copiapó

Copiapó, septiembre de 2010, Año del Bicentenario de Chile
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