Les daré un porvenir de esperanza
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Les daré un porvenir de esperanza

Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Osorno
Autor: Mons. René Rebolledo Salinas

Homilía
Te Deum bicentenario


“Les daré un porvenir de esperanza”
(Jer 29,11)



Textos bíblicos

Primera Lectura : Heb 11, 1-2.8-16
Salmo Responsorial: Sal 33,1.12.18-22
Evangelio : Lc 4, 16-21


Te Deum Laudamus

En el corazón de los festejos por el bicentenario del primer gobierno nacional, el Señor nos convoca a su Casa, la catedral “San Mateo”, obra Bicentenario, verdadero icono de la ciudad que bien refleja, tanto el espíritu de nuestro amado primer pastor Siervo de Dios Mons. Francisco Valdés Subercaseaux, como la fe y el amor a Dios de los fieles y la ciudadanía osornina en general.

En esta asamblea, las autoridades civiles, militares y de orden, junto a los representantes de las más diversas organizaciones sociales de la Provincia, los consagrados y fieles, elevamos hoy un Himno de gratitud a Dios por las innumerables bendiciones recibidas a lo largo de estos años. Bendita Providencia Divina que nos permite vivir este acontecimiento, celebrar sus bondades y manifestar nuestros sentimientos de gratitud: Te Deum Laudamus, A ti, oh Dios, te alabamos.

El regalo más precioso, el tesoro más digno de ser custodiado, el testamento que el Señor hoy entrega solemnemente a cada chileno y chilena es su Palabra, mensaje de amor, orientadora sobre el presente y el futuro, como lo ha sido para tantos en el pasado. Al Señor las gracias por donarnos textos maravillosos, plenos de iluminación y esperanza, en este día y para el porvenir.

Dichosos nosotros que oímos esta mañana la bienaventuranza del salmista: “¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se eligió como herencia!”

¿Acaso no es ésta la constatación en nuestra historia bicentenaria?

¿No experimentamos diariamente esta predilección de parte del Altísimo: “el pueblo que Él se eligió como herencia”?

¿No reconocemos en esta palabra inspirada nuestra genuina vocación: Chile, la “nación cuyo Dios es el Señor”?

¿No hemos encaminado nuestros pasos, como en otras innumerables ocasiones, para llegar al Padre y gozar de su presencia y consuelo?

¿No hemos venido a presentarle nuestros anhelos y esperanzas y a suplicar su bendición?

Sí. ¡Dichosos nosotros! Los sentimientos plenos de confianza del Salmista son también los nuestros:

“Nuestra alma espera en el Señor:
Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti”.

Sí. “¡Conforme a la esperanza que tenemos en ti!”.

Nos asegura la promesa bíblica, en boca del profeta Jeremías: “Les daré un porvenir de esperanza” (Jer 29, 11).

La fuente de la esperanza es Dios

La celebración del bicentenario de nuestra patria es la ocasión propicia para contemplar la acción de Dios a lo largo de estos años, reconocerla en el presente y suplicarla para el futuro.

Dios actúa. Él está obrando siempre y se demuestra, en toda circunstancia época y lugar, como “El Señor de la historia”.

En tiempos como los nuestros, en que hombres y mujeres van por la vida sedientos de un fundamento donde basar su porvenir, es preciso que, apoyados por la gracia del Señor, estemos “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3, 15).

En el corazón del hombre radica el anhelo para abrirse a Dios y a los hermanos de camino; a proseguir la marcha, no obstante las dificultades que ésta pudiere implicar; a no detenerse en las pequeñeces de lo cotidiano y a contemplar el bien posible de alcanzar; a alzar con humildad la mirada y a disponerse para la construcción de una sociedad renovada. ¡El hombre ha sido creado para la esperanza!

En su maravillosa y extraordinaria Carta Encíclica Spe Salvi el Santo Padre Benedicto XVI ha puesto de relieve que la única esperanza “fiable” se funda en Dios (cfr. Nº1). La historia de nuestra Patria, que incluye acontecimientos dolorosos, nos demuestra el sin sentido de excluir a Dios de nuestra vida y proyectos, olvidando su voluntad y sus preceptos. ¿Sería posible construir una verdadera sociedad, digna del hombre, sin los valores del bien, la justicia, la libertad? ¿No terminaría ésta por destruirse a sí misma, como también la historia lo ha demostrado?

Recordemos una vez más la hermosa bienaventuranza del Salmista: “¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor!”.

Ésta es nuestra auténtica vocación: creer en Dios, esperar en Él y en sus promesas, amándolo profundamente. Que Él sea el horizonte de nuestras opciones y acciones.

No permita Dios que tengamos la osadía de construir una nación sin Él. Necesitamos a Dios; de lo contrario nos quedaremos sin esperanza. ¡Él nos dará un porvenir de esperanza!

“La verdadera, la gran esperanza
del hombre que resiste a pesar de
todas las desilusiones, sólo puede
ser Dios, el Dios que nos ha amado
y que nos sigue amando “hasta
el extremo”, “hasta el total cumplimiento”
(cfr. Jn 13, 1; 19, 30)…(Spe Salvi, Nº 27).

Cristo nuestra esperanza

En este acto solemne estamos en escucha de la Palabra que nos indica la senda a transitar. Es la Palabra de Dios y por eso, palabra de esperanza. La acogemos como tal buscando, con todas nuestras fuerzas, que sea ella la que alimente, día tras día, nuestra vida.

El Evangelio que acabamos de oír, el acontecimiento de la Sinagoga de Nazareth, es la primera predicación pública de Jesús. Nos revela con claridad meridiana que Él, especialmente muriendo en la cruz y resucitando, es nuestra esperanza cierta. Este es el anuncio de salvación que la Iglesia está llamada a proseguir entregando a Chile, en nuestros tiempos y en el porvenir.

¡Nuestra esperanza es Él, Cristo Jesús! En Él, como nos dice el apóstol Pablo, “todas las promesas de Dios son una realidad” (2 Cor 1, 20). Él nos asegura su presencia: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

¿Puede un chileno, una chilena, no acoger el ofrecimiento de la presencia y el amor de Cristo?

Cuando hemos tenido la bendición de conocer a Cristo, ¿podríamos siquiera imaginar que las futuras generaciones pudieran no contar con la experiencia fundante que ha llenado nuestras vidas de sentido? ¿No sentimos, más bien, que el gozo de haberlo conocido, nos impulsa a donarlo a los hermanos?

En Cristo, por Él y con Él, el Padre Dios nos dará un porvenir de esperanza.

Testimoniar a Cristo, nuestra esperanza

Confiados plenamente en Dios, con el gran anhelo de dar testimonio de Cristo Resucitado, nuestra firme esperanza, proseguimos nuestra marcha de pueblo peregrino, en camino hacia la patria que anhelamos.

Le solicitamos de todo corazón al Señor que nos dé la fortaleza para realizar nuestro compromiso histórico, exigido por la profesión de nuestra fe, la Palabra del Señor y el mandato del amor al prójimo.

Porque sí, tenemos un compromiso histórico: ¡Abrir las puertas de la esperanza!

A las hermanas y hermanos que sufren
“La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe Salvi, Nº 38).

A los hermanos que sufren, el Señor dará un porvenir de esperanza.

Porque sí, tenemos un compromiso histórico: ¡Abrir las puertas de la esperanza!

A las hermanas y hermanos que han errado en el camino de la vida.
“Se acercó Pedro y le preguntó a Jesús:
“Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano
las ofensas que me haga?
¿Hasta siete veces?
Jesús le respondió:
“No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21 - 22).

Perdonar al hermano que ha errado, a quien actuó contra mí, a quien me ha herido gravemente en mis derechos y honra, es un impulso divino que cada uno de nosotros está llamado a seguir. Dios nos mueve a perdonar, porque Él nos ha perdonado primero. Eliminar también la venganza, debe transformarse en una obligación para todos.

A los hermanos que con humildad se arrepienten de sus faltas y buscan la reconciliación con Dios y el prójimo, el Señor dará un porvenir de esperanza.

Porque sí, tenemos un compromiso histórico: ¡Abrir las puertas de la esperanza!

A las hermanas y hermanos que están padeciendo en la pobreza, la miseria, la gran injusticia de la inequidad social.
El imperativo de la justicia social grava sobre todos, especialmente sobre los constituidos en autoridad. Afrontar el desafío de la pobreza debe ser tarea prioritaria en la agenda pública y privada.

Salvaguardar la dignidad de todas las personas, especialmente de los adultos mayores, de los enfermos que carecen de un seguro, de los pobres en nuestros campamentos; superar la marginación y establecer las condiciones para que los pobres gocen del desarrollo económico, son políticas urgentes que se deben adoptar. De otra parte, debemos unirnos para promover en todo nivel una cultura solidaria, favoreciendo de igual modo la organización social de los más pobres, a fin que ellos mismos sean protagonistas de su desarrollo.

A los hermanos y hermanas que padecen en la pobreza el Señor dará un porvenir de esperanza.

Porque sí, tenemos un compromiso histórico: ¡Abrir las puertas de la esperanza!

A los jóvenes, especialmente a los que carecen de oportunidades para educarse y desarrollarse en su profesión.
Es preciso tener siempre en cuenta las aspiraciones más profundas de los jóvenes. Ellos son una de las riquezas más grandes de nuestra Patria. La educación integral de la juventud es un desafío prioritario. Favorecer una formación de las nuevas generaciones en los valores humanos, morales y espirituales, es una de las mejores inversiones para el presente y el futuro que debe realizar nuestra sociedad.

Por el contrario, la desesperanza que pudiere arraigarse en sus corazones se manifestará en amargura y actos de violencia.

Sin duda, todo esfuerzo que se realice a favor de una adecuada, coherente e integral formación de los jóvenes, augura un futuro promisorio.

A los jóvenes, particularmente a los postergados, el Señor dará un porvenir de esperanza.

Porque sí, tenemos un compromiso histórico: ¡Abrir las puertas de la esperanza!

Constructores de esperanza

En esta hora solemne, invito cordialmente a todos a renovarnos en la esperanza. El Señor nos exhorta a la confianza: “no tengan miedo” (Mt 28, 5). Prosigamos la marcha seguros del amor del Padre, la compañía de Jesucristo, “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6) y la guía del Espíritu Santo.

Al iniciar hoy una nueva gran etapa en la historia de nuestra amada nación, acojamos el llamado a la confianza que nos hiciera el Santo Padre Benedicto XVI al inicio de su Pontificado:

“¡No teman!
¡Abran, más todavía,
abran de par en par
las puertas a Cristo!...
quien deja entrar a Cristo
no pierde nada,
nada -absolutamente nada-
de lo que hace la vida libre,
bella y grande. ¡No!
Sólo con esta amistad
se abren las puertas de la vida.

Sólo con esta amistad
se abren realmente las grandes potencialidades
de la condición humana.
Sólo con esta amistad
experimentamos lo que es bello
y lo que nos libera”.

¡Seamos agentes constructores de esperanza! Esta es una invitación a comprometernos decididamente en el camino del bien para nuestro pueblo, a fin que, en Jesucristo, Osorno tenga vida.

Es el Señor quien nos enriquece con un cúmulo de bienes, la vida, la fe, el amor, para que salgamos al encuentro de nuestro pueblo, ofreciéndole la plenitud de cuanto anhela y que sólo Él puede ofrecer, dar y colmar.

“Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto…nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia” (Spe Salvi, 35).

Busquemos, por tanto, que de nuestros actos, sean grandes o pequeños, brote esperanza, nos afiancemos en ella y la irradiemos a todos, especialmente a quienes más la necesitan.

A la Madre y Reina de Chile, la Virgen del Carmen, Madre de la esperanza, confiamos el presente y el futuro de nuestra nación: “¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su “sí” abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1, 14)?... (Spe Salvi, Nº 49).

“Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra,
enséñanos a creer, esperar y amar contigo.
Indícanos el camino hacia su reino.
Estrella del mar, brilla sobre nosotros
y guíanos en nuestro camino” (Spe Salvi, Nº50).

† René Rebolledo
Obispo de Osorno


Osorno, 18 de Septiembre de 2010

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