Homilía para el Te Deum del Bicentenario
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Homilía para el Te Deum del Bicentenario

Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Francisco Javier Errázuriz Ossa

Recordemos el 18 de septiembre de 1810

Con gran expectación, a las nueve de la mañana del 18 de septiembre de 1810 comenzó a sesionar el Cabildo Abierto convocado para la ocasión. A las tres de la tarde estaba constituida la primera Junta de Gobierno, presidida por Don Mateo de Toro y Zambrano. Ante el Cristo del Cabildo, que hoy preside nuestra celebración, se dieron así los primeros pasos de nuestra Independencia.

“Todos los elegidos juraron cumplimiento fiel a sus cargos y la Asamblea en pleno juró obediencia a la nueva Junta de Gobierno instaurada en nombre del rey Fernando VII. Al atardecer, la Asamblea se disolvió en medio de ruidosas manifestaciones de entusiasmo y de alegría. Luego, todas las iglesias echaron al vuelo las campanas y un grupo numeroso recorría la ciudad aclamando las resoluciones del Cabildo y despertando el entusiasmo popular”.

Nueve años más tarde, el 18 de noviembre de 1819, Don Bernardo O´Higgins declararía: “El Estado de Chile es deudor a la protección de la Madre de Dios, bajo la advocación del Carmen, de la Victoria de Maipú. Ella lo salvó del mayor peligro en que jamás se vio”. (Diario La Gaceta 18.11.1819) Así se coronaba, en el fragor de la batalla y en el corazón creyente de este pueblo, lo que en 1810 había tenido su solemne inicio.

Han transcurrido doscientos años
desde esa memorable fecha


Doscientos años después, Chile entero está de fiesta. Celebran en la profundidad de la tierra nuestros treinta y tres mineros; también los damnificados por el terremoto y el maremoto. Unidos a ellos y a sus familias, deseamos manifestarle a Dios nuestra gratitud. ¡Cómo quisiéramos que los comuneros que hacen huelga de hambre, también estuvieran de fiesta!

En la gran sinfonía de quienes hacen memoria agradecida, en esta Catedral queremos celebrar la presencia y las obras asombrosas de Dios en nuestra historia. Por eso, llamamos a esta celebración Te Deum laudamus, es decir, A ti, oh Dios, te alabamos.

1. Te alabamos a ti, Señor, Creador del Universo

La hermosa naturaleza que proviene de la mano del Creador ya nos acompañaba mucho antes del año 1810, desde siglos y milenios inmemoriales. Ella ha sido el espacio de nuestra existencia republicana. Queremos darle un lugar privilegiado en esta acción de gracias. Nos emociona e inspira su inusual belleza. Con el trabajo de muchos chilenos nos sostiene con la riqueza de las minas y los bosques, y nos alimenta desde el mar, los ríos, las colinas y los valles.

Velar responsablemente por ella, y obtener de ella los bienes que nos ofrece, respetando las relaciones que Dios estableció al interior de su creación, es una de las tareas irrenunciables que expresan nuestra gratitud. Fuimos llamados a continuar su obra, colaborando con Él.

Pero Chile es “una loca geografía” que no está acabada; se está configurando. Seguramente son pocos los pueblos que tienen tanta conciencia de la gestación de los continentes, del cercano magma, que se asoma voluntarioso por los volcanes, y de las placas marinas y terrestres, que se mueven y estremecen la tierra y sobresaltan los mares. La poderosa fragilidad de nuestros fundamentos nos urge a ser un pueblo que enfrenta vigorosa y solidariamente grandes adversidades, nos exige redoblar nuestra vigilancia, como también construir sobre fundamentos muy sólidos; en primer lugar, sobre la roca que es Cristo.

¡Qué gran don del cielo el admirable despertar de nuestro espíritu fuerte, creyente y solidario, cuando el 27 de febrero nos sacudió el violento terremoto y se introdujo el mar devastador por caletas, puertos y por playas! ¡Qué ejemplar colaboración la que un gobierno recién constituido impulsó entre el sector público y el privado! ¡Qué profunda la confianza y gratitud a Dios por el don de la vida, la capacidad de ponerse de pie de tantos chilenos, y de compartir la mesa familiar, mesa de pan, de amor y de dolores! Son actitudes propias del alma de Chile, que abren un camino de gran esperanza a esta patria con vocación de esfuerzo solidario y fe en su futuro.

2. Te alabamos a ti, Señor de la historia, y Padre de todos los pueblos

Doscientos años tienen su prehistoria en los pueblos autóctonos que habitaban esta tierra con la riqueza de sus culturas. Pastores y agricultores eran los nortinos Aymaras, que nos enriquecen hasta hoy con su legado de manifestaciones religiosas. Cerca de ellos, uno de los pueblos más antiguos y adelantados, los Atacameños. Conservamos los recuerdos de los Diaguitas, también por su hermosa alfarería. Admiramos a los pescadores nómades, con sus embarcaciones hechas con el cuero resistente de lobos marinos. De los pueblos que ya entonces poblaban las regiones más sureñas, amantes de la tierra, de sus costumbres, sus familias y su autonomía, sobresalen hasta nuestros días los Mapuches. Y podríamos recordar a tantos otros hasta llegar a las tierras de los Tehuelches y los Alacalufes, los Yaghanes y los Onas. Y no podemos olvidar que desde la lejanía nos enriquece el pueblo pascuense, con sus hermosas y austeras esculturas, que contrastan con la delicada belleza de sus cantos y sus danzas.

A este admirable y diseminado coro, orgulloso de sus costumbres, llegaron españoles de las diversas regiones de la Península ibérica, entregándonos su lengua, sus tradiciones, sus organizaciones civiles, militares y de enseñanza, y su lealtad a la Corona. Irrumpieron con sus caballos y sus armas para someter y conquistar, pero también llegaron con su mayor tesoro, con la fe en Jesucristo. Venían con misioneros intrépidos, anunciadores del Evangelio. Ya en el año 1520 celebraron por primera vez la santa Misa en el Estrecho de Magallanes. Al poco tiempo los misioneros se internaron por parajes conocidos y desconocidos, con la sola fuerza de Cristo en el corazón. Precisamente el bautismo que administraban, sembró el germen de una nueva relación, que defendieron con pasión ante el poder de muchos conquistadores.

Más tarde Chile acogió y sigue acogiendo a migrantes de otros pueblos. Llegaron con gran espíritu de trabajo, aportando conocimientos, investigaciones, valores culturales y artísticos, capacidades empresariales y comerciales; trajeron sus confesiones religiosas, y un sinnúmero de virtudes. No los nombro para no olvidar a ninguno de ellos.

Conscientes de ser hijos del Padre de todos los pueblos, que ha forjado con los hombres tantas razas y naciones, no nos cuesta reconocernos como un nuevo pueblo llamado a alabar a Dios y a agradecerle los dones recibidos de sus manos en estos doscientos años, y aún antes de ser una nación soberana, una patria nueva convocada a respetar la libertad y a cultivar la paz, a acoger y a admirar, a tolerar y dialogar, como también a integrar y aprender unos de otros grandes valores.

3. Te alabamos a ti, Dios Padre, y a Jesucristo, nuestro hermano y liberador

porque celebramos doscientos años en los cuales ha crecido nuestro respeto por la vida, y la voluntad de ofrecerle a cada persona las oportunidades y las organizaciones que le permitan vivir, educarse y trabajar con dignidad, desplegando sus talentos y poniéndolos al servicio de la sociedad.

Hemos logrado abolir la pena de muerte. Adherimos al castigo internacional que reciben los crímenes de lesa humanidad y, optando nuevamente por nuestra independencia, al oponernos a nuevos colonialismos culturales e ideológicos, hemos defendido la vida que está por nacer. Nos enorgullece el valor que nuestro país le da a las treinta y tres vidas de nuestros mineros, y que lo lleva a no escatimar recursos, por elevados que sean, para rescatarlas. Y nos preocupa profundamente la huelga de hambre de nuestros hermanos mapuches, que puede dejar en ellos daños irreparables. De corazón les pedimos a ellos y a las autoridades restablecer las confianzas imprescindibles para que cese la huelga de hambre y se instaure un diálogo generoso y visionario.

Nos colma de alegría cada opción que ha hecho nuestro país, como también muchas instituciones privadas durante estos doscientos años, por la vida del varón y de la mujer, por la vida de los niños, los jóvenes y los ancianos, por la vida de los más pobres, los migrantes y los minusválidos, por la vida de los enfermos y de los encarcelados, por la vida de las familias y de las madres jefas de hogar. Por eso nuestra acción de gracias abarca a quienes dedican su existencia con amor y abnegación al servicio de todos ellos, y a los voluntariados que entregan lo mejor de sí para gastar su vida procurando el bien de innumerables personas.

La valoración de la persona como un bien de ilimitado valor anterior al Estado, nos ha conducido a luchar por el reconocimiento doctrinal y práctico de sus derechos humanos fundamentales. Pasamos lentamente del olvido de numerosos derechos, a la lucha por los derechos propios y al compromiso con los derechos de todos, particularmente de quienes viven amenazados o lejos de los beneficios de la sociedad. Son derechos, que unidos a los correspondientes deberes, nos llevan a descubrir con asombro la dignidad y la originalidad de cada uno, y a proteger y forjar los espacios de ecología humana que todos necesitamos para expresarnos y desarrollarnos, lejos de toda violencia, a fin de que todos tengamos vida, y vida en abundancia.

¡Bienvenidos los esfuerzos que se sigan haciendo para superar las desigualdades realmente intolerables en el orden educacional, económico, laboral y cultural! El alma de Chile ama la justicia y rechaza la arbitrariedad. Tenemos vocación fraterna. Por eso mismo, vive en nuestro espíritu un gran aprecio a la democracia, construida sobre la base de la igualdad de los derechos y deberes fundamentales de todos. Le agradecemos a Jesucristo nuestra voluntad de ser un pueblo de hermanos, que no quiere descansar mientras cada uno no tenga, conforme a su dignidad, hogar, trabajo, respeto y alegría.

4. Te alabamos a ti, Espíritu de Unidad

Quienes hemos vivido largos años lejos de Chile, cada vez que regresábamos a nuestra patria teníamos una experiencia que nos sobrecogía: la de innumerables relaciones familiares y de amistad; las que unen transversalmente a los chilenos de diferentes tendencias políticas, responsabilidades laborales, y lugares de nacimiento. No podemos negarlo: este espíritu convive, sin embargo, con cierta extraña intransigencia en el planteamiento de posiciones sentidas como incompatibles. Pero eso no impide que el diálogo posterior generalmente sea amistoso y familiar.

Por eso amamos a Chile como una tierra de encuentro con Dios y con los hermanos, que por esa misma razón, es tierra de esperanza y de paz. Prueba de ello es nuestro ánimo de desterrar los enfrentamientos de un pasado reciente, acabando con las descalificaciones, y abrazando juntos proyectos favorables al bien común, sin exclusiones ni excluidos. Razón tenía Juan Pablo II, cuando exclamó: “¡Chile tiene vocación de entendimiento, no de enfrentamiento! Y “El amor es más fuerte” que el odio y la violencia (Homilía en el parque O’Higgins, para la beatificación de Teresita de los Andes).

Alabamos al Espíritu Santo por su siembra de grandes ideales y valores en el corazón del pueblo de Chile. Es la siembra del Espíritu del Amor y la Unidad, su siembra de comunión, infundida en nuestro espíritu, que ha brotado una y otra vez, a veces como un desierto florido, transformando nuestra vida y convivencia. En nuestro interior el Espíritu nos regala un corazón sensible al amor de Dios, y al dolor del prójimo, que quiere latir al ritmo del corazón de Dios, y que desarma el corazón de piedra, insensible y opresor. Es el Espíritu que desde comienzos de agosto nos ha hecho vibrar como una sola familia, cuyo corazón late por Copiapó.

Afirmaba Juan Pablo II (México, Homilía 28 de enero de 1979): “Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor”. Por eso agradecemos el gran aprecio que tenemos los chilenos por la familia unida, considerada como el valor más importante de nuestras vidas, y damos gracias de corazón a tantas mujeres que con mucha generosidad y ternura, a lo largo del tiempo han entretejido su unidad, cuya raíz está en los designios del Dios de la Creación: Dejará el varón la casa paterna, se unirá a su mujer, y ambos tendrán la vocación de procurarse mutuamente el bien que anhelan, y de acoger siempre a sus hijos en el espacio interior de la estabilidad de su amor.

Es por eso que nuestra alabanza se vuelve también plegaria para que nuestra patria, en sus familias y escuelas, sea un semillero de jóvenes capaces de amar, de cultivar la lealtad, la alegría, la gratitud, la sinceridad y la generosidad, de preparar a conciencia su alianza matrimonial, y de abrazar un proyecto común de vida, conscientes de que dando la vida seguimos a Jesucristo, que nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros.

5. A ti, Señor, que inspiras corazones y voluntades,

te alabamos por tu intervención liberadora en la historia, ya en el tiempo lejano del Éxodo, y por haber inspirado a los Padres de la Patria una indomable valentía para luchar por nuestra Independencia. Recordemos con gratitud a Bernardo O’Higgins, a José Miguel Carrera, a Arturo Prat y a grandes mujeres que al alba de la Patria Nueva lucharon por la misma causa, como doña Paula Jaraquemada. No olvidamos a quienes les acompañaron y les siguieron. Pensemos además en nuestros héroes de hoy, que posponen anónimamente y con heroísmo su bienestar personal ante el grito de auxilio de quienes necesitan su acción valerosa.

Te agradecemos también por los constructores de la sociedad de antaño, y por los más recientes que han abrazado con convicción la responsabilidad social de la empresa, asimismo por nuestros intelectuales, artistas y poetas que han logrado que la belleza y las verdades más entrañables sean parte de nuestra existencia. Gracias por los abnegados servidores públicos de los Poderes del Estado, que han puesto los fundamentos de una convivencia pacífica, también con las naciones hermanas. Gracias por los dirigentes gremiales y políticos, como también por la vocación de nuestros educadores. Ellos se han desvivido por darle carta de ciudadanía al esfuerzo por el bien común y a la preocupación por los niños y sus familias, por los pobres y los marginados. Te bendecimos por los comunicadores sociales que aman el bien y buscan la verdad y por los deportistas que se destacan como modelos para la juventud.

Te damos gracias por los trabajadores, hombres y mujeres, que se desviven por sus hijos, sus familias y sus organizaciones y lugares de trabajo. Y por los jóvenes que han demostrado una extraordinaria participación en acciones y asociaciones solidarias. Te pedimos en este Bicentenario que despiertes en muchos de ellos la voluntad de participar en la conducción de sus comunas y de nuestro país.

Te damos gracias por los científicos que penetran con humildad los secretos de la creación, así como por los sacerdotes, los pastores y las consagradas de las diferentes confesiones religiosas que, fieles a su vocación, nos ayudan en nuestra búsqueda de trascendencia, y nos alientan a construir con esperanza, amando a Dios y a los hermanos con todo el corazón. Te damos gracias por los contemplativos y contemplativas que en su silencio te alaban e interceden por nosotros.

También te alabamos porque inspiraste en nosotros el amor a la Virgen María, que nos precedió en su entrega a Jesucristo, a los necesitados y a nuestro pueblo, que siempre nos invita a ser discípulos de Jesús, y a elevar nuestros corazones al encuentro con Dios y con los santos, y a conmovernos y desvivirnos en el servicio de los atribulados. Gracias por la joven santa Teresita de los Andes y por san Alberto Hurtado, y por todos los santos cuyos nombres no conocemos, que pasaron por el mundo haciendo el bien. Sus corazones ardieron por la causa de Dios y de los más abandonados.

Concluyamos, recordando con profunda gratitud a todos los que lucharon por hacer de nuestra patria una tierra de encuentro y esperanza, acogedora de sus familias y de sus hijos, una tierra de la justicia y la solidaridad, de la vida y la alegría, del progreso, la reconciliación y la paz. Comprometámonos a asumir la herencia que hemos recibido, como lo haremos en unos instantes más, junto a quienes hoy conducen los destinos de Chile.

De nuestra parte, los Obispos y pastores presentes nos comprometemos a hacer cuanto nos incumbe, con nuestras palabras e iniciativas, para que Chile siga valorando el tesoro que recibió desde sus inicios, el Evangelio de Jesucristo. El ejemplar que entregaremos a nuestro Presidente, llamado el Evangelio de Chile, fue escrito a mano por miles de chilenos, pensando en los próximos doscientos años. Así expresaron su compromiso de escribirlo en sus vidas, en sus proyectos y en sus corazones, para seguir construyendo nuestra Patria sobre la Roca de la Palabra de Dios, que da sólido fundamento y belleza a nuestra convivencia.

Nuestra alabanza culmina poniéndonos en manos de Aquél que hace nuevas todas las cosas. No queremos descansar en nuestro esfuerzo común de colaborar con Él en la edificación de una patria que sea la “copia feliz del Edén”, un reflejo de la Patria hacia la cual peregrinamos. (Hb 11, 14-16)

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Al concluir estas palabras deseo a Vuestra Excelencia, el Presidente de la República, a todas las autoridades presentes, y a todo Chile en este Bicentenario de los inicios de nuestra Independencia, a nombre de los obispos, pastores y ministros que participamos en este Tedeum, la alegría y la gratitud que debe embargarnos por los dones recibidos en estos doscientos años, y la felicidad que nos promete el Señor por servir y amar a nuestro pueblo, sobre todo a los más afligidos, prolongando la sabiduría y la misericordia de su corazón.

† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
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