1.- Hace doscientos años un grupo de vecinos notables de la ciudad de Santiago, convocados por la máxima autoridad civil y militar de la época, el anciano Conde de la Conquista don Mateo de Toro y Zambrano, se reunían para decidir sobre el destino de Chile ante la falta de un gobierno legítimo derivada de la invasión napoleónica a España.
2.- Como hombres de Fe Cristiana que eran, se reunieron en Nombre de Dios Nuestro Señor, y presidía la reunión extraordinaria y solemne un bello crucifijo que este 18 de septiembre presidirá también el Solemne Te Deum Ecuménico Nacional en la Catedral Metropolitana de Santiago.
3.- Un año después, en septiembre de 1811, el Padre de la Patria don José Miguel Carrera Verdugo, que presidía entonces el gobierno de Chile, le pidió al Obispo de Santiago que el día 18, en el aniversario de la Primera Junta de Gobierno, celebrase una Solemne Acción de Gracias al Padre Dios por el suceso fundacional del 18 de septiembre de 1810. Desde entonces, año a año en todas las Catedrales y en muchas parroquias, y desde la segunda mitad del siglo pasado también en templos de otras denominaciones cristianas y religiosas, cumplimos, alegres y esperanzados, con el Solemne Te Deum de Oración por la Patria y por todos y cada uno de sus habitantes.
4.- Sabemos que aquel 18 de septiembre no fue la declaración de la Independencia de Chile. Pero sí fue el inicio de un proceso político, social y cultural de creación de la Nación. Este proceso no partió de la nada. Fue precedido por una historia de casi 300 años en que, ciertamente con claroscuros como en toda obra humana, se fueron poniendo las bases de la nueva sociedad chilena. Mucho le debemos, en efecto, a las sucesivas autoridades de la Colonia; a la Iglesia por su ingente labor espiritual, educativa y hospitalaria y por su valiente defensa de los indios; a quienes desarrollaron la agricultura, la minería y el comercio; a los artesanos y a quienes propiciaron las bellas artes y la cultura. Pero no cabe duda que la instauración de la Junta fue el comienzo de un proceso nuevo que se continúa en el tiempo y que nunca estará terminado, ya que cada generación y época nos presentan nuevos y bellos desafíos, y la Patria, como la familia, las iglesias y toda comunidad humana, son realidades dinámicas que debemos ir construyendo día a día. No hacerlo, es irlas destruyendo.
5.- Hasta la consolidación de nuestra Independencia política hubieron de pasar 8 años desgarrados por crueles guerras entre hermanos y hermanas, muchas veces de la misma familia, pero separados por visiones distintas. No fue en efecto una guerra entre chilenos y españoles, como se suele repetir con cierta simplicidad, sino entre chilenos y chilenos y españoles y españoles, que diferían legítimamente respecto del mejor proyecto político y sistema de gobierno para nuestra tierra. Pero los unía algo más profundo: la Fe en Jesucristo como Nuestro Señor y Salvador y el amor a la Virgen Madre, que fue también la Fe de los Padres de la Patria y de muchos de los más grandes de nuestra historia.
6.- Mucho nos hemos preparado para celebrar el Año del Bicentenario. Teníamos proyectos hermosos y esperábamos estas Fiestas con gran alegría y optimismo. Nos sentíamos especialmente orgullosos de ser chilenos. Pero el Año del Bicentenario ha sido el año del gran terremoto y maremoto, de la tragedia de los hermanos mineros del norte que aún no termina y de la agudización extrema de los conflictos con nuestros pueblos originarios.
7.- ¿Qué nos querrá sugerir el Señor con estos acontecimientos?
Nos vienen espontáneamente al recuerdo y al corazón las palabras del gran San Agustín, Obispo de Hipona en los tiempos de la caída del Imperio Romano de Occidente, que le tocó vivir (+430). Les decía a sus feligreses: “¿Los tiempos son malos? ¡Ustedes son los tiempos! Sean ustedes mejores y los tiempos serán mejores”.
8.- Creemos que en primer lugar debemos elevar al Padre Dios nuestra Plegaria agradecida ya que, aún en medio de las desgracias del terremoto y maremoto y a pesar de haber sido testigos de algunas acciones negativas que no debemos ocultar, ciertamente se ha manifestado lo mejor del corazón de los chilenos y chilenas. Miles y miles de hermanos y hermanas prontamente se pusieron al servicio de los sufrientes con sus medios materiales pero sobre todo con su disponibilidad, tiempo y cariño. Muchos de ellos fueron a los lugares mismos más azotados por las desgracias -y hay quienes siguen yendo- para expresar cercanía y amistad y para prestar su ayuda personal. En las manifestaciones de solidaridad no hubo distinción de edades, credos u opciones políticas. Podemos afirmar con gozo que Chile, liderado por sus autoridades, se movilizó para ayudar a Chile y que ésta fue una magnífica oportunidad para que muchos conocieran lugares, situaciones y personas que hasta entonces les eran desconocidas e inexistentes. ¿Cómo no dar gracias a Dios?
9.- La impactante experiencia de los mineros del norte ha sido una tremenda lección de humanidad y solidaridad. Durante los 17 días en que estuvimos absolutamente incomunicados, ellos: trabajadores modestos, sencillos, sin mayores estudios, acostumbrados a una vida dura y muchas veces inclemente se organizaron para subsistir y permanecer unidos. Reconociendo la autoridad y experiencia de los mayores programaron su vida hasta en los menores detalles en temas tan decisivos como la solidaridad, organización del tiempo, alimentación, uso racionalizado de las linternas en medio de esa obscuridad total. Y cuando finalmente supimos que los 33 estaban vivos, sanos y juntos Chile lloró, pero lloró de alegría y emoción. Supimos que habían sufrido y habían rezado, mientras en la superficie, en la boca de la mina, se había desplegado una compleja y completa organización, encabezada por las máximas autoridades y que aún continúa, para liberarlos en las mejores condiciones posibles. Nuevamente la solidaridad, el cariño y la oración de los chilenos y chilenas afloró como la mejor expresión del alma nacional. Muchos trabajadores, pirquineros, profesionales, autoridades, familiares, pastores de iglesias, empresarios, uniformados, muchos chilenos y chilenas han dado y están dando lo mejor para que estos queridos hermanos nuestros “vuelvan a la vida”. ¿Cómo no alabar al Padre Dios con un corazón gozoso y agradecido?
10.- El tema delicadísimo de nuestros pueblos originarios, particularmente mapuches y rapanuis ya no admite dilación. Ellos piden sobre todo y en primer lugar respeto. Respeto por su historia. Respeto por su raza. Respeto por su idioma, cultura y tradiciones. Respeto por sus tierras y bienes. Respeto por sus formas de organización. Respeto por los compromisos internacionales firmados por Chile al respecto.
Es inoficioso a estas alturas buscar a los responsables y culpables de las situaciones extremas a que se ha llegado, particularmente con el pueblo mapuche. Ya llegará el momento. Creo que todos los chilenos tenemos algún grado de responsabilidad, por acción u omisión, en las dolorosas experiencias que estamos viviendo. No se nos enseñó a conocer y respetar a nuestros pueblos originarios y los profundos valores de su cultura. Más bien se nos mostraron sus defectos y limitaciones, no mayores que los nuestros. Nuestra generación no ha sido suficientemente diligente en superar estas injusticias. A nuestros gobernantes y a los principales actores de la sociedad les faltó visión de futuro. Los fervientes llamados de los obispos y pastores de las tierras del sur no fueron oportunamente escuchados. En algunos casos la acción de las iglesias fue minusvalorada y mirada con desconfianza. Ahora urge una solución, que es impostergable y que requiere prudencia, sabiduría, fortaleza y humildad, porque hay que hacer justicia “justa”, valga la redundancia, tanto a los hermanos mapuches como a los agricultores que han sido víctimas de violencias y atropellos. En casos como éstos la sabiduría puramente humana “queda corta” y urge implorar la ayuda de Dios. A estas alturas creemos que cualquiera solución a que se llegue no contentará a todos. Pero no se puede postergar el diálogo entre las partes involucradas y por eso la Iglesia se ha ofrecido como “facilitadora” para ayudar a este encuentro de hermanos.
Una vez que se llegue, Dios mediante, a la solución de la urgencia actual, queda la inmensa deuda de todos los chilenos con nuestros pueblos originarios que no pretenden arrebatarnos nada de lo nuestro y que enriquecen con su cultura y su arte la vida de la Nación. Por ello afirmamos que nuestros pueblos originarios son también un motivo para dar infinitas gracias a Dios en este Bicentenario.
11.- La tarea principal a la que como Nación estamos abocados en estos momentos es la Reconstrucción. Por reconstrucción entendemos por supuesto la reparación de los caminos, puentes, poblaciones, escuelas, hospitales y templos; edificios patrimoniales y monumentos nacionales e históricos. Estamos profundamente reconocidos de los tremendos esfuerzos de nuestras autoridades comunales, regionales y nacionales, tanto en el Gobierno como en el Parlamento. Pero hay aspectos más trascendentales que no podemos desconocer.
12.- Retomando la frase ya citada del gran San Agustín: “¡Sean ustedes mejores y los tiempos serán mejores!”, creemos que la reconstrucción implica en primerísimo lugar un cambio espiritual personal, una “reconstrucción moral”. Debemos preguntarnos, por ejemplo, qué vida estamos viviendo. En qué hemos puesto nuestras confianzas. Cuáles son en verdad nuestras prioridades. Conviene que repensemos qué hacemos en nuestro tiempo libre. Cómo nos divertimos y entretenemos. Qué hacemos con nuestro dinero. Cuánto de nuestro tiempo lo dedicamos a nuestra familia, a nuestros niños, ancianos y enfermos. Si nos endeudamos, para qué nos endeudamos. Cuánto y cómo compartimos nuestros bienes espirituales y materiales.
13.- Debemos, también, reemprender una verdadera “reconstrucción social”. Tenemos que mirar veraz y objetivamente nuestra zona. Con una diferencia de media hora llegamos desde la opulencia y belleza de algunos sectores en los que se vive como en el primer mundo, hasta las pobrezas increíbles de muchos cerros y quebradas de Valparaíso. Hay entre nosotros colegios, escuelas hospitales y clínicas particulares que son de primer nivel, pero muy cerca están nuestros hospitales y consultorios públicos y establecimientos educacionales municipalizados que causan admiración por el inmenso bien que hacen en medio de limitaciones y pobrezas que si no se ven no se creen.
14.- El tema de la pobreza y la desigualdad en medio de grandes riquezas sigue siendo una herida en el alma nacional. Es éste un problema que a todos nos concierne y debe preocuparnos, ciertamente en mayor grado a aquellos a los que hemos confiado, en el gobierno y el parlamento, la delicada y hermosa tarea de conducir a la comunidad a la consecución del bien común, y a quienes tenemos mayores responsabilidades en la sociedad: líderes espirituales, sociales, empresariales, laborales, profesores, comunicadores, etc. Quizás no esté en nuestras manos la solución directa e inmediata de los grandes temas. Pero sí está en nuestras manos promover una “cultura de la solidaridad”, que tan rápidamente florece en las grandes tragedias, pero que debe manifestarse en el día a día en un permanente estilo de vida sobrio, solidario, atento, preocupado y responsable, desde el lugar y ámbito que ocupamos en la sociedad, por una vida más digna y justa para todos los habitantes de nuestra Patria.
15.- La “reconstrucción social” implica reconstruir con fuerza las redes sociales y culturales que en los últimos decenios se han ido debilitando como consecuencia de la cultura individualista, materialista y consumista que a todos nos ha afectado. En esta verdadera “marea” de la globalización, en que a pesar de los maravillosos medios de comunicación de que disponemos, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos y en nuestros pequeños mundos, debemos revitalizar las organizaciones intermedias de la sociedad civil, que le permiten al hombre y a la mujer encontrarse para convivir en un mundo más amplio que la propia familia, hacer oír su voz, participar e intervenir en la creación de su propio destino y de la comunidad local y nacional, organizarse para enfrentar en común las alegrías y desgracias, para asistirse y ayudarse en las calamidades, para preocuparse de los más pobres y necesitados del propio entorno. En una palabra, para ser más personas y más ciudadanos. Tenemos también que preocuparnos de ayudar y promover nuestros “voluntariados”, que han sido glorias de nuestra comunidad porteña pero que también se encuentran debilitados por la falta de vocaciones a una vida de mayor sacrificio y entrega y por la endémica falta de medios económicos para realizar su abnegada labor de servicio a la comunidad. Me da pena y vergüenza ver a nuestros bomberos y otras instituciones voluntarias casi “mendigando” por las calles el dinero que nos devolverán con creces en el momento en que la tragedia llegue a nuestros hogares, lugares de trabajo o rutas.
16.- La “reconstrucción moral y social” implica también el cuidado y el respeto por toda vida desde el momento de la fecundación hasta la muerte natural, como asimismo el apoyo y fortalecimiento de la familia -como lo estipula por lo demás la Constitución de la República- y de la institución matrimonial como la define nuestro Código Civil, redactado por el gran Andrés Bello. Tenemos que favorecer la maternidad responsable ya que los niños son un don precioso de Dios, causa de alegría y felicidad, que renuevan nuestras vidas y la de nuestra sociedad. Si no tomamos medidas urgentes, seguiremos fatalmente la curva que lleva a Chile, y en particular a nuestra Región, a ser una nación envejecida y triste.
17.- Un gran chileno, un gran pastor que fue el tercer Obispo de nuestra Diócesis: Monseñor Raúl Silva Henríquez, al responder, en las postrimerías de su vida, a unos jóvenes que le preguntaron por el Chile que quería, les respondió con estas palabras:
“Quiero un país donde se pueda vivir el amor. ¡Esto es fundamental! Nada sacamos con mejorar los índices económicos o con levantar grandes industrias y edificios, si no crecemos en nuestra capacidad de amar. Los jóvenes no nos perdonarían esa falta. Pido y ruego que se escuche a los jóvenes y se les responda como ellos se merecen. La juventud es nuestra fuerza más hermosa. Ellos tienen derecho a ser amados y tienen la responsabilidad de aprender a amar de un modo limpio y abierto. Pido y ruego que la sociedad entera ponga su atención en los jóvenes, pero de un modo especial, eso lo pido y ruego a las familias. ¡No abandonen a los jóvenes! ¡Escúchenlos! Miren sus virtudes antes que sus defectos, muéstrenles con sus testimonios una estilo de vivir entusiasmante!
Y por último, quiero para mi patria lo más sagrado que yo pueda decir: que vuelva su mirada hacia el Señor. Un país fraterno sólo es posible cuando se reconoce la paternidad bondadosa de nuestro Dios. He dedicado mi vida a esta tarea: que los hombres y mujeres de mi tierra conozcan al Dios vivo y verdadero, que se dejen amar por Él y que lo amen con todo el corazón. Quiero que mi Patria escuche la Buena Noticia del Evangelio de Jesucristo, que tanto consuelo y esperanza trae para todos.
Este es mi sueño para Chile y creo que con la ayuda de María, ese sueño es posible convertirlo en realidad”.
¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!
† Gonzalo Duarte García de Cortázar ss.cc.
Obispo de Valparaíso