Orientaciones Pastorales 2001-2005 (Parte 2)
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\"Si conocieras el don de Dios\" (Jn 4, 10)

Orientaciones Pastorales 2001-2005 (Parte 2)

Cap III:La Iglesia sale al encuentro del nuevo milenio Cap. IV (1 y 2): Los manantiales de agua viva. Líneas de acción pastoral

Fecha: Domingo 24 de Septiembre de 2000
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Los Obispos de Chile

(Viene de Parte 1)

III La Iglesia sale al encuentro del nuevo milenio

El anuncio de Jesucristo Vivo lo hace la Iglesia tratando de responder, en cada época, a las interrogantes que se plantea la gente y a las interpelaciones que brotan desde el Evangelio. Por esa razón nos interesa mirar la realidad en que vivimos con los ojos propios de un pastor que busca encontrar las fuentes de agua viva, denunciar la acción destructiva del pecado y anunciar la presencia del Espíritu Santo que todo lo transforma. Es a estos hermanos y estas hermanas que viven en Chile al comienzo del milenio a quienes deseamos decir, con todas nuestras fuerzas, “si conocieras el don de Dios, y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y él te daría agua viva”(65)… En verdad, si juntos lo conociéramos y lo amáramos, podríamos buscar la mejor inspiración en los pozos fecundos del Espíritu de Dios y se enriquecería sin medida la calidad de nuestra vida.

1. Un cambio de época

Lo que es claro es que estamos en un cambio de época de grandes proporciones. Los dos mil años del nacimiento de Cristo se han hecho símbolo de este hecho y una fuente de inspiración para ingresar con la memoria más purificada a esta nueva era de la historia(66). Estamos muy concientes de que se trata de un cambio de época que todavía no termina y que probablemente nos introducirá en un tiempo de la historia en que lo normal será vivir en situaciones cambiantes. Y así como en épocas pretéritas la vida estuvo marcada por un cierto sosiego de la cultura campesina, nuestra época estará marcada por la agitación de la vida urbana, por una comunicación aún más vertiginosa, por el influjo en la vida cotidiana de diversos patrones religiosos y culturales, por la aplicación de la técnica en diversas direcciones que darán nuevos horizontes y plantearán nuevos interrogantes a nuestra vida en sociedad.

En todo este proceso, no hay que extrañarse, seguirá creciendo el trigo junto a la cizaña. La humanidad, y cada uno de nosotros, podrá usar de estas nuevas realidades para plantar y arrancar, para construir y destruir. Y lo que es más grave, por la multitud de opciones y opiniones, lo más probable es que muchos se sientan confundidos sin saber distinguir el bien del mal… ¿ No lo hemos vivido ya con el progreso atómico, con las nuevas investigaciones en el campo de la biogenética, con el desarrollo de la internet ?¿ No urge definirlo en los impresionantes descubrimientos sobre las claves del genoma humano ?

Un cambio de época, tan vertiginoso y radical como el nuestro, ha traído también un cambio de ‘paradigmas’. Es decir, un cambio en los referentes de la vida. Todo ser humano tiene algún punto de referencia ético. Cuando vivimos en un mundo multi-religioso y pluricultural, y cuando estas variedades conviven en la misma ciudad, en el mismo país, en los mismos medios de comunicación social, se produce un serio impacto en las opciones vitales de la gente: hay dudas, hay posturas transitorias, hay afirmaciones germinales que a veces se plantean como conclusiones de un debate. Por esta razón la cuestión ética será cada vez más relevante y lo que llamamos “temas valóricos” exigirán la mayor atención. A ellos queremos aportar con la Palabra Viva del Señor Jesucristo y con la larga historia de esta Iglesia “experta en humanidad” como acertadamente la llamaba Pablo VI.

Este nuevo mundo que nace, de un modo u otro, lleva consigo el reflejo del hombre con todo lo grande y bueno que él encierra como imagen y semejanza de Dios y también con todo lo que en esas mismas entrañas lleva de debilidad y pecado. Eso hace más fascinante nuestro desafío que nos urge a esforzarnos para juzgar todo desde la mirada de fe. Nos equivocamos si juzgamos lo nuevo desde la cultura antigua, desde la forma de entender que termina. El juicio desde la fe no lo podemos confundir con el juicio según la cultura, ni la antigua ni la nueva. Desde la fe necesitamos descubrir los clamores de vida que están en lo más íntimo del corazón del hombre y de la humanidad. Esos que tienen su origen en Dios creador y están orientados a El en quien encontramos la plenitud de vida. Es un momento en que necesitamos humildad para saber preguntar a los demás y reconocer que nos necesitamos todos para descubrir lo bueno de cada uno con una mirada integradora junto con una actitud liberadora y solidaria que, contando con la gracia de Dios, nos ayude mutuamente a liberarnos de la esclavitud del pecado y sus consecuencias.

1.1. Un cambio cultural

Con sus luces y sus sombras, y sin pretender desarrollar cada una de nuestras observaciones, los Pastores vemos que en Chile vivimos, como ya lo dijimos, una situación de cambios acelerados en múltiples direcciones. Ellos se traducen en un cambio de horizonte cultural, desconocido para nosotros, que plantea interrogantes muy vitales a la familia, a la vocación y misión del varón y la mujer, a la manera de organizar la vida en sociedad, a la pedagogía de la vida, a lo que valoramos como bienes esenciales y a lo que desechamos, a veces, con ligereza.

Uno de los cambios más significativos de nuestros tiempos ha sido la toma de conciencia de que somos una sociedad multiétnica y pluricultural. En consecuencia, se ha dado una nueva valoración a los pueblos originarios, los que han sufrido injustas marginaciones históricas, graves problemas socioeconómicos y hasta menosprecio de sus culturas. Esta realidad, unida a los nuevos procesos migratorios, nos desafía a aprender y practicar los valores del respeto mutuo, del diálogo sincero y de una genuina tolerancia que no se debe confundir con la igualación simplista de todos los valores.

La sociedad tecnificada a la que hacíamos referencia, conlleva una nueva relación de la persona con la tecnología y con la naturaleza. En su vida diaria la gente se encuentra menos con la obra de la naturaleza y más con el producto elaborado. Nos ponemos más pragmáticos y menos discursivos. Se establece una especie de arritmia entre los tiempos propios de la naturaleza y los ritmos más acelerados de los nuevos medios técnicos (nos comunicamos en segundos con todo el universo...). Más aún, queriendo dominarlo todo entramos a investigar y manipular las claves de la vida suscitando nuevos interrogantes a la relación entre la ciencia y la conciencia.

La sociedad globalizada nos lleva a relacionarnos de otra manera en lo político, en lo económico, en lo social, en lo religioso, con nuevas oportunidades de comunión y mutuo conocimiento, pero paradójicamente, con profundas soledades, como consecuencia de la actitud individualista que se deja arrastrar por el egoísmo en vez de la actitud de individuación que es integradora con personas y grupos excluidos. Hoy existe otra mirada sobre el trabajo y sobre el ocio, contamos con una excesiva información que muchas veces no sabemos procesar y con una concepción del periodismo noticioso que hace creer que sólo el escándalo es noticia.

En este ambiente se entiende que el Papa nos invite a globalizar la solidaridad y a seguir aportando los valores del Evangelio que nos ayudarán a crecer en fraternidad, en servicio, en comunión, alejándonos del individualismo reinante que se expresa también en el consumismo excesivo y en la indiferencia hacia las dificultades que padecen los más pobres.

En Occidente, el mundo al que Chile pertenece, en parte por esta misma globalización, estamos en una sociedad más secularizada, con una referencia a Dios muy distinta a la que hemos conocido en el pasado. Hay un sentido de lo espiritual y hasta de lo religioso que se expresa de maneras muy diversas, sin necesaria pertenencia a las Iglesias tradicionales. Entre los jóvenes, por ejemplo, hay muchos que se declaran cristianos pero no adhieren a la Iglesia y otros que, declarándose católicos, no adhieren a las normas de la Iglesia. Ha aumentado el número de las personas que no están bautizadas y de quienes no se casan por la Iglesia. Hoy se buscan experiencias espirituales íntimas y personales, se revaloriza la mística y vuelve a aparecer la atracción por otras dimensiones menos racionales del ser humano que la vida excesivamente tecnificada y pragmática ha contribuido a sofocar.

Paradójicamente, en todo este mundo tan marcado por la búsqueda del progreso hay una profunda crisis de esperanza que se refleja de manera muy visible incluso entre los jovenes. Hay crisis de identidad y de pertenencia, expresada tanto en las políticas “de género” como en el concepto de familia. Hay un serio temor a los compromisos definitivos o “para siempre”. Se tiende a rendir culto a lo transitorio, a vivir de lo efímero y, a veces, a valorar el cambio por el cambio.

Con nuestras OO.PP. deseamos aportar a un diálogo con la cultura, en sus diversas expresiones. Al hacer presente al Señor Jesucristo, con su propuesta de vida y los valores que surgen del Evangelio, contribuiremos a dialogar sobre los fines y no sólo sobre los medios, ayudaremos a valorar la familia y a redescubrir el gozo de la paternidad y la maternidad como actitudes fundantes de todo ser humano. Queremos contribuir a confirmar el sentido del amor que se ofrece en servicio y en perdón, de la esperanza que nos llena de alegría y de una libertad que nos lleva al compromiso con los valores más sagrados de la vida.

1.2. Grupos humanos significativosNuestro diálogo evangelizador es con todos los hombres y con todo el hombre y tiene como interlocutor a las diversas expresiones culturales, en toda su riqueza y complejidad. Sin embargo, nos proponemos dar prioridad a algunos grupos humanos significativos que ahora nombramos brevemente y, más adelante, nos detendremos en cada uno de ellos:

1.2.1. Nos preocupa la familia, célula básica de la sociedad y comunidad doméstica de la Iglesia, que hoy sufre diversas adversidades. No creemos que la familia como tal esté en crisis. Reafirmamos esta institución primordial. Al mismo tiempo, nos damos cuenta que hay situaciones que la afectan y la debilitan: nos referimos a la fragilidad del vínculo conyugal, a la discusión sobre el divorcio vincular, a los problemas económicos que conllevan exasperación y agobio, a la violencia intrafamiliar, a la existencia de mamás abandonadas y de ‘convivientes’ que no se comprometen ante la ley ni ante la Iglesia, al control de natalidad con medios abortivos, a la discusión sobre los derechos reproductivos y a tantos otros temas que frecuentemente se plantean.

1.2.2. Pensamos en la mujer, cuyo reconocimiento y dignificación ha pasado a ser un signo de los tiempos. Somos conscientes de las postergaciones y discriminaciones injustas que ella ha sufrido en nuestra sociedad. También reconocemos su aporte insustituible al verdadero progreso de los pueblos, al ministerio evangelizador de la Iglesia y a su rol determinante en el hogar. Es muy importante, por eso, la forma como se trate el tema de la mujer pues la manera con que ella asuma y desarrolle su misión será determinante para el progreso cultural de nuestro pueblo. Por el contrario, las miradas parciales sobre la mujer, expresadas a veces con un lenguaje reivindicativo que aparentemente le hace justicia, pueden ser muy dañinas para un efectivo progreso en la familia, en la Iglesia, en la sociedad.

1.2.3. Nos interesan los jóvenes en quienes encontramos fuerzas vitales en sueños, ideales y respuestas generosas a los grandes llamados de la sociedad y de la Iglesia. Así lo hemos visto, por ejemplo, en su participación entusiasta en el Encuentro Continental de Jóvenes, en Servicio País, en Un Techo para Chile, en sus aportes en Trabajos de Verano, en Misiones, Vigilias y Peregrinaciones. Pero, también somos conscientes de que el cambio de época fácilmente los afecta en mayor forma.

Aparentemente no les sirven los paradigmas de sus mayores y se entregan a ‘reinventar’ la vida guiados por maestros ocasionales. Los jóvenes son golpeados por la droga que trafican manos inescrupulosas y que suele ser fuente de violencia, de embarazos precoces y de una desorientación y soledad que fácilmente los conduce a la apatía o al derrotismo. Ofrecer las mejores oportunidades a jóvenes y a niños es nuestro mayor deseo y un deber prioritario del país. La opción preferencial por los jóvenes y los niños es señal inequívoca de una sociedad y de una Iglesia que miran con esperanza hacia el futuro.

1.2.4. Tenemos mucho interés en seguir apoyando a los adultos mayores y pedirles, a la vez, su aporte para la pastoral de la Iglesia. Sería parcial considerarlos sólo como objeto de nuestras preocupaciones. Aunque sus energías físicas no sean las mismas, ellos tienen gran fortaleza espiritual y pueden aportar un ejemplo muy valioso. Nos preocupan las pensiones exiguas que reciben y sus dificultades cotidianas nos inquietan sobremanera. Por eso, si bien continuamos animando con afecto los centros parroquiales que los acogen y atienden, los servidores que les llevan la comunión y los asisten cuando están enfermos, pedimos a los adultos mayores su inestimable ayuda, su oración y su consejo, para fortalecer la acción pastoral. Ellos dan un generoso aporte en los diversos voluntariados, en la recaudación del 1% y pueden aportar mucho más en la catequesis pre matrimonial, en la formación en la fe de sus nietos y en la acogida, orientación y consejo, a los niños, a los jóvenes y a sus familiares.

“La Iglesia los mira a Uds. con gran estima y confianza – les ha dicho el Papa. Sepan emplear generosamente el tiempo del que disponen y los talentos que Dios les ha concedido. Contribuyan al anuncio del Evangelio como catequistas, animadores de la Liturgia y testigos de la vida cristiana”(67).

1.2.5 En fin, queremos abrir nuevas puertas al diálogo evangelizador con los dirigentes de la sociedad, los pueblos originarios y los migrantes que vienen a nuestro país para encontrar mejores oportunidades. Muchos compatriotas han sufrido el exilio forzado o voluntario. Somos deudores de la generosidad con que fueron acogidos en tierras lejanas y cercanas. Dios nos brinda ahora la oportunidad de devolver esa mano en la persona de los migrantes que orientan sus pasos hacia Chile.

1.3. Problemas económicos, políticos y sociales

En nuestro país tenemos problemas sociales que reclaman una pastoral de la dignidad, la solidaridad y los derechos humanos, así como los nuevos modelos de organización económica y social.
En concreto,

1.3.1. La economía de mercado, que ha estimulado la iniciativa privada, la producción de bienes y servicios, el desarrollo material, ha mostrado su incapacidad para lograr que todos los chilenos puedan beneficiarse con el progreso logrado, generando inequidad social y grupos de excluidos a los que no se logra invitar a la mesa del pan y del trabajo. El ideal del enriquecimiento, rápido y fácil, sin poner atención a los medios, abre la puerta a la corrupción pública y privada. Por lo cual, sin negar las fortalezas de este sistema, hay que poner atención a las graves insatisfacciones que son signos de un malestar social en aumento y fortalecer la conciencia solidaria en todos los niveles de la sociedad.

1.3.2. Esta misma búsqueda de riqueza, que no repara en los medios, ha puesto en evidencia la irracionalidad con que se explotan los recursos naturales. Valoramos una legislación y una educación que apunten al cuidado del medioambiente y postulamos una ecología humana que respete escrupulosamente la vida en todas sus manifestaciones.

1.3.3. El progreso democrático y el mayor respeto a los derechos humanos, signos evidentes de progreso en nuestra convivencia, nos impulsan a trabajar por una democracia más participativa. Es bueno para el país que se desarrolle el sentido de ciudadanía y que la sociedad civil ocupe el lugar que le corresponde. Es también necesario que los derechos humanos sean promovidos y respetados en su totalidad, con sus correspondientes deberes, ya que estos son el fundamento de una verdadera democracia.

1.3.4. Por otra parte, la sanación de las heridas aún no restañadas, el ejercicio de la justicia en favor de las víctimas de los derechos humanos, la restitución del buen nombre de personas e instituciones, son pasos necesarios para profundizar la reconciliación nacional que es indispensable para afrontar juntos los desafíos de futuro. La Iglesia ha dado testimonio de su compromiso efectivo en favor de los derechos humanos y de la reconciliación, dos realidades profundamente complementarios. Los Obispos siempre hemos indicado que la verdadera reconciliación requiere la verdad y la justicia, y que el amor enseñado por Jesús exige la disposición al perdón, sin el cual no existe plena reconciliación.

2. La situación eclesial

2.1. El camino recorrido con sus sombras…

El camino recorrido en estos años nos permite dar gracias a Dios por las fortalezas de la Iglesia y a purificar nuestra memoria por los pasos en falso dados en distintos momentos de nuestra historia pretérita y reciente. Ejemplos de estos errores se dieron cuando algunos desvalorizaron la educación católica, cuando la ideología fue la medida primera para juzgar nuestras fidelidades al Evangelio o cuando simplemente hemos preferido la lógica de este mundo a los criterios de juicio que vienen del Evangelio del Señor.

Hay otros dolores que marcan nuestra historia y que han involucrado a los hijos de la Iglesia, como son, por ejemplo, las injusticias causadas a los pueblos originarios, las violaciones en diversas épocas de derechos humanos que han desangrado y dividido al país, la falta de tolerancia religiosa de fines del siglo diecinueve, las convulsiones políticas de la segunda mitad del siglo pasado y el antitestimonio en la caridad de laicos y religiosos, diáconos, sacerdotes y obispos. Todos ellos son pecados por los que queremos purificar nuestra memoria para entrar al siglo que comienza habiendo aprendido de nuestros errores.

Nos preocupa también la falta de espíritu misionero, la dificultad para trabajar con los laicos y las actitudes autoritarias que frenan su efectiva participación en la Iglesia. También reconocemos la falta de creatividad en el diálogo ecuménico e interreligioso, la poca trasparencia en las finanzas de las instituciones eclesiales, las divisiones que, con razón, escandalizan a muchos en nuestras comunidades. Todas estas realidades por las que pedimos sinceramente perdón, han debilitado la obra evangelizadora.

A estas actitudes podemos añadir otros hechos preocupantes como son la escasez de vocaciones al ministerio y a la vida consagrada; la poca formación y conocimientos religiosos de grandes mayorías; la baja participación en la Misa dominical, así como la falta de claridad en algunas materias morales, que afecta a pastores, religiosos y fieles en general.

2.2. … y sus luces…

Hoy queremos entrar al nuevo milenio con otra mirada inspirada especialmente en la Exhortación Apostólica “Ecclesia in America” que señala los caminos a recorrer en el futuro cercano. Estas son el primer fruto del Sínodo de Obispos presidido por el Papa Juan Pablo II en Roma del 16 noviembre al 12 de Diciembre de 1997. A la luz de estas orientaciones reconocemos como fortalezas de nuestra Iglesia el mayor desarrollo del laicado, tanto en sus servicios intraeclesiales como en lo propio de su vocación secular; el crecimiento de los movimientos y asociaciones eclesiales; la búsqueda de formación y espiritualidad expresada en innumerables cursos, jornadas y ejercicios espirituales; el fortalecimiento de la pastoral juvenil y vocacional, que tuvieron un momento culminante en el Encuentro Continental y en la Misión Juvenil del año jubilar; la paulatina consolidación de la Pastoral Familiar; los esfuerzos por fortalecer la catequesis y enriquecer la celebración litúrgica en parroquias, colegios y comunidades; el despertar de la conciencia misionera, expresada en los jubileos sectoriales como también en el mayor desarrollo de la misión ad gentes; las nuevas iniciativas de la solidaridad y pastoral caritativa; un mayor desarrollo del ecumenismo y diálogo interreligioso, y la revalorización de la educación católica, por nombrar sólo los más relevantes.

Mucho más habría que decir y agradecer cordialmente a pastores y laicos, consagrados y consagradas, jóvenes, niños y ancianos, que contribuyen a evangelizar nuestra sociedad. Dios lo sabe y sus nombres están escritos en el corazón de la Iglesia. Será trabajo de cada comunidad retomar este capítulo y completarlo, en oración y diálogo sincero, para ver los nuevos caminos de conversión a que el Señor nos llama. Para contribuir a éste trabajo, ofrecemos las páginas siguientes que expresan las líneas fundamentales que orientarán nuestra acción pastoral en los próximos años.


IV. Los manantiales de agua viva: líneas de acción pastoral

En este capítulo formularemos las líneas pastorales que guiarán la actividad eclesial en los próximos años y que brotan de un renovado encuentro personal y eclesial con la Persona de Cristo Vivo.

1. El encuentro con Cristo vivo, llamado a una permanente conversión

“Ya no creemos por lo que tú nos has dicho,
sino porque nosotros mismos lo hemos oído,
y estamos convencidos de que
Él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4,42)

El encuentro con Jesucristo vivo es el centro y la clave de toda nuestra acción pastoral. Por esa razón acogemos con entusiasmo el llamado del Santo Padre a abrir las puertas a Cristo. “La Iglesia… debe hablar cada vez más de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre […] y debe hacerlo con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de la propia vida […] Este anuncio es el que verdaderamente sacude a los hombres, despierta y transforma los ánimos, es decir, convierte”(68). Deseamos, por lo tanto, que toda la pastoral de la Iglesia se encamine, directa o indirectamente, a un encuentro profundo con Cristo que lleve a una permanente conversión personal y comunitaria y se prolongue en un seguimiento fiel de su Persona. “La Iglesia es el lugar donde los hombres, encontrando a Jesús, pueden descubrir el amor del Padre y recibir la gracia del Espíritu de amor que nos hace hijos de Dios”(69).

[B]1.1. Los encuentros con Cristo Vivo

La tradición espiritual de la Iglesia nos ofrece múltiples lugares y modos que hacen posible este encuentro:

1.1.1. Con Cristo vivo nos encontramos en la Sagrada Escritura proclamada en la Liturgia, leída y profundizada en oración. Una gracia especial de estos tiempos ha sido el redescubrimiento y la divulgación de la lectura orante de la Biblia (lectio divina) y particularmente de los Santos Evangelios. Queremos, por lo tanto, intensificar nuestros esfuerzos para difundir la Palabra de Dios, para conocerla y gustarla a través de cursos y talleres bíblicos de diferentes niveles y para lograr que ella sea la fuente primera de la formación de los agentes evangelizadores en nuestras diócesis.

1.1.2. La Catequesis ha sido para muchísimas personas en Chile una ocasión de profundo encuentro con el Señor Jesús y deseamos que así lo sea en el futuro. Es importante tener presente las diversas situaciones de fe que encontramos hoy en la Iglesia y en el mundo: cada uno de estos grupos requiere de una especial pedagogía de la fe y procesos de madurez espiritual que les permitan un encuentro vital con Jesucristo. La fe no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud y riqueza. Y en un país como el nuestro en que “la cuestión social constituye un aspecto relevante […] conviene que las fuerzas que se gastan en nutrir el encuentro con Cristo, redunden en promover el bien común en una sociedad justa”(70).

La catequesis y la formación de personas deben ocupar un lugar prioritario en la acción pastoral, en las parroquias, colegios y demás instituciones de Iglesia, por ser “una dimensión esencial de la nueva evangelización”(71). Para ello recomendamos el uso del Catecismo de la Iglesia Católica y el Directorio General para la Catequesis(72).

1.1.3. Con la persona y el misterio de Cristo nos encontramos en la Sagrada Liturgia, particularmente en la Eucaristía y en el Sacramento del Perdón cuya celebración reiteramos a lo largo de la vida. Es, pues, necesario dedicar tiempo y energía al conocimiento, la preparación y la celebración de los Sacramentos de la Fe según los libros litúrgicos y los Directorios Sacramentales vigentes, valiéndose también de las nuevas posibilidades que brindan los medios de comunicación audiovisual.

Debemos continuar con creatividad los esfuerzos de inculturación que tuvieron un punto destacado en la visita del Papa Juan Pablo II a Chile (1987) y que, en estos últimos tiempos, ha tenido avances significativos en los grupos étnicos y juveniles. Esta es una responsabilidad primaria de quienes ejercen un ministerio en la celebración litúrgica y también de quienes con tanta generosidad la animan en ausencia del sacerdote. Hay un paso de Dios – una Pascua – en nuestras vidas personales, en la vida de nuestras comunidades y en los acontecimientos de nuestro país que es necesario aprender a descubrir y a celebrar.

El encuentro con el Señor, presente en medio de quienes se reúnen en su nombre (Cf Mt 18, 20) le da consistencia a la reunión familiar en torno a la mesa y a la celebración orante de los acontecimientos familiares; también anima la fe de los que participan en comunidades cristianas de base, en distintos grupos (de oración, bíblicos, misioneros, solidarios), en los movimientos eclesiales y en las instituciones católicas de enseñanza.

Queremos insistir en la celebración del Domingo, día del Señor, en que los cristianos tenemos derecho al descanso, a la recreación, a estrechar sus lazos familiares y a alabar comunitariamente al Señor. Desearíamos que en todas los templos y capillas se pudiera celebrar la Eucaristía dominical para que los fieles puedan anunciar la muerte y proclamar la resurrección, cumpliendo con el derecho que los asiste. Sin embargo, dada la escasez de sacerdotes, agradecemos a los Diáconos Permanentes, a los Ministros Extraordinarios de la Comunión, a los Responsables de Comunidades Eclesiales que, debidamente formados y autorizados por el propio Obispo, puedan animar una Celebración de la Palabra(73).

Es muy importante rescatar este día para señalar su particularidad en bien de la familia y de la sociedad. Por eso, pedimos respeto por la celebración del Domingo y colaboración para que se cierren los negocios y actividades secundarias, y así pdamos dedicarnos a santificar el nombre del Señor en el culto y el ejercicio de la caridad.

1.1.4. En la tradición del Evangelio, “los pobres, con quienes Cristo se identifica”(74), son también un lugar privilegiado del encuentro con Cristo y, para muchos, el inicio de una profunda conversión como ha ocurrido con los grandes santos a lo largo de la historia. Nos referimos, por ejemplo, a San Francisco de Asís, a San Martín de Porres, a San Pedro Claver y, entre nuestros contemporáneos, al Padre Alberto Hurtado sj. y a la Hermana Teresa de Calcuta. Nada sustituye el contacto directo con los pobres, los enfermos, los encarcelados, en nuestro seguimiento del Señor(75). Desde ellos, Cristo nos habla, nos interpela, nos evangeliza. Y, en una sociedad que tiende a marginarlos y a excluirlos, sentimos nuestro deber ayudar a crear puentes y generar encuentros de comunión y solidaridad entre personas de distintos estratos sociales.

1.1.5. En las personas tocamos también el misterio del dolor ante el cual buscamos con mayor fuerza la respuesta de la fe y la presencia sanante del Señor. Es, pues, necesario que en nuestra acción pastoral tengamos presente la pedagogía de la cruz, como fuente de vida, y que revaloricemos las diferentes expresiones de la pastoral social como un auténtico camino de santidad al cual todos estamos llamados.

1.1.6. También es deber nuestro cultivar generosamente aquella siembra del Evangelio que está en el alma de nuestro pueblo y que se expresa a través de diversas manifestaciones de religiosidad popular. Para muchos hermanos, la devoción a la Santísima Virgen María y a los Santos ha sido camino seguro para encontrarse con Cristo. Es por ello que hemos de apoyar y valorar más profundamente los esfuerzos pastorales de evangelización y servicio a la fe que se realizan con mucho celo en los distintos Santuarios del país, hasta donde concurre tan gran número de fieles.

1.1.7. La Sagrada Escritura, la Liturgia, la Catequesis, no agotan los lugares de encuentro vital con Cristo. Según la sensibilidad de cada cual, este encuentro puede tener un primer inicio en la contemplación de la hermosura del Misterio de Dios, patente en la creación. Es una puerta de entrada que a muchos artistas y sabios, a las personas de cultura campesina como a la gente de corazón sencillo, les habla con la elocuencia del salmista: \"Señor, Dios nuestro, qué grande es tu nombre en toda la tierra\"(76)… Es un punto de encuentro y de diálogo con todos aquellos, especialmente niños y jóvenes, que hoy son más sensibles al cuidado del medio ambiente, para fomentar la ecología humana, desde la perspectiva de la fe(77).

1.1.8. Para quien tiene una vocación de servicio de la cultura o al servicio de la construcción de la sociedad, resulta imprescindible poner atención a la presencia del Señor en la historia, aunque no todos los acontecimientos conduzcan fácilmente al encuentro con El. En las esperanzas del pueblo, en las búsquedas de la juventud, en los fracasos históricos, en las heridas del pasado y del presente, en las posibilidades del hoy y del mañana como parte de un mundo globalizado, en los grupos y personalidades más comprometidas, encontrarán el campo en el cual trabaja el Señor de la Historia y en el cual invita a colaborar con El. Ahí hay que hacer un profundo discernimiento, particularmente difícil en un cambio de época, para asumir la misión del Señor, alentando y contribuyendo con iniciativas que fomenten el desarrollo humano integral, de cada hombre y de todos los hombres, y desenmascarando y oponiéndose, sobre todo con iniciativas contrapuestas, a todo lo que destruye a su pueblo, también cuando se esconde tras el ropaje del conservadurismo y el progresismo. La voz del tiempo es la voz de Dios. Deber nuestro es discernir los acontecimientos de la historia, para encontrar en ellos el paso del Señor y su invitación apremiante a secundarlo.

[B1].2. Caminos de conversión y espiritualidad[/B].

1.2.1. El Encuentro con Cristo Vivo, tal como lo vemos en la vida de los santos y testigos de la fe, lleva a un cambio radical de manera de pensar, de sentir y de obrar, es decir a una conversión. Ese es un signo de que hemos renacido del agua y del Espíritu(78). Esta es la vida nueva que hay que cultivar y educar, para que el cristiano pueda llevar una existencia digna de tal nombre, convirtiendo al Señor el corazón y las costumbres. Tal como dice la Escritura somos luz y somos sal, y sería un mal muy grande para la Iglesia y para el mundo que la luz no alumbre y la sal se vuelva insípida.

1.2.2. La “vida nueva” de un cristiano debe reflejarse en todos los aspectos de su vida, personal y social, teniendo como norma fundamental el amor a Dios sobre todas las cosas, que nos lleva a hacer su voluntad, y el amor al prójimo para llegar a amarlo como Jesús nos ama(79). Estas actitudes abarcan toda nuestra existencia. Nada puede quedar fuera del amor fiel y verdadero de Dios. Sin embargo, en cada época este amor tiene algunas insistencias que la Iglesia siente su deber proponer, educar y cuidar en la vida de la sociedad.

1.2.3. Hoy tenemos el particular desafío de mostrar nuestra fidelidad a Dios haciendo una opción decidida por el don de la vida, desde su gestación en el vientre materno hasta el momento de su muerte natural. Debemos evitar con firmeza males tan graves como son el aborto, que día a día cobra miles de vidas inocentes, indefensas y silenciosas, y la eutanasia que bajo las apariencias de piedad determina la hora de la muerte de ancianos o de enfermos terminales. Contra la vida atenta también la pena de muerte y las adicciones que van mutilando a tantos hermanos como son el consumo excesivo del alcohol o de drogas ilícitas.

1.2.4. Optar por el don de la vida es optar por \"la cultura de la vida\". Es un proyecto global para toda la sociedad. Es tener una especial solicitud, verdadero amor de predilección, por todos los que viven al margen de la existencia: por los más pobres, por los enfermos, por los que viven en soledad y por los que no encuentran empleo, por los inmigrantes, por los que han perdido su libertad. Es mejorar la calidad de la educación, de la salud, del descanso y de las relaciones humanas. Es crear nuevas fuentes de trabajo, humanizar las empresas y disminuir la brecha enorme que existe entre los más altos y los más bajos ingresos. Por eso, siguiendo las orientaciones del Papa Juan Pablo II en Ecclesia in America, nuestra opción por Dios y por el prójimo debe expresarse particularmente en la conversión a la comunión, a la solidaridad y a la misión, que trataremos en los capítulos siguientes(80).

1.2.5. Tanto los “lugares” de encuentro con Cristo vivo como los caminos de conversión que señalamos están llamados a fortalecer la espiritualidad cristiana que va haciendo surgir el “hombre nuevo” revestido de Cristo(81). Ayudará en este sentido la organización de actividades específicamente espirituales como son los retiros, los talleres y vigilias de oración, los cursos de espiritualidad, las experiencias de discernimiento comunitario y el acompañamiento o dirección espiritual realizada por consagrados y laicos debidamente preparados.

1.2.6. Todo esto supone la implementación de una “pastoral de la espiritualidad” que se verá enriquecida con el estudio en profundidad de la experiencia de los santos y santas que son “la expresión y los mejores frutos de la identidad cristiana de América”(82). Ellos son ejemplos de encuentro con Jesucristo “y ofrecen modelos heroicos de vida cristiana en la diversidad de estados de vida y ambientes sociales”(83).

2. El encuentro con Cristo Vivo: fuente de Comunión y Participación eclesial

\"Como tu Padre, en mí y yo en ti
que ellos también sean uno en nosotros”
(Jn.17,21)

El encuentro vital con Cristo nos abre a la comunión con el Padre y con cada ser humano. El amor fraterno que vivían las primeras comunidades cristianas despertó la admiración del mundo pagano y abrió a muchos a la fe(84) . Hoy también podemos hacerlo sabiendo que la experiencia de comunión entre los bautizados será la mejor respuesta a la “sed de Dios” que muchos sienten y a la creciente soledad interior que impulsa a las personas a buscar espacio, acogida y pertenencia en una comunidad eclesial.

“En un mundo roto y deseoso de unidad, es necesario proclamar con gozo y fe firme que Dios es comunión […] el cual llama a todos los hombres a que participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que esta comunión es el proyecto magnífico de Dios [Padre]; que Jesucristo, que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión, y que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiera roto”(85).

2.1. Centros de comunión y participación

La comunión que Dios quiere en nuestra Iglesia debe manifestarse en signos muy concretos de fraternidad y cercanía a los hermanos, comenzando, por cierto, por los sacramentos de la iniciación cristiana y en especial por la celebración de la Eucaristía, sacramento de comunión y de misión. Con ese mismo espíritu queremos trabajar para que en todas las estructuras eclesiales la organización y la administración estén al servicio de la comunión, y no ahoguen este espíritu que expresa “el proyecto magnífico de Dios”(86).

2.1.1. Esta convicción nos impulsa a trabajar por la renovación de nuestras parroquias que, lejos de perder vigencia, hoy cobran nueva importancia especialmente en la ciudad. Es necesario estudiar la variedad de formas que toma la vida parroquial y valorar también las parroquias personales. “Una clave de la renovación parroquial especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades, puede encontrarse quizá considerando la parroquia como comunidad de comunidades y de movimientos. Parece por tanto oportuno la formación de comunidades y grupos eclesiales de tales dimensiones que favorezcan verdaderas relaciones humanas. Esto permitirá vivir más intensamente la comunión no sólo ad intra, sino con la comunidad parroquial a la que pertenecen esos grupos, y con toda la Iglesia diocesana y universal”(87).

2.1.2. En consecuencia, queremos dar nuevo impulso a las Comunidades Eclesiales de Base cuya importancia pastoral siempre hemos destacado. Ellas contribuyen a tener una genuina experiencia de Iglesia, son una escuela de escucha de la Palabra de Dios, fuente de servicios y ministerios confiados a los laicos, y pueden integrar muy bien la oración, la celebración y la solidaridad a un nivel más cercano y personalizado que muchas otras instituciones de Iglesia. La Parroquia, comunidad de comunidades, se ve muy fortalecida con su existencia. Ellas demuestran también que es posible un estilo de vida fraterno y solidario tan distinto al estilo que promueve la cultura consumista.

2.1.3. Es conveniente dar mayor cabida y acogida a los movimientos apostólicos y de espiritualidad así como a las nuevas comunidades que florecen en el seno de la Iglesia. A veces no se les ha considerado en su real importancia porque tales grupos no se insertan con facilidad en las actividades pastorales ya estructuradas en las diócesis o en las parroquias. Sin embargo, hay en estas nuevas comunidades una gracia del Espíritu que impulsa hacia la conversión y la educación de la fe, y que se manifiesta en la variedad de carismas y espiritualidades que, obviamente, deben ser adecuadamente discernidas y acompañadas en su crecimiento espiritual.

2.1.4. El deseo de poner en práctica una eclesiología de comunión nos debe hacer avanzar, en todos los sectores, hacia una “Pastoral de Comunidades y Ministerios” que acoja y ofrezca instrumentos y orientaciones concretas para iniciarla donde no existe, reanimarla y fortalecerla donde esta haya decaído, abrirles horizontes de acción evangelizadora y formar a sus animadores(88).

Los ministerios o servicios confiados a los laicos es un tema que merece detenido estudio. Somos deudores del trabajo abnegado de catequistas presacramentales, de animadores de CEBs, de monitores juveniles, de Ministros Extraordinarios de la Comunión, de servidores de la solidaridad y de tantos otros hermanos que generosamente se entregan por el bien de los demás. Necesitamos, sin embargo, reflexionar mejor estos servicios para discernir lo que es más propio de los laicos y de los ministros ordenados, contribuyendo a establecer la entidad canónica y eclesial propia de estos oficios.

2.1.5. La mayor demanda por formación, en un mundo en que se valoriza cada vez más el estudio y en que la gente tiene acceso a tantas “verdades” a través especialmente de internet, nos lleva a desear que haya muchos más laicos y consagrados que se dediquen al estudio de la Teología. Agradecemos el ministerio tan valioso desarrollado por teólogos y teólogas en Seminarios, Casas de Formación y Facultades de Teología. De ellos esperamos también su aporte para realizar un discernimiento teológico-pastoral ante los desafíos que plantean a la fe la ciencia, la técnica, la economía y la cultura en este mundo globalizado.

2.1.6. Especial atención se debe dar a los centros educativos donde se imparte la educación católica, sean estos de enseñanza básica, media o de estudios superiores. En ellos la comunidad educativa debe ser una fuerte instancia pastoral que vele por la consistencia de la educación en la fe doctrinal, sacramental, litúrgica y caritativa. Lo anterior supone una comunidad escolar que procure vivir los criterios del Evangelio, que celebre la liturgia – aun dominical – que se solidarice con los pobres y esté atenta a las necesidades de sus miembros. En este sentido “es oportuno recordar, en sintonía con el Concilio Vaticano II, que la dimensión comunitaria de la escuela católica no es una mera característica sociológica, sino que tiene también un fundamento teológico. La comunidad educativa, en su conjunto está, por lo tanto, llamada a promover un tipo de escuela que sea lugar de formación integral mediante la relación interpersonal”(89).

Nos es grato llamar a una mayor complementación entre la Parroquia y la Escuela Católica, a compartir energías, recursos humanos y materiales, para acometer en conjunto el desafío de inculturar el Evangelio. Esta actitud debe extenderse también a los otros centros educativos no confesionales, especialmente donde los recursos humanos y materiales son más escasos, para ayudar a la formación y a la promoción de todos los chilenos. Y, en unos y otros, preocuparnos de mejorar la calidad y la pedagogía de los Profesores de Religión, cuya importancia es decisiva en la formación de la fe de los alumnos.

2.1.7. Todos estos centros de comunión requieren, necesariamente, de la comunidad de amor y de fe que es la familia. Ella es por vocación el lugar de la primera convivencia, donde se aprende a compartir, a postergarse por amor y a perdonar, el lugar donde se aprende a dar y a recibir. Y, cuando la familia es en verdad una comunidad de fe, se aprende desde muy pequeños, a pronunciar el nombre de Jesús y el nombre de María, se tiene la catequesis primordial y se recibe la iniciación a la vida sacramental. En ella, los niños reciben las primeras oraciones y devociones a las cuales regresamos a lo largo de la vida, con especial veneración, porque esas expresiones de fe y de amor están unidas las figuras tan queridas de padres, hermanos y abuelitos.

Junto con agradecer de corazón a tantas familias, que viven con alegría su hermosa vocación, alentamos a continuar apoyando la pastoral familiar, en sus diversas formas, que incluye también a los que han sufrido tropiezos y fracasos en su matrimonio.

2.2. Agentes de comunión y participación

La comunión y participación tienen su fuente y modelo en el Misterio de la Comunión Trinitaria(90) en la que todos estamos llamados a participar por el amor, por la fe y los sacramentos. Ella es la que ha inspirado y sostenido a tantas personas y comunidades que han sido agentes eficaces de la comunión a través de la historia. Ella es la que enriquece con ministerios, carismas y dones que el Espíritu Santo da para edificación de la Iglesia y para bien de los hombres.

2.2.1. Es primordial el testimonio de comunión entre los Ministros ordenados, Obispos, Presbíteros y Diáconos Permanentes, en la vida interna de la Iglesia y ante la opinión pública para hacer más transparente y creíble el mensaje de Jesús. Es normal tener distintos puntos de vista ante situaciones contingentes. Lo importante es que éstos se expresen con mutuo respeto para que aparezca siempre la unidad en la Verdad y la comunión en el Amor.

2.2.2. Es necesaria, también, una comunión visible y fraterna con los consagrados y consagradas y entre ellos. Es nuestro deber estar atentos a sus necesidades y valorar los carismas con que éstos enriquecen a la Iglesia. En ese espíritu les pedimos que “conscientes del gozo y de la responsabilidad de su vocación, se integren plenamente en la Iglesia Particular a la que pertenecen y fomenten la comunión y la mutua colaboración”(91).

2.2.3. Se suele decir que el siglo que comienza debe ser un tiempo de especial protagonismo laical. La evangelización en una sociedad tan variada y compleja lo requiere cada vez más. Por esta razón queremos hacer mayores esfuerzos para lograr una real integración y un efectivo compromiso de los laicos en la vida y misión de la Iglesia, considerándolos co-responsables de ella, valorando sus diversos carismas y renovando las estructuras pastorales para darles espacio y efectiva participación.

Se necesita el aporte de los laicos en medio del mundo y de las realidades temporales. Son ellos su fermento y sus primeros responsables. Es imprescindible su aporte en la evangelización de la cultura y de los diversos ámbitos de la sociedad, para que ésta se humanice. Este aspecto es particularmente necesario en estos tiempos de cambios en los que está naciendo un modo nuevo de sentir, de actuar y de relacionarse unos con otros. Cada uno desde el lugar de su especialidad o de su vida, debe mantener una profunda actitud de observación y de escucha para conocer lo que está naciendo y examinarlo con los demás de modo que podamos realizar el discernimiento necesario que nos haga descubrir el impulso del Espíritu Santo y colaborar con El.

2.2.4. Ponemos mucha esperanza en la formación cristiana de laicos que actualmente ofrecen las universidades e institutos católicos de educación superior Esperamos que esta formación haga posible la organización de “Comités de Ética”, interdisciplinarios, en los distintos campos laborales, particularmente en el campo de la salud en que se toman delicadas decisiones respecto de la vida humana.

2.2.5. La existencia de Consejos Pastorales representativos y operantes en los diversos niveles de las diócesis, de equipos de trabajo para animar las distintas áreas pastorales, de Asambleas más amplias que se reúnan algunas veces en el año, de instancias de planificación pastoral, la administración etc., hará posible la participación responsable y comprometida de los laicos en las Comunidades, Movimientos e Instituciones de Eclesiales.

2.3. Ecumenismo

2.3.1. La comunión eclesial se manifestará en forma más plena cuando la reconciliación entre los cristianos sea un hecho y se superen las divisiones entre bautizados. Esta comunión plena es fruto de la oración, el diálogo y la acción común(92), lo que implica la voluntad decidida de superar las “laceraciones que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y son un escándalo para el mundo”(93). Las lamentables tensiones históricas entre católicos y evangélicos hacen evidente la necesidad de un testimonio de fraternidad y cooperación “para que el mundo crea”(94).

2.3.2. El acercamiento entre quienes compartimos el nombre de cristianos manifestará mejor la comunión espiritual que ya tenemos y permitirá que Jesús sea conocido y amado por todos. Alentamos a continuar conociéndonos compartiendo, por ejemplo, las historias de cada Iglesia y tomando iniciativas para invitar a hermanos de las Iglesias de cada sector a participar en algunas convivencias y reuniones de comunidad; también, si el tema lo indica, en alguna reunión del Consejo Pastoral. También es de desear momentos de oración en común y el ecumenismo de la acción estableciendo diversas formas de cooperación frente a problemas sociales como por ejemplo, en la reconciliación entre chilenos, en la prevención y el tratamiento de adicciones, en la defensa del medio ambiente, la acogida a los migrantes, la promoción de los más pobres, etc.

2.3.3. La promulgación de la llamada “Ley de Cultos”(95) nos brinda una oportunidad providencial para tratar en espíritu de comunión los desafíos y problemas que surjan de su aplicación. De esa manera podremos inaugurar una nueva etapa en nuestras relaciones con las Iglesias hermanas para hacer del tercer milenio del cristianismo el milenio de la unidad.

2.4. Corresponsabilidad y autofinanciamiento en la Iglesia

La comunión y la participación, hace necesaria la corresponsabilidad en la misión aportando tiempo, oración, talentos y recursos a la evangelización. La imagen de una Iglesia rica y autosuficiente, que contaría con subsidios internos y con cuantiosas ayudas venidas desde el exterior, unida a la incomodidad con que la mayoría de los sacerdotes y consagrados tratamos el tema del dinero, han sido un grave obstáculo para lograr el autofinanciamiento de las Iglesias locales.

Nos parece que debemos abordar este tema en cada diócesis para avanzar en tres direcciones, complementarias entre sí:

2.4.1. Tomar una mayor conciencia de la falta de recursos y de la correspondiente necesidad de crecer en la Contribución del 1%, como signo de pertenencia, de comunión, de participación y de corresponsabilidad de los fieles laicos en la vida y en la misión evangelizadora de su Iglesia, y como una manera de cumplir en conciencia con el 5* mandamiento de la Iglesia(96).

2.4.2. Revisar la forma como administramos los bienes de la Iglesia para hacerla cada vez más transparente, y eficiente.

2.4.3. Estudiar y generar mecanismos concretos para compartir los recursos humanos y materiales entre diócesis, entre parroquias y otras instituciones eclesiales, para establecer una solidaridad efectiva entre quienes poseen mayores recursos y aquellos que c carecen de ellos para el sustento diario. Este testimonio nos dará mayor autoridad moral para pedir un comportamiento semejante a la sociedad.

2.4.4. En este mismo espíritu los obispos, sacerdotes y consagrados, debemos revisar nuestros estilos de vida, las casas que habitamos, los vehículos que utilizamos y los bienes que poseemos, para despojarnos de lo que sea superfluo y abrazar un estilo semejante al de Jesús el Señor. Todos los cristianos deberíamos confiar más en Dios Providente y dejar de lado la excesiva confianza en los medios materiales(97).

2.5. Comunión y reconciliación

Tarea pendiente en Chile es la efectiva reconciliación para vivir como hermanos en esta tierra que tanto amamos. Los sucesos de las últimas décadas que nos separaron ideológicamente, las opciones violentas tomadas por algunos, las graves violaciones a los derechos humanos, han dejado heridas abiertas o apenas restañadas que se abren ante el menor roce o conflicto.

Algo semejante podemos decir de las enormes diferencias económicas que caracterizan al país y que llevan a algunos a vivir con las comodidades del primer mundo mientras otros subsisten en la pobreza y la exclusión propias del cuarto mundo. Eso no puede ser querido por Dios que es muy severo con los que se apropian del bienestar de los pobres o no comparten sus riquezas con los más necesitados. La parábola del rico sin nombre, a quien llamamos Epulón, y del pobre Lázaro así lo indica(98).

Es necesario, pues, dedicar nuestros mejores esfuerzos a trabajar por la comunión y la reconciliación. El ideal de una convivencia reconciliada es genuinamente cristiano ya que en otras culturas o ideologías se tiende a privilegiar el conflicto o simplemente se vive sin perdonarse llegando cuando más a tolerarse. Nosotros sabemos que la enseñanza de Cristo es muy distinta pues nos pide orar por quienes nos persiguen y perdonar a quienes nos ofenden(99). En el Evangelio encontramos los caminos de la justicia y de la misericordia, del arrepentimiento y del perdón, de la comprensión y de la paz. Nuestra convivencia necesita, más que nunca, los valores del Evangelio, que se apartan de la venganza y miran más la viga en el ojo propio que la paja en el ojo ajeno. Esto es algo que nadie puede imponer a los demás, pero que los cristianos tenemos el deber de proponer y practicar. Así contribuiremos desde la fe a la paz y a la felicidad de nuestros compatriotas.

Notas al pie

(65) Jn 4, 10
(66) CF TMA 33; IM 11.2, 8
(67) Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo de la III edad, Roma 17.09.00
(68) E Am 67.10
(69) E Am 10.1
(70) E Am 69.4
(71) E Am 69.1
(72) Cf E Am 69
(73) Cf. CDC 1248, 2
(74) E Am 12; Centesimus Annus 37ss
(75) Cf Mt 25, 34ss
(76) Salmo 8
(77) Cf. “Plan Global del CELAM, 1999-2003”, 87
(78) Cf. Jn 3, 5-8
(79) Cf Mc 12, 29-31; Jn 15, 12
(80) Cf Capítulos IV.2 a IV.4 de este documento.
(81) Cf. 2 Cor 3, 18
(82) Cf E Am 15
(83) Ibid.
(84) Cf. Act 4, 32-35 y 5, 12-16
(85) E Am 33.1
(86) Ibid.
(87) E Am 41.2
(88) Al respecto será importante recurrir a las “Nuevas Orientaciones para el Servicio del Animador de las CEB”, publicado por la CECH
(89) Congregación para la Educación Católica, “La Escuela Católica en los umbrales del III Milenio”, Roma 28.12.97, N. 18.
(90) Cf. 1 Jn 1, 1-2
(91) Cf. E Am 43.3
(92) E Am 49.1
(93) TMA 34
(94) Jn 17, 21
(95) Ley Nº19.638 “sobre la constitución jurídica de las Iglesias y organizaciones religiosas”
(96) Cf CDC 1260
(97) Cf E Am 28.2
(98) Cf Lc. 16, 19-31
(99) Cf. Mt 5, 43-47 y 6, 14-15



(Continúa en Parte 3)
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