Un sucesor de los apóstoles, es decir, de aquellos que con Santiago fueron llamados por Jesucristo para acoger y transmitir el Evangelio, Mons. Fernando Chomalí, nos ha interpretado a todos, dirigiéndole la palabra a nuestro santo patrono, el Apóstol Santiago, en el contexto de la solidaridad con los más afligidos después del terremoto y el maremoto del 27 de febrero recién pasado. Le habló en el contexto de esa solidaridad que muchos esperan, y de la solidaridad que surgió espontánea y generosamente, y que queremos prolongar mediante el hermanamiento de nuestras parroquias con las comunidades parroquiales que más han sufrido.
Esta circunstancia nos invita a meditar en la solidaridad del Apóstol Santiago, y en la nuestra, siguiendo sus pasos.
En el relato escrito por el evangelista Lucas, Santiago aparece por primera vez a orillas del lago Tiberíades (5, 11). Está apoyando a su padre Zebedeo, lavando y remendando con otros las redes con las cuales no habían conseguido pescar esa noche. No les ha dejado ese trabajo a los jornaleros. Él mismo, solidario en la desilusión de todo el grupo, no se aleja como el hijo del dueño de la barca. No; trabaja al igual que todos.
Jesús escogió la otra barca, la de Pedro, para hacer llegar desde ella la Palabra de Dios a la multitud que le seguía. No le correspondió a Santiago ni remar mar adentro, ni echar las redes en el nombre de Jesús, antes de producirse la pesca milagrosa. Pero no reaccionó con envidia. Vio la difícil situación de Pedro y Andrés, cuando las redes que habían lanzado, amenazaban con romperse por la gran cantidad de peces. No lo dudó ni un instante. Condujo su barca hasta la de Pedro para ayudarlo. Esa prontitud con que se apresuró a socorrer a los otros pescadores, distinguió la solidaridad de Santiago; esta vez en la abundancia de la pesca, en la fecundidad del trabajo, y en el gozo y la gratitud de haber sido abundantemente bendecidos por Jesucristo.
Comenzó su camino solidario junto a Jesucristo ese mismo día, cuando el Señor lo llamó y le dio una misión. No le puso objeción alguna. No necesitó tiempo alguno para despedirse de sus amigos ni de su madre; tampoco para vender sus aparejos para la pesca. Cuando Cristo lo invitó a ser pescador de hombres se fue tras Él, dejándolo todo, también a su padre en la barca (Mc 1, 20).
Fue testigo, con muchos discípulos, de enseñanzas sabias e impresionantes de Jesucristo; también de su bondad y su poder, manifestados en milagros que a todos los dejaban pasmados (Mc 2,12). Nunca había visto nada semejante. Así creció en él la admiración por el Maestro, y la voluntad de seguirlo. Hasta que un día, como nos narra el evangelista Marcos (3, 13ss), también él subió al monte, porque Jesús lo llamaba. Esta vez no llamó a todos los discípulos. Tan sólo a doce, y él estaba entre ellos. El Señor lo llamaba a ser uno de los Doce, a acompañarlo de cerca, y a ser solidario con su misión de predicar, dotándolo de poder para expulsar a los colaboradores del príncipe de la mentira, la desunión y el odio, demonios como Satanás, su jefe.
Aceptó la invitación. Pertenecería al círculo de los discípulos más cercano a Jesús, más solidario con Él, más abiertos a su enseñanza, más dedicados, con todas sus fuerzas, a la construcción del Reino.
Permítanme una interrupción en esta meditación sobre la vida de Santiago, que nos habla de su solidaridad. También a nuestra barca se acercó el Señor. Por algo estamos aquí, celebrando la fiesta de uno de sus apóstoles. Al igual que Santiago, la invitación a seguirlo y a ser solidarios con Él la recibimos en más de una oportunidad. Seguramente nos asombra que se haya fijado en nosotros. Más todavía, al darnos cuenta de nuestras limitaciones y pecados, y del hecho que Él nos llame a la santidad. También fue grande el estupor, cuando nos llamó al sacerdocio y a la vida consagrada. Es posible, sin embargo, que nos haya infundido temor la elección del Señor. Hasta la Sma. Virgen se conturbó al escuchar las palabras del arcángel Gabriel, quien la exhortó a no tener miedo, puesto que el Señor había mirado y bendecido la pequeñez de su esclava, y le daría una gran misión, que Él mismo cumpliría con ella. ¡Cuánto nos alienta la sencillez con la cual la Virgen María y nuestro patrono, Santiago, aceptaron la invitación de Dios! Hoy es un tiempo propicio para pedir la gracia de amarlo y seguirlo, escuchando su palabra, y acogiendo su llamado con plena disponibilidad.
En la última Cena Jesucristo diría a sus apóstoles que para Él ellos eran sus amigos. Esa experiencia la tuvo Santiago, junto a Pedro y a Juan. Varias veces Jesucristo les manifestó una especial confianza y cercanía. Santiago estuvo presente con ellos cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo, y cuando se transfiguró en la cima del monte Tabor, y ellos tuvieron una experiencia de cielo. Más tarde, Su Maestro le pidió a Santiago que orara con Él. Ocurrió cuando Judas estaba aproximándose al Huerto de los Olivos con los soldados para cumplir su traición y entregarlo. A su apóstol Santiago, Jesucristo lo fortaleció con estas experiencias, para que siempre mantuviera su fidelidad y su solidaridad hacia Él y su plan de amor y liberación.
Reflexionemos en las muestras de amor y cercanía que hemos recibido de Jesús: en aquellas que nos han beneficiado personalmente, y en aquellas que nos han conmovido por beneficiar a nuestras familias y comunidades, como también a nuestra patria. Son signos de su amor, que suscitan nuestro amor. Son signos de la solidaridad hacia nosotros que nos ofreció ya en la hora del bautismo, y que caracterizan su fidelidad y su plan de amor. Esta mañana nos invitan a seguir el ejemplo del Apóstol, y a responderle a Cristo con nuestra solidaridad, sobre todo cuando quiere que todos sean invitados a la mesa de su amor y nadie sea excluido de ella, ni de la dignidad que Él les ha otorgado, aún a los más afligidos de la sociedad, por carecer de pan, de techo o de respeto y libertad.
Santiago escuchó muchas veces los discursos de Jesucristo sobre el Reino. Se entusiasmó con el Reino de Dios. También se entusiasmaron su madre y su hermano Juan, como lo hechos escuchado en el relato del Evangelio de esta fiesta. Se imaginaban el reinado de Jesús de una manera muy humana. Tal vez con corona y poder, desde luego con ministros; los más importantes, a la derecha y a la izquierda de Cristo Rey. Como hijos de un mini-empresario pesquero, de Zebedeo; podían pedir puestos privilegiados para ellos. Se les fueron los humos a la cabeza, y se alejaron, seguramente sin quererlo, de la solidaridad con su Maestro y Señor: con su voluntad redentora de no ser tratado conforme a su dignidad, sino como quien viene a servir, despojándose de su rango. Por el contrario, ellos querían para sí los mejores lugares, la mayor influencia, una gran autoridad y mucho poder en el Reino de Cristo. También se olvidaron de la solidaridad con los demás apóstoles. Sólo para ellos dos, los primeros lugares del Reino.
Fue una hora de crisis en relación a la solidaridad, y una hora de prueba. Pero Jesucristo no dejó que se perdieran en su error y vanidad. Tampoco lo quiere para nosotros, en nuestra vida. Nos corrige y nos devuelve al camino verdadero: a la ruta de la fidelidad incondicional a Él, a la vía del espíritu y los valores propios del Reino. Así lo hizo con Santiago y Juan. Si querían ser los primeros en su Reino, debían convertirse a una solidaridad más plena y profunda con Él, tomando su cruz y siguiéndolo, bebiendo del cáliz que Él bebería. Debían optar por el camino del servicio, posponiendo ambiciones y dignidades, siguiendo a su Maestro que no vino a este mundo a ser servido sino a servir, y a dar la vida como rescate para muchos (Mt 20, 20ss).
¿Qué pasó en el corazón de Santiago al escuchar estas palabras? Nada se nos dice de una reacción negativa de su parte. Es cierto, se había equivocado; y seguramente se avergonzó de ello. Pero no quería apartarse de la sabiduría de su Maestro, aunque le causara dolor escucharla. Sólo quería ser discípulo suyo, y solidarizar con su misión, con su camino, con su espíritu. Por solidaridad con Cristo, serviría a sus hermanos, bebería el cáliz del Señor, sería testigo de la muerte y resurrección de Cristo, predicaría la Palabra de Dios a las primeras comunidades cristianas, le abriría el camino a los paganos que se convirtieran (Hch 15, 13ss), iría como enviado a donde el Espíritu lo llevase, y daría su vida en fidelidad a su Maestro y Señor. Fue el primer apóstol que bebió el cáliz de derramar su sangre por Cristo (Hch 12, 2), muriendo mártir. Al Maestro que lo había amado hasta el extremo, lo amó hasta el extremo. Le respondió con fidelidad, siéndole obediente en el anuncio de la Pascua, y desobedeciendo a quienes querían apartarlo de su solidaridad a Cristo. Le costó la vida, y pasó a la felicidad del cielo.
Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, nos revelan que Santiago no se olvidó de nosotros después de su muerte. Por siglos han peregrinado hasta su tumba numerosos santos y grandes pecadores. Desde la Edad Media hasta nuestros días han hecho el Camino quienes pedían la gracia de ser más fieles a Cristo, ser mejores discípulos suyos y ardorosos misioneros. Peregrinan jóvenes y adultos, miembros vivos de comunidades cristianas en España y en muchos otros países, y peregrinan largos días amantes de la naturaleza. Recorren alguna de las rutas a su Catedral medioeval, donde él los espera en el Pórtico de la Gloria, también agnósticos humanistas y personas ateas. Unos peregrinan por gratitud, y otros por dolorosas necesidades, orientados por su sed de vida, de paz, de fraternidad y de trascendencia.
Queridos hermanos, acudamos a esta admirable solidaridad de Santiago apóstol con los buscadores, los agradecidos y los necesitados de este mundo. También nosotros, discípulos y misioneros del mismo Señor de Santiago, seamos capaces de despertar, hasta en quienes no creen en Dios, la sed de recorrer el camino de Santiago, que terminará conduciéndolos a Aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Y sabiendo que hay muchos chilenos que aún sufren después del terremoto y del maremoto que los azotó, recibamos el aliento del Apóstol Solidario con Cristo y con quienes lo veneran, aportando como él mucha ayuda, apoyo y esperanza, como amigos de los necesitados y de quienes buscan. Hagámoslo con el espíritu de servicio que le enseñó su Maestro, que es nuestro Maestro y Señor.
Amén.
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago