Hace una semana, en la celebración del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia universal, bajo el pastoreo de Benedicto XVI, terminaba la celebración del Año Sacerdotal, con motivo de los 150 años de la muerte de San Juan María Vianney, patrono de los párrocos.
Ponemos en medio de nosotros, junto al pueblo de Dios, la figura de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, alabando y dando gracias a Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo y padre nuestro por este don del ministerio sacerdotal para el bien de su pueblo.
La Palabra de Dios proclamada, que ilumina y da sentido a las grandes celebraciones de nuestra fe cristiana, nos ayudará a tomar conciencia de algunos aspectos de nuestra vida y servicio al rebaño que el Buen Pastor nos ha confiado.
1.- La primera lectura, el texto del libro segundo de los Reyes nos presenta la historia del pueblo de Israel, que como la de muchos otros pueblos, muestra una serie de personas o hechos para nada ejemplares, dentro de un ambiente extremadamente violento y de maldad.
Atalía, idólatra como sus padres Ajab y Jezabel, con un golpe de estado, extermina a la familia real y ocupa el trono sin ningún tipo de escrúpulos. Pero queda un niño, Joás, quien, fuera de todo cálculo humano, se salva de la matanza, y más tarde, en el momento oportuno será proclamado rey. Así se restituye la casa de David y se vuelve a restaurar la alianza del pueblo con el Dios verdadero.
El salmo que hemos proclamado lo expresa jubilosamente: “el Señor ha jurado a David una promesa que no retractará, a uno de tu linaje pondré sobre tu trono… si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño.”
El amor providente de Dios, que a veces nos cuesta entender, vuelve a realizar la misma tarea a través de la historia, también la contemporánea, frente a los desórdenes de un mundo violento, injusto, donde constatamos idas y vueltas en la fidelidad o infidelidad a Dios y a su proyecto de salvación.
Esta fue la tarea del santo Cura de Ars en el contexto de su tiempo, con todas las secuelas que dejó en Francia, y en toda Europa, la Revolución Francesa. El, hombre modesto y al parecer, sin las cualidades espectaculares de un hombre carismático, como discípulo de Jesús, frente a los grandes problemas y necesidades de su tiempo, hizo su aporte como miembro de una sociedad en crisis y como pastor.
Con la fuerza de su palabra y la sencillez de su ejemplo, hizo incansablemente la siembra de la Palabra de Dios con su fidelidad al Evangelio, su servicio a los pobres y desamparados, su apoyo a los perseguidos y su mensaje de esperanza para lo que se veían desplazados por el caótico abuso del poder.
Para los que hemos sido llamados al ministerio de la verdad y la reconciliación, la lección de Juan María Vianney sigue siendo válida, aunque en tiempos y contextos diferentes. Conociendo el mensaje propuesto por nuestro maestro y señor Jesús de Nazareth, nos damos cuenta de que la mentira, la violencia y la injusticia van directamente en contra del estilo de pensar y actuar que Él nos ha enseñado mediante la doctrina y el testimonio de la Iglesia.
Nuestros pastores reunidos en Aparecida nos han dicho que la violencia, de cualquier tipo que sea, moral, social o física, sea en el ambiente familiar, político o laboral, van contra el estilo de tolerancia, fraternidad y entrega que el Maestro nos ha enseñado. También aquí va una lección para que los pastores, Obispo, sacerdotes y diáconos permanentes, revisemos nuestras relaciones hacia dentro y hacia fuera: Obispo y sacerdotes, sacerdotes y diáconos permanentes, pastores y fieles, jerarquía y poder civil, párrocos y mundo de la familia y del trabajo
Seguramente vamos a darnos cuenta de que hay una gran tarea pendiente en la vivencia de la comunión eclesial a todo nivel, en la sociedad de nuestro tiempo, en la que urgente saber discernir en medio del desconcierto valórico tanto personal como familiar y social.
En el evangelio proclamado Mateo presenta algunas enseñanzas de Jesús a través de breves y sencillas frases que contienen una profunda sabiduría para la vida de la gente, y también para el ministerio de los pastores.
Por ej., según el Maestro no hay que amontonar tesoros en la tierra, que son caducos, destructibles por la polilla o la carcoma, o que los ladrones o asaltantes pueden fácilmente robar. La historia de cada día, comprobada por los medios de comunicación o tal vez la experiencia propia, comprueba la fugacidad de lo que hoy está en nuestras manos y mañana desaparece, más o menos violentamente. La lección a aprender es obvia: hay que cultivar y cuidar los valores verdaderos, duraderos, que no están sujetos a la experiencia de robos o asaltos. Se trata de lo que Jesús llama “los tesoros del cielo”.
Por otro lado el Señor habla de que “la lámpara del cuerpo es el ojo”. Qué quiere decir con esta expresión casi hermética, misteriosa? Simplemente nos dice que es nuestra mirada, nuestro modo de ver la realidad de la vida, la que da color o sentido a toda nuestra vida. No hay duda de que si estoy enfermo mi mirada o modo de ver la vida, el mundo, las relaciones con Dios, con los demás o con la naturaleza, van a acusar el impacto. Si mi vista está mal todo puede desfigurarse y cambiar de sentido: un gesto de amor se convierte en una burla sospechosa, una palabra dicha con honesta franqueza se escucha como un ataque violento, un consejo bien intencionado se torna en un reproche imperdonable.
La historia de su vida nos dice que el Cura de Ars, en su relación con Dios era la de un hijo que confía en su Padre, su encuentro con la persona de Jesús en la oración, la Eucaristía y los demás sacramentos, era sin apuros y de profunda contemplación, el trato que daba a los fieles era de gran respeto y misericordia, especialmente en su largo tiempo dedicado al confesonario, su sabiduría cotidiana le hacía ser un humilde servidor desde su gran corazón y no “una máquina de hacer cosas”.
No quiero terminar esta homilía sin mencionar lo que Benedicto XVI dijo en la clausura del Año Sacerdotal, hace pocos días atrás a más de 15 mil sacerdotes de todo el mundo. El les hablaba de tres columnas de nuestra condición de sacerdotes: “la primera, la Eucaristía, los sacramentos, hacer posible y presente la Eucaristía, sobre todo, la del domingo, en cuanto sea posible para todos, y celebrarla de tal modo que sea realmente el visible acto de amor del Señor por nosotros. La segunda es el anuncio de la Palabra en todas sus dimensiones, desde el diálogo personal a la homilía. La tercera es la caridad, el amor de Cristo, estar presentes en la vida de los que sufren, de los pequeños, de los niños, de las personas en dificultad, de los marginados. O sea, hacer realmente presente el amor del Buen Pastor. Y después una prioridad muy importante, la relación personal con Cristo.”
El Papa, al final de su mensaje a los sacerdotes presentes, les recuerda unas hermosas pero exigentes palabras de San Carlos Borromeo: “no descuides tu propia alma, si descuidas tu alma, tu interioridad, no podrás dar a los demás todo lo que deberías ofrecerle.”
Y cuando este último tiempo la Iglesia universal se ha visto conmovida y dolida por los delitos de algunos sacerdotes, delitos que ella misma rechaza y condena de modo absoluto y sin componendas, es bueno estar cerca de las víctimas y apoyarlas en sus justos derechos. Pero tenemos claro que “los delitos de algunos no pueden ser utilizados para manchar a la totalidad de los presbíteros de la Iglesia.” (Carta del Card. Hummes). Nosotros, que conocemos nuestra debilidad, queremos renovar, bajo la acción transformante del Espíritu de Dios, el propósito de una vida santa y al servicio de nuestros hermanos y hermanas.
Este es un momento adecuado para dar rendidas gracias a los sacerdotes de la Diócesis por su testimonio de vida, su trabajo esforzado y su aporte a la Misión Continental en que está comprometida nuestra Iglesia. Quiero agradecer al P. Alejandro Castillo, Vicario General, su servicio a la diócesis y su aporte a la solución del conflicto laboral de los trabajadores de Coemin.
Conclusión
No puedo terminar este mensaje sin dejar una agradecida constancia de la misericordia que el Dios uno y trino, ha tenido conmigo en este tiempo difícil de mi enfermedad. A este respecto aprovecho la coyuntura que me ofrece el Campeonato Mundial de Futbol en que estamos, para traer a la memoria lo que el recordado don Fernando Ariztía, en la parte final de su vida, me dijo varias veces con su especial sentido del humor: “Gaspar, el Señor ya me ha mostrado tarjeta amarilla.”
Gracias a quienes me llamaron preocupados por teléfono, a los que me enviaron algún correo-electrónico, a los que pudieron ir a visitarme, a todos quienes oraron por mi frágil condición humana en esta etapa de mi vida.
El Santo Cura de Ars interceda ante Cristo Sacerdote para que los pastores, el Obispo, los sacerdotes, los diáconos permanentes, logremos en el quehacer de cada día la meta de una santa vida según su corazón.
Y que María del Carmen, cuya imagen como Madre del Consuelo de Chile, nos visitará del 12 al 18 de septiembre de este Bicentenario en las ciudades de nuestra Diócesis, nos bendiga y nos ayude a hacer de Chile “una mesa para todos”.
A Cristo, Señor y Maestro de la historia
El honor, el poder y la gloria para siempre. Amén.
+Gaspar Quintana J., cmf
Padre Obispo de Copiapó