Festividad de San José Obrero del 1° de mayo de 2010. Concepción
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy nos hemos reunido en este templo sagrado de la Parroquia de Santa Cecilia para celebrar la Eucaristía y en ella la festividad de san José Obrero, la que da contenido y sentido al día internacional de los trabajadores.
Por eso, el primer saludo en este importante día es de bendición y paz para todos los trabajadores del mundo, sus familias y organizaciones, especialmente a los de nuestra querida región del Bio Bío. Más aún, cuando todos hemos sufrido un devastador terremoto que muy fuerte nos ha golpeado, no sólo derrumbando casas sino también arrebatándonos importantes fuentes laborales, pero que con mucha más fuerza nos ha mostrado el amor de Dios que nos vuelve a levantar con toda la belleza de la fe y la esperanza que nos dignifica y nos hace una sola familia unida y solidaria. Un saludo muy afectuoso, entonces, a nombre de nuestro querido Arzobispo y Pastor de nuestra Arquidiócesis, Don Ricardo Ezzati, el mío propio y de todos los hombres y mujeres de nuestra región. Dios los siga animando abundantemente.
La Iglesia hace suya esta fiesta porque aprende de su Maestro y Señor. “Él, siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría divina sino que se anonadó a sí mismo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.” (Fil. 2, 6-8). La buena noticia que hoy celebramos es que Dios se acercó a nosotros desde la humildad de una familia de campo, con manos y oficio de trabajador, conocedora de la vida de los pescadores y sujeta a todas las adversidades propias del que depende sólo de su esfuerzo para subsistir. Es conmovedor volver a darse cuenta que Dios envió a su Hijo muy amado al mundo confiándolo en las manos de una familia trabajadora, como tantas familias anónimas de nuestros pueblos y ciudades. Es más, el evangelio de Dios nos da cuenta de cómo el hijo del carpintero, conocido toda una vida, con manos callosas y rostro curtido por el sol y con el rictus propio que identifica a los pobres y excluidos es despreciado por los que lo conocieron por años como un vecino cualquiera. Quiso Dios, por lo tanto, sufrir la experiencia de ser despreciado desde el primer momento para que quedara claro desde el principio que su fuerza no proviene del lujo ni de la fuerza ni tampoco de la genialidad humana, sino verdaderamente de Dios mismo.
Muy queridos hermanos, la maravillosa buena noticia que celebramos hoy en definitiva es que, con la venida del Salvador, quien al hacerse uno de tantos, nacer, criarse y crecer como un hijo adoptivo de una carpintero - al que en Chile le llamamos con cariño ‘maestro chasquilla’ – Dios ha dignificado al trabajador y a su trabajo. Dios viene a nuestro encuentro naciendo no en una cuna de oro sino de piedra, no como un poderoso sino como un humilde y sagrado trabajador. El Hijo de Dios tiene toda ‘la pinta’ de un campesino de Coelemu o de un pirquinero del carbón. “Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble – en el cielo, en la tierra, en el abismo – y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios Padre.” (Fil. 2, 9-11).
Por eso, la Iglesia une la celebración de san José Obrero con el día de los trabajadores, porque ella se entiende a si misma como la que ha sido llamada a ser signo visible y eficaz – sacramento – de la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre si. Haciendo suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de toda la humanidad, descubre su papel en el mundo de manera más humilde y fraternal al servicio de la unidad y del desarrollo integral de los pueblos, privilegiando a los más débiles y empobrecidos. Todo esto, porque nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en los discípulos de Cristo. La Iglesia, por tanto, ofrece lo que ha recibido de su Maestro y Señor, el don de la Vida Plena que se nos regala en el amor misericordioso del Crucificado. El que nos enseña a construir la familia humana, entregándonos como Él – muriendo con Él – al servicio solidario y comprometido por la justicia y la paz de Dios para resucitar con Él a una nueva vida santa que nos ayuda a ser la familia de Jesús. Es lo que hemos vuelto a aprender después de este temible terremoto: que sólo el amor vence al egoísmo, que sólo el amor de Cristo vence la desunión y el odio. Que sólo el amor de Cristo vence a la desolación y a la muerte. ¡Cristo, el hijo del carpintero, es nuestra única esperanza! Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Desde esta hermosa Verdad y con los ojos y el evangelio de Jesús, el hijo de Dios, los invito a implorar la gracia de mirar juntos nuestra realidad laboral, escuchando con atención a los mismos trabajadores de nuestra Región. Digámoslo claramente, el terremoto impactó, en su grado máximo, en el mundo del trabajo. La actividad industrial y productiva de nuestra Región, en especial la ubicada en el borde costero de nuestra Arquidiócesis, ha sufrido severos daños en su infraestructura y equipamiento. Grandes han sido los esfuerzos de todos los actores para superar esta grave crisis y damos gracias a Dios por estas inteligentes y bondadosas iniciativas. Es precisamente en estas circunstancias difíciles donde con mayor razón urge aplicar los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. La que nos llama a respetar la dignidad de toda persona humana, respetando sus derechos de participación activa y corresponsable, creyendo firmemente que el diálogo, realizado una y mil veces, es el único camino para enfrentar los desafíos y resolver los problemas, animando a la participación activa en los sindicatos y diversas asociaciones de trabajadores, ingresando el criterio de la subsidiaridad, respetando el medio ambiente, buscando siempre el bien común, y descubriendo cada día y con más asombro que la vida se nos ha regalado para servir y para compartir como una sola familia humana donde hay espacio para todos. Haciendo de Chile, como decimos los obispos de nuestra Patria en este año del Bicentenario, una mesa para todos.
Sin embargo, lo sabemos bien y es justo y necesario decirlo en este lugar sagrado. La dura realidad que nos toca enfrentar, ha puesto en riesgo un número de empleos que supera los 115 mil. Sólo en el sector pesquero industrial se habla de 5 mil despidos y en la pesca artesanal, de 4 mil afectados. Y varias de las comunas de las provincias de Concepción y Arauco presentaban los más altos índices de cesantías del país (sobre el 15 %), con su secuela de pobreza y desprotección social, que hoy se ha visto incrementada por esta nueva realidad.
¿Y cómo se observa que han sido las relaciones laborales en este escenario de crisis? Lo cierto es que la tragedia nos ha mostrado lo mejor y también lo peor de nosotros mismos. Hay experiencias hermosas y significativas de convivencia laboral y solidaridad en las empresas afectadas. Son muchas las empresas que se han organizado con sus trabajadores para proteger el empleo llegando a acuerdos para generar turnos y actividades que permitan la puesta en marcha de las empresas o desarrollando iniciativas, tales como, adelantar vacaciones o adecuar funciones. Son los casos, por ejemplo, de Huachipato y Pesquera Landes en Talcahuano, así como las empresas forestales en al zona de Arauco. Incluso se han dado casos de empresas que, no teniendo ninguna posibilidad de continuar con su giro, han finiquitado a sus trabajadores cumpliendo con todas las leyes laborales, sin tener la obligación legal de hacerlo en situación de catástrofe. Todos estos esfuerzos son signos de una relación laboral nueva y armoniosa. Dios bendiga y siga multiplicando las buenas y eficaces iniciativas.
Pero también hemos visto experiencias dolorosas y humillantes. Hemos visto un número preocupante de despidos generados por el mal uso del artículo 159 N° 6 del Código del Trabajo. El que, como bien se sabe, permite a los empresarios, acogiéndose a la situación de catástrofe, desvincular a los trabajadores sin pagar ni mes de aviso, ni años de servicio. La Dirección del Trabajo ha reconocido que sólo en el mes de marzo y por la aplicación de este artículo se han despedido 8.758 trabajadores, el 85% de ellos en Concepción y Santiago en partes iguales. ¡Qué urgente se hace entonces procurar la institucionalidad mínima para proteger los derechos laborales!
Entonces ¿qué desafíos y orientaciones observamos en el mundo del trabajo en este tiempo de reconstrucción? Vemos las mismas que han surgido como las mejores reacciones después del terremoto: la unidad, el compromiso por el bien común, la fuerza del diálogo permanente y eficaz, una real y auténtica capacidad de escuchar y de hacer propios los problemas de los demás, una profunda humildad que es capaz de reconocer y asumir mejores iniciativas en los demás, priorizando el criterio de la solidaridad que incluye a todos y privilegia a los más desprotegidos, el nuevo llamado a la austeridad de vida y a distanciarnos de verdad de la cultura del lujo y de lo superfluo. En fin, son los desafíos y orientaciones que surgen del corazón de Jesucristo el Señor. El que tiene la fuerza de Dios para derrotar el egoísmo y la prepotencia. El que tiene los argumentos más convincentes para reconocernos como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre y unidos en un mismo Espíritu como una sola comunidad fraterna y solidaria. Es la fuerza del Evangelio de Jesús.
Todos podemos colaborar en una cultura de diálogo social, que permita que en diferentes niveles se desarrollen instancias permanentes de diálogo, donde participen representantes de las empresas, de los trabajadores, con la participación de entidades gubernamentales, todos ellos unidos en la búsqueda de soluciones a los complejos problemas que se deben enfrentar en especial protección del empleo, en un diálogo franco, llevado de buena fe, orientado a la búsqueda del bien común.
Al mismo tiempo, es bueno reanimar, sobre todo en estos tiempos de crisis y emergencia, la necesidad de una mayor organización y participación de los trabajadores.
En suma, vemos y reconocemos el enorme valor del diálogo en las empresas en que ello ha sido posible y en donde dirigentes sindicales y ejecutivos han dado pasos sustantivos de entendimiento. La empresa necesita de todos los que en ella laboran. Nadie sobra, todos son importantes y su gran desafío es construir convivencia justa y fraterna al servicio del bien común, haciendo propio el desafío más hermoso de hacer brillar el Alma de Chile que nos hace a todos hijos de Dios.
Digamos finalmente, una palabra de esperanza, en primer lugar, a quienes han perdido sus fuentes de trabajo en esta catástrofe y un gran aliento a todos los hombres y mujeres para que desarrollen iniciativas y proyectos generadores de empleos.
Al mismo tiempo, hacemos un llamado a los trabajadores a desarrollar actitudes que alejen del consumismo y derroche de recursos naturales hacia actitudes solidarias en el uso responsable de los bienes, dentro de un comportamiento ético que valore más el ser que el tener y que supere el mero afán de lucro o beneficio individual. Que esta catástrofe también sea una oportunidad que nos ayude a recuperar los grandes valores de los trabajadores y el sindicalismo, ser más solidarios, más austeros y compartir lo que tenemos.
Todo esto lo podemos hacer acogiendo la invitación de Jesús de Nazareth, el hijo del Carpintero, san José Obrero… don José, que nos llama a ser discípulos y misioneros para que los trabajadores anuncien a sus compañeros y a todos los que participan de la actividad laboral, que Jesucristo es la Buena Noticia que santifica y redime la vida de los trabajadores y su lugar de trabajo. Que Cristo convierta e inflame los corazones de todos los trabajadores para que sigan construyendo en comunión con todos sus hermanos el Reino de Dios. Y que la Virgen María Peregrina, esposa de san José y Madre del Salvador traiga la paz y el consuelo a todos los trabajadores de Chile para ellos, sus familias y lugares de trabajo. Amén.
+ Pedro Ossandón B.
Obispo auxiliar de Concepción