Pastores discípulos misioneros, renovados en la Comunión
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Pastores discípulos misioneros, renovados en la Comunión

Saludo del Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile al Secretario de Estado de Su Santidad, Cardenal Tarcisio Bertone. Seminario Pontificio de Santiago, 12 de abril de 2010

Fecha: Lunes 12 de Abril de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic

“¡Es verdad, el Señor ha resucitado!” (Lc 24,34)



Emmo. Sr. Cardenal Secretario de Estado de Su Santidad:

El júbilo Pascual, con una esperanza renovada en Cristo Resucitado, centro de nuestra fe, ha sido el marco que le ha recibido, Sr. Cardenal, en esta fecunda visita que está efectuando a diversas diócesis de nuestro país, justo en este tiempo de gracia que es la Misión Continental en América Latina y el Caribe.

Su presencia en medio de este pueblo ha sido fuente de alegría para las comunidades visitadas. Para nosotros, Obispos, su visita es una oportunidad preciosa para confirmar nuestra comunión con el Vicario de Cristo y la Iglesia Universal, en la misión de anunciar el Evangelio, fuente de Vida abundante, a los hombres y mujeres de este tiempo.

De un modo muy especial, quiero agradecer su presencia hoy en la inauguración de la nonagésimo-novena Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile. Cuando ya nos aprestamos a vivir en noviembre próximo nuestro encuentro número cien, damos gracias a Dios por esta historia de fraternidad, de comunión eclesial y de fecundo diálogo pastoral que ha marcado estos más de 50 años de nuestra Conferencia.

La existencia de este organismo colegiado de todos los Obispos es una instancia que valoramos por la riqueza que nos regala a nuestro ministerio de pastores. Compartir la vivencia del sacerdocio y episcopado en la fraternidad del Colegio Episcopal, es para nosotros una oportunidad de renovarnos en el encuentro con el Señor, en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, en la oración, la espiritualidad y la liturgia; en la planificación común de una pastoral orgánica, con lineamientos compartidos que procuran, no sólo servir a nuestras comunidades y fieles, sino a la sociedad chilena en su conjunto.

Junto a los pastores del continente en Aparecida, confirmamos desde nuestra propia experiencia, que “en la Conferencia Episcopal, los obispos encuentran su espacio de discernimiento solidario de los grandes problemas de la sociedad y de la Iglesia, y el estímulo para brindar las orientaciones pastorales que animen a los miembros del Pueblo de Dios a asumir con fidelidad y decisión su vocación de ser discípulos misioneros” (Documento de Aparecida, 181).

Desde el año 1968 la Conferencia Episcopal de Chile ha entregado sus Orientaciones Pastorales Nacionales, que después cada diócesis traduce en proyectos y propuestas propias de acuerdo a su realidad particular. En comunión con el Santo Padre, estos Lineamientos corresponden a la voluntad manifestada por el Concilio Vaticano II, por las enseñanzas de los Pontífices, por los aportes de los Sínodos de Obispos, de las conferencias de obispos del continente, y por nuestra común reflexión sobre la situación de nuestra patria y de nuestra Iglesia.

El recordado Papa Juan Pablo II valoraba este empeño, cuando en nuestra Visita Ad Limina de 1994 nos afirmaba que estas Orientaciones Pastorales han sido fruto de “un episcopado atento a los signos de los tiempos que, con afecto colegial, se decide a escrutar y responder a los designios de Dios” (Discurso en la Visita ad Limina, 18 de octubre de 1994).

Una Iglesia de comunión

Hace algunos años, cuando nuestras comunidades en Chile acogían con entusiasmo el Documento Conclusivo de Aparecida, voz de Dios para nuestro continente en esta hora de la historia, por primer vez en nuestra Conferencia Episcopal tuvimos la gracia de contar, en la preparación de nuestras actuales Orientaciones Pastorales, con la celebración de una Asamblea Eclesial Nacional, un proceso que abarcó a las diócesis desde sus más pequeñas comunidades y que contó con representantes de las diversas expresiones de carismas, espiritualidades, movimientos, e instituciones de la vida eclesial.

No ha sido casualidad, Sr. Cardenal, que este tiempo de gracia que es la Misión Continental haya fundado sus raíces en este acontecimiento maravilloso de Aparecida (la V Conferencia General del Episcopado latinoamericano y caribeño) y en esta instancia de reflexión común, de participación amplia, de propuestas. Un fruto indesmentible de la acción del Espíritu en este proceso es la progresiva sintonía con que nuestros agentes pastorales van asumiendo los llamados de Aparecida, la vocación del discipulado misionero, los rasgos del encuentro vital con Jesucristo, las preguntas de nuestra sociedad que nos interpelan y que nos exigen un fortalecimiento en la fe, una conversión personal, pastoral y eclesial, un “recomenzar desde Cristo”.

Como discípulos misioneros de un Señor que nos transforma para que el mundo tenga Vida en abundancia, sabemos desde nuestra misión de pastores que nada de lo humano es ajeno a la misión de la Iglesia. Por eso hemos procurado siempre buscar y promover la comunión. Desde nuestra fe en el Dios que es comunión de amor del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, surge nuestra condición de artesanos de la comunión: comunión entre los seres humanos, comunión entre los seres humanos y Dios.

Es en Cristo donde nos reconocemos Iglesia en comunión. Y es en esta “casa y escuela de comunión” donde quienes creemos en Cristo proclamamos que Él es el “mayor tesoro” que puede regalarse a la humanidad. Y por “desborde de gratitud y alegría” anunciamos su Palabra que cambia la vida, que me renueva a mí, en mi historia única e irrepetible, que me toca en la intimidad de mi ser, me interpela, me cuestiona, y me inunda de gozo.

Queremos ser, Señor Cardenal, pastores que proclamemos en primera persona con una renovada convicción nuestro encuentro gozoso con el Señor. Sólo desde una actitud humilde, de reconocimiento al Dios de infinita bondad que derrama su misericordia sobre nosotros, podemos anunciar la Buena Noticia del Cristo, el Mesías, muerto y resucitado, respuesta a las preguntas por el sentido de la vida: Él es nuestra Luz, nuestro caminar, Vida plena para el mundo.

Y es en la acción de Dios en nosotros donde encontramos fundamento para hablar con propiedad de aquellos valores que el Evangelio nos interpela a promover en nuestra sociedad:
- el respeto a la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural, con su necesaria y permanente custodia;
- la promoción y defensa de la dignidad de la persona, tan menoscabada en tantos y diversos ámbitos de la vida;
- el matrimonio y la familia, célula básica de la sociedad;
- la necesidad de una educación humanizadora centrada en la integralidad de la persona más que en el éxito académico;
- la construcción de una sociedad más justa y equitativa en que todos participen de los bienes que nos regala el Creador;
- el cuidado de la “casa común” y los recursos naturales.
Y así, tantas realidades que ocupan y preocupan a la Iglesia. Jesucristo, su Evangelio, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia tienen una palabra evangelizadora de todas esas realidades humanas. Cómo podríamos dejar de proponerla, con humildad y respeto, para que nuestra sociedad tenga una vida más plena, orientada al bien común.

Ese desafío supone, de parte nuestra, la necesaria consecuencia para responder a los llamados del Espíritu para esta hora de gracia. Y por eso a Él pedimos su ayuda para que nos centremos siempre en Jesucristo, en su Evangelio, en un discipulado misionero atento a todas las necesidades de nuestros hermanos. Necesitamos, en todas las expresiones y diversidades de carismas, ser una Iglesia cada vez más acogedora, sencilla, libre, misericordiosa, fraterna y cercana a todos. Con una participación generosa de los laicos asumiendo un protagonismo en su esencial misión de santificar el mundo, “transformándolo desde dentro según el proyecto de Dios” (LG 31). Con obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas que se ponen al servicio de todos con humildad y sencillez, como el Maestro que se pone en medio nuestro “como el que sirve”.

El Santo Padre Benedicto XVI nos ha dicho en nuestra última Visita Ad Limina; “habéis sido «configurados con Cristo para amar a la Iglesia con el amor de Cristo esposo» (Pastores gregis, 13) y para velar y proteger su unidad. Por tanto, sed para todos verdaderos modelos e instrumentos de comunión” (Discurso a los Obispos de Chile en Visita Ad Limina, 4 de diciembre 2008).

En horas de sufrimiento y dificultad

La Divina Providencia ha permitido, Sr. Cardenal, que entre los lugares que ha visitado, se cuenten algunas de las zonas más afectadas por el terremoto y maremoto del 27 de febrero. Hemos recibido con cariño y emoción el afecto que nos ha expresado, a la Iglesia y al pueblo de Chile, el Santo Padre Benedicto XVI, apenas ocurrida la catástrofe, en nuestra reciente visita como enviados de la Conferencia Episcopal, y en el mensaje Urbi et orbi del pasado Domingo de Pascua. También nos ha gratificado la palabra que usted nos ha compartido desde su llegada al país, en la visita al Señor Presidente de la República, y especialmente durante su recorrido por la siniestrada región del Bío-Bío.

En el testimonio directo de las personas y sus comunidades, en el lugar del desastre y de la incertidumbre, usted ha podido comprobar que nuestro pueblo está en pie, que la esperanza no decae, que en los momentos de angustia somos capaces de trabajar unidos, y que en este caminar la Iglesia es protagonista presente y permanente.

Mientras transcurría su recorrido, Sr. Cardenal, miles de voluntarios en torno a las redes de CARITAS en parroquias, capillas, colegios, universidades, han entregado y seguirán entregando lo mejor de sí en favor de los hermanos y hermanas que más sufren. En su mayoría son jóvenes que espontáneamente se embarcaron a ayudar apenas ocurrida la catástrofe. En estos discípulos misioneros del Señor nos renovamos en nuestra vocación de servicio.

Hacer de Chile una mesa para todos: este lema nos propusimos para el caminar de nuestra Misión Continental en este Año Bicentenario. Y el movimiento de la tierra y el desplazamiento del mar nos pusieron enfrente el alma de Chile: la mesa de todos, la que se nutre de la Palabra viva del Señor, la mesa común de la solidaridad, que no es sólo ayuda material, sino también un hombro para el llanto, un oído para el desahogo, una llama encendida para la esperanza que crece.

También su visita ha transcurrido durante un tiempo de necesaria reflexión en nuestra Iglesia, tras la significativa Carta que el Santo Padre ha dirigido a las comunidades de Irlanda, pero cuya temática, por la gravedad que reviste, nos toca a todos como Iglesia, también en esta tierra no exenta de infidelidades a nuestro ministerio presbiteral.

Permítame expresar hoy, en nombre del Episcopado chileno, nuestra plena comunión con nuestro amado Padre y Pastor Universal, que nos ha recordado con perfecta claridad la dirección evangélica por la cual debemos conducir el tratamiento, siempre complejo, de estos episodios. No por ser excepcionales dejan de revestir la mayor gravedad. Por eso nos unimos hoy al querer del Papa, que no admite pretextos ni justificaciones para un pecado abominable que corresponde condenar y cuyas dolorosas secuelas debemos enfrentar, aferrados al Señor, para que nunca más se dañe en el seno de la Iglesia a los pequeños, los predilectos de Jesús. La clara firmeza y la coherencia del mensaje y actuaciones de Su Santidad Benedicto XVI son una prueba contundente del sendero que conduce a la Iglesia frente a estos episodios, que son aislados y sobre los cuales no podemos generalizar, pero que constituyen un escándalo y un signo de contradicción en nuestro tiempo.


Emmo. Sr. Cardenal:

El tiempo de gracia de la Misión Continental en que este país celebra su Bicentenario, ha sido motivo de este gran regalo del Santo Padre a la Iglesia y al pueblo de Chile que usted se ha dignado ofrecer en la Santa Eucaristía que celebramos ayer en la Catedral de Santiago.

Esta imagen bendita de la Virgen del Carmen Misionera que se apresta a recorrer las comunidades de todo nuestro país, empieza a peregrinar dentro de unos días como la Madre del consuelo. Y el Evangelio de Chile que la Santísima Virgen nos muestra como palabra de Salvación, la Vida abundante que brota de su hijo, se convierte hoy en agua purificadora, en manto que nos ampara, después de la tragedia que ha vivido gran parte de nuestra patria.

Cómo no agradecerle ser portador de tan bella noticia y tan significativo regalo. Sepa, Sr. Cardenal, que esta Virgen Misionera con el Evangelio de Chile se encontrará en su caminar con lluvia y con frío, con escombros y preguntas, con duelos y necesidades, algunas no transitorias, sino fruto del egoísmo y la injusticia. Pero también hallará a su paso sonrisas y milagros, gente reunida para compartir lo poco y lo escaso, comunidad que ora y comulga a Cristo aun sin templos. Usted lo ha visto directamente por estos días. Ante la mirada cariñosa de María, el norte de los bailes religiosos también reza por el sufrimiento de los hermanos del sur. En Chile a la Madre del Carmelo se le dice con cariño “Carmelita” y a la Carmelita se invoca y se canta con entusiasmo también en medio de la tragedia.

Gracias, Señor Cardenal, por ser signo de la comunión de la Iglesia, que es presencia de Cristo Resucitado, en este tiempo bendito de Misión, en tiempos desafiantes de reconstrucción tras el dolor, en tiempos de reflexión y de conversión. Gracias por su visita y que el Señor le bendiga.


† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile


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