Homilia para el Te Deum en el 199 aniversario de la Patria
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Homilia para el Te Deum en el 199 aniversario de la Patria

Fecha: Viernes 18 de Septiembre de 2009
Pais: Chile
Ciudad: Temuco
Autor: Mons. Manuel Camilo Vial Risopatrón

Señora Intendenta de la Novena Región de la Araucanía doña Nora Barrientos C.; autoridades civiles, militares, de orden, religiosas de otras confesiones; honorable cuerpo consular e invitados especiales; queridos hermanos sacerdotes y diáconos, hermanos y hermanas en el Señor y en la hermosa patria que nos cobija:

En este nuevo aniversario patrio nos reunimos en este templo Catedral, para agradecer a Dios, los dones recibidos como pueblo, e implorarle su inspiración y ayuda para iluminar las tareas que tenemos por delante. Dios ha sido muy generoso con Chile; no sólo por el territorio y la naturaleza que nos ha regalado; mucho más, lo es por sus habitantes y las instituciones que han tejido una historia cuajada de gestos heroicos y signos de gran virtud y generosidad. Hoy, al recordar las páginas de esa historia, le agradecemos al Señor por su presencia permanente, en los momentos buenos, cuando inspirados por el amor, hemos buscado la felicidad y el bien de todos; pero también, aprovechamos de pedirle perdón por nuestros errores, por el mal causado y por nuestras omisiones que han hecho sufrir a tantos hermanos nuestros. Hemos venido, a la Casa de Dios, para alabarle y a pedirle por Chile y todos sus hijos para que nos conceda su sabiduría, para conocer sus eternos designios de amor y de paz y poder ponerlos en práctica.

Es el momento para recoger nuestra memoria, sanar nuestras heridas, y ensanchar la esperanza. El pasado no puede detenemos. Los errores cometidos
nos enseñan a buscar nuevos caminos. Las mejores tradiciones de Chile, nos
dan las bases sólidas para orientar las búsquedas. No nos cansamos de repetir, como decía el Cardenal Raúl Silva: " Chile es nuestra tarea y nuestra responsabilidad. Es nuestra casa, nuestro dormitorio y nuestro patio. Aquí vivimos en familia. Aquí estamos para amarnos y complementarnos, jamás para enfrentarnos o humillarnos mutuamente. En esta casa común, en que habitamos, no es necesario que todos piensen igual,
caminen igual o vivan igual. La diversidad nos complementa y enriquece. No son
buenos y sabios sólo los que comparten nuestro modo de ser o nuestras ideas. Ni
son culpables o ignorantes los que nos contradicen o discuten. Somos familia. En
esta casa nadie sobra. Aquí hay espacio para todos. Juntos debemos procurar la
felicidad de todos los que habitan entre nosotros".


Jesús nos dice esta mañana, en el Evangelio que se nos ha proclamado: "Vosotros sois la sal de la tierra". "Vosotros sois la luz del mundo"... "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". El evangelio de hoy es una autentica interpelación a lo individual y lo colectivo; Jesús nos exige ser una aporte en el aquí y en el ahora; es un llamado a los servidores públicos a ser luz en el mundo, liderando procesos de justicia y entendimiento social. La comunidad también esta llamada a asumir coresponsablemente su aporte a la construcción del tejido social, la sociedad civil debe ser la sal del mundo, el condimento que activa, moviliza y revitaliza en encuentro y la vida social.

Como cristianos, nos volvemos a Jesús, para aprender en su persona y su
mensaje, una forma profundamente humana de encontrarnos, forma que
corresponde al designio de Dios sobre nosotros y sobre la humanidad. Las enseñanzas del maestro no las imponemos, las proponemos como un tesoro que
hemos recibido como un don gratuito de Dios. Quisiéramos que ellas sean
recibidas como un Evangelio, una “buena noticia” para todos los que sufren, para los pobres, para aquellos que se sienten marginados. Nada puede ayudarnos
tanto a construir un país desarrollado humanamente como escuchar esa palabra llena de sabiduría y verdad. En El hemos aprendido que, a pesar de nuestras diferencias, tenemos la irrenunciable vocación de ser hermanos, que el poder es servicio, que los bienes de la tierra deben ser compartidos, que la venganza debe ceder ante el perdón, que todos, sin exclusiones, estamos invitados a formar una comunidad fraternal que tendrá su pleno encuentro en el cielo, donde para todos hay un lugar en la misericordia y el perdón de Dios, y que los hombres de buena voluntad tienen la misión de construir la paz. Sus enseñanzas sobre la vida, el matrimonio y la familia las acogemos en la certeza, que sólo respetándolas el hombre madurará y será plenamente feliz. En su vida, en su palabra, en su cruz, hemos entendido el sentido del dolor humano y que la muerte no es la última palabra para el hombre y la mujer. El nos dejó el camino comenzado con su resurrección. Es la tarea que nos deja Jesús, en el Evangelio que hemos recordado: Ser “luz para el mundo “ser sal para la tierra”.

Con esa inspiración, queremos asumir lo que hemos vivido este año y proyectarnos al que será el año del Bicentenario de nuestra patria. El mundo ha vivido una profunda crisis, que más allá de lo económico, nos ha llevado a experimentar una crisis moral y cultural que ha removido el piso sobre el cual se estaba construyendo un mundo que ya daba indicios de fracaso y destrucción y la necesidad de volver a las raíces de un mundo como lo concibió el Creador, un mundo donde el hombre pudiera descubrir que es un hijo amado por Dios; que toda la creación debía ser administrada creadoramente por el, en el amor, en la justicia, en la paz y la solidaridad, para el bien y la dignificación de todos los seres humanos.

Hoy al mirar todos los desafíos que nos presenta el momento que vivimos en Chile, creo pertinente hacernos la pregunta que se formulaba el Padre Alberto Hurtado, hoy santo de la Iglesia y que es válida siempre:"¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar?”….

Jesús nos vuelve a recordar que el hombre es el centro del amor de Dios, que
la dignidad humana es intransable, y que el egoísmo y el odio no construirán
jamás la verdadera prosperidad. Tenemos la oportunidad de corregir los errores
del pasado y llevar a cabo el proyecto de un país más justo, libre, en orden, con
respeto a las formas democráticas, con una justicia operante, con igualdad de
oportunidades para todos, sin tantas diferencias sociales. La preocupación por los
más pobres y marginados debe ser nuestra opción preferencial. Hagámoslo
deteniéndonos más en las cuestiones de fondo. Necesitamos construirlo sobre la base de la búsqueda de la verdad, pero no de cualquier verdad, sino de esa verdad objetiva que

hace que la historia se convierta en verdadero acontecimiento. De otro modo, corremos el riesgo de actuar sobre una base subjetiva débil, efímera, que no nos lleva a un puerto seguro.

Hoy volvemos a recordar las palabras del Cardenal Silva en “Mi sueño de Chile”: expresado sobre la base de cuatro afirmaciones: “¡Quiero que en mi país todos vivan con dignidad! ¡Quiero un país donde reine la solidaridad! ¡Quiero un país donde se pueda vivir el amor! ¡Quiero para mi Patria lo más sagrado que yo puedo decir: que vuelva su mirada hacia el Señor!”.

Sin lugar a dudas, sobre ellas podemos construir “el consenso básico ético”, propuesto por monseñor Goic, a los jefes de los partidos políticos de Chile y que deben ser fundamento para las decisiones en los diversos campos de nuestra convivencia, para así, construir la patria que todos los chilenos, con un corazón bien puesto, anhelamos.

Cuando hoy, contemplamos la realidad en que vivimos, nos damos cuenta, que no, podemos cerrar los ojos ante la violencia que se ha infiltrado en nuestra convivencia: violencia intrafamiliar, violencia callejera, – incluso al conducir – violencia en la expresión de nuestros anhelos de justicia, violencia matonesca en la educación, violencia incluso en el lenguaje, violencia en sectores de la Araucanía. Hemos dejado de “pedir” o “solicitar” y sólo nos limitamos a “exigir”. Exigimos nuestros derechos, olvidando nuestros deberes y los derechos de los demás. Urge encontrar las causas de esta actitud destructiva y hacer un camino pedagógico de mayor humanidad en nuestras relaciones. Mucha atención debemos prestar a las vivencias de nuestros niños, que desgraciadamente desde pequeñitos ya viven en ese ambiente violento, reforzado por la televisión y los juegos que se fabrican indiscriminadamente y que prepara a los futuros violentistas y delincuentes. Debemos condenar con todas nuestras fuerzas, toda clase de violencia, venga de donde venga. La violencia, sólo genera violencia. Sin esta urgencia veremos cómo se destruye lo que hemos construido y nuestra indiferencia nos hará cómplices de la violencia que repudiamos.

No podemos, tampoco, conformarnos con reformas laborales que no den al trabajo y al trabajador su lugar preponderante en el desarrollo del país. El hombre y la mujer trabajadores, es la mayor riqueza de cualquier emprendimiento. En Chile contamos con un pueblo capaz de poner la mano y el hombro al progreso, con gran entusiasmo, pero que se desmoraliza – con razón – cuando el fruto de su trabajo no es remunerado con un sueldo ético, cuando su vivienda no le da espacios humanos para convivir, cuando a pesar de lo logrado, el servicio a la salud pública sigue siendo deficitario, sin poder contribuir al desarrollo pleno de su familia.

No podemos tampoco vivir en el tira y afloja de reclamaciones inmediatistas, relegando a un segundo plano las decisiones fundamentales que deben tomarse, por ejemplo, en el campo de la educación para dar oportunidades de desarrollo humano, técnico e intelectual a todos los hijos de esta tierra. Nos hace mal. hacer la política y tomar las decisiones, ante los medios de comunicación, para aparecer públicamente y “salir bien en la foto”, en vez de dar lo mejor de sí mismo por las convicciones que nos asisten y las responsabilidades políticas y sociales que detentamos.

No podemos ni debemos relativizar la importancia de la Vida, en todas sus manifestaciones. Esta es la mayor riqueza que tenemos, que amamos y cuidamos. ¿Por qué, entonces, esta tentación de querer manipularla? ¿Por qué esta tentación tan humana de todos los tiempos de querer ser señores y no servidores de la vida? La historia es testigo que cada vez que nos hemos enseñoreado de la vida hemos multiplicado el sufrimiento y la destrucción, haciéndonos cómplices del señorío de la muerte.

Tampoco podemos dejar de abordar el tema de nuestra relación con los Pueblos Indígenas. Lamentablemente los forjadores del Estado, en todas las épocas, dejaron de considerar suficientemente, al ir definiendo las bases de la identidad e institucionalidad de Chile la existencia de estos pueblos, en todo el territorio nacional, omisión que caracterizó a las sucesivas Constituciones Políticas hasta la vigente; y consecuentemente las leyes que deberían regir nuestra convivencia de pueblos pertenecientes a diversas culturas. Deuda política que sigue pendiente y que hoy dificulta nuestra convivencia y que debe ser saldada en alguna forma.

Sin embargo, el avance internacional en materia de Derechos Humanos nos da la oportunidad de alcanzar el reconocimiento de los Pueblos Indígenas y la diversidad cultural de nuestro país por medio del Convenio Nº 169 de la OIT, que demoró 19 años en ser suscrito por nuestros gobernantes y que recientemente, el día 15 de septiembre, ha entrado en plena vigencia. Su implementación ayudará significativamente a abordar los desafíos aún pendientes y podrá facilitar la convivencia de nuestros pueblos en un ambiente de respeto, diálogo, concordia y paz.

Lo anterior, supondrá un gran esfuerzo por un mutuo conocimiento, que valore la riqueza de ambas culturas y reconociendo los errores, abusos e injusticias que se hayan producido; pudiendo recuperar las confianzas mutuas perdidas y abordar la hermosa tarea de construir una gran nación, donde hombres de diferentes culturas son capaces de vivir como hermanos disfrutando y compartiendo solidariamente los dones que el Señor nos ha regalado.

Pero, debe quedar muy claro, que la violencia no es el camino. La condenamos, venga de donde venga. La violencia, sólo engendra más violencia. Hemos ido construyendo un estado de derecho, que aunque imperfecto, debemos respetar pues ha costado mucho constituirlo. En la Araucanía, no puede usarse las armas contra los hermanos, no se puede quemar los hogares de las personas, sus instrumentos de trabajo, los bosques y las cosechas. Tampoco amenazar la vida de las personas con protestas y tomas violentas, que en ocasiones son realizadas por personas inescrupulosas, que ideologizadas, imposibilitan realizar los justos reclamos en el marco de la ley. Pero siendo justos, tampoco existe el derecho a exacerbar los ánimos de las personas, con ineficiencia, con burocracia, con incumplimiento de los compromisos y la falta de respeto a las personas. Es necesario mejorar y respetar nuestra institucionalidad.

Finalmente, no podemos seguir construyendo nuestra historia sin ser capaces de conceder clemencia a la justicia, perdón a las ofensas. Necesitamos ser promotores de la verdad más que acusadores obcecados, promotores de la justicia más que verdugos, hermanos y hermanas más que adversarios irreconciliables. ¿Porqué tanta dificultad en poder conceder rebajas de penas, con ocasión del Bicentenario, a los encarcelados? ¿Por qué no poder conceder el indulto, a quienes habiendo reconocido sus delitos, habiéndose arrepentido, deseando reparar el mal causado, arrepentidos de todo corazón, piden perdón? Perdonar enaltece al que lo otorga. Jesús, cuando se le preguntó, ¿cuántas veces habría que perdonar al que le hubiera causado un mal, hasta siete veces? El respondió que setenta veces siete, queriendo decir: SIEMPRE. ¡EL AMOR ES MAS FUERTE!

“Chile una mesa para todos”

En la preparación al Bicentenario, la Iglesia Católica, peregrina en estas tierras, quiere proponer a todos los chilenos, un lema, que aúne todos nuestros esfuerzos por regalarle a la Patria un lindo don, que a la vez se proyecte en nuestra convivencia: “CHILE UNA MESA PARA TODOS”.

La mesa, expresa en nuestra cultura, el lugar más preciado del encuentro familiar, fraternal y de amistad. Es el lugar para compartir los sueños y deseos; el testigo mudo de nuestros amores y desamores, lo que podremos vivir en estas fiestas dieciocheras.

No está demás decir que, para los cristianos, la mesa está en el centro de nuestra fe pues es el lugar donde el Señor Jesús nos dejó su herencia más preciosa: su Cuerpo y su Sangre, entregados por nosotros y por el perdón de nuestros pecados. Es la mesa en que celebramos la Cena del Señor y acogemos su vida entregada para que todos y todas en El tengamos vida y vida en abundancia. Es la mesa de la Eucaristía.

Por esta razón, queremos invitar y ayudar a que en Chile se multipliquen las mesas de encuentro, de diálogo, de discusión fraterna. Mesas para compartir el pan y la palabra, los proyectos y los bienes. Mesas de esperanza y mesas del bicentenario donde juntos nos encontremos para generar nuestro futuro. Mesas donde todos puedan tener pan, respeto y alegría. Mesas donde indígenas y no indígenas, donde alemanes, franceses y suizos; palestinos y judíos; donde peruanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos y argentinos; donde hombres y mujeres de diferentes naciones y culturas podamos compartir fraternalmente los dones que el Señor nos regala.

Queremos que todos tengamos un lugar significativo en la mesa del país: que sea mesa de oportunidades, mesa donde estudiantes y educadores se sienten a aprender, mesa donde empresarios y trabajadores se sienten a dialogar y producir; mesas en que varones y mujeres nos sentemos a aprender y a compartir nuestras diferencias y complementariedades, mesas donde jóvenes y ancianos podamos darnos la mano.
Con gran respeto queremos reconocer su lugar en la mesa a las personas con capacidades diferentes, a los ancianos y ancianas que a veces padecen soledades y desprecios, y a todos los hermanos y hermanas que viven en situación de calle.

Convocamos a hacer un esfuerzo serio, perseverante, incisivo, para que no haya personas excluidas de la mesa, no más mesas “mesas del pellejo” en Chile.

Proponemos una mesa para todos, como la que nos ofrece Jesucristo, el Señor. Para esto se requiere amar la justicia y hacer justicia al amor. Se requiere vivir con amor y vivir con verdad. “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (C in V 3). Y sin amor, la verdad se ofusca y se endurece. Ella también necesita ser vivida y ser dicha con amor y hasta con misericordia, requiere redescubrir la gratuidad como condición esencial de las relaciones sociales.

Nuestra alabanza y bendición incluye, entonces, una petición: que nos amemos en la verdad y vivamos la verdad con gran amor, fundamento de la vida familiar y la vida en sociedad.

Inspirados por el Señor Jesús, por María nuestra Madre del Carmen a quien invocaron los Padres de la Patria, y por los santos que encarnan nuestras mejores virtudes cristianas: Santa Teresita de Los Andes, San Alberto Hurtado, la Beata Laurita Vicuña y nuestro querido beato mapuche, Ceferino Namuncurá, les invito a construir juntos, a no dejarnos llevar por el pesimismo y el egoísmo. Que nos pongamos nuevamente en la escuela de la solidaridad, del compartir y de la entrega voluntaria a los demás.
Al Señor que nos acompaña en nuestro caminar, le pedimos bendiga el proceso electoral, que ya ha comenzado, para que en un ambiente de respeto mutuo, y en una campaña limpia y honesta, podamos elegir las autoridades que puedan hacer de Chile, UNA MESA amorosa PARA TODOS.

¡Al Señor se el honor y la gloria por los siglos de los siglos!. ¡AMEN!

† Padre Obispo Manuel Camilo Vial
Obispo de San José de Temuco

Temuco, 18 de septiembre de 2009

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