Homilía en el Te Deum. Iglesia Catedral de Rancagua, 18 de Septiembre de 2009.
Fecha: Viernes 18 de Septiembre de 2009
Pais: Chile
Ciudad: Rancagua
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic
Lucas 10, 25-37
Una vez más, siguiendo una hermosa y noble tradición, nos reunimos para agradecer y bendecir a Dios por la Patria Amada. Hoy, de manera especial, cuando se comienza a celebrar el Bicentenario de nuestra Independencia Nacional. El 2010 nos proyectará en el inicio del nuevo centenario, que anhelamos entregar en paz, amor, verdad, justicia social, solidaridad y reconciliación a las nuevas generaciones.
1. Agradecidos al Señor
El alma de Chile, como decía el recordado Cardenal Silva Henríquez, tiene como rasgos integradores,
“el primado de la libertad sobre toda forma de opresión…; el primado del orden jurídico sobre toda forma de arbitrariedad…; y el primado de la fe sobre todas las formas de idolatría”.
Es precisamente por ese primado de la fe, que la Patria hoy en Catedrales, Templos y Capillas, se reúne para bendecir y agradecer a Dios de quien procede todo bien.
Agradecemos a Dios, porque desde sus orígenes, la persona de Jesucristo Redentor y su Evangelio impregnó el alma de Chile. El Evangelio, como Buena Nueva de Dios llegó a estas tierras y las impregnó con su fuerza liberadora. Como signo de ello y en la antesala del Bicentenario 8.000 hombres y mujeres copiarán a mano todos los versículos del Nuevo Testamento, desde el Evangelio de San Mateo hasta el Apocalipsis. De norte a sur, de cordillera a mar en celebraciones masivas de fe, en espíritu de oración, chilenas y chilenos desde el 27 de septiembre al 18 de octubre escribirán
el Evangelio de Chile.
Chilenas y chilenos de diversos ambientes y sectores copiarán el Evangelio y formarán un hermoso libro, artísticamente diseñado en su interior y en su exterior, que junto a una imagen de la
Virgen del Carmen, recorrerá Chile el 2010,
¡Cristo el Señor, su Evangelio, su Madre Santísima son el alma de Chile! Ese Evangelio escrito a mano, por representantes de todos los sectores de la vida nacional, quedará en el histórico templo de Maipú y una réplica en las catedrales del país, para recordarnos de manera visible que en cada una de esas palabras venidas de Dios, está la fuerza liberadora para la Patria que amamos de todo corazón.
Agradecemos al Señor porque esta larga y angosta geografía chilena alberga razas y etnias diversas, oriundas de esta tierra algunas y otras venidas de otras tierras y latitudes. Reconocemos, también con humildad, que no siempre hemos brindado las oportunidades y ni el espacio equitativo para que cada una de ellas pudiese realizar sus talentos, particularmente,
hermanas y hermanos de nuestros pueblos originarios.
Agradecemos al Señor por la historia vivida y sufrida; por el amor a la justicia, al derecho y a la libertad. Damos gracias por el aporte en la construcción de la Patria, de los chilenos de ayer y de hoy. Y también, humildemente, pedimos perdón por los quiebres tan profundos que hemos protagonizado y por no haber sabido enfrentar nuestras discrepancias con sabiduría y racionalidad. Quiebres que aún hoy nos enfrentan y dividen, y que nos
urge sanar y reconciliar, para que Chile sea efectivamente una Patria de hermanas y hermanos. Un chileno excepcional, que ha vivido estos días su Pascua, el paso definitivo a la eternidad, a Dios, en respuesta a por qué en medio de su enfermedad terminal, escribió el libro
“Chile rumbo al futuro” señaló:
“Lo hago porque estoy convencido de que Chile tiene una espléndida oportunidad. Y a veces, cuando las oportunidades se pierden, es para siempre. Por eso invito a todos a levantar la vista y a ponernos de acuerdo en un horizonte común” (E. Boeninger).
Agradecemos a Dios porque con el esfuerzo de todos hemos construido un país más democrático y desarrollado, más estable económicamente, con mayores oportunidades de estudio y de trabajo y enfrentado con dignidad una crisis económica que ha afectado a todo el planeta. Damos gracias por las diversas políticas sociales que se han implementado para mitigar la crisis y el sufrimiento en los sectores más vulnerables. Pero también debemos reconocer que no hemos sabido compartir con equidad los frutos del trabajo y los bienes generados, lo cual significa todavía tener a muchos compatriotas viviendo en condiciones de pobreza y miseria, generando desigualdades escandalosas que claman al cielo y que no corresponden al alma de Chile y a la fe de un Dios que es Padre de todos y se interesa de cada uno de sus hijos, especialmente de los más pobres y sufrientes.
Agradecemos al Señor por la diversidad de expresiones culturales del norte extremo y el sur austral, pasando por el centro frutícola y vitivinícola del país, en especial de nuestra VI Región; tierra bendita que nos enriquece con sus dones. Culturas que se expresan en nuestras maneras de sentir y de pensar, y que en estos tiempos mutan de manera acelerada, y pedimos perdón al Señor por la enorme dificultad que tenemos para vivir con respeto y apertura, dejándonos fecundar por los demás.
Agradecemos a Dios por los
héroes conocidos de nuestra historia, a quienes honramos con justicia en este bicentenario y por los
héroes anónimos que han entregado su sangre y sus fatigas para construir el país de sus sueños en la educación, en el foro, en la empresa, transformando la tierra con sus manos, mineros, pescadores, campesinos, así como artistas y literatos insignes que merecen estatuas en el corazón de todo buen chileno. Pedimos perdón al Señor de la Historia por quienes quisieran construir un futuro sin tomar entre sus manos la herencia tan rica que hemos recibido.
Bendecimos al Señor por la fe de los cristianos, de diversas comuniones, que nos llevan a buscar y a adorar a Dios, y a querer ponerlo en el primer lugar de nuestras vidas aportando a Chile la riqueza del amor al prójimo, que nos lleva a unirnos solidariamente. Pero reconocemos que no siempre nos hemos amado como el Señor nos pide y que, a veces, la formulación de nuestros proyectos y decisiones se toma a espaldas de Su presencia, aunque vivamos su Nombre en nuestros labios.
2. Desafíos de nuestra patria de cara al Bicentenario
Estos desafíos se inspiran en el maravilloso texto evangélico proclamado: la parábola del Buen Samaritano.
Se trata, como nos decía el texto evangélico, de
“ver y conmoverse”.
“El amor- “caritas” –
es una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (Caritas in Veritate 1).
El evangelio de Lucas nos narra que el sacerdote y el levita
vieron al caído y pasaron de largo. Quizás nosotros también pensamos como ellos cuando nos desentendemos de la mendicidad o del sufrimiento ajeno con el pretexto de que nos engañan, de que
“no le trabajan un día a nadie”, de que son parte de redes delictivas. Lo vieron herido y pasaron de largo.
A diferencia del sacerdote y del levita, el samaritano
lo vio y se conmovió. No sacó cuentas con la razón científica y técnica que hoy, con recetas fáciles, nos recomienda a quién dar, cuándo dar, cuánto dar. Al ver al hombre herido, el
corazón del samaritano se conmueve. En lo profundo de su ser
se duele, se con-duele con el hermano herido. Y en ese dolor solidario no hay diferencia religiosa, racial, política ni económica que valga.
Así se porta este “prójimo”: la conmoción se traduce en acción: se acerca, venda las heridas, las cubre con aceite y vino, pone al hombre sobre su propia montura, lo lleva a un albergue y lo cuida. Pasa una noche junto a él. Al otro día saca de su dinero y cubre los gastos que pudieren ser necesarios después. Y
pide encarecidamente que lo cuiden, que no reparen en gastos. Ése es un prójimo.
El doctor de la Ley ya tiene respuesta a su pregunta sobre qué hacer para heredar la vida eterna: “
Anda y haz lo mismo que ese samaritano”. Lo entendió bien Alberto Hurtado, quien escribía que esta parábola
“nos muestra al verdadero servidor de Dios. Éste es aquel que sirve a todo necesitado –decía san Alberto-. Una virtud que ocupa tan alto puesto en la enseñanza de Cristo, no puede reducirse a ocupar un pequeño rincón en nuestra vida” (San Alberto Hurtado, Amar al prójimo).
La Iglesia ha reconocido en este sacerdote chileno de la Compañía de Jesús una
santa manera de mirar, en el pobre, a Cristo. Cuántas veces rechazamos mirar a los prójimos olvidados y sufrientes. En nuestros días, en que todo se nos ofrece rápido, fácil y bonito, también se puede vivir la caridad desde una cómoda distancia: es más fácil dar con tarjeta o que nos descuenten en forma automática nuestro aporte solidario. San Alberto comprendió bien que dar es más que aportar dinero, porque sintió la conmoción del samaritano que mira al sufriente a los ojos. Le habría sido más fácil pagar por el servicio: con su dinero otro podría haber curado y acompañado al hombre herido. Pero el samaritano quiso lavar y curar las heridas con sus propias manos. Quiso quedarse y hacerse responsable de su hermano.
Hacernos responsables de los hermanos y hermanas de la Patria es la gran tarea que nos pide el Señor de la historia.
El Señor nos pide cultivar
la amistad cívica en tiempo electoral. Debemos rescatar la nobleza de la acción política y de los políticos y que recupere su confiabilidad ante la ciudadanía; políticos que
vean y se
conmuevan de la realidad.
“El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común” (Caritas in Veritate 71).
“Los actores políticos están a tiempo para regalar al país una campaña serena, en que la “amistad cívica” entre ellos y con nuestro pueblo emerja como antídoto contra la no-cultura de la descalificación que busca instalarse en el debate público. No hay peor derrota electoral que la ofensa a la dignidad de las personas. Enaltece a un candidato una campaña que respete a los adversarios, en quienes reconoce a compatriotas y a hermanos. Cuando se difama o deshonra a un adversario político, se descalifica quien ofende y se denigra a la política; en cambio, el respeto mutuo enaltece la función pública en su más alto grado: el del servicio a la comunidad con altura de miras.
Una actitud noble frente al adversario será comprendida como un signo silencioso de un proyecto que busca enaltecer la misión del servicio público, y apartarla de las palabras grandilocuentes, de las promesas vacías, de las ofensas personales, de los tiempos perdidos en discusiones que no interesan a la gente, porque no resuelven sus problemas, y también de la corrupción del poder.
Los chilenos anhelamos una campaña limpia y honesta, sin agresividad ni descalificaciones; una campaña respetuosa, con debates de altura que estén siempre orientados hacia la realidad de la gente, sobre todo a los pobres, sus problemas, necesidades y esperanzas. Si el país encuentra unidos a sus políticos –servidores públicos- en este empeño, será un contundente signo que ayudará a superar las tentaciones del pesimismo y del creciente desencanto frente a la política.
La proximidad del Bicentenario de la Independencia, es tiempo oportuno para recuperar lo mejor de nuestras tradiciones republicanas: aquellos grandes valores que constituyen nuestra identidad y que no pueden quedar a merced de minorías ocasionales o bulliciosas. Entre estos valores, son imprescindibles el apoyo a la familia y el respeto a la vida desde la concepción, pasando por todas las etapas de su desarrollo, hasta la muerte natural; la superación de la miseria y del desempleo; el desarrollo económico y humano que contribuya a una mayor equidad social y a la generación de fuentes de trabajo estables; el acceso a una educación libre, integral y de calidad, sobre todo para los pobres; políticas de salud pública que honren la dignidad de las personas; y la superación de los gravísimos problemas producidos por la droga". (Comité Permanente 1-IX-2009)
El Señor nos pide “ver y conmovernos” ante la desigualdad y la pobreza que disminuye, pero persiste. El problema más sustantivo del país es lo que los Obispos hemos denunciado como la
“escandalosa desigualdad” que caracteriza el desarrollo de la sociedad chilena como inequitativo, concentrador y excluyente. El drama de muchos deudores habitacionales debe conmovernos a todos. Gente humilde que pasa endeudada por décadas, pagando cuatro ó cinco veces más el valor de la modesta vivienda.
La regresiva distribución de los ingresos es sólo una de las expresiones de una desigualdad estructural que también se manifiesta, entre otras realidades, en las oportunidades de acceso a educación de calidad, en la posibilidad de desarrollo de las diversas regiones de un país altamente centralizado, en la segregación urbana y en la inequidad que afecta a las mujeres.
¿No habrá llegado la hora, de que hoy, se consolide un
gran Acuerdo Nacional de cara al bicentenario?. Construir entre todos, un país más equitativo en todos los ámbitos de la vida, especialmente en empleos y sueldos dignos en mejoras sustanciales en educación, vivienda y salud. Un
gran Acuerdo Nacional, que vaya más allá del gobierno de turno, para erradicar verdaderamente la pobreza. Y al que contribuyan todos los ciudadanos del país, especialmente los políticos de gobierno y de oposición, que todos verdaderamente busquemos el bien común de todos, especialmente de los más pobres. Este gran Acuerdo Nacional sería el mejor regalo al Chile del Bicentenario.
El Señor nos pide
“ver y conmovernos” con la realidad laboral. Pobreza y desigualdad se relacionan con las condiciones laborales vigentes en Chile. La desigualdad de ingresos chilena se vincula con las diferencias de remuneración del trabajo asalariado. Más de un millón de chilenos ganan una cifra inferior o igual al ingreso mínimo líquido y aún en los sectores más dinámicos de la economía, como el comercio y el forestal, predominan condiciones laborales precarias y adversas para los trabajadores, en términos del nivel de las remuneraciones, los horarios de trabajo, el acceso a previsión social, entre otras. Estas condiciones se ven agudizadas por la baja tasa de sindicalización, la debilidad de las organizaciones sindicales y una legislación que limita las posibilidades de negociación de los trabajadores.
Todo esto cobra especial relevancia en nuestra Región con los trabajadores de temporada.
El Señor nos pide
“ver y conmovernos” ante la actual realidad de la familia que se ve amenazada en su realidad más profunda de ser espacio de amor y comunión del hombre y de la mujer, de acogida amorosa a los hijos y de otorgarles una educación integral. La familia necesita ser fortalecida de las pretensiones ideológicas de algunos que quieren reemplazarla por otras uniones que desfiguran el rostro de la familia y su naturaleza.
El Señor nos pide
“ver y conmovernos” ante las manifestaciones de violencia que se han infiltrado en nuestro diario vivir. Violencia intrafamiliar, violencia callejera, violencia en la conducción irresponsable de vehículos, violencia en la expresión de nuestros anhelos de justicia, violencia increíble entre nuestros jóvenes en la escuela, violencia incluso en el lenguaje, en que hemos dejado de “pedir” o “solicitar” y sólo nos limitamos a “exigir”. Urge encontrar las causas de esta actitud destructiva y hacer un camino pedagógico de mayor humanidad en nuestras relaciones. Sin esta urgencia veremos como se destruye lo que hemos construido y nuestra indiferencia nos hará cómplices de la violencia que repudiamos.
El Señor nos pide
“ver y conmovernos” y abrir nuestro corazón y el corazón de Chile y seguir construyendo nuestra historia con la capacidad de conceder clemencia a la justicia, perdón a las ofensas, indulto y amnistía a quienes han reconocido sus delitos y cumplido ejemplarmente con gran parte de su pena. Necesitamos ser promotores de la verdad más que acusadores obcecados, promotores de la justicia más que verdugos, hermanas y hermanos más que adversarios irreconciliables. La misericordia y el perdón, valores originales del Evangelio, son parte esencial del alma de Chile.
Sí, hermanas y hermanos, el Señor del Amor y de la Vida, el Buen Samaritano, nos pide
“ver y conmovernos” ante todas las situaciones personales, familiares y sociales. Nada de lo humano es ajeno a la fe.
Ver, conmovernos, ser eficaces en nuestra acción. Eso es lo que más anhelamos, con enorme confianza en la calidad humana de nuestros compatriotas y en el Evangelio del Señor, que está en la base, en “el alma de Chile” de nuestra vida en sociedad, por lo menos, de la gran mayoría del país y es fuente inspiradora también para muchos que no profesan nuestra fe.
Que en Dios sepamos darnos, al modo que tan bellamente nos invitaba ese gran chileno y Santo, Alberto Hurtado.
“Darse…es cumplir justicia.
Darse…es ofrecerse a sí mismo y todo lo que tiene.
Darse…es orientar todas sus capacidades de acción hacia el Señor.
Darse…es dilatar su corazón y dirigir firmemente su voluntad hacia el que los aguarda.
Darse…es amar para siempre y de manera tan completa como se es capaz”.
¡Al Señor de la Vida , sea el honor y la gloria por los de los siglos!. Amén.
† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Rancagua, 18 de septiembre de 2009