Reflexión del Padre Miguel Fuentealba Melo, religioso asuncionista.
Fecha: Viernes 14 de Agosto de 2009
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Padre Miguel Fuentealba Melo
Sí, la fiesta de El Tránsito que llamábamos antes.
La llevada a los cielos de la Virgen María, en cuerpo y alma, como nos dijo Pío XII allá por los años cincuenta, el 1 de noviembre de 1950 para ser más exactos, cuando ratificó lo que el pueblo cristiano ya venía sosteniendo hacía tiempo.
Pues bien, si María no conoció pecado, entonces no podía conocer la corrupción del sepulcro. Así lo entendió siempre el pueblo creyente.
Por otro lado, si Jesús es Dios, bien podía hacer con su madre lo que él quisiera. Y quiso entonces que ya estuviera con él para siempre.
Es lo mismo que nos tiene prometido a nosotros: estar para siempre con él porque ésa es la voluntad del Padre Dios. Esa es también nuestra aspiración.
Por eso, la celebración de la madre de Dios en su Asunción es celebrar por anticipado nuestro propio triunfo sobre la muerte y la corrupción. “El que vive y cree en mí, no morirá para siempre”, nos dijo Jesús. En otras palabras, la muerte no es el fin del camino…
Es verdad que esta firme creencia del pueblo cristiano no tiene ningún fundamento en la Escritura, pero nos pone en estrecha relación con lo que llamamos el misterio pascual de Jesús; es decir, su muerte y resurrección. María es la primera salvada por la muerte y resurrección de Jesús. Ella fue la primera cristiana, la primera discípula de Jesús y la primera en pasar a la nueva existencia en cuerpo y alma.
Es la fiesta del amor sin límites. Ni siquiera nos podemos imaginar cómo será la vida eterna; pero debe ser algo así como cuando un niño se lanza al vacío sabiendo que su padre está ahí con los brazos abiertos para recibirlo. La Asunción es la fiesta de quien está seguro de caer en buenas manos.
María nos invita a mirar al cielo. A tener los ojos fijos en Dios sin olvidarnos de lo que sucede a nuestro alrededor.
Hacemos bien en alegrarnos por este triunfo de María logrado por Jesús. Y es bueno que le manifestemos también nuestra devoción. La verdadera devoción a la Virgen María no puede quedarse en presentarle nuestras necesidades y luego darle las gracias. Tiene que llevarnos a imitarla en la relación que supo establecer con Dios y en la atenta preocupación que tuvo con los hermanos.
María de Nazaret fue fiel a Dios, esperó ciegamente en sus promesas y fue absolutamente incondicional en manifestar su amor a Dios y a las personas. Aprendió a escuchar y poner en práctica las enseñanzas de Jesús. ¡Y eso es ser buen cristiano y buena cristiana!
María se merecía estar siempre con Jesús porque siempre estuvo con él mientras vivieron en Palestina y fue su discípula perfecta.
¿Quién es esa mujer “vestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas’” (Apocalipsis, 12, 1). Pues, es María de Nazaret, la madre de Jesús que nos enseña a hacer todas las cosas que Jesús nos dijo, a vivir como Jesús vivió, a mirar la vida y a las personas con los ojos de Dios.
Ella ha llegado a la meta que un día esperamos alcanzar. Ella nos ayude a vivir muy cerca de Jesús para imitarlo, muy cerca de las personas para amarlas y ayudarlas.
¡María de la Asunción, ayúdanos a amar e imitar a Jesús!
P. Miguel Fuentealba Melo, a.a.