Queridos hermanos:
Nos disponemos a celebrar, a partir de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el “Año Sacerdotal especial” propuesto por el Papa Benedicto XVI con ocasión de los 150 años de la muerte de San Juan María Vianney. Desea el Santo Padre que este Año sea una ocasión “
para favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio”. El lema elegido por el Papa para la ocasión va en esa dirección: “
Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” (Benedicto XVI, Alocución a los miembros de la Congregación para el Clero del 16 de marzo de 2009 y Carta a los Obispos del Prefecto de dicha Congregación del 3 de abril de 2009).
En esta feliz circunstancia les escribimos en primer lugar para agradecer junto con ustedes el don inmenso e inmerecido del sacerdocio que hemos recibido. Compartimos con ustedes el sacramento del Orden y recordamos con emoción el día de nuestra ordenación presbiteral y lo que entonces se nos dijo: “
Dios, que comenzó en ti esta obra buena, Él mismo la lleve a término”. En este año queremos pedir especialmente para todos nosotros que el Padre Dios, por la abundancia del don de su Espíritu, nos permita ir completando el proyecto de vida santa que Él nos tiene preparado “
ejerciendo sincera e incansablemente el ministerio” (“
Presbyterorum Ordinis”, 13).
Queremos, también, agradecerles muy de corazón su generosa entrega y colaboración pastoral en bien del Pueblo de Dios y su lealtad para con nosotros, sus obispos. Así, formando un presbiterio cada día más unido afectiva y efectivamente se irán sumando y multiplicando los dones y carismas con que el Señor nos ha enriquecido a cada uno, y nuestras limitaciones y defectos se irán restando, todo ello para el bien de la Iglesia y del mundo al que nos toca servir.
Estamos muy conscientes, queridos hermanos, de los grandes desafíos que hoy se presentan en la vida y ministerio de los presbíteros. Sabemos que hay quienes pasan por grandes tribulaciones y dificultades. Queremos estar cerca de ellos, apoyarlos y expresarles nuestro cariño y preocupación de padres, hermanos y amigos. Y recordamos junto con ustedes las hermosas y alentadoras palabras de San Pablo: “
misteriosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos…. llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4, 1. 7).
Pero no olvidemos que para ser fieles, particularmente en las actuales circunstancias, tenemos que tomar conciencia clara de “l
a insuficiencia de nuestros recursos humanos, el escaso valor de nuestras facultades para la misión que Cristo ha confiado a los ministros de su Iglesia”. Y que “
la respuesta que corresponde a este don no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas. La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (Cf. Ap. 2,4), sino en avivarlo, en hacer que crezca cada día” (Juan Pablo II a los sacerdotes de Chile en la Catedral de Santiago, 1 de abril de 1987).
El Santo Padre Benedicto XVI nos ha convocado a este “Año Sacerdotal especial” para que volvamos a admirar la hermosa figura sacerdotal de San Juan María Vianney y aprender de él las virtudes propias de un pastor que, a ejemplo de Jesucristo, dio la vida por sus ovejas. Su vida de larga oración y penitencia, la devota celebración diaria de la Eucaristía, su amor tierno y filial a la Virgen Santísima, su disposición a ayudar a los hermanos sacerdotes, la disponibilidad permanente para acoger a quienes lo buscaban, especialmente en el sacramento de la Penitencia, son un modelo para nosotros. Es cierto que las circunstancias han cambiado enormemente desde aquel tiempo hasta nuestros días y no podemos imitar “al pie de la letra” al Santo Cura de Ars. Es cierto que hoy es indispensable buscar nuevos modos de vida sacerdotal y de ejercicio del ministerio presbiteral, conforme a lo que nos han pedido el Concilio Vaticano II, los Sumos Pontífices de nuestro tiempo y los Obispos de América Latina y El Caribe. Pero ciertamente el amor y la intensidad espiritual con que este gran santo vivió su sacerdocio siguen siendo un modelo muy válido para todos nosotros y para los jóvenes que se preparan al ministerio.
En este año de gracia, recordemos con gratitud a todos los sacerdotes que han sido importantes en nuestra vida, particularmente en el crecimiento de nuestra vocación, y encomendémoslos al Señor. Recordemos, también, con afecto, a los hermanos que han dejado el ministerio. Oremos por los hermanos sacerdotes ancianos, enfermos y sufrientes, para que el Señor los fortalezca en sus tribulaciones. Acudamos una vez más a nuestro gran santo, modelo e intercesor, San Alberto Hurtado. Releer su vida y sus escritos nos ayudará a volver a entusiasmarnos en la santa vocación y ministerio que el Padre Dios nos ha confiado.
Encomendándolos a la ternura maternal de la Virgen, Madre especialísima de los sacerdotes, les saludamos con afecto y gratitud,
El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente
† Gonzalo Duarte García de Cortázar
Obispo de Valparaíso
Vicepresidente
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
† Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Concepción
† Santiago Silva Retamales
Obispo Auxiliar de Valparaíso
Secretario General
Santiago, Junio de 2009