Querido Santo Padre,
estimados hermanos y hermanas
Un texto inspirador de la Conferencia de Obispos en Aparecida, Brasil, fue san Juan 1,35-42: el seguimiento de los dos primeros discípulos de Jesús.
«Maestro, ¿dónde vives?», es la respuesta de los discípulos del Bautista a la pregunta de Jesús respecto a “qué buscan” (Jn 1,38; DA, nsº 243-245).
El “qué buscan” muestra que la respuesta de aquellos hombres está cargada de ansias sinceras de encontrar a un Dios distinto al de los rabinos de Israel. En Jesús descubrirán a un Dios que los sorprende, no por la Ley o los milagros (cfr. Jn 9,16), sino por su amor revelado en la obediencia de su Hijo único hasta la muerte. ¡Este Dios cautiva!
“¿Dónde vives?” es la traducción del griego
poū méneis, que en realidad significa “¿dónde permaneces?”. Para saber “dónde vive”, es decir, “dónde permanece”, los discípulos de Juan van tras el “maestro” Jesús, entran a “su casa” y allí se quedan el resto del día. ¿Qué fue lo que los sedujo para dejar al Bautista, un reconocido profeta de Dios? No los sedujo algo, sino Alguien o, si se quiere, una propuesta original de relacionarse con Dios y los otros.
Siguieron a Jesús y hallaron al
Logos, la Palabra que les reveló dónde “permanecía”: “permanecía” en su Padre desde la eternidad, pero ahora -llena de gracia y verdad- ha venido al mundo para que quien la reciba “permanezca” como hijo de Dios (Jn 1,1-18). Sin duda que Jesús les habló de esta intimidad con su Padre y se las propuso, no por vía de argumento, sino de acontecimiento: cuando les revelaba cómo «el Padre y Yo somos uno» (10,30) y «que el Padre permanece en mí» (14,10), ellos -por la vinculación con el Hijo de Dios- comenzaban a vivir como hijos de este Padre misericordioso.
De esta comunión y vida brota la misión y a todos les anuncian que «hemos encontrado al Mesías», llevándolos a Jesús (Jn 1,41). La misión no es otra cosa que el testimonio de aquella experiencia discipular que hizo nueva la vida para siempre.
A la luz de lo dicho,
tres criterios se imponen para la lectura de las Escrituras hoy:
a) “¿Qué buscan?”, “¿dónde vives?...”.
Primero, leerlas como respuesta al ansia de vida y verdad del ser humano, como propuesta de sentido unitario y definitivo para tantos con vidas fragmentadas y sin trascendencia. La Palabra de Dios genera procesos de humanización no sólo cuando se lee, sino también cuando uno se deja leer por ella, no sólo cuando se favorece el encuentro del hombre con las Escrituras, sino también el encuentro de la Palabra con las “palabras humanas”. Esta interpelación mutua entre Palabra y vida hace que su proclamación sea significativa para aquellos que buscan “dónde permanecer”, dónde poner sus vidas para que tenga sentido. ¡La vocación de la Palabra es ser “alma de la evangelización” y, por lo mismo, de humanización!
b) “¡Vengan y lo verán! Y se quedaron con Él…”.
Segundo, la verdad y vida plena sólo se alcanzan cuando “permanecemos” en nuestra identidad filial y discipular, realidad definitiva que sostiene y explica todo. Se leen las Escrituras desde lo que somos y estamos llamados a ser.
Es indispensable una espiritualidad bíblica centrada en la vinculación de amigos y hermanos con Jesús (Jn 15,15 y 20,17), espiritualidad del diálogo liberador y de la comunión personal e íntima con Jesús en la familia de Dios, la Iglesia.
c) “¡Hemos encontrado al Mesías!...”.
Tercero, la identidad que suscita el encuentro con la Palabra se vive en la comunidad eclesial y se testimonia en la misión. La Biblia se lee y disfruta en “casa”, en la Iglesia, «que es nuestra casa» (BENEDICTO XVI,
Discurso final en Aparecida). Discípulos misioneros son aquellos que “con-vocados” por la Palabra del Señor terminan seducidos por el Señor de la Palabra, haciendo de su comunión, testimonio evangelizador (Jn 17,21).
Necesitamos devolverle a las Escrituras su contexto original: comunidades que acogen la Palabra, la celebran y anuncian como principio de un orden nuevo.
En
conclusión, la lectura provechosa de las Escrituras:
a) Debiera plantearse en diálogo con la “sed de Dios” y “de sentido” del ser humano,
criterio antropológico que hace que su lectura sea significativa.
b) Debiera brotar de la “identidad” como don de Dios Uno y Trino que hace salvífica la historia,
criterio trinitario que nos lleva a acudir a la Palabra de Dios como vital para el seguimiento del discípulo misionero, y
c) Debiera ser acontecimiento salvífico en la “comunidad eclesial” porque celebra la fe y discierne la misión,
criterio eclesial que hace que la Palabra sea un don de Dios para el mundo.
¡Muchas gracias!
† Santiago Silva Retamales
Obispo auxiliar de Valparaíso y
responsable del CEBIPAL - CELAM