Querido Don Carlos:
Lo hemos seguido como a un Buen Pastor; lo hemos escuchado como a un Profeta; lo hemos amado como a un Enviado de Jesucristo. Hoy lo lloramos como a un Padre.
Gracias, Don Carlos, porque nos ha mostrado a un Jesucristo vivo, misericordioso, acogedor, histórico, presente en el prójimo. Un rostro apasionante de Dios, por el que vale la pena dejarlo todo y seguirlo.
Gracias porque nos ha enseñado a ser Iglesia de Jesucristo: atenta al Espíritu Santo que actúa en la historia. Flexible, misericordiosa; acogedora y servidora de todos. Ligera de equipaje. Buena Samaritana, como su Señor. Iglesia misionera y Solidaria. Pobre y sin poder. Iglesia que no se olvida que sigue a un Crucificado.
Gracias, Don Carlos, porque ha sido para nosotros Pastor y no arriero; buscador y no fugitivo; horizonte y no muralla; hombre de sol y no de nubes; servidor y no “chofer” del Espíritu. Gracias porque nos ha enseñado los caminos de la oración y del abandono en Dios. Porque nos ha respetado profundamente en nuestra propia identidad, impulsándonos a buscar nuestro propio camino de seguimiento y santidad. Gracias por su confianza incondicional, aun en el desacuerdo. Gracias, porque conociéndonos “naranjo”, supo esperar los frutos del Señor en cada uno. Gracias por desafiarnos a vivir una fe de adultos y no de niños. A crecer en libertad interior y compromiso transformador. Gracias por saber esperar siempre. Por comprender que los tiempos de Dios son diversos a los nuestros. Gracias por su palabra y sus silencios; por sus gestos y su delicadeza. Por su perdón siempre generoso y esperanzado. También usted ha sido para nosotros un “Obispo sorprendente”.
Hoy, un latigazo de orfandad recorre el corazón de muchas personas y de muchos hogares de nuestra Patria. Pero usted será para nosotros luz en el camino. “Centinela, ¿qué ves en la noche? Veo que amanece”. En usted, Don Carlos, se nos acerca más aún el Maestro Jesús. Usted será para nosotros criterio importante a la hora de tomar decisiones. Tendremos que aprender a conversar con usted y a consultarlo desde otras dimensiones. Creemos en la resurrección y en la comunión de los santos. Cuántas veces nos comentó a la hora de la muerte de alguien querido, que “el cielo se va poblando de amigos”. Eso sentimos, querido Padre, el cielo está más cerca, y nos resulta más fácil imaginarlo con usted en él. Gracias por su fe, fortaleza y confianza. Pocas personas conocen el corazón humano como usted.
Siga mostrándonos los caminos del Espíritu. ¡Continúe vigilando, cuidando, a ésta, su querida Diócesis, que tanto lo ama y agradece. Qué bueno que se quedó entre nosotros, qué bueno que permanecerá para siempre en nuestra Catedral y en nuestros corazones! ¡Qué bueno que fue diocesano hasta el final, enseñándonos que una Diócesis, al igual que una sociedad, debe ser capaz de hacerse cargo de sus ancianos! Sabia, difícil y fecunda decisión.
Gracias porque, como en el Evangelio, nos ha regalado el mejor vino al final. Qué alegría saber que ya recibió respuesta al título de su último libro “¿Quién es Jesús?”. Nos alegra ser testigos de la realización plena de su lema episcopal: “Ven, Señor Jesús”.
Don Carlos, lo amamos y lo ponemos en las manos de Dios, “con infinita confianza, pues El es nuestro Padre”.
Hasta el Reino, querido Don Carlos.
Pbro. Rafael Villena Roco
TALCA, 23 de septiembre de 2008
En el aniversario Nº 64 de su Ordenación Sacerdotal.