(Texto bíblico: Juan 1, 35 – 39)
Muy estimadas Autoridades, hermanas y hermanos presentes en esta Catedral de Coyhaique y los que nos acompañan a través de la Radio:
Todo Chile resplandece en estos días con la alegría de la fiesta, con la mirada en nuestra Patria.
198 años de amor a la Patria bien merece que todo el pueblo alabe al Señor, lo reconozca y celebre como el principal impulsor de la construcción de una Patria libre, digna, fraterna, donde su Amor de Padre ha hecho florecer acciones generosas en cada hombre y mujer de esta bendita tierra en que vivimos.
¡Necesitamos Fiestas Patrias!
Fiesta de un pueblo que es agradecido de la vida, y que quiere tener vida en abundancia.
Fiesta de un pueblo que se siente familia, donde cada uno de sus hijos pueda gozar de dignidad, justicia y participación.
Fiesta de un pueblo que se abre a la esperanza y a la alegría, con el suave peso de la historia, y proyectado hacia un futuro que la fe nos hace confiar sea próspero y fecundo.
Fiesta de un pueblo que con el canto, el baile, las comidas, manifiesta el gozo de la hermandad en el compartir, siente la necesidad de comprometerse para hacer de nuestra Patria una gran nación, en que la bandera flamee orgullosa, cual testimonio de un pueblo que vive en profundidad los valores del “Alma de Chile” que nuestros antepasados nos quisieron dejar como su mejor legado histórico: el respeto, el amor a nuestra tierra, la solidaridad, la fisonomía espiritual y moral, las sanas tradiciones, la independencia, el derecho y la justicia.
Desde la fe podemos entender mejor el paso de Dios por nuestra historia, y podemos entender mejor los caminos que estamos llamados a recorrer. De allí nuestra alabanza y agradecimiento al Dios de la Vida.
Como los dos jóvenes del Evangelio que hemos escuchado, que siguen a Jesús, el Maestro, fuente de confianza, de sabiduría, de ternura, el Guía que bien sabe los caminos que llevan a la verdadera felicidad.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” les dice el Maestro, indicándoles que no siguen a un objeto, a un ídolo, a una ideología, a un fantasma, a un vendedor de ilusiones, sino a una PERSONA con un PROYECTO DE VIDA ETERNA: a Cristo, “rostro humano de Dios y rostro divino del hombre”.
Ese mismo Cristo se vuelve hacia los dos jóvenes que lo siguen, y les pregunta. “¿QUÉ BUSCAN?”
Para Cristo es esencial saber QUÉ BUSCAMOS, pues quiere ver la disponibilidad que tenemos para encontrarlo y llenarnos de su amor, de su gracia, de su acción salvadora.
Bien vale esta pregunta hoy para cada uno de nosotros, como personas y como pueblo.
¿QUÉ BUSCAMOS en lo profundo de nuestra vida, en la intimidad de nuestro hogar, en la proyección presente y futura de nuestra Patria, en el tesoro de nuestra fe?
Buscamos LA FELICIDAD Y LA PLENITUD, expresiones del rostro de Cristo hoy, que quiere resplandecer en la equidad, la solidaridad, la justicia, la participación, la fraternidad y la comunión entre hermanos.
Los atraídos por Cristo le preguntan “¿DONDE VIVES?” Vieron donde vivía y se quedaron con Él, nos dice el Evangelio.
Buscar a Cristo, seguir a Cristo, se realiza en un lugar concreto, lugar que celebra y realiza un ENCUENTRO CON DIOS, encuentro de vida, felicidad y plenitud.
Esta búsqueda se plasma en un encuentro con Dios también en Aysén, en la responsabilidad que tenemos de amar a nuestra tierra y a nuestra gente. Sentimos que las exigencias crecientes del desarrollo humano no pueden ser a costa de sacrificar o violar irreversiblemente la “casa común” en que vivimos, los bienes de la creación, pues se revertirían en perjuicio de nuestra misma calidad de vida.
Sentimos que el “Alma de Chile” que se proyecta al Bicentenario debe apoyarse y sustentarse en bases éticas, que nos despierten a la sabiduría, al amor y a la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones.
De allí surgió una amplia y fundamentada reflexión en nuestras comunidades, que motivó mi reciente Carta Pastoral “DANOS HOY EL AGUA DE CADA DÍA”.
En ella se plantea que LA TIERRA ES DE DIOS, y que nosotros somos sus inquilinos. Si la tierra es de Dios, los bienes de la tierra son para todos sus habitantes, para que todos tengamos una vida digna.
Si no creemos ni aplicamos este principio esencial, dejaremos las puertas abiertas a que manos privadas se adueñen de bienes esenciales para la vida y el bien común, como son la tierra, el agua, el aire. Manos privadas que buscan más el lucro y la mercantilización que el bien común, marginando cada vez más a sectores importantes de nuestra sociedad, y que los Obispos de América Latina ya no llaman “pobres”, sino EXCLUÍDOS, personas que ni siquiera merecen la atención de los que se creen con el poder de ser dueños de los bienes de la creación.
Más cuestionador aún si estos bienes, sobre todo EL AGUA, son tan abundantes en nuestra bendita Región, como para ser una de las reservas de agua dulce más importantes del planeta, y a la vez un don cada vez más escaso en la humanidad, al punto que en los próximos 10 – 15 años, el 40% de la humanidad tendrá graves problemas para acceder a ella.
Eso nos hace parte de una inquietante preocupación si consideramos que el 96 % de los derechos de agua de nuestra Región está en manos de una empresa extranjera, apoderándose de un incalculable poder, lo que podría plantear incluso un problema de soberanía.
Resuenan aún a nuestros oídos y a nuestras conciencias las proféticas palabras del Papa Juan Pablo II, pronunciadas en México para toda América Latina en 1978: “SOBRE TODA PROPIEDAD PRIVADA GRABA UNA HIPOTECA SOCIAL”.
Si a este hecho agregamos que con parte importante de estas aguas se plantean realizar megaproyectos energéticos al servicio de ciertos intereses particulares, más dudas nos asaltan, en un país que no tiene aún una política energética definida, ni tiene un estudio de proyectos alternativos con el potencial energético que tiene el país, especialmente en cuanto a las energías limpias, renovables, no contaminantes, no destructivas del medio ambiente ni de la salud de las personas.
Así, en estos tiempos de crisis ecológica que afecta a todo nuestro planeta, se acercan momentos en que hay que tomar DECISIONES DE GRAN RELEVANCIA para Aysén, para Chile y con proyecciones en el contexto mundial, en relación con estos megaproyectos.
Por eso que estas decisiones nos plantean nuevas preguntas:
1.- ¿Qué efectos sociales, culturales, políticos, económicos, medioambientales y éticos producirían estos proyectos?
2.- Las decisiones sobre estos proyectos, ¿considerarán los principios éticos, o sólo serán impulsadas por la urgencia o por fuertes presiones de intereses económicos?
3.- Las leyes que nos rigen en estas materias ¿son adecuadas a nuestros tiempos y a la realidad y necesidades del país?
4.- ¿Quién tendrá la responsabilidad de tomar las decisiones, sólo algunas autoridades o también la ciudadanía tendrá una participación incisiva?
5.- ¿Cómo podríamos hacer de esta situación una oportunidad para fortalecer y asumir una cultura y experiencia democrática que nos ayude a crecer en la madurez cívica?
En última instancia, ¿QUÉ PAÍS QUEREMOS CONSTRUIR con la sabiduría, el sacrificio, la voluntad, el amor y la responsabilidad de cada ciudadano, constructor de esta nuestra querida Patria?
Estas interrogantes tan esenciales y otras que se desprenden de ellas, me llevaron los días pasados a plantearlas a los responsables de los tres poderes del Estado, a otras personalidades y a la opinión pública, con una favorable recepción, haciéndose parte de estas preocupaciones.
Tengo la impresión que estamos en un momento histórico para nuestra Región y para el País. Momento en que ninguna persona, ninguna institución, ninguna organización, ningún ente de nuestra Región puede quedar al margen de la participación.
Es el momento de la escucha, del diálogo, del respeto, de la búsqueda, de la conversión, del entendimiento, de la comunión y de la valentía.
Un papel relevante, quizás mayor que en otros momentos, lo tienen los medios de comunicación, para que acompañen este camino exigente de participación y lo asuman con objetividad, con independencia y con serenidad.
Se acercan elecciones locales y nacionales. Es otra oportunidad para dar confianza a las personas que asumen compromisos en vistas al bien común, más que a intereses particulares o con miradas corto placistas.
Es el tiempo de la valentía y de la oración, para que el Espíritu de Dios nos ilumine a todos y nos dé fuerzas, sabiduría y fe para construir la Patria en que todos sus hijos tengan la vida digna, libre y feliz que esperan y merecen.
Como Iglesia queremos ser parte y acompañar este proceso de nuestra historia, con el invalorable aporte del Evangelio de Jesucristo, para que las Fiestas que hoy celebramos sean cada día más fraternas, plenas y abundantes.
A Dios el honor y la gloria, hoy y por los siglos de los siglos. Amén.
† Luis Infanti della Mora
Obispo de Aysén