Queridos hermanos:
Al dar la bienvenida al Santo Padre, en el Cerro San Cristóbal, a nombre de los católicos chilenos, dijimos:
“Hemos querido, Santo Padre, que su primer encuentro con el pueblo chileno fuera a los pies de una imagen de la Virgen que nos es muy querida. Porque amamos a Cristo, amamos a María que es la Madre de Cristo; y amamos a Pedro, que es el amigo de Cristo; y hemos querido unir esta noche a María y a Pedro para que nos hablen de Cristo, para que nos lleven a Cristo”.
Pedro, el amigo de Cristo, el Vicario de Cristo, se llama hoy Juan Pablo II. Lo hemos tenido entre nosotros. Nos ha hablado de Cristo, nos ha llevado a Cristo. Ha partido, pero nos ha dejado el recuerdo imperecedero de su testimonio y la presencia de sus inagotables mensajes.
Y ahora, él mismo nos pide que miremos a María, la madre de Cristo, que nos inspiremos en su testimonio, que meditemos sus palabras -tales como las leemos en los Evangelios- y que le pidamos que nos hable de Cristo y que nos lleve a Cristo.
Como nosotros, María es una criatura, a infinita distancia del Creador. Como nosotros, ella adora, abisma da, a la Santísima Trinidad. Ella es, y se llama a sí misma, “la esclava del Señor”.
Adorada sería idolatría. Pero, venerada y querida, es algo que fluye del mismo Evangelio.
Ella tiene con la Santísima Trinidad una relación única: hija predilecta del Padre, es como la esposa del Espíritu Santo y, por El vino a ser la madre del Hijo. Y de esa maternidad divina deriva toda su grandeza.
Porque iba a ser madre de Dios hecho hombre, fue concebida “sin mancha de pecado original”; fue virgen “antes, durante y después del parto”; su santidad fue perfecta; “no conoció la corrupción del sepulcro”, “subiendo al cielo en gloria y majestad” y, asociada íntimamente durante su vida en la tierra a la obra redentora de Cristo, sigue siendo en el cielo la “intercesora” y la “medianera de gracias”.
Al acercarse al tercer milenio de nuestra era cristiana, cuando nos preparamos a celebrar el 2.000 aniversario del nacimiento del Señor, el Santo Padre nos invita a dedicar un año de nuestra vida, como un largo adviento, para preparamos, con María, para esta celebración y para la gran tarea a que nos invita el Santo Padre de un nuevo esfuerzo evangelizador de nuestro continente latinoamericano, al cumplirse, en 1992, cinco siglos del comienzo de la primera evangelización.
La situación difícil que vive el mundo y nuestra patria requiere de los cristianos una acción decidida a favor de la paz, basada en la justicia y en el amor. Requiere una sensibilidad acrecentada ante el sufrimiento ajeno. Requiere una purificación interior que permita el renacer de la esperanza y del entusiasmo en la construcción del futuro. Requiere una conversión de la conciencia, del corazón y de la vida.
“Los grandes valores, -decía el Santo Padre a los jóvenes- no están muertos. Como la hija de Jairo, sólo están dormidos. Tenemos que despertarlos”. “Y para despertarlos -agregaba- tenemos que buscar a Cristo, mirar a Cristo, vivir en Cristo”. En este Año Mariano, le vamos a pedir a María que nos ayude a buscar y a encontrar a Cristo, a mirarlo como ella lo vio, a vivir en El como ella compartió su vida, desde el anuncio del ángel hasta la muerte en la cruz y la partida al cielo.
Les pedimos a todos volver a decir diariamente las transparentes y evangélicas palabras del Ave María; a rezar en familia el Santo Rosario; a tener en sus casas la imagen de María; a visitar con amor sus Santuarios; a confiar en su corazón maternal, a imitar sus virtudes; y a dejarse conducir por ella la plenitud del conocimiento y del amor de Cristo, que nos llevará a la plenitud del amor y del servicio de nuestros hermanos.
Les pedimos también que, de acuerdo con nuestras Orientaciones Pastorales, que hemos revisado a la luz de los Mensajes del Santo Padre en Chile, sigan trabajando, con el espíritu de María, en el servicio de la vida; de la vida gozosa y dolorosa de este mundo, de la vida gloriosa, de gozo y sin dolor del cielo; en la reconciliación del pueblo chileno; en la práctica de la solidaridad; y en la evangelización de la conciencia personal y de la cultura colectiva.
Cada diócesis organizará el Año Mariano, de acuerdo con sus propias circunstancias. En la mayoría de ellas se inaugurará el Día de la Asunción de la Virgen al cielo, el 15 de agosto de este año y se clausurará el 15 de agosto del próximo año.
¡Sea este Año Mariano, un año de bendición para nosotros, nuestros hogares y nuestra patria!
† Bernardino Piñera C.
Arzobispo de La Serena
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Sergio Contreras N.
Obispo de Temuco
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile
Santiago, agosto 13 de 1987
