“Para que en Cristo nuestro pueblo tenga vida”
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“Para que en Cristo nuestro pueblo tenga vida”

Homilía Te Deum Ecuménico Iglesia Catedral de Copiapó, 18 de septiembre de 2008

Fecha: Jueves 18 de Septiembre de 2008
Pais: Chile
Ciudad: Copiapó
Autor: Mons. Gaspar Quintana Jorquera

1- Introducción

Encontrarse para celebrar como Patria un nuevo aniversario siempre pone en el corazón hermosos sentimientos y grandes ideales. Una mirada positiva a la comunidad nacional nos lleva a valorar los logros políticos, económicos, culturales y espirituales. Como pueblo creyente en el Dios de la Vida que nos ha anunciado Jesús de Nazaret, nos acercamos hoy con gratitud a Él, reconociendo las muchas bendiciones con que ha ido acompañando el camino de nuestra historia.

Esta es la razón de estar en esta Iglesia Catedral de la Diócesis de Copiapó, centro espiritual de Atacama, en las Fiestas Patrias. Cantar de corazón el “Te Deum laudamus,” que significa “a Ti, Oh Dios te alabamos”, viene a ser eco de la oración agradecida que chilenos y chilenas de los diversos sectores sociales hacemos en cada rincón de la nación.
Y hacemos esta acción de gracias en este año con una especial intención de alabanza al Dios de la Vida, ya que nuestra Diócesis de Copiapó está llegando al final de la celebración de medio siglo de vida y misión al servicio del Evangelio.

Los Obispos de Chile en esta oportunidad queremos expresar nuestro agradecimiento a las autoridades del país por haber establecido como feriado nacional el día 16 de Julio. Este día es tan significativo para el alma del pueblo chileno, ya que celebra a María, la Madre del Señor, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. Ella, desde los albores de la Patria, fue proclamada Patrona de Chile, es decir, Protectora que con amor materno acompaña a nuestro pueblo en sus momentos de luces y sombras, de gozo y de dolor.
En estas Fiestas Patrias queremos acercarnos a la celebración del Bicentenario de la Independencia nacional, caminando hacia la persona de Cristo, que con su vida, muerte y resurrección ofrece al pueblo de Chile una vida verdadera y plena.

2- Buscando un mejor futuro

Las últimas Orientaciones Pastorales de la Iglesia para los próximos cuatro años de quienes se sienten Iglesia, nos dicen que los chilenos “tenemos una historia de encuentros y desencuentros en que hemos visto a la cara lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Esta historia ha sido construida con diversas visiones del hombre y del futuro y, desde los albores de la independencia nacional, con un deseo muy explícito de la presencia de Dios en la familia, en la educación, en la legislación que rige al país. No siempre hemos estado de acuerdo, pero es innegable la búsqueda de Dios en nuestra historia.” (OOPP, 32).

Cuando uno mira estos doscientos años de historia de nuestra Patria se da cuenta de que lo que ha estado siempre presente en el corazón de la comunidad chilena es un impulso de búsqueda de algo mejor que un simple bienestar material. En esta perspectiva Gabriela Mistral definía a Chile como “un país con voluntad de ser.”

Hoy nos preguntamos qué es lo que realmente buscamos, y respondemos con mayor lucidez: vida y calidad de vida. Esto quiere decir buscar sentido para nuestra vida y para nuestra patria. Significa buscar verdad, fraternidad, justicia, solidaridad. Buscar un Chile que entre de lleno en el siglo XXI con paso firme y esperanzado, como dicen los Obispos de nuestro país, “con el corazón abierto para acoger, para compadecer y para apoyar con gratuidad, y con la mirada puesta en el Señor Dios nuestro, fuente y origen de todo bien”. (OOPPP, 44).

3.- Nos interesa mayor equidad.

Como nación hemos dado muestras de que tenemos una gran capacidad para integrarnos al mundo. Mirando el mapa de nuestra “loca geografía” vemos que somos un país pequeño, lejano y aislado, que, sin embargo, ha ido ocupando en algunos aspectos buenos lugares en la carrera hacia lo que es el conjunto de los países desarrollados.

Ahora bien, este progreso creciente debería llevarnos a un verdadero sentido de lo que es el desarrollo integral auténtico, que, como lo definía el Papa Paulo VI, consiste en “el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas para todos.”
Y aquí cabe hacer una pregunta: frente a la población que crece y que clama pidiendo superar las desigualdades existentes, “si hemos sido capaces de penetrar con nuestras exportaciones mercados distantes y complejos, ¿por qué no tenemos el mismo empuje y energía para resolver los problemas de equidad internos?”

Nos preocupa que el Informe Final del Consejo Asesor Presidencial Trabajo y Equidad nos sitúe como uno de los países con mayor desigualdad en el mundo . Esta es una situación que daña gravemente el “alma de Chile”: son tantos los que, como consecuencia, caen en la exclusión, viven dolorosamente la inamovilidad social y ven aumentar su situación de vulnerabilidad.

El cuadro global que han descrito los Obispos del continente, reunidos en Aparecida el año pasado nos llama poderosamente la atención:

“Con especial atención…, fijamos nuestra mirada en los rostros de los nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de VIH y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las grandes urbes, los indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra y los mineros”. (Aparecida, 402).

Creemos que es responsabilidad social de todos, autoridades y ciudadanos en general, integrar a los excluidos en lo que dice a calidad en educación y salud, vivienda y alimentación, descanso y previsión social. Los efectos resultantes crean injustamente posibilidades desiguales para niños y jóvenes a la hora de determinar sus trayectorias de vida.

Por lo demás la experiencia enseña que cuando la inequidad va acompañada de poca movilidad social genera un aumento de tensiones y de un preocupante grado de conflictividad social. En el nivel más profundamente humano, afecta negativamente el ánimo con que se construye una sociedad, mediante frustraciones, odiosidades y fragmentaciones que van reduciendo la capacidad de diálogo y dañan la anhelada unidad nacional.

Nuestras Orientaciones Pastorales nos recuerdan que “es un hecho que el crecimiento económico es sólo un aspecto del desarrollo de un pueblo. De otra manera no se explicaría esa sensación de malestar y desconfianza que existe en buena parte de los chilenos. Es una clara señal de que el crecimiento económico necesita ir de la mano de un desarrollo espiritual y cultural”. (OOPP, 34).

Pensando en nuestra Región de Atacama hay que asumir una cosa: resolver este tipo de situaciones no sólo compete a algunos ni sólo a las instituciones de beneficencia y caridad, sino que es un desafío para todos y cada uno en la sociedad, que no se supera con dádivas ni campañas, por generosas que sean, sino con leyes justas y urgentes que asuman esta deuda social de nuestro país (cf. OOPP, 75).

Hablando de un verdadero desarrollo humano, social y tecnológico del país, corresponde tratar el tema de la educación. Hay consenso en que la educación es uno de los vehículos más importantes, si no el principal, para avanzar significativamente por ese camino. Es por este motivo que cabe hacer una apremiante petición a gobernantes y legisladores: que aceleren lo más posible la aprobación legislativa y la puesta en práctica de los acuerdos alcanzados para mejorar las condiciones y la calidad de la educación en nuestra Patria. Tal vez lo logrado hasta ahora no sea lo ideal para todos, pero es un avance importante y no conviene retrasar más su aplicación. Más adelante se podrían dar otros pasos, que tal vez acerquen más al proyecto ideal. Pero hagamos hoy lo que es posible y urgente: los niños y los jóvenes no pueden esperar más.

El desarrollo y la educación para una cultura de la solidaridad a favor de los afligidos y necesitados en cualquier situación que sea, se inicia ya en el ambiente de la familia. Siempre será necesario recordar que la familia es “uno de los tesoros más importantes de [nuestros] pueblos, y es patrimonio de la humanidad entera” (DA, 432), por lo que hay que fortalecerla y estimularla del mejor modo posible.

En este campo de la solidaridad humana, de un tiempo a esta parte hemos visto la necesidad de ampliar el amor generoso a los demás mediante “la donación de órganos.” A través de ella expresamos en su momento nuestra voluntad de que al morir, los órganos de nuestro cuerpo puedan ser útiles para dar salud o prolongar la vida de quienes los necesiten. Este es un gesto que nos acerca, en su ámbito, al amor de Cristo que da su vida por la salvación de todos.

4.- Queremos un país con vida sana y segura

El encuentro personal y comunitario con Cristo, vida nueva del mundo, nos exige tomar una posición responsable en cuanto a lo que es la ecología humana, a través del amor, el cuidado y el respeto por la vida desde que aparece en el vientre materno hasta que se extingue, digamos, de modo natural.

Nos trae un compromiso con la ecología de la creación. En este apartado somos conscientes que desde hace un tiempo viene creciendo una honda preocupación en la opinión pública por el tema del medio ambiente.

Nuestros Obispos, por un lado, nos han dicho: “Damos gracias al Señor por el don de la creación, entregada a la administración responsable del hombre (Gn 2,15). Don hermoso y valioso para todos, para la actual generación y para las que vienen. Sin embargo, por otro lado, afirman: “comprobamos cómo los recursos naturales son extraídos y contaminados por el egoísmo de algunos y los intereses de grupos de poder amparados por el actual modelo económico, siempre en perjuicio de los pobres, campesinos e indígenas” (OOPP, 74).

Es necesario regular el tema del cuidado medioambiental «según un principio de justicia distributiva, respetando el desarrollo sostenible» (DA 126). Como sociedad chilena estamos ante el desafío de abrirnos a una auténtica ecología natural y humana, que haga relucir la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes.
Un cuidado especial merece el recurso del agua, “que va siendo cada vez más escaso, convirtiéndose posiblemente -en el mediano plazo- en fuente de serios problemas en el mundo (OO.PP. 74).

Mirando la delicada situación de Atacama en este punto, parece ser que no todas las dudas están aclaradas en lo tocante al futuro de los recursos hídricos. Este problema, además de ser de alcance planetario, nos toca tan de cerca a nosotros que vivimos en el norte de Chile. ¿Cómo vamos a compaginar inteligentemente la necesidad que tenemos del agua como “un derecho humano,” esencial para la vida de cada persona, y su uso como “recurso productivo” o industrial en las diversas faenas, sean mineras o agrícolas?
El percibir la gravedad de la situación nos obliga a buscar soluciones ahora. ¿Por qué no ver como necesario tratar el tema del agua y del medio ambiente en otro marco legal constitucional? ¿No será que ha llegado el momento de revisar la reglamentación sobre la política de aguas, los criterios para la concesión de derechos y el cumplimiento de obligaciones para una distribución adecuada y realista? Se da por supuesto que todo esto nos exige optimizar la eficiencia en el uso del agua, sea en las actividades productivas como en el marco de una vida doméstica austera.

He aquí un grande y urgente desafío para las autoridades de gobierno, los empresarios de la minería y de la agricultura y la población en general.

No se puede dejar de citar a este respecto el mensaje de los Obispos de América Latina y El Caribe en el Documento de Aparecida. “Aunque hoy se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuántas maneras el hombre amenaza y aun destruye su ‘hábitat’. “Nuestra hermana la madre tierra” es nuestra casa común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación. Desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida. El discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador.” (DA 125).

5.- Creando un país acogedor y seguro

Estimulados por el sentido de justicia y conscientes de las exigencias de la globalización y de la comunicación planetaria hemos ido tomando conciencia de lo que implica conocer y valorar la situación actual de los pueblos originarios. Por esto la Iglesia quiere seguir desarrollando la pastoral con estos pueblos, reconociendo y colaborando con sus proyectos de vida, ricos en valores comunitarios y familiares. 5 (OOPP, 74).

Sabedores de que somos parte de una sociedad plural vemos que hace falta elaborar un “proyecto país” con el aporte de todos, destacando el de los pueblos originarios e incluyendo a los nuevos inmigrantes que han llegado a Chile. (cf. OOPP, 33). En nuestra Diócesis estamos dando pasos en esta tarea de atender los efectos de la movilidad humana, como un modo de expresar el amor y el respeto por quienes, debido a diversas razones, han debido abandonar sus lugares de origen.

Es necesario que cada chileno o chilena se haga protagonista de un país que dé seguridad a todos y cada uno de sus habitantes. Tanto las noticias que nos traen los medios de comunicación como la experiencia diaria nos muestran la violencia con que tendemos a resolver las desavenencias y conflictos a nivel familiar, intraescolar, vecinal, poblacional, político. (cf. OOPP, 35).

Un pueblo sensato, desde una democracia madura, se preocupa de buscar las causas de los fenómenos que le impiden llegar a un bienestar integral de cada persona como parte de la comunidad nacional. Entre ellas hay que señalar “la frustración que resulta de la búsqueda de la felicidad en el consumo exacerbado, hasta la insatisfacción permanente en el campo de la educación, la salud, el descanso, la vivienda” A esto hay que añadir “la sed de exigir más y más derechos, desligándose de las responsabilidades, o el descuidar dimensiones humanas que van más allá de los derechos, como son, la gratuidad, la generosidad, un trato social conforme a la dignidad de cada cual. (Cf. OOPP, 36).

En medio de tantas preguntas sobre el por qué de estos problemas personales y sociales, el Evangelio nos presenta otras preguntas más profundas para hallar el verdadero sentido de la vida. Por ejemplo “¿cómo se relaciona nuestra identidad como pueblo de profundas raíces cristianas y católicas con el cambio cultural?, ¿cómo estamos resolviendo la búsqueda de Dios y de trascendencia en medio de una sociedad más secularizada? ¿De dónde surgen nuestros principios cohesionantes en el campo de la ética y de la convivencia social? (Cf. OOPP, 37).

Además, bien vale la pena analizar la crisis de autoridad y la manera de ejercerla, en los diversos espacios de la vida ciudadana: el hogar, el colegio, la población, las instituciones sociales y el ejercicio del poder en la sociedad. La experiencia enseña que esto afecta al ejercicio de la política, tiene que ver con el poder judicial, con la institución del matrimonio y con la misma Iglesia y demás confesiones religiosas. (Cf. OOPP, 39).

Esta revisión de las formas de ejercer la autoridad y las mismas estructuras de poder, adecuándolas a los tiempos que vivimos y al servicio que ellas deben prestar, ayudará a erradicar todo viso de corrupción, pública y privada, mediante la transparencia, la generosidad, el don de sí mismo para servir a los demás. (Cf. OOPP, 39).

6.- Mirando el futuro con esperanza

A dos años de la celebración del Bicentenario nos preguntamos: ¿cuáles son las grandes ilusiones que tenemos sobre el futuro de nuestra Patria? Lo que los Padres de la Patria soñaron nos corresponde realizarlo, buscando el bien integral de Chile, en especial de los más necesitados.

La Iglesia diocesana de Copiapó, sus pastores y fieles, quiere animar a los hombres y mujeres de Atacama con la esperanza que viene del Evangelio, a hacer grande y unida a la familia chilena, con la vida plena y verdadera que Cristo nos ofrece.

La ayuda materna de María del Carmen, Protectora de Chile, hará posible construir un país distinto, fraterno y solidario, en el diálogo y la verdad, y en un trato responsable de la naturaleza.

¡A Cristo el Señor y Maestro de la historia sea el honor, el poder y la gloria. Amén!

† Gaspar Quintana Jorquera
Obispo de Copiapó


Copiapó, septiembre 2008.

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