1. INTRODUCCIÓN
Que nuestro pueblo te alabe, Señor
Nos unimos al salmista, prolongando su jubiloso cántico. ¡Que te den gracias los pueblos, Señor; que todos los pueblos te alaben. Que se alegren y exulten las naciones, porque haz hecho brillar tu rostro sobre nosotros! (Cf. Salmo 67).
El 18 de septiembre nos convoca en este Templo, para manifestar toda nuestra gratitud al Dios vivo por sus innumerables dones. Y la gratitud brota como expresión de un corazón noble; pero también como el alimento que nutre la confianza de que Él nos acompañará por los inciertos caminos del porvenir.
2. ABUNDANTES MOTIVOS PARA AGRADECER
No nos faltan motivos para agradecer los dones recibidos desde las últimas Fiestas Patrias. Quisiera mencionar al menos algunos. Nos alegran, sobre todo, las numerosas iniciativas han surgido para terminar con la indigencia y la voluntad de dar a los más pobres un Chile Solidario, que los acerque a los beneficios que otorga el Estado, y de ofrecer nuevos beneficios de salud y vivienda.
Es esperanzador que estén surgiendo instituciones, como el Fondo Esperanza, para otorgar minicréditos a los más pobres, para que salgan con la dignidad de su propio esfuerzo de la situación que los agobia. La continuación de los esfuerzos por construir escuelas en sus poblaciones y el aumento significativo de los horarios de clase incrementa las posibilidades de calidad y equidad en la enseñanza.
La solidaridad a propósito de los temporales, hizo que hombres y mujeres, adultos y jóvenes, tendieran puentes de ayuda fraterna por los cuales transitó el compromiso con los damnificados. Pese a la lentitud de la recuperación económica, no ha faltado en muchas empresas la voluntad de mantener el empleo, de crear nuevas fuentes de trabajo y de incorporar expresiones de solidaridad con los trabajadores y sus familias. Ha crecido la voluntad de dialogar y crece la responsabilidad social.
El país ya considera normal el avance de la Justicia al estudiar causas y dictar sentencias sobre violaciones de derechos humanos. También valora las palabras de rechazo y de profundo dolor surgidas con nobleza del seno de las Fuerzas Armadas. Nos tranquiliza, por otra parte, ver la resolución con que numerosas instituciones reaccionan contra el ingreso de la corrupción y sus causas. Y nos llena de esperanza el sinnúmero de chilenos que celebró el quincuagésimo aniversario de la muerte del Padre Alberto Hurtado, inspirándose en su profundo amor a Jesucristo y acercándose con espíritu solidario al misterio de los pobres y necesitados, en cuyo sufrimiento aparece el rostro doliente de Cristo.
Por último no podemos olvidar el gran paso de asociarnos con la Unión Europea. La imagen positiva que tiene Chile fuera de sus fronteras por su estabilidad política, por el manejo responsable de la economía y por los bajos índices de corrupción, bien podría moderar nuestra impaciencia y alentar la gratitud.
3. UN ESTADO DE ÁNIMO DESFAVORABLE
Pero nos sorprende nuevamente un hecho. No nos contentamos con los logros alcanzados. Mucho más fuerza tiene en el ánimo de la mayoría de los chilenos – y a menudo de los medios - los errores, las dificultades, las carencias, las rivalidades y aun los crímenes. No pesan las condiciones positivas de nuestro desarrollo. Nos desanima la lentitud del proceso de crecimiento, agravada por la dura realidad del desempleo y de la delincuencia. Nos cuesta mirar con gratitud el pasado y el futuro con esperanza.
4. LEVANTEMOS LA MIRADA
Hacia el bicentenario
En tales circunstancias es preciso detenerse y elevar el espíritu, buscando mirar con altura de miras el pasado y también el horizonte. Así podremos agradecer y soñar. Resulta entonces muy oportuno situarnos como pueblo con la perspectiva del bicentenario de nuestra independencia. De cara al año 2010 podemos conversar sobre las cuestiones que nos importan, superar los tropiezos de lo inmediato, y optar por metas generosas las que aún con renuncias, conducen al Chile que queremos.
No puede paralizarnos el oleaje tempestuoso del cambio de época que percibimos, y que suscita en algunos la impresión que no hay faro, ni derrotero, ni puerto. En los antiguos navíos ante tales circunstancias era preciso arriesgarse y trepar al mástil más alto para avizorar el horizonte y leer en las estrellas, en medio de las nubes, la ruta a seguir. Así, después de algún tiempo, podía descubrir el vigía las nuevas playas que aguardaban con nuevas formas de vida y nuevas posibilidades.
Para construir sobre roca
Nuestros antepasados, al decir “Si Dios quiere” y “con el favor de Dios”, contemplaban el pasado como un don de Dios. Vivían el presente en Su presencia, e iniciaban los proyectos del mañana, confiando en que colaborarían con Él, para realizar sus planes de amor. Querían levantar el futuro como ese hombre prudente que construye siempre sobre roca (Cf. Mt 7, 21ss) cumpliendo resueltamente el querer de Dios.
Por eso, alzar la mirada significa buscar el lugar que el futuro tiene en el corazón y en los planes de Dios. A él acudimos, sabiendo que ya estaba en estas tierras aun antes que llegase su Evangelio. Nos acercamos al Padre, que nos unió con su amor y su palabra al confiarnos la riqueza de su paternidad, también al arrancar nuestra existencia del mal que la destruye y nos impide vivir reconciliados. A Él que nos hizo familiares suyos y libres como hijos de Dios.
Acudimos a él para agradecerle no sólo la hermosa y rica geografía de nuestra patria, de la cual nos sabemos responsables, sino también ese tesoro que son sus mujeres, sus hombres, sus jóvenes y sus niños. Le ofrecemos cultivar los valores espirituales, profundamente cristianos, que él mismo sembró en sus corazones y en nuestra cultura, inversión maravillosa suya, que quiere rendir todos sus frutos. Recurrimos a él, pidiéndole que, como hijos de la luz, optemos por los caminos de la vida, lejos de aquellos que nos introducen en el reino de las tinieblas, la mentira y la injusticia. Pensar en el Bicentenario y en el bien de nuestro pueblo es una invitación a construir sobre roca el futuro de nuestra Patria.
5.EL MAÑANA YA ESTÁ HOY EN NUESTRAS MANOS
Un gran proyecto que nos una
Cuando el Señor constituyó su Pueblo, llegar a serlo verdaderamente fue la gran tarea de todos sus miembros. Por eso, queremos evitar el afán individualista que se obsesiona por sacar en todo provecho para sí y para el propio grupo – también para el propio partido – con olvido del bien común. Tenemos que abordar juntos ese gran proyecto de Dios, compartido por todos nosotros, que se llama Chile. Hay tareas nacionales que deben unirnos, y despertar el entusiasmo y todas nuestras energías. Compromisos favorables a la vida, tales como la prevención de la drogadicción y los esfuerzos por descontaminar el ambiente, son pasos valiosos hacia esa gran tarea común del Bicentenario, que es el desarrollo humano, tecnológico, institucional y económico de nuestra Patria.
Un Chile que se integra a la globalidad
Pero ya no podemos pensar a Chile como esa hermosa isla que fue: a orillas del mar, más acá del desierto y de la Cordillera. Hoy es el nuevo país cercano a su Bicentenario, asociado a comunidades de naciones, intercambiando responsablemente con ellas bienes y servicios, sin ingenuidad alguna, ya que el intercambio ocurre en la asimetría, que conlleva injusticias, de la globalización. Conocemos nuestras ventajas comparativas en lo que se refiere a los bienes materiales. Nos falta aún ser conscientes de las que se refieren a los grandes valores de nuestra cultura. La mundialización implica grandes oportunidades, pero también una arrolladora colonización de la cultura para los pueblos que pierdan sus raíces valóricas, y con ello su personalidad, es decir, esa manera de ser y de vivir original y propia, capaz de ofrecer los frutos del espíritu que la caracteriza, y de enriquecerse sin perder su identidad cuando se abre a los demás.
La centralidad de la persona
Optar por el desarrollo es siempre una opción por la persona. Todas las iniciativas de progreso no pueden ser el resultado de ecuaciones en las cuales sólo pesan los factores económicos. La meta, el sentido y el motor de todo desarrollo es la persona, su bien-estar integral – biológico, anímico, espiritual y religioso, individual y social – que la dinamiza y convierte en artífice de su propia felicidad y del cumplimiento de su misión social. Pero no hay centralidad de la persona, si la sociedad entera no se aleja de la injusticia, y si no opta por la vida indefensa y marginada, si no dedica sus fuerzas a la superación de la miseria, y si no se esfuerza por darle un trato dignificante al niño, al inmigrante, al enfermo, al drogadicto y al encarcelado. La grandeza de una sociedad brilla cuando opta por la justicia y la misericordia, cuando resuelve darle calidad de vida y ofrecerle oportunidades a los más afligidos y abandonados.
Acogiendo las aportaciones de todos
Para ello, hemos de estar atentos al clamor de aquellos grupos cuya voz no es suficientemente escuchada, Me refiero particularmente a los tres más numerosos y gravitantes: a los jóvenes, a las mujeres y a los pueblos autóctonos.
a) Tenemos conciencia de la deuda, realmente impagable, de nuestra patria con la mujer chilena. Ha contribuido a dignificar nuestra cultura y ha levantado a nuestro pueblo con su abnegación y sus valores religiosos, con su fidelidad, su cuidado de la vida y su ternura, con su hospitalidad y su preocupación por los enfermos y los afligidos. Salió de la casa y se integró al mundo laboral por necesidad y por vocación. Al acercarnos al Bicentenario, ¡valoremos su maternidad espiritual, y acojamos reconocidos su capacidad y su don especial de humanizar y personalizar, de gestar espíritu de familia y de acompañar a los más débiles, tanto en las oficinas como en las fábricas, en la política y el arte, en su trabajo por transmitir la fe, y por dignificar la salud, la educación y la vida.
b) ¡Qué triste y qué errada imagen nos transmiten de los jóvenes! Sin embargo, tienen el gran mérito de rechazar lo que es falso, lo que carece de transparencia, las discriminaciones e intolerancias y los discursos incongruentes con el compromiso real de quienes los pronuncian. Son capaces de conversar y compartir con otros sin acepción de personas. Muchos de entre ellos han optado por levantar la sociedad desde sus fundamentos, sirviendo a los más necesitados, construyéndoles mediaguas, ofreciéndoles su competencia profesional y llevándoles la Buena Nueva de Jesucristo. Sintonizan con el Santo Padre y vibran con la vida noble y el mensaje de paz de los mejores líderes de nuestro tiempo. En lugar de condenar a los que buscan donde no se puede hallar lo que desean, ¿por qué no prestar oído y abrir espacios a los que han emprendido el camino de vivificar nuestra convivencia desde sus cimientos, construyendo con la generosidad y la apertura que los caracteriza, día a día, la Ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres? (Cf. Juan Pablo II, 27.07.2002 en la JMJ, Toronto)
c) Los pueblos Mapuche, Aymara, Pascuense y los otros pueblos originarios tienen muchos valores que aportar a nuestra convivencia. Baste pensar en el sentido de familia, el amor a la libertad y la valoración del medio ambiente que existe entre ellos. También por eso nos duele el desproporcionado esfuerzo que han debido hacer tantos hermanos nuestros para obtener el reconocimiento que merecen, para integrarse a esta patria común y para tener acceso a la educación superior sin perder su arraigo a la tierra, ni olvidar su idioma. ¿Qué nos impide reconocernos una sociedad multi-étnica y pluricultural? El Chile del Bicentenario sólo puede ganar si hace suyos los valores culturales de todos los grupos étnicos que lo componen, y, consciente de que no es fácil encontrar la respuesta adecuada, da una generosa acogida a sus demandas legítimas, ofreciendo a cada uno las mismas facilidades para labrar su futuro personal, familiar y comunitario.
Por los caminos de la solidaridad, el esfuerzo, la transparencia y la confianza
Las fuertes confrontaciones y agresividades del pasado – y a veces del presente – en el campo político y laboral, y también esporádicamente en el orden ético y religioso, vuelcan nuestro espíritu con esperanza hacia la herencia de Jesucristo.
San Pablo, en el texto de la carta que escuchamos, nos la expuso, proponiéndonos que adhiriéramos al bien y estimáramos en más a nuestro prójimo, compartiendo las necesidades de los otros, solidarizando con su alegría y su dolor, sin devolver a nadie mal por mal, y sin dejarnos vencer por el mal, antes bien, venciendo el mal por el bien (Cf. Rm 12, 9ss). En verdad, el sentir más arraigado entre nosotros rechaza una convivencia beligerante, egoísta y agresivamente competitiva, que nos aleje de la benevolencia, la sinceridad, la amistad y la honradez.
Quisiéramos que los caminos al Bicentenario acrecienten la transparencia y se aparten de toda corrupción, sean verdaderas escuelas del esfuerzo y la constancia, exhiban fórmulas que despierten y fortalezcan esa responsabilidad social que consiste en la indispensable solidaridad amiga en los lugares de trabajo entre quienes aportan el capital, quienes dirigen y todos los trabajadores.
El camino hacia el futuro pide compartir – también en su dimensión económica - los éxitos, las dificultados y los fracasos; y así velar solidariamente por la empresa común y cuidar el empleo de cada uno y el bien de sus familias. Pero la solidaridad que buscamos es más que eso, es una actitud permanente y fraterna, que nace desde el corazón de cada uno con quién está a su lado, bajo su responsabilidad o a su cuidado, y con quien está lejos, y que siempre lleva al médico, al empleado público, al profesor y al jefe a cumplir con su deber con espíritu fraterno y de servicio, y a colaborar con los demás para que vivan conforme a su dignidad. Junto a la confianza que ella regala, debe ser una dimensión determinante en todas nuestras relaciones, que dinamice la creatividad, el espíritu de iniciativa y de servicio, la eficiencia y la perseverancia.
Optemos por los talleres de humanidad.
Nadie lo duda, el taller en el cual se forja, como en ningún otro, el rostro humano de nuestra vida es la familia. Cuando llega a ser un santuario de la vida, del respeto y la confianza, y cuando en ella la presencia, la palabra y la bendición de Dios son realidades cotidianas, apoya a los suyos en el estudio, el trabajo y la enfermedad, forja ciudadanos responsables por el bien de los demás, y logra preservar de las adicciones y la delincuencia. Si bien una familia rica en valores y para toda la vida es el valor más querido entre los chilenos, su vida está amenazada por la violencia intrafamiliar, que debemos erradicar, y por muchos otros factores internos y externos. Nuestras autoridades pueden contar con todo nuestro apoyo en cuanto emprendan en favor del matrimonio, la familia y su estabilidad; no podrá ser así con cuanto debilite o destruya a la familia.
Un gran aporte puede dar ese otro taller de humanidad que es la educación. El Bicentenario nos pide un mayor número de iniciativas para implementar los objetivos transversales y valóricos de los proyectos educativos, de manera que esas oportunidades motiven a quienes estudian, los llenen de esperanza, y los ayuden a prepararse como ciudadanos comprometidos con el bien de sus familias y capaces de dar aportes constructivos a la sociedad.
Se multiplican los trabajos voluntarios entre nosotros, gran escuela de responsabilidad social, de misericordia, de confianza y solidaridad. Trabajan a favor de los enfermos, los niños, las adolescentes que esperan familia, los que buscan asistencia jurídica, los encarcelados, los indigentes, los sin casa, los lejanos a la fe, etc. Sin duda son un don de Dios y de sí mismos para que en Chile tengan vida y disfruten de ella los más abandonados.
Será obra de todos, con la colaboración de los políticos y de los comunicadores.
Confiemos desde ahora, en la contribución que darán todos los que se han consagrado al servicio público, también los políticos. La marcha hacia el Bicentenario pasa por ellos. Será rápida y fácil si en ellos resplandece la dedicación al bien común, particularmente al bien de los más pobres y desvalidos. Asimismo, si en ellos se percibe fácilmente a la mujer y al hombre solidarios, cuyo espíritu se inclina al servicio e inspira confianza, también por ser austero e incorruptible, y por saber subrayar lo que une más que cuanto separa. También si los anima no un espíritu mezquino sino constructivo, puede disfrutar cuando los colegas, también más opuestos, que dan lo mejor de sí y son reconocidos por sus obras de bien. Nuestro país necesita creer en sus dirigentes. Son muchos los buenos servicios que nos prestan. Hay que ayudarlos para que puedan prestarlos de tal manera que nuestra patria se sienta orgullosa de ellos.
Esperamos más de los medios de comunicación social. Pocos poderes de la sociedad moderna determinan tan profundamente la percepción que tienen los ciudadanos de su tiempo y de la gente, como también el ánimo de un pueblo. Es una gran responsabilidad la que les cabe en la difusión de la verdad, el incremento del bien, la denuncia responsable del mal y el crecimiento de la confianza y la esperanza. Que también ellos eleven su mirada, para descubrir que Aquel que nos hizo a su imagen y semejanza, emplea su gran poder sólo para realizar obras con sabiduría y bondad, inspirándonos esperanza, alentándonos a hacer lo que nos favorece y advirtiéndonos de la fuerza destructora del mal. Para que Chile tenga más vida es importante que cada ciudadano esté convencido que el amor es más fuerte. Los comunicadores pueden conquistar nuestra gratitud, ayudándonos a cultivar esta certeza.
6. CONCLUSION
Quisiera concluir estas palabras, deseando a Vuestra Excelencia, como Presidente de la República, y a todo Chile en este nuevo aniversario de la Independencia, en unión con los Obispos, pastores y ministros que participan en este Tedeum y con los que nos acompañan desde sus Regiones, que celebremos estas Fiesta Patrias, agradecidos por todo lo que construye nuestra convivencia, y enfrentando los desafíos y las dificultades con mucha esperanza. Ellos constituyen una gran tarea capaz de unirnos, si crece entre nosotros la confianza y la solidaridad. En la preparación del año 2010 cuente, Señor Presidente, con el trabajo de quienes creen que Dios mira con predilección a este Pueblo de Chile. Todos estamos dispuestos a colaborar en la construcción de este Patria, como un espacio propicio a la vida y a la familia, en el cual sean favorecidos los más débiles y afligidos y todos encuentren su hogar y su taller: un espacio favorable al encuentro con el Señor Jesús y con todos los chilenos, con el bienestar y la paz.
Santiago, 18 de septiembre del 2002.
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago