Carta a los sacerdotes y diáconos
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Carta a los sacerdotes y diáconos

Fecha: Sábado 05 de Julio de 2008
Pais: Chile
Ciudad: San Bernardo
Autor: Mons. Juan Ignacio González Errázuriz

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos:

1. Ya ha pasado un tiempo largo desde que el Papa Benedicto XVI nos enviara sus disposiciones en relación a uso de la liturgia anterior a la reforma del Concilio y nos pidiera a todos esmerarnos en lo relativo a la celebración de la Liturgia. Todos sabemos que lo que el Santo Padre desea es que en toda la Iglesia se cuide con mayor esmero la celebración de la liturgia, sin que dejemos lugar a personalismos, a abusos o cambios inadecuados, etc. Lo que la Iglesia espera, especialmente de nosotros, ministros del Señor, es que nuestras celebraciones litúrgicas sean ante todo obra de Dios Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a participar su misma vida divina; de Dios Hijo, revelador del Padre y donante del Espíritu, que lleva a cabo ese designio que nos hace hijos de Dios; y de Dios Espíritu Santo, que realiza la plena comunión divina e inicia el retorno de todos y de todo hacia el Padre. La liturgia es el momento culminante de la historia de la salvación, que va develando el misterio escondido de Dios desde la eternidad y que tiene su inicio en el anuncio al pueblo judío, su realización en Cristo llamado en la Escritura “la plenitud de los tiempos” (Gal. 4,4) o manifestación de la salvación, tiempo del Dios-con-nosotros y luego un último tiempo, que prolonga la salvación en la Iglesia, para que pueda llegar a todos los hombres. Es el tiempo del Iglesia, que no deja de anunciar a toda la creación “que el Hijo de Dios con su muerte y resurrección nos ha librado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al Reino del Padre (SC 6) y dicha obra se realiza mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica (SC 6, LG 4). Toda la vida de la Iglesia continúa con la liturgia uniendo perpetuamente el tiempo de Cristo y el tiempo de la Iglesia.
Pese a la claridad e insistencia con que la Iglesia nos llama a celebrar dignamente la liturgia, no podemos esconder que aun nos queda mucho por mejorar y que en algunas partes aun se comenten abusos gravísimos en la celebración de los misterios cristianos, que carga la conciencia de los ministros que se prestan a ello y confunden al pueblo de Dios. Como señala el Catecismo la “celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo. (1145). Todas “las palabras y acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficos”, enseña el catecismo (1115) pues eran palabras y acción del Verbo Encarnado y por ello acciones sacerdotales, dirigidas y encaminadas hacia el Misterio Pascual, que tendría lugar con la donación misma del Hijo de Dios en la cruz, pasando por la muerte, para llegar a su propia resurrección.
Nosotros, ministros del Señor, tenemos nuestra principal obligación en proclamar y actualizar aquel sacrificio realizado una vez y para siempre por el Hijo de Dios y ello se realiza en el sacrificio sacramental y en los sacramentos “porque la Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la afrenta sacramental del único sacrificio (CEC 1362), de manera que como enseñan el Concilio “cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz (…) se realiza la obra de nuestra redención” (LG.3) y nosotros nos hacemos contemporáneos de Cristo y entramos en comunión directa con su obra salvadora. Lo mismo ocurre en los demás sacramentos, pues en cada uno de ellos tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único misterio pascual de Cristo. (CEC 1104)

2. He querido realizar estas breves consideraciones sobre la liturgia, para que desde ellas volvamos a meditar en nuestra responsabilidad como ministros del Señor, llamados a celebrar la liturgia mediante la cual se realiza una parte importante y esencial de la santificación del pueblo de Dios. Particularmente quiero que volvamos nuestra atención hacia las celebraciones sacramentales, que en cada momento y situación histórica son las mediaciones objetivas y eficaces de la gracia de Dios que con sobreabundancia se derrama sobre sus hijos. La liturgia es prenda de lo celestial e inicia ya aquí la liturgia celestial, junto a Cristo, sentado a la derecha del Padre. Como enseña el Concilio, la liturgia “es la fuente primaria y necesaria en la que los fieles deben beber el espíritu verdaderamente cristiano (SC 10) para así perfeccionarse “cada día en la unión con Dios y entre si por medio de Cristo mediador, para que Dios llegue a ser todo en todos”(SC 48)
El Papa Benedicto al entregar a la Iglesia la Exhortacion. Apostólica. Sacramentum caritatis nos ha recordado la necesidad de ser muy fieles a la liturgia de la Iglesia. En uno de sus números señala. “En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud interior de devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra. De aquí nace el proceso que ha llevado progresivamente a establecer una especial reglamentación de la liturgia eucarística, en el respeto de las diversas tradiciones eclesiales legítimamente constituidas. También sobre esta base se ha ido creando un rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran inspiración” (49). Con anterioridad el recordado Papa Juan Pablo II también en múltiples ocasiones nos exhortó a ser fieles a las indicaciones y rubricas de las celebraciones litúrgicas: “Mediante nuestra ordenación cuya celebración está vinculada a la Santa Misa desde el primer testimonio litúrgico nosotros estamos unidos de manera singular y excepcional a la Eucaristía. Somos, en cierto sentido, «por ella» y «para ella». Somos, de modo particular, responsables «de ella», tanto cada sacerdote en su propia comunidad como cada obispo en virtud del cuidado que debe a todas las comunidades que le son encomendadas, por razón de la «sollicitudo omnium ecclesiarum» de la que habla San Pablo. Está pues encomendado a nosotros, obispos y sacerdotes, el gran «Sacramento de nuestra fe», y si él es entregado también a todo el Pueblo de Dios, a todos los creyentes en Cristo, sin embargo se nos confía a nosotros la Eucaristía también «para» los otros, que esperan de nosotros un particular testimonio de veneración y de amor hacia este Sacramento, para que ellos puedan igualmente ser edificados y vivificados «para ofrecer sacrificios espirituales». (Juan Pablo II. Carta Dominicae cenae, 2)
Queridos hermanos sacerdotes, todos nos damos cuenta de que en esa obediencia fiel y esmerada a cuanto la Iglesia dispone para la celebración de los sacramentos y muy particularmente en el misterio Eucarístico, hay una gran manifestación de nuestra humildad y nuestra docilidad a la voluntad de Dios. Por esta razón quiero pedir a todos que examinemos nuestras disposiciones y acciones al tiempo de las celebraciones litúrgicas de los sacramentos y de la Santísima Eucaristía. Pongamos la más esmerada delicadeza en cuidar todos los signos y símbolos litúrgicos, que no son sólo la palabra y la oración, sino también la acción y los gestos y cuya significación es determinante para el pueblo cristiano. Si bien no hay abusos serios en las celebraciones de nuestros templos, hemos todos de afinar mucho más, tratando de penetrar en el misterio que celebramos. Quisiera recordar que la IGMR señala que “el gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de sus diversas partes y se favorezca la participación de todos. Y habrá que tomar en consideración, por consiguiente, lo establecido por esta Ordenación general, cuanto proviene de la praxis secular del Rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados. La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes. (nº 42).
Son diversos los aspectos que podrían recordarse con ocasión de cuidado que hemos de tener en nuestras celebraciones litúrgicas. Cada uno, en su estudio y meditación personal deben descubrir muchos de ellos en que debemos mejorar nuestro servicio “ad altare Dei”. Recomiendo a todos volver a leer con calma la Institutio Generalis Missalis Romani (IGMR) y especialmente el trabajo prolijo y delicado que ha realizado un hermano nuestro sacerdote, resaltando los cambios introducidos en la última edición oficial.

3. Quisiera, sin embargo, indicar algunos aspectos que he observado y que pueden ser mejorados con pequeños esfuerzos por parte de cada uno.
a. Los Ritos iniciales y finales de la celebración litúrgica se deben hacer desde la Sede. En el caso que no exista la posibilidad de acolito debe hacerse desde el atril portátil o fijo.
b. Es necesario que en las concelebraciones usemos siempre la casulla, o dalmática para el caso de lo diáconos, llevando la propia si resulta necesario. Concelebrar sólo con alba y estola es una excepción contemplada para casos de escasez de medios que afortunadamente no se dan en nuestra diócesis.
c. En algunas ocasiones se ve a sacerdotes que durante el tiempo que se está sentado cruzan las piernas hacia adelante, en una postura que no se condice con el momento y lugar en que se está. En otras ocasiones es posible observar pequeñas conversaciones entre los concelebrantes, que tampoco son propias de la ocasión. En cuanto a la postura de las manos mientras se está de pie, es conveniente seguir la antigua y venerada tradición de mantenerlas juntas delante del pecho, no cruzando los brazos. Lo mismo cuando se esta sentado, las manos deben estar sobre las rodillas. “La uniformidad de las posturas observada por todos los participantes es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: pues expresa y fomenta la comunión de espíritu y sentimientos de los participantes” (IGMR,42) .
d. En cuanto a los cantos durante la Santa Misa, en diversas ocasiones se sigue observando que el canto de partes del Ordinario de la Misa, como por ejemplo el Señor ten piedad, el Gloria, y el Cordero de Dios se sustituye por letras que no siguen las que están señaladas. Hay que buscar entre las múltiples posibilidades las que respeten esos textos. También es necesario revisar los cantos que usan nuestros coros parroquiales, de manera que sean adecuados a la celebración sea por su letras, estridencia o por ser cantos mas profanos o cuya música ha sido adaptada a una letra mas religiosa. En la IGMR se señala que “se ha de dar el primer lugar, en igualdad de circunstancias, al canto gregoriano como propio de la Liturgia romana. Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica y fomenten la participación de todos los fieles. Como cada día es más frecuente el encuentro de fieles de diversas naciones, conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en latín, con melodías sencillas, al menos algunas partes del ordinario de la Misa, especialmente el Símbolo de la fe y la oración del Señor”(41)
e. El silencio es un elemento esencial de la celebración litúrgica. Dice la IGMR: “También como parte de la celebración, debe guardarse a su tiempo un silencio sagrado. Su naturaleza depende del momento en que se guarda en cada celebración. Así, en el acto penitencial y después de la invitación a orar, todos se recogen interiormente; después de la lectura o la homilía, meditan brevemente la palabra escuchada; después de la Comunión, alaban y oran a Dios en su corazón. Ya antes de la celebración guárdese un respetuoso silencio en la iglesia, en la sacristía y lugares adyacentes, para que todos puedan prepararse a la celebración devota y religiosamente” (45) Estimo también conveniente que siguiendo el ejemplo del Santo Padre, intentemos hacer un tiempo breve de silencio recogido después de la comunión, sin que se cante nada, de manera que ese espacio permita la oración personal, el dar gracias y tener un diálogo con el Señor mas intimo. Asimismo, es bueno inmediatamente después de la Santa Misa, el sacerdote puede recogerse unos minutos en el mismo templo, de manera que el mismo continúe su acción de gracias y enseñe al pueblo cristiano a hacerlo.

Queridos hermanos, son todos estos pequeños detalles y otros que cada uno descubrirá y que pueden parecen insignificantes los que expresan nuestro deseo de querer penetrar en el misterio central de la fe, la Pascua del Señor, que como sacrificio y banquete, se renueva en nuestros altares diariamente. Son ellos también lo que harán comprender al pueblo cristiano los profundos significados de los misterios de nuestra santa fe católica.
Con mi bendición más afectuoso


+ Juan Ignacio



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