Discípulos misioneros de Jesucristo para que en Él nuestro pueblo tenga Vida - Orientaciones Pastorales 2008-2012 (Parte 2)
III. “VENGAN Y VEAN”
54. La Buena Nueva que fundamenta nuestro discipulado no es una ley, una doctrina ni una ética. No es el seguimiento de “algo”, sino de “Alguien” (30). Es el seguimiento de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios hecho hombre y Ungido por el Espíritu para inaugurar el reinado de Dios como “Padre nuestro”, lleno de vida y misericordia. Somos sus discípulos porque nos hemos encontrado con Él y lo seguimos reconociendo como el Señor de nuestra vida. Nuestro único Señor. Él nos ha llamado a entrar en su intimidad -“vengan y vean”- y nos ha hecho experimentar el gozo de su amistad.
55. Entre los discípulos misioneros de Jesús destaca de manera admirable la Santísima Virgen María. Ella es la máxima realización de la vida cristiana. Ella es la discípula perfecta del Señor por su fe, su obediencia y su constante meditación de la Palabra y de las acciones de su hijo, Jesucristo (31). Y es, a la vez, misionera, pues desde que lo llevó en su vientre, al visitar a su prima Isabel, se hizo parte esencial del Evangelio del Señor. En torno a nuestra Madre, que le confiere alma y ternura a la convivencia de los discípulos de Jesús, se constituye la Iglesia-familia y de ella aprende a ser materna y mariana. En la «escuela de María» (32) aprendemos a vivir en comunidad y a ser discípulos misioneros del Señor.
1.
Lugares de encuentro con el Señor
56. No podemos ser discípulos del Señor si no nos hemos encontrado con Él y si no lo conocemos. Por eso, para el seguimiento de Jesucristo es imprescindible reconocerlo en los lugares de encuentro que Él nos señala. En ellos reconocemos su presencia real, de diversas maneras, la que se hace plena en la Eucaristía. Entre los varios lugares de encuentro con Jesús, propios de una pastoral ordinaria, queremos poner énfasis en los siguientes:
56.1
La Palabra de Dios. Nos alegra la difusión y el conocimiento que la Palabra de Dios va teniendo en la Iglesia. La práctica cada vez más difundida de la Lectio divina o Lectura orante de la Biblia nos “conduce al encuentro con Jesús-Maestro, al conocimiento del misterio de Jesús-Mesías, a la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al testimonio de Jesús-Señor del universo” (33). A su vez, porque la Biblia es Palabra de Dios revelada para vivir en comunión con el Señor, tenemos que entender la “pastoral bíblica” como “animación bíblica del encuentro con Jesús vivo” o “animación bíblica de la pastoral”. Esto significa que toda actividad pastoral debe nutrirse de la Sagrada Escritura y conducir a la Eucaristía (34).
56.2
La Sagrada Liturgia, fuente y cumbre de la Iglesia, es lugar de encuentro con Cristo (35), en especial, la celebración de los sacramentos de la fe. Entre ellos, la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, personal y comunitaria. Es “lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo” (36). Nuestras debilidades en la vocación cristiana y en el impulso misionero se explican, en parte, por la poca participación en la celebración dominical del Misterio Pascual del Señor. Y, en los muchos lugares en que, por carencia de presbíteros, no se puede celebrar la Eucaristía, la comunidad debe reunirse presidida por un diácono, una religiosa o un ministro laico, debidamente autorizado, a celebrar una Liturgia de la Palabra. Tenemos que insistir en la observancia dominical como necesidad interior del discípulo misionero que anhela vivir la comunión con el Señor. Es, pues, indispensable que promovamos la
“pastoral del Domingo”, como día del Señor, de la familia, del descanso laboral, de la solidaridad (37). “El amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el Sacramento de la Reconciliación” (38). Éste “es el lugar donde el pecador experimenta de manera singular el encuentro con Jesucristo” (39).
56.3
La vida en comunidad. La profundidad y fraternidad con que se vive la experiencia comunitaria en las comunidades eclesiales, sean éstas parroquias, colegios, movimientos de Iglesia o nuevas comunidades, es también lugar de encuentro con el Señor. En las comunidades cristianas de base (CCB), comunidades de vida y/o pequeñas comunidades de dimensión humana, los discípulos misioneros se encuentran gratuitamente con Jesús Maestro para cultivar el don de la fe. En ellas se comparte y reflexiona cómo la realidad cambiante afecta la vida, y se acoge la Palabra de Dios discerniendo la presencia del Señor y de su Espíritu Santo. En una cultura marcada por un fuerte individualismo y por la presencia de grupos cerrados, con sus propios paradigmas sociales, las comunidades cristianas dan testimonio de la presencia transformadora de Jesús en ellas. Él las abre al diálogo y a la generosidad, a la búsqueda y al amor a la verdad, a la humildad y a la capacidad de servicio desinteresado.
56.4
Los pobres, los marginados y excluidos. Encontramos a Jesús de un modo especial en la persona de los pobres y marginados de nuestra sociedad (40). “¡El pobre es Cristo!” nos dijo el Padre Hurtado. Y por eso, nuestra opción sincera por Cristo es necesariamente opción por atender a sus preferidos, porque los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo (41). La adhesión a Jesucristo “es la que nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino” (42).
56.5
La piedad popular. Presente a lo largo de todo el país, la piedad popular es un espacio muy valioso de encuentro con Jesucristo. Su potencial misionero es inestimable por el aporte a la transmisión de la fe y de los valores cristianos. En ella se refleja el alma de nuestro pueblo con todo su anhelo de Dios, de oración en familia, de purificación de la vida, de sentido de peregrinación. En la vida de de la Santísima Virgen y de los santos, la piedad popular reconoce una especial presencia del Señor y un modelo a seguir que se aprende en el testimonio de su seguimiento. En los santuarios, se expresa particularmente esta piedad popular expresada en valiosas devociones en las que la oración se hace confesión de fe, súplica sentida, alabanza sincera, profunda acción de gracias. Valoramos positivamente este “catolicismo popular” (43) como una manera legítima de vivir la fe, pues no podemos negar el primado del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios que hay en él. La piedad popular es un punto de partida fundamental para procurar que la fe y la espiritualidad del pueblo cristiano vayan madurando (44) hacia la plenitud del seguimiento de Cristo.
56.6
La presencia de la Cruz en nuestras vidas. Es claro que a nadie le gusta sufrir y que nadie busca el dolor. Sin embargo, no hay amor sin dolor. No hay amor sin cruz. No hay proyecto de vida que no encuentre contradicción. Un inmenso regalo que hemos recibido del Señor es poder darle un sentido salvador al sufrimiento. Por esa razón, el sufrimiento asumido desde la fe adquiere un valor inmenso a los ojos de los hombres y más aún a los ojos de Dios. La Cruz de Jesús sigue siendo estupidez y necedad para muchos, pero un portento de Dios para quienes creen en el Señor y se encuentran con Él en el madero de la salvación.
56.7
En la escuela de María (45). La fe en la presencia maternal e intercesora de María en nuestra vida es parte esencial de nuestra identidad católica. Ella es
“Madre, perfecta discípula y pedagoga de la evangelización” (46), por eso no se puede entender sin Ella nuestro discipulado misionero. La comunidad
cristiana que vive la escuela de María, crece en la escucha atenta de la Palabra de Dios,
es animada en su conversión personal y pastoral, y procura vivir el espíritu de servicio y la espiritualidad pascual.
IV. “VIERON… Y SE QUEDARON CON ÉL”
57. Nuestro anhelo profundo es tener la experiencia de fe que conmovió a los primeros discípulos del Señor y que, espontáneamente, los hizo sus misioneros aun antes que Él los enviara de dos en dos. Ellos “vieron y creyeron” en la intimidad de su morada, “vieron y creyeron” cuando escucharon su Palabra y cuando fueron testigos de los signos que hacía en favor de su pueblo, y San Juan y San Pedro, junto a las santas mujeres, “vieron y creyeron” al entrar en la tumba vacía (Cf Jn 2, 11; 20,8).
58. La alegría del encuentro con el Resucitado se vuelve en sus labios la proclamación gozosa de que Jesús es el camino, la verdad y la vida que Dios Padre ofrece a la humanidad. La misión “a hacer” discípulos (47) es parte de la llamada “a ser” sus discípulos y no una decisión que dependa meramente del parecer de cada cristiano, como si seguirlo a Él fuera una cosa y anunciarlo a los demás otra distinta. “El discipulado y la misión son como dos caras de la misma medalla” (48). Por eso hablamos de discipulado misionero. Éste es nuestro gozo, ésta es nuestra identidad, éste nuestro servicio: ser y vivir como discípulos misioneros de Jesucristo camino, verdad y vida para que nuestro pueblo alcance en Él la vida plena.
59. El testimonio de lo que seamos como discípulos misioneros del Señor ayudará a muchos hermanos y hermanas a encontrar motivos para profundizar su experiencia de fe, para esperar en sus promesas y vivir el servicio de la caridad. Este discipulado misionero no lo vivimos aisladamente sino en la comunión de la Iglesia que, en el período de estas Orientaciones Pastorales, está llamada a acentuar los siguientes rasgos de su vocación eclesial:
1.
Rasgos de la vocación de la Iglesia
Una Iglesia que conduce al encuentro con Cristo Vivo
60. El regalo del encuentro con Jesucristo y el don de su Vida, que llenan de sentido y plenitud nuestra existencia, es nuestro gozo más profundo; “seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (49). Por eso, como nuestros primeros hermanos en la fe, queremos favorecer, por desborde de gratitud y de alegría, el encuentro con Jesucristo Vivo. “Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (50). Por ello, nos sentimos urgidos a desarrollar procesos de iniciación a la vida cristiana “que comiencen por el kerigma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacramentos, el servicio y la misión” (51).
Una Iglesia formadora de discípulos misioneros
61. La Iglesia es la comunidad de los discípulos que “se sientan” a los pies del Maestro (52), dispuesta a “contemplarlo” (53) y a “escucharlo” (54) pues el Reino acontece por su Palabra que al escucharla desde el corazón mueve a la persona a hacerla vida e imitarla (55). Tras las huellas de su Señor resucitado, la Iglesia se hace servidora de su palabra y testigo de su vida. Como María Magdalena, la Iglesia discípula también quiere “contar lo que Jesús le dijo, porque ha visto al Señor resucitado” (56).
62.
La Iglesia es madre y, si genera vida, también debe protegerla y ayudarla a crecer. La formación, pues, es una de la labores propias de la Iglesia y, por la situación actual, es la que más desafíos presenta. Éste es “el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo” (57). Nuestra opción clara y decidida, por tanto, es por una formación en la que se favorezca y madure el encuentro con Cristo, y que lleve a interiorizar y desarrollar dicha experiencia de fe. El modelo es Jesús que formó a sus discípulos y los envió a anunciar la Buena Nueva.
63. La Iglesia es
una familia de hermanos y hermanas reunidos tanto en la Iglesia doméstica, primera comunidad, como en la gran variedad de comunidades de fe donde se forma la vida discipular y misionera. En ellas se proclama y escucha la Palabra de Dios, se hace la Lectura orante de la Palabra, se celebra la Eucaristía y los sacramentos de la fe, se vive atentos a los signos de la presencia del Señor en los acontecimientos de la vida y a la enseñanza de los pastores, se aprende a servir a los pobres y a construir el Reino.
64. Para la formación sistemática e integral de los discípulos misioneros, así como para la personalización de su experiencia de fe, se requiere de
itinerarios formativos y métodos pedagógicos actualizados, fundados en una adecuada antropología (58). En este sentido sentimos la urgencia de renovar la catequesis y acompañar a los catequistas en los ámbitos espiritual, teológico y pedagógico. “Ser discípulo es un don destinado a crecer” gracias al conocimiento y amor a Jesucristo y a la acción de su Espíritu. Es la catequesis la que fortalece la conversión inicial, explica el misterio revelado y forja las convicciones fundamentales y las actitudes personales, es decir, una escuela de formación integral. Una catequesis así no puede ser sólo ocasional, sino sistemática, bíblica, kerigmática (anunciadora de la Buena Noticia) y mistagógica (que nos introduce en el misterio cristiano) (59).
Una Iglesia que anima la vocación de sus miembros
65. La vocación común a la santidad se vive según las vocaciones específicas y requiere de éstas (60). La crisis vocacional se deja sentir con fuerza en la Iglesia, especialmente en cuanto a la vida presbiteral y religiosa. Tarea delicada y urgente es cultivar el ser vocacional de la Iglesia y de cada uno de sus miembros: el testimonio alegre de Cristo y el sistemático acompañamiento espiritual, personal y comunitario, para que cada uno descubra la vocación específica a la que Dios lo llama. La pastoral vocacional es la propuesta explícita a los jóvenes del seguimiento de Cristo en la Iglesia mediante la opción vocacional específica: “El sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio” (61). Esta labor, responsabilidad de todo el pueblo de Dios, comienza en la familia y continúa en las comunidades eclesiales (62).
66. La escuela católica está particularmente llamada a promover, entre sus estudiantes, la opción radical de seguimiento de Jesucristo en el sacerdocio y la vida consagrada. Tanto las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa como la de los cristianos constructores de la sociedad, requiere de nuestros mejores esfuerzos y la atención de las personas más capacitadas para ello (63). Es importante que la catequesis incorpore en la formación de la fe el discernimiento vocacional y la orientación para proyectos personales de vida (64).
1.4
Una Iglesia que vive y promueve la espiritualidad de comunión
67. En la Iglesia, entendida como
comunidad de carismas, ministerios y servicios, se realiza “la forma propia y específica de vivir la santidad bautismal al servicio del Reino de Dios” (65). El discipulado requiere de la Iglesia y de sus comunidades, formadas a imagen de la Trinidad y llamadas a una común unión de vida y misión (
com-unio y co-munus), con espíritu fraterno, alegres, acogedoras y de puertas abiertas.
68. Para que nuestra Iglesia sea efectivamente
casa y escuela de comunión, le hace falta vivir y enseñar la
“espiritualidad de comunión” (66). Esto requiere de una pedagogía adecuada y de procesos formativos para que los discípulos misioneros descubran la buena nueva de la comunidad. Animamos a pastores y laicos a progresar en este modo cercano y familiar, promoviendo “el diálogo con los diferentes actores sociales y religiosos e integrando fuerzas en la construcción de un mundo más justo, reconciliado y solidario” (67). En palabras de Aparecida: “La conversión de los pastores nos lleva también a vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación, ‘proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades” (68). Esto debiese llevar a formar una comunidad corresponsable en la misión, capaz de gestar redes evangelizadoras y sociales de mutua colaboración.
69. Nos proponemos, por tanto, a partir de las realidades de nuestras diócesis, vivir el don del seguimiento de Jesús camino, verdad y vida, anunciando, acompañando y celebrando el encuentro personal y comunitario con Él. Queremos ser una Iglesia que viva, anuncie y cuide este encuentro vital con Jesús en los discípulos misioneros y comunidades eclesiales, respondiendo a sus anhelos de formación, a su necesidad de vida en Cristo y de testimonio cristiano. Queremos seguir fortaleciendo las CEBs, junto a sus consejos pastorales, para que se conviertan en un signo permanente y vital de comunión, contribuyendo así a la revitalización de las Parroquias como comunidad de comunidades (69).
1.5
Una Iglesia de auténticos discípulos es una Iglesia misionera
70. Una Iglesia de auténticos discípulos debe ser
una Iglesia misionera, proclamando a Jesucristo como camino, verdad y vida para toda la humanidad. Estamos llamados a realizar esta misión al estilo del Maestro y Mesías, es decir, haciendo a otros “sus discípulos”. El estilo evangelizador de la Iglesia es, pues,
discipular: invita a seguir a Jesús en su vida, mensaje y misión, a partir de las preguntas vitales de la gente, tal como Él lo hizo a partir de la pregunta: “¿qué buscan ustedes?”.
71. Una Iglesia misionera requiere
algunos rasgos fundamentales que expresen su condición y le ayuden a vivir el encargo del Señor en las actuales condiciones históricas en que vivimos:
71.1.
Una Iglesia abierta al Espíritu y sus dones. Toda evangelización requiere, en primer lugar, detenerse y escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias particulares (Ap 2,7). La lectura “en el Espíritu” de los signos de los tiempos nos permitirá dar respuesta evangélica a las necesidades de los hombres y mujeres de hoy, y a los numerosos temas emergentes de la sociedad. La escucha atenta del Espíritu y la disponibilidad a sus dones nos renueva en el conocimiento y la práctica de la voluntad salvadora de Dios (1Tim 2,4). Por lo mismo, es fuente de conversión pastoral, para responder con creatividad a las exigencias actuales de la evangelización. Una Iglesia abierta al Espíritu es una Iglesia atenta a las iniciativas de Dios que nos amó primero y nos eligió para ser discípulos misioneros. Porque el Espíritu de Dios está en ella, ésta realiza su misión con gozo, esperanza y gratuidad, también en medio de sufrimientos y tribulaciones.
71.2.
Una Iglesia de discípulos misioneros de Jesús y de su Reino. Todo discípulo es misionero, “pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano” (70). La misión o anuncio de Jesús y del Reino implica transparentar la “atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer” (71). Este anuncio es kerigmático cuando brota de la certeza que da la fe y del desborde de gratitud y alegría por haberse encontrado con el Señor. No podemos dejar
«de proclamar lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20) como testigos y protagonistas de vida nueva para las personas y la sociedad, en todas sus dimensiones. La misión es irradiar y compartir esta experiencia salvadora de persona a persona, de casa en casa, de comunidad en comunidad, y de la Iglesia a toda la sociedad. Debemos salir a los caminos, como Jesús y con Jesús, para caminar al lado de tantos peregrinos que, como los de Emaús, (cf. Lc 24,13-35) necesitan profundizar el sentido de su existencia, recobrar la esperanza, compartir la mesa y recibir un alimento que dé Vida.
71.3.
Una Iglesia particular en estado de misión requiere de discípulos misioneros que, en las actuales circunstancias del país, relancen con fidelidad y audacia el anuncio de Jesucristo presentado como respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a todas las preguntas de los hombres (72). Es una comunidad que mira con amor pastoral al pueblo y su cultura y está atenta a los temas que preocupan al país y a sus habitantes, para proclamar “la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación” (73). Nuestra Iglesia necesita formar discípulos misioneros que hagan visible el amor y la vida del Padre rico en misericordia, impregnando de sentido misionero todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de las diócesis y sus instituciones (74). Un signo fundamental de una Iglesia misionera será su apertura a la misión universal, que va más allá de las fronteras de cada diócesis e incluso del país, comprometiendo el envío de laicos y consagrados misioneros en la misión
“ad gentes” .
71.4.
Una Iglesia para tiempos de cambio. En esta época de cambios la Iglesia está llamada a ser la familia de Dios, consciente de su fuerza divina para invitar a todos al encuentro personal con Jesús, fuente de humanización y santidad. “Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad son una urgencia pastoral” (75). Para lograrlo “nos toca recomenzar desde Cristo” (76) y dar prioridad a la evangelización fundamental.
71.5.
Una Iglesia reconciliada y reconciliadora. La Iglesia está llamada a ser “sacramento” de paz y comunión para nuestro pueblo, una “casa” que acoge, reconcilia a los adversarios y los invita a vivir en fraternidad, que convoca y congrega sin discriminaciones ni exclusiones (77). Esto queremos tenerlo especialmente en cuenta con referencia a los pueblos originarios, particularmente con nuestros hermanos mapuches.
La conmemoración del Bicentenario de nuestra Independencia puede ofrecer el tiempo propicio para dar pasos de acercamiento, de perdón y reconciliación entre quienes nos hemos desencontrado en nuestra historia reciente. Cuando el dolor ha sido muy grande sentimos el deber de ofrecer una pedagogía de la reconciliación, que proclame que el perdón revelado y vivido por el Señor Jesucristo es la mejor forma de construir la historia personal, familiar y de cada pueblo. Por eso queremos dar aún más relevancia al Sacramento de la Reconciliación, educando para la conversión y la concordia fraterna.
71.6.
Una Iglesia servidora y solidaria. Jesús, el Buen Samaritano, nos envía como Iglesia samaritana a buscar a sus preferidos: los pobres y excluidos de la comunidad y de la sociedad (78). La Iglesia de hoy vivirá el encargo de su Señor en la medida que se haga modelo, testigo y servidora, pues como nos decía el padre Alberto Hurtado: “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor” (79).
71.7.
Una Iglesia abierta al ecumenismo y al diálogo interreligioso. Tener en cuenta el deseo del Señor,
“que todos sean uno, como tú y yo, Padre…” (Jn 17,21), es un deber para todos sus discípulos misioneros. A todos nos corresponde asumir la tarea de buscar una relación fraterna en el espíritu de la comunión con quienes han sido bautizados en la fe en otras comunidades eclesiales. Las experiencias de la oración, de la reflexión teológica y la acción solidaria por los pobres, pueden ser una buena instancia para lograr este objetivo (80).
Asimismo ha de estar profundamente presente en el corazón de los pastores y fieles la preocupación por el diálogo interreligioso, en especial con las religiones monoteístas. Este propósito de quienes son parte de la Iglesia,
“sacramento universal de salvación” (81), ha de comprometer el esfuerzo y el testimonio de vida de quienes estamos llamados a ser misioneros de Cristo,
“luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).
En nuestro país existen muchas causas comunes que
“en la actualidad reclaman mayor colaboración y aprecio mutuo” (82) entre los hombres y mujeres que, siendo de diversas creencias, buscamos construir una nueva humanidad, un Chile distinto, promoviendo la libertad, la paz y la dignidad de todos los habitantes de nuestra tierra (83).
V. “HEMOS ENCONTRADO AL MESÍAS”
72. Los primeros discípulos, que esperaban la liberación de Israel, encontraron en Jesús al Maestro y al Señor que
podía conducirlos a la liberación integral. Ésta fue una pedagogía larga y difícil pues algunos de ellos, hasta en el momento de la Ascensión estaban esperando la liberación casi física de la esclavitud y la opresión. El Señor Jesús les ofreció un camino mejor y superior que pasaba por el corazón de sus discípulos, sin recurrir a la espada, ni a la riqueza ni a la sujeción de la norma por la norma, que son los poderes clásicos de este mundo.
73. En ese sentido, la Iglesia tiene mucho que aportar al sentido y a la calidad de la vida de nuestra sociedad. Éste es un campo
esencial de nuestra misión, que se acrecienta con la actual cultura que seculariza y fragmenta el sentido de la vida, que genera odiosas contradicciones y una desintegración y atomización social, más aún cuando los transmisores habituales de la fe y los valores, como son la familia y los padres de familia, están sometidos a una fuerte crisis de identidad y misión.
1. Cristo, Vida nueva del mundo
74. A través del encuentro personal y comunitario con Jesucristo podemos transmitir ese sentido y calidad de vida, ya que en Él encontramos la Vida verdadera, en sus diversas manifestaciones. Y en Él nos encontramos con el Dios de la Vida. Esto es lo que nos hace tan sensibles al amor, al cuidado y al respeto por la vida humana. Es la vida que anida en el vientre de una madre, la vida que se extingue en un enfermo terminal, como también a la vida que late en toda la creación. Es decir, en la ecología humana y la ecología de la creación. Nada de ello nos resulta indiferente y en todas las expresiones de la vida sabemos que se juega el presente y el futuro de la humanidad, y por cierto, la Resurrección y la Vida eterna que nos esperan más allá de la muerte. Como discípulos queremos existir apasionados por la vida, al estilo de Jesús, que vino para que tengamos vida y Vida en abundancia (84).
75. La vida tiene sus leyes que hacemos bien en aprender y respetar. Así, por ejemplo, “descubrimos una ley profunda de la realidad: la vida sólo se desarrolla plenamente en la comunión fraterna y justa” (85). En aislamiento, injusticia y soledad la vida languidece. Asimismo, y es otra ley profunda de la realidad, “la vida se acrecienta dándola […] la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión” (86).
76. Por estas razones, y aunque pareciera que hemos perdido la capacidad de sorprendernos, nos inquietan profundamente la violencia en las relaciones personales y sociales; la falta de respeto por la vida humana y sus derechos; las adicciones a las drogas, al alcohol, a la riqueza, al poder, al desborde sexual; la corrupción, la difamación, la discriminación… Y nos preguntamos, ante estas realidades, ¿qué estamos haciendo con “el alma de Chile”?
77. La vida del Hijo de Dios que en los caminos y aldeas de Galilea curaba enfermos, expulsaba espíritus impuros, perdonaba pecados y ponía paz en el corazón de hombres y mujeres de aquel tiempo, es la vida que el Resucitado hoy ofrece a la humanidad.
Esta vida del Hijo de Dios toca toda la persona con todas sus dimensiones, transformándola en un ser nuevo: en hijo de Dios, hermano de los demás y servidor de la vida. Nadie como Jesús sana el corazón, devolviendo la libertad y la originalidad, la dignidad y la esperanza, dones divinos para la plenitud personal y el servicio a los demás (87).
78. Porque el Hijo del hombre es la medida del ser humano y su vida de Resucitado es fuente de humanidad nueva que sacia las más legítimas expectativas, anhelamos un país de “personas” donde éstas sean la medida de leyes e instituciones, de la cultura y del arte, de la economía, la política y la vida social. Queremos ser
Iglesia que responda al creciente anhelo de vida plena de la humanidad contemporánea, anunciando y compartiendo la verdad y la vida que es Jesucristo y, por lo mismo, promoviendo la dignidad incuestionable de toda persona humana y una sociedad construida en la justicia y la paz.
79.
Jesús es fuente de crecimiento en humanidad y de
“reconstrucción de la persona y de sus vínculos de pertenencia y convivencia” (88). El encuentro auténtico con Él suscita aquel dinamismo de amistad, gratuidad y comunión indispensable para el encuentro con Dios y con los demás, y la sanación personal. Este es el proyecto liberador del Padre: que alcancemos
“la madurez conforme a la plenitud” de Jesús (Ef 4,13), quien construye
identidades integradas, solidarias y con sentido trascendente (89).
2. Misión Continental para anunciar a Cristo, Vida nuestra
80. Para ofrecer la Vida del Señor Jesucristo a cada persona, a las familias y a la misma sociedad necesitamos una
renovación misionera de la Iglesia que se exprese en
la conversión personal que “despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida” (90) . Y en una
conversión pastoral (91) que nos exige pasar de “una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (92).
81. Una expresión inicial de esta conversión pastoral será la
Misión Continental, anunciada por el Santo Padre y convocada por la V Conferencia, que llevaremos a cabo en el contexto del bicentenario de la Independencia Nacional. El contenido de esta Misión será el gran mensaje de la V Conferencia aplicado a las circunstancias de nuestro país y de cada diócesis. Y
su objetivo fundamental será poner a la Iglesia, como tal, y a todas las realidades eclesiales, en
estado permanente de misión para anunciar con nuevo ardor el Evangelio a las personas alejadas y desencantadas de la Iglesia, a quienes parecen indiferentes a la fe y a quienes se confiesan agnósticos o no creyentes. Una tal renovación eclesial “implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales” (93), que tenemos que discernir y concretar a la luz del Espíritu y con audacia evangélica.
82. El CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) ha propuesto una Misión Continental en etapas, de diversa duración, destinadas a poner a la Iglesia en
estado de misión permanente. Las etapas propuestas son:
Etapa 1: Sensibilización de los agentes pastorales y evangelizadores, con el fin de que los pastores, los consagrados y las consagradas, los que ejercen servicios y ministerios en las diversas comunidades de Iglesia (por ejemplo, catequistas, animadores) seamos los primeros en asumir este desafío del discipulado misionero y en profundizar nuestra conversión personal y pastoral
Etapa 2: Profundización con grupos prioritarios. Se trata de promover el discipulado misionero en aquellas realidades eclesiales que tienen especial importancia en la pastoral de cada diócesis, como puede ser, por ejemplo: los Colegios, Universidades e Institutos de Educación Superior, los Medios de Comunicación Social, la pastoral familiar, la pastoral juvenil, etc.
Etapa 3: Misión sectorial. Dirigida a los diversos sectores de la sociedad con la presencia y ayuda de quienes en las primeras etapas se han puesto en actitud de misión permanente.
Etapa 4: Misión territorial, necesariamente más parroquial, con el deseo de que cada parroquia llegue a ser una comunidad de comunidades de discípulos misioneros, adecuando sus estructuras a una misión permanente.
En las etapas 3 y 4 tendremos presente una pedagogía especial para entrar en comunión de fe y de afecto con los alejados de la Iglesia y en un diálogo respetuoso con los miembros de otras confesiones religiosas, con las personas indiferentes a la fe y con aquellos que se declaran no creyentes.
83. En esta Misión Continental,
deseamos resaltar al sujeto de la evangelización, que es el discípulo misionero, para juntos recobrar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas” (94), llegando a esperar en la Iglesia un nuevo Pentecostés (95). “Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (96).
84. Por lo tanto, la Misión Continental que está incorporada en nuestras Orientaciones Pastorales, viene a ser sólo el punto de partida de un proceso misionero permanente. Y, por ser Continental, contemplará algunos signos y celebraciones comunes e incluso simultáneas con las demás diócesis del país y aun del continente.
3. Énfasis pastorales para la promoción humana integral
85. Para este largo y delicado camino de
la promoción humana integral, queremos asumir como Iglesia los siguientes
énfasis pastorales:
85.1.
Pastoral y cultura de la vida y de la solidaridad. Promover incansablemente y en todos los niveles de nuestra sociedad la cultura de la vida y la solidaridad como contenido de la misión permanente de la Iglesia. Nos referimos a aquella opción por la vida y la solidaridad que humaniza el ser personal y la vida social a partir de la experiencia del encuentro vital con la persona de Jesús. De este encuentro, nace el “dinamismo de liberación integral, de humanización, de reconciliación y de inserción social” (97). Porque la vida humana se inicia en su gestación y termina con la muerte natural rechazamos categóricamente el aborto y la eutanasia y cualquier forma de manipulación del ser humano. Una sociedad sana respeta, protege y cultiva la vida de sus miembros en todos los ámbitos: en las familias, poblaciones y barrios, en los colegios, hospitales y cárceles, particularmente allí donde está amenazada. Vivimos situaciones muy complejas, ligadas al tráfico de drogas, al abuso sexual y a la violencia, que requieren de la voz profética de los pastores y la opción decidida de toda la comunidad por la vida y la solidaridad.
85.2.
Pastoral educativa, un lugar privilegiado para la
promoción humana integral. La formación y promoción integral, expresa Aparecida, suponen un encuentro vivo y vital con el patrimonio cultural que se realiza en la escuela, inserta en los problemas del tiempo en el que se desarrolla la vida del joven. De esta manera, las distintas disciplinas han de presentar no sólo un saber por adquirir, sino también valores por asimilar y verdades por descubrir. La escuela debe poner de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura con los valores absolutos, precisamente con el fin de activar el dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad ética que presupone y perfecciona a la psicológica. La educación humaniza y personaliza al ser humano cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo fructificar en hábitos de comprensión y en iniciativas de comunión con la totalidad del orden real. De esta manera, el ser humano humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y construye la historia (98).
85.3.
Pastoral con los pobres y excluidos que son los primeros sujetos de su propia promoción integral cuya vida nos interpela y muchas veces nos evangeliza. La opción preferencial y evangélica por los pobres y excluidos es una opción cristológica y, por ende, una opción por la vida (99). Nada daña tanto la vida como la miseria, la inequidad en la distribución de los bienes, la falta de educación y de oportunidades. La Iglesia está llamada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” (100) porque para ella el servicio de la caridad, como el anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos, “es expresión irrenunciable de su propia esencia” (101). También evangelizamos cuando nos implicamos responsablemente en la promoción humana y la auténtica liberación de los pobres y excluidos, sin lo cual “no es posible un orden justo en la sociedad” (102). Nuestra preocupación, pues, son los sectores marginales de las ciudades y de los campos, y los nuevos “rostros sufrientes” de la sociedad, entre los que se encuentran los ancianos, los migrantes, los enfermos y adictos dependientes, las personas que viven en situación de calle, la mujer maltratada, los encarcelados (103).
85.4.
Pastoral social. La
Doctrina o
Enseñanza social de la Iglesia es luz para una lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad del país (104). Es escuela de humanidad y de auténtico humanismo pues, a partir de la Palabra de Dios, contiene propuestas para el respeto de las personas, para su crecimiento y dignidad como tales y para su vida en sociedad. La Doctrina Social es una fuente indispensable para transformar de manera efectiva el mundo según el Señor Jesucristo y, por lo mismo, alienta la esperanza cristiana en medio de las situaciones más difíciles de la vida.
Para acompañar a los pobres y los nuevos rostros sufrientes y excluidos de hoy es necesario seguir promoviendo
una pastoral social estructurada, orgánica e integral, que globalice la caridad, y que no sea sólo asistencial, sino promocional y transformadora al servicio de la buena nueva de la dignidad humana y de la vida (105). Muchos son los voluntarios que, en pluralidad de servicios, contribuyen a dar porvenir a nuestros hermanos más pobres.
85.5.
Pastoral y espiritualidad urbanas. Vivimos la ciudad de forma ambigua. Por un lado, ésta es una síntesis de todo lo que nos ayuda a crecer y, por otro, una síntesis de lo que nos deshumaniza. En ella coexisten valores y anti-valores que cotidianamente desafían nuestra vocación de personas en comunidad y de discípulos de Jesús. Como la vida cristiana “no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas” (106), tenemos que desarrollar una pastoral y espiritualidad urbanas en diálogo con la cultura actual, que cuide la persona por ser tal y la sociedad como comunidad de personas (107). Vivir la fe en la ciudad y evangelizarla es reconocer la presencia de Dios en medio de ella y, por lo mismo, favorecer iniciativas parroquiales, diocesanas y nacionales que ayuden a suscitar vínculos de comunicación y solidaridad como fermento del Reino.
85.6.
Pastoral de los medios de comunicación social. Los medios de comunicación social pueden ser agentes de humanización como de despersonalización; pueden contribuir a gestar el sentido de la vida como suscitar confusión, desesperanza e incertidumbre (108). La Iglesia, por su propia vocación es “comunicadora” de la Buena Nueva. Por lo mismo, es imperioso que revisemos la forma, contenidos y lenguaje de lo que comunicamos (109). Esto nos exige valorar y conocer la nueva cultura de la comunicación, aprender sus lenguajes y manejar sus imágenes. Un esfuerzo especial en este sentido debemos hacer en los seminarios y centros de formación de personal consagrado y de fieles laicos. Es necesario estudiar y enseñar la lectura crítica de la información y preparar profesionales en la comunicación, comprometidos con los valores humanos y cristianos. Por otro lado, los medios de comunicación de la Iglesia deben ser evaluados para que comuniquen el Mensaje con verdad, belleza y oportunidad. Las nuevas técnicas de la información y la comunicación digital abren nuevas fronteras al mundo. Por eso aspiramos a que todos tengan acceso a ella, pues entre los actuales pobres hay también que contar a los que están discriminados por no tener acceso a esta forma de comunicación (110).
85.7
Pastoral rural (111). Nos interesa seguir desarrollando este ámbito que ha sido tan valioso en la evangelización de la cultura. Hay que cuidar la calidad y dignidad de la vida del hombre del campo, su cultura y sus valores, sus formas de relacionarse y organizarse. Ante los cambios que vivimos, el mundo rural tiene que ser considerado de una nueva manera, y eso exige la corresponsabilidad de todos: de los mismos campesinos, de las autoridades, de los profesionales y de los empresarios.
85.8.
Pastoral con los pueblos originarios. El sentido de justicia, las exigencias de la globalización y los medios de comunicación han favorecido el conocimiento y la valoración de la situación actual de los pueblos originarios. Queremos seguir desarrollando la pastoral con ellos, reconociendo y colaborando con sus proyectos de vida, ricos en valores comunitarios y familiares. Queremos acompañarlos también en el fortalecimiento de su identidad y de sus propias organizaciones, en una educación apropiada para ellos y en la defensa de sus derechos. Nos inquietan y nos duelen los intentos por desarraigar la fe católica de las comunidades rurales e indígenas, y los grupos de poder que se aprovechan de ellos (112).
85.9.
Pastoral del medio ambiente. Damos gracias al Señor por el don de la creación, entregada a la administración responsable del hombre (Gn 2,15). Don hermoso y valioso para todos, para la actual generación y para las que vienen. Sin embargo, comprobamos cómo los recursos naturales son extraídos y contaminados por el egoísmo de algunos y los intereses de grupos de poder amparados por el actual modelo económico, siempre en perjuicio de los pobres, campesinos e indígenas. Su uso debe regularse “según un principio de justicia distributiva, respetando el desarrollo sostenible” (113). La mejor forma de suscitar la
responsabilidad ecológica y ética es promoviendo
una pastoral del medio ambiente inspirada en una auténtica
ecología natural y humana, abierta a la trascendencia, y fundada en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes (114) . Un cuidado especial merece el recurso del agua, que empieza a ser escaso, convirtiéndose posiblemente -en el mediano plazo- en fuente de serios conflictos humanos en el mundo.
4. Destinatarios prioritarios de nuestra misión pastoral
86. Los
destinatarios prioritarios son aquellas personas o grupos de personas a los que dedicaremos una atención preferencial en este tiempo que abarcan nuestras
Orientaciones. Es claro que, cuando abundan las prioridades, éstas dejan de ser prioritarias. Sin embargo, exponemos las que han estado presentes en nuestro discernimiento, conscientes de que cada diócesis debe asumir aquellas que considere como tales.
87. En ese espíritu, y después de escuchar a nuestras comunidades diocesanas reunidas en la I Asamblea Eclesial Nacional,
asumimos como destinatarios o interlocutores prioritarios:
87.1.
La familia, es uno de los tesoros más importantes de nuestros pueblos, y es patrimonio de la humanidad entera (115). Por esa razón, debemos asumirla “como uno de los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la Iglesia. En toda diócesis se requiere una pastoral familiar intensa y vigorosa para proclamar el evangelio de la familia, promover la cultura de la vida, y trabajar para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados” (116). Es necesario considerar la realidad propia de cada uno de sus miembros, del varón (117) y la mujer (118), que hoy adquieren nuevos roles en la familia y en la sociedad; la de los niños (119) cuya formación religiosa es esencial para un discipulado misionero; la de los adultos mayores (120) llamados a ser actores de su propio crecimiento y que requieren del reconocimiento efectivo de la sociedad. Deseamos fortalecer y acompañar a la familia en todas nuestras pastorales y acoger con especial caridad a quienes han sufrido desencuentros, separaciones y rupturas familiares (121).
87.2.
Los adolescentes y jóvenes, que “representan un enorme potencial para el presente y futuro de la Iglesia y de nuestros pueblos, como discípulos misioneros del Señor Jesús (...). Por su generosidad están llamados a servir a sus hermanos con todo su tiempo y vida (...). Y tienen capacidad para oponerse a las falsas ilusiones de felicidad y a los paraísos engañosos de la droga, el placer, el alcohol y todas las formas de violencia (122). Invitamos, pues, a acercarnos a ellos y a revitalizar el compromiso de acompañarles, en sus diversos ambientes, con una educación de calidad, con una pastoral más significativa y misionera, con métodos pedagógicos e itinerarios formativos acordes con la actual realidad juvenil, teniendo presente que una verdadera pastoral juvenil es necesariamente una pastoral vocacional en todo el sentido de la palabra. Incluimos también en esta prioridad la pastoral de jóvenes universitarios y de jóvenes trabajadores (123).
87.3.
Los agentes educativos, en esta hora de “emergencia educativa” (124), son vitales para formar discípulos misioneros que den vida y vida plena al cambio cultural al que asistimos. Deseamos en estos años favorecer su encuentro con Cristo de modo que atendamos adecuadamente a la formación de personas a través de la educación en todos sus niveles. Una particular preocupación deberán tener los profesores de religión y los docentes católicos de todas las asignaturas, así como también los paradocentes y docentes directivos, de modo que la escuela católica experimente una profunda renovación y su proyecto educativo promueva “la formación integral de la persona teniendo su fundamento en Cristo, con identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica” (125). Nos queda aún el desafío de buscar nuevos caminos para mostrar a Cristo a través de la educación municipalizada. A los docentes católicos de otras asignaturas les llamamos a que cada uno pueda buscar las estrategias didácticas para resaltar la presencia de Dios en cada una de sus asignaturas, sean ellas las matemáticas, artes, letras, especialmente en las ciencias, para que los jóvenes continúen con su espiritualidad y no la desechen cuando -por su desarrollo- la razón o el razonamiento lógico los domina.
87.4.
Los pobres y excluidos, los preferidos del Señor, reconociendo los nuevos rostros del sufrimiento humano en el mundo rural y urbano. Ésta no es una realidad que sólo competa a algunos ni sólo a las instituciones solidarias y caritativas. Es un desafío para todos y cada uno en la sociedad y en la Iglesia, que no se supera con dádivas ni campañas, por generosas que sean, sino con leyes justas y urgentes que asuman esta deuda social de nuestro país. En nuestras diócesis necesitamos renovar y “fortalecer una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral que, con la asistencia, la promoción humana, se haga presente en las nuevas realidades de exclusión y marginación que viven los grupos más vulnerables, donde la vida está más amenazada” (126). Tal como hemos señalado anteriormente, no podemos olvidar que “la Iglesia está llamada a ser abogada de la justicia y defensora de los pobres” (127), apoyándolos en sus justas demandas en pro de una vida más digna y más plena (128). Menos aún podemos olvidar que los “rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo... (y por eso) todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (129). Junto a ellos queremos priorizar
a los constructores de la sociedad: los trabajadores, empresarios, líderes sociales, académicos, universitarios, políticos y comunicadores. Por ello, urge priorizar la pastoral de jóvenes universitarios y de jóvenes en el mundo del trabajo.
87.5.
Los agentes pastorales laicos, los consagrados y consagradas, los ministros ordenados, que somos los primeros invitados por el Espíritu a la conversión personal y pastoral, para ser cada vez mejores discípulos misioneros, testigos de Jesucristo alegres y bien formados para el anuncio del Evangelio. En el caso de los ministros ordenados que, además, nos pongamos al servicio del camino misionero de la Iglesia y de su servicio a la sociedad, como buenos pastores a imagen del Buen Pastor (130).
87.6.
Los católicos alejados de la Iglesia, estudiando las causas de su alejamiento y los reforzamientos pastorales para responder a sus demandas. Entre estos nos parecen importantes: ofrecer una experiencia religiosa profunda e intensa de encuentro con el Señor, así como una vivencia comunitaria donde se sientan acogidos fraternalmente y puedan ser co-responsables en su desarrollo, además de una formación bíblico-doctrinal al servicio del crecimiento espiritual personal y comunitario. Una preocupación especial nos mueve a acercarnos a quienes se sienten lejos por causa de situaciones conyugales, para acompañarlos en esas situaciones e invitarlos a participar como hijos e hijas de Dios en el seno de la Iglesia (131).
87.7. En esta perspectiva queremos incluir a nuestros hermanos y hermanas
no católicos y no creyentes. Para realizar el camino propuesto, necesitamos el compromiso misionero y la participación en el diálogo ecuménico de toda la comunidad para salir al encuentro de los hermanos y hermanas que se han alejado, de los que son indiferentes a la fe y aun de los que se consideran agnósticos y ateos.
CONCLUSIÓN
“QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR JESÚS”
En este tiempo que nos regalas para vivir como amigos y hermanos tuyos, te pedimos que te quedes con nosotros (132). Queremos mantenernos fieles a tu mandato (133) y empeñar todas nuestras energías y recursos en ser testigos de tu resurrección y de tu vida para nuestro pueblo.
Quédate con nuestra Iglesia que vive su fe en Chile. Sin ti, nos cansamos, perdemos el rumbo y nos encerramos en nosotros mismos, olvidando a tus preferidos, los pecadores y los pobres.
Quédate con cada uno de los pastores que has puesto al frente de las comunidades. Quédate con los sacerdotes y diáconos, nuestros hermanos colaboradores en la misión que nos encomendaste; quédate con nosotros, los obispos. Sin ti, dejamos de ser los pastores misericordiosos y compasivos, nos alejamos de tu pueblo, de los que sufren y te necesitan, y queda sin proclamarse la verdad y la vida que redime y humaniza.
Quédate con nuestros agentes de pastoral, varones y mujeres, adultos, jóvenes y niños, que ponen sus capacidades y su tiempo al servicio del anuncio y la formación de la fe y se reúnen a celebrar con gozo el Misterio Pascual del Señor. Sin ti, se aferran al poder y palidece en ellos el testimonio alegre de ser tus discípulos misioneros, el servicio desinteresado y la espiritualidad que brota de una Iglesia llamada a ser casa y escuela de comunión.
Quédate con todos nuestros hermanos, miembros vivos de tu Cuerpo y discípulos misioneros como nosotros. Quédate con las familias, los jóvenes y niños, los pobres y excluidos, los trabajadores, empresarios y constructores de la sociedad. Sin ti, cada uno se preocupa de sus propios intereses, pierde el sentido comunitario y, en el mejor de los casos, se construyen grupos humanos con justicia pero sin amor, con leyes pero sin misericordia.
Quédate con nuestros hermanos católicos alejados de la Iglesia, y perdónanos por las veces que hemos sido la causa de su desilusión. Sin ti, no hay camino de reconciliación que nos vuelva a congregar como Pueblo de Dios, como única familia de amor de nuestro Padre Dios en torno a la mesa de la Palabra escuchada y del Pan compartido.
Hazte presente en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, favorece en ellos sus ansias de felicidad y de vida, y a nosotros danos la luz de tu Palabra y el impulso misionero para anunciarles a Jesucristo camino, verdad y vida de una nueva y definitiva humanidad.
Quédate presente en aquellas realidades eclesiales y socio-políticas que nos llenan de alegría. En ellas reconocemos la abundante y eficaz presencia de tu Espíritu. Sin tu Espíritu todo se confunde, todo pierde consistencia evangélica, todo se transforma en signo de muerte y dejas de ser la vida de tu pueblo.
Hazte presente en aquellas realidades eclesiales y socio-políticas dominadas por nuestro egoísmo y alejadas de tu proyecto del Reino. Contigo, podremos cambiar nuestro corazón y hacer que nuestras instituciones y estructuras sean evangelizadoras para que tu Espíritu haga nuevas todas las cosas.
¡Quédate con nosotros, Jesús, con tu Iglesia peregrina que camina a la plenitud de la vida! ¡Allí se manifestarán los cielos nuevos y la tierra nueva que desde ahora estamos llamados a construir!
NOTAS
(30) Ver Jn 1,17.
(31) Ver Lc 2,51.
(32) S.S. Benedicto XVI, en DA 270.
(33) DA 429.
(34) Ver DA 247-249.
(35) DA 250.
(36) DA 251.
(37) Juan Pablo II, Dies Domini, Carta Encíclica sobre la santificación del Domingo, 1998.
(38) DA 177.
(39) DA 254.
(40) Ver Mt 25,37-40.
(41) Ver Documento de Santo Domingo, 178.
(42) DA 257.
(43) DP 444.
(44) Ver DA 262.
(45) Cf. S.S. Benedicto XVI, Discurso en el rezo del Rosario en Aparecida, 1.
(46) DA 1.
(47) Ver Mt 28,19.
(48) S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida, 4.
(49) DA 18.
(50) DA 14.
(51) DA 289.
(52) Ver Lc 10,39.42.
(53) Ver Jn 1,39.
(54) Ver Lc 8,19-21.
(55) Ver DA 103 y 279.
(56) Ver Jn 29,18.
(57) DA 14.
(58) Ver DA 289-294.
(59) Ver DA 295-300.
(60) Ver DA163.
(61) DA 446c.
(62) Ver DA 314-315.
(63) Ver DA 508.
(64) Ver DA 294.
(65) DA 184.
(66) NMI 43
(67) DA Mensaje Final
(68) DA 368, citando NMI, 43.
(69) DA 179
(70) DA 144. Ver 278e.
(71) DA 361.
(72) Ver DA 41 y 380.
(73) DA 103; ver DA 121.
(74) Ver DA 365.
(75) DA 368.
(76) DA 12; ver DA 49 y 549.
(77) Ver DA 524.
(78) Ver DA 26; 135; 176; 353; 491; 537.
(79) DA 386.
(80) DA 227.
(81) Lumen Gentium, 1.
(82) DA 235.
(83) Ver DA 235.
(84) Ver Jn 10,10.
(85) DA 359.
(86) DA 360.
(87) Ver DA 111.
(88) DA 359.
(89) Ver DA 110.
(90) DA 366.
(91) Ver DA 365-371.
(92) DA 370.
(93) DA 367.
(94) DA 552.
(95) Ver DA 362.
(96) DA 370, citando NMI, 12.
(97) DA 359.
(98) DA 330.
(99) Ver DA 391-398.
(100)S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida, 4.
(101)S.S. Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 25.
(102)S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida, 3.
(103)Ver DA 407-430.
(104)Ver DA 403.
(105)Ver DA 104-113; 399-405.
(106)S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida, 3.
(107)Ver DA 509-519.
(108)Ver DA 38.
(109)Ver DA 485.
(110)Ver DA 490.
(111)Ver Episcopado de Chile: “Discípulos misioneros de Jesucristo para un tiempo nuevo”. Carta Pastoral a los hombres y mujeres del campo chileno, 23 de noviembre de 2007.
(112)Ver DA 529-531.
(113)DA126.
(114)Ver DA 470-475.
(115)Ver DA 432.
(116)DA 435.
(117)DA 459-462
(118)DA 452-457
(119)DA 438-440
(120)DA 447-450
(121)Ver DA 432-437.
(122)DA 443.
(123)DA 442-446.
(124)DA 328.
(125)DA 337.
(126)DA 401.
(127)S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida, 4.
(128)Ver DA 399-406.
(129)DA 393.
(130)Ver DA 186-200; 205-224.
(131)Ver DA 225-226.
(132)Ver Lc 24,29.
(133)Ver Mt 28,19-20.
ÍNDICE GENERAL
PRESENTACIÓN
INTRODUCCION
I. LA ALEGRIA DE SER CRISTIANOS
1. El Encuentro con Jesús de los primeros discípulos
1.1. ¿Qué buscan?
1.2. Yo soy el camino, la verdad y la vida
2. El encuentro con el Señor en nuestro tiempo
II. “¿QUÉ BUSCAN? - ¿DÓNDE VIVES?”
1. ¿Qué busca Chile a comienzos del tercer milenio?
1.1. La vida y la realidad de nuestro pueblo
1.2. ¿Qué buscan?
2. ¿Qué buscan los bautizados en la Iglesia que peregrina en Chile?
2.1. Luces en la vida de la Iglesia
2.2. Sombras en la vida de la Iglesia
III. “VENGAN Y VEAN”
1. Lugares de encuentro con el Señor
1.1 La Palabra de Dios
1.2 La Sagrrada Liturgia, fuente y cumbre de la Iglesia
1.3 La vida en comunidad
1.4 Los pobres, los marginados y excluidos
1.5 La piedad popular
1.6 La presencia de la Cruz en nuestras vidas
1.7 En la escuela de María
IV. “VIERON … Y SE QUEDARON CON ÉL”
1. Rasgos de la vocación de la Iglesia
1.1. Una Iglesia que conduce al encuentro con Cristo Vivo
1.2. Una Iglesia formadora de discípulos misioneros
1.3. Una Iglesia que anima la vocación de sus miembros
1.4. Una Iglesia que vive y promueve la espiritualidad de comunión
1.5. Una Iglesia de auténticos discípulos es una Iglesia misionera:
- Una Iglesia abierta al Espíritu y sus dones
- Una Iglesia de discípulos misioneros
- Una Iglesia particular en estado permanente de misión
- Una Iglesia para tiempos de cambio
- Una Iglesia reconciliada y reconciliadora
- Una Iglesia servidora y solidaria
- Una Iglesia abierta al ecumenismo y al diálogo interreligioso
V: “HEMOS ENCONTRADO AL MESÍAS”
1. Cristo, Vida nueva del mundo
2. Misión Continental para anunciar a Cristo, Vida nuestra
3. Énfasis pastorales para la promoción humana integral
- Pastoral y cultura de la vida y de la solidaridad
- Pastoral educativa
- Pastoral con los pobres y excluidos
- Pastoral social
- Pastoral y espiritualidad urbanas
- Pastoral de los medios de comunicación social
- Pastoral rural
- Pastoral con los pueblos originarios
- Pastoral del medio ambiente
4. Destinatarios prioritarios de nuestra misión pastoral
- La familia
- Los adolescentes y jóvenes
- Los agentes educativos
- Los pobres y excluidos
- Los constructores de la sociedad: (los trabajadores, empresarios, líderes sociales, académicos, universitarios, políticos y comunicadores).
- Los agentes pastorales laicos, los consagrados y consagradas, los ministros ordenados
- Los católicos alejados de la Iglesia
- Los no católicos y los no creyentes
CONCLUSION