1. Navidad es la fiesta de la inaudita cercanía de Dios al ser humano, pues al hacerse
hombre –tan frágil como un niño- el Señor se ha convertido en el “eterno contemporáneo de la humanidad” (Benedicto XVI). Con razón, dice San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo, no para condenar al mundo sino para salvarlo” (Jn 3,16-17). Reflexionemos, entonces, sobre este misterio de amor y hagamos norma de nuestra vida, el amor de Dios y del prójimo.
2. Navidad es también la fiesta de la intimidad familiar. ¿Acaso no fue por medio de una familia, la de Nazaret, que el Hijo de Dios quiso entrar en la historia del hombre” (Juan Pablo II; TMA;28).
En la Misa de Nochebuena y junto al Pesebre, encomendaré a todas las familias, especialmente a las que sufren pobreza, enfermedad, división o lejanía de Dios y a los que están solos, sin familia.
En este mundo violento, cada familia está llamada a ser educadora e instrumento de la paz, como lo ha pedido el Papa en su Mensaje para el 1º de Enero (Jornada Mundial de la paz).
3. Navidad es también la fiesta de la austeridad, de la sencillez y de la solidaridad.
Si hay que hacer regalos, sobre todo a los niños y a los más pobres, que sean sobrios y útiles, y les lleven la alegría de sentirse queridos.
Felicitamos a tantos voluntarios que visitan hogares y hospitales, a quienes trabajan repartiendo alimentos a la gente de la calle y a las familias necesitadas, a los benefactores y a quienes solidariamente colaboran en la construcción de viviendas para los más pobres.
4. Invito a contemplar la paz y el silencio del pesebre: a la Sagrada Familia de Jesús, María y José; a los pastores, a los reyes magos, a los animales. Todo nos habla del amor de Dios por el ser humano, del llamado a la humanidad a ser una sola familia, y a cuidar los bienes de la creación.
Al finalizar, hago mía la bendición litúrgica de comienzo de año:
“Dios, fuente y origen de todo bien,
os conceda su gracia,
derrame sobre Uds. una abundante bendición
y les guarde sanos y salvos durante el nuevo año”. Amén
† Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt